martes, 5 de junio de 2012


Las pasiones públicas




En este mundo resulta intrigante que aunque en realidad nadie se pone a pensar qué es la política, todos dan por hecho que ella tiene un propósito. A los cuestionamientos sobre su naturaleza se responde que esas discusiones no afectan al hombre común; el que camina por la calle en búsqueda de bienestar. Pues precisamente a ese hombre quisiera hablarle. Es necesario criticar a nuestro mundo. Un mundo en donde ni siquiera podemos pensar en otras posibilidades porque estamos recluidos en su cárcel de conceptos. ¿Qué es desarrollo?, ¿qué es bienestar?. ¿Qué es la política?


Todo pensamiento político se basa en la pérdida de la libertad; en la imposición de reglas sobre los otros. Todo pensamiento político nace de la institucionalización de la comunidad. No es casual que su nombre provenga de polis, porque sólo una sociedad que haya creado conglomerados urbanos es capaz de hacer nacer la política como una ocupación de vida. Una ocupación que se encarga de brindar cadenas a cambio de la supervivencia; de la tranquilidad y de la abulia.

Si en el pasado la política fue subsidiaria de la religión; hoy el mismo cuerpo humano se ha convertido en sujeto de la política. No hay aspecto del mundo que no esté dominado por ese discurso.

La economía desde Adam Smith, David Ricardo y posteriormente con Marx es parte natural de la política. La Religión para nosotros es y siempre ha sido juegos de poder. El arte moderno es inseparable en casi todos sus aspectos de ella; del ajedrez de las reglas, búsqueda de poder  y formas de liberación. Inclusive el cuerpo se convierte en tensión; en búsqueda del dominio sobre los otros. El roce de los cuerpos se ve como un discurso racional. La misma abstención política es para nosotros parte de ese nuestro mundo.

Cuando la ideología surgida del siglo XVII deshabitó al mundo de los espíritus y fuerzas que lo mantenían, el universo humano se apoderó de ese espacio vacío. La tierra se convirtió en un territorio hueco, listo para llenarlo de sentido. Ese orden que se buscaba era precisamente el que nosotros le daríamos al dominarlo. Es verdad: la ciencia fue la protagonista de esa colonización porque, para los presupuestos de nuestra civilización, conocer es apenas el primer paso para dominar; extender el poder de los hombres, de las naciones y de las reglas de los líderes al universo todo. La ciencia también se convirtió en subsidiaria de la política en tanto ella es ante todo la búsqueda de poder y la dominación a través de las reglas. Por siglos los políticos se han escudado en las teorías científicas para crear nuevos instrumentos de control; para expresar sus certidumbres.

El trabajo, la economía, la religión como institución; parte de ese mundo público que en su momento fue el que marcó la creación de la moral y de los reglamentos. No es extraño, pues, que la política haya subordinado a todo el orbe, la existencia pública, a sus pies. Tampoco es extraño que en una época en que esta actividad permea al universo todo, las mismas pasiones humanas se conciban como actividades políticas.

Si en el pasado el cuerpo y las relaciones eróticas se tiñeron de religiosidad y el cuerpo fue espacio de la aparición de lo sagrado, de las potencias ocultas del mundo, con la desaparición de ese mundo, también esa visión fue eclipsada. La ciencia confirmó o al menos interpretó que el cuerpo humano al igual que el universo que antes se creía santo no es sino un instrumento. Un instrumento al servicio de otros instrumentos. Y de esa relación surgió también la nueva visión. El cuerpo como sinónimo de poder.

La pasión por la política es hoy universal; lo mismo los jóvenes que caminan por las calles en búsqueda de un espacio público que las mujeres que marchan juntas en pos de la reivindicación ante la ley de sus cuerpos. Lo mismo el muchacho que desde su computadora lanza consignas a favor de determinado político que ese mismo político abogando por causas en las que no cree, pero por las que cobra buen dinero. La pasión por la política es el motor del mundo actual. La búsqueda de un espacio de poder: de un pequeño mundo en el que ejercer dominio. Dominar y ser dominados; no salir del juego porque ese juego se ha convertido en nuestro mundo.

El mundo occidental moderno es en verdad la cúspide del desarrollo humano. O mejor dicho: de la parte del ser humano que busca seguridad en el dominio de lo desconocido. Es la cobardía ante lo imprevisible la que nos impele a buscar reglas y razones. Es este universo aquel donde las tendencias de rapiña del ser humano, temeroso de la propia libertad, atado a un orden que él mismo se ha creado, alcanzan su mayor desarrollo.

No nos engañemos. Todos los sistemas políticos de la modernidad tienden de una u otra forma a ese modelo de civilización. Tanto Marx como Ricardo creían que la técnica era la manera más segura de dominar a la naturaleza y que ello no es sólo deseable, sino que representa la salvación universal. Para todas las tendencias políticas el mundo es ante todo un instrumento que debe ser dominado para alcanzar, en un futuro, la felicidad. Un futuro siempre postergado y por el que, en el presente, debemos sacrificarnos y pactar con la búsqueda de poder.

El futuro es la victoria del hombre sobre la naturaleza. La dominación del destino.

Todos los modelos políticos occidentales viven anclados en esa idea: el dominio de la naturaleza y la construcción de una nación o de un mundo donde el hombre cuente con mayor poder sobre otros hombres; sobre todos los mundos posibles. Izquierda, derecha, centro; fascistas, comunistas… En todos el “desarrollo” es la palabra clave. La producción de mercancías es la clave de un desarrollo que existe… para el desarrollo mismo. El sentido de las palabras ha cambiado. Antes se pensaba que el desarrollo tenía una meta; que servía para algún propósito. El propósito del mundo moderno es paradójicamente el desarrollo mismo; el consumo cada vez más acelerado.

El único fin de la industria es producir más; no satisfacer necesidades sino crearlas.

El único propósito de la política es imponer el dominio de un grupo sobre el de otros; es la consecución del poder.

La política es una bofetada a la existencia individual en tanto crea reglas sistemáticas y absolutas. Nada más natural en un mundo donde tememos seguir lo desconocido; cuando tememos decidir es necesario crear a un líder que dicte las reglas que nos guíen. Dominar al mundo; dominar al cuerpo.

Olvidar lo que fueron las pasiones.



César A. Cajero Sánchez

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...