viernes, 17 de agosto de 2012


El santo, el loco, el bufón, el artista y el niño
II


Profesional de la locura, el bufón introduce en el mundo el espejo del pesimismo. Siembra pequeñas bombas capaces de dinamitar el orden normal.

File:Reynard-the-fox.jpgComo Siva en su baile, el bufón siembra el desorden para desequilibrar las certidumbres del mundo. Su universo es la duda constante y el constante equilibrio en la cuerda floja. Es verdad que la risa del bufón es al mismo tiempo una crítica moral, pero para ser un verdadero maestro debe ser capaz de reírse de su misma risa. Es entonces que el caos adquiere otro rostro. La máscara de la risa es la muerte y ese supremo sinsentido dice el bufón es la verdad de la vida y del mundo. La única verdad de la existencia es la risa del idiota porque sólo de esa risa es posible crear nuevos universos.

Como Siva en su baile, el bufón destruye al mundo anterior para permitir el germen de uno nuevo. Ni inferior ni superior al que le precede: diferente. La risa es, entonces, la semilla de donde habrá de formarse una nueva sabiduría. La crisis de los griegos; el Caos es una carcajada.

La risa es al mismo tiempo inocencia y crítica. Crítica porque empieza al descubrir el abismo y el sinsentido que aqueja a toda certeza; a toda convención. En el dogma ya está el absurdo que permite se dude y entonces la risa entra con sus martillos sonoros. La pedorreta, la mofa; nada destruye muros como la risa. El bufón busca y rebusca en los rincones de nuestro mundo el instante delirante; el vidrio roto del edificio de nuestro universo; la lepra en los muros de la cárcel en que estamos encerrados; la tela invisible en el traje del emperador que nadie se atreve a poner en duda. Además, lo dice. Su denuncia es la más eficaz de todas porque derriba toda la respetabilidad en la que se sustentan los cimientos de la sociedad y del orden.

Si los imperios se sustentan en la posesión de una verdad, ésa verdad lo es porque no sabe reír. Es una piedra sobre la cual construir; la risa le está vedada porque la risa dice que en este mundo nada vale tanto como la vida y que morir por algo que no sea ella es dar el precio más alto a lo inexistente. La muerte es la otra cara de la risa porque crítica a la vida misma y la descubre como la confusión entre lo alto y lo bajo, lo oscuro y lo brillante, lo estúpido y lo sabio; entre la vida y la muerte. La carcajada es una seriedad que no se toma en serio. Es el sabio que sabe jugar porque ha criticado al mismo vacío y lo ha enfrentado.
 
Al mismo tiempo el bufón, vestido de la negra melancolía, de la fúnebre apariencia del enterrador, es inocente. Sólo la voz del niño con sus vestidos blancos puede reír de lo que otros toman como inamovible.

Siva que baila mientras destruye mundos es al mismo tiempo el que levanta el polvo para que Brahma renueve al universo.

La confusión y el desorden son las palabras del bufón, la gran risa sagrada en el río; Dioniso confundiendo a las bacantes mientras las hace vivir en constante primavera a la orilla de los caminos. Sin embargo, de ese lúbrico desorden es del único lugar de donde puede nacer nuevamente la armonía. El universo vuelto a nacer de las cenizas que el fuego de la risa ha devastado es siempre el primero pues se ha liberado de los pesos que agotaban al anterior.

Si la crítica del bufón es capaz de derrumbar muros no es sino para que esos muros dejen ver los horizontes que nos impedían conocer.

Hay semejanzas entre el loco y el bufón. Ambos juegan con el mundo convencional; ambos han visto el abismo en el que se mecen nuestras certezas. Sin embargo el loco no ha podido regresar a este lado del espejo. La desesperación se ha apoderado de él e incapaz de reconstruir la puerta que lo llevó a esas dimensiones, se ha construido otra habitación que sólo él comprende. Su fragilidad es la de un mundo que se encierra en sí mismo y que se sabe sólo ilusión.

El bufón en cambio es un profesional de la histeria. Santo de cabeza, santo de un mundo donde la risa se ha convertido en palabra; trae a nuestro insípido universo un rostro en donde todas las verdades se han derrumbado. Ese es el regalo que el loco no puede dar y de hecho no concibe como tal. Esa es la locura sagrada que sólo el bufón entrega entre todos los que ven ese abismo. Una enfermedad, es verdad, pero una enfermedad que otorga la salud, pues sólo después de haber aceptado nuestra fragilidad es como podemos olvidar la sangre.

Se dice que el bufón está en contra de la sociedad porque se burla de ella; que su actividad es simple destrucción sin motivo. Pues bien, el motivo de la destrucción es la destrucción misma así como el motivo de la creación descansa en ella. Cualquier universo tan frágil como para ser incapaz de reírse de sí mismo no está sino condenado a la aniquilación más triste. Si no comprende la risa tampoco comprenderá jamás las lágrimas ni la inocencia ni el deseo.

Risa es deseo; risa es uno de los lenguajes del cuerpo.

Los brujos y sabios de muchos pueblos nativos de américa se convierten en bufones; sólo mediante el juego de palabras, de la burla del mundo conocido es posible hacer que hable el espíritu. Asimismo, las sentencias budistas o hinduistas se expresan con un lenguaje cómico. Diversos santos incluso dentro de la tradición cristiana hicieron de la risa un ejemplo de otro mundo.

¿Qué fue Diógenes sino un gran bufón que se cagaba en el mundo para despertarlo?

Al mismo tiempo que el bufón es el enterrador y el monstruo que disuelve los mundos, que arroja sus deshechos sobre todo lo respetado porque sabe que nada existe, es también el niño que juega. Porque sólo de los niños puede nacer ese otro mundo y lo primero que debe nacer es la inocencia y la risa.

La risa del payaso, la crisis que ésta provoca en el mundo, a diferencia del desequilibrio que causa la razón y la filosofía no busca establecer una verdad. Toda verdad para el bufón es risible. Todo mundo es motivo de juego y tan pronto inventa unas reglas, las deshace para crearse otras nuevas. Un verdadero bufón no es aquel que carece de reglas, sino el que a imagen del niño, crea un universo para luego cambiar a otro. Es la esencia del juego: la inocencia de quien destruye para luego crear. Pluralidad es el nombre de Caos. Su nombre es Legión.

La risa asusta a los moralistas porque disuelve sus certezas. Pone en evidencia sus errores; la verdad en occidente es una y la risa es siempre única. Su nombre es legión porque hay miles de hombres dentro del bufón y el niño. Hombre, mujer, tigre, pez, árbol y río. A todos encarna y sufre. A todos goza.
 
Su risa le permite el salto entre una realidad y otra. En verdad dentro del bufón están en germen los científicos, los moralistas y los filósofos. También ellos ponen en crisis al universo conocido. También ellos tienen hambre de más. Pero mientras la locura del payaso es rigurosa, la de sus hijos está ya mutilada. Quieren disolver las verdades para imponer otra. Una ciencia de la alegría, una filosofía del instante; una moralidad de la disolución sería lo que encontraríamos en el mundo de Pan. Y en el centro, la risa. Dios de todo: destrucción y regreso; rostro de mil maneras; la risa y el llanto.

El gran Pan ha muerto. Viva el gran Pan.


César Alain Cajero Sánchez

jueves, 16 de agosto de 2012


El amigo ido
                          
 
Me escribe Napoleón:
“El Colegio es muy grande,
nos levantamos muy temprano,
hablamos únicamente inglés,
te mando un retrato del edificio…”

Ya no robaremos juntos dulces
de las alacenas, ni escaparemos
hacia el río para ahogarnos a medias
y pescar sandías sangrientas.

Ya voy a presentar sexto año;
después, según todas las probabilidades,
aprenderé todo lo que se deba,
seré médico,
tendré ambiciones, barba, pantalón largo…

Pero si tengo un hijo
haré que nadie nunca le enseñe nada.
Quiero que sea tan perezoso y feliz
como a mí no me dejaron mis padres
ni a mis padres mis abuelos
ni a mis abuelos Dios. 



Salvador Novo

Metes esto y esto y esto en una licuadora y listo


Desde antes de que Dizzy Gillespie descubriera la música cubana, ya había coqueteos entre los músicos de las islas (Cuba, Puerto Rico, República dominicana) y los de la costa este de Estados unidos. El swing ya tiene algunas melodías que coquetean o de plano adaptan ritmos afrocaribeños (que por esos lugares llaman latinous).



Cuando a la escena llega Machito y con él nace el latin jazz es el momento en que el bop se encuentra en su momento más fuerte. Junto a Dizzy, Machito toca algunas de las piezas seminales de esta música. El éxito llega enseguida porque a diferencia del bop, los ritmos de las islas del encanto son impensables sin el baile. Del bop toman la libertad musical, el gusto por los solos y las florituras extremas. Sin embargo esto siempre debe de ir subordinado al ritmo.

Ya a principios de los sesenta de la unión del latin jazz con el soul y con un ritmo aún más acelerado nace el boogaloo. Un ritmo intenso y agresivo, con letras que casi siempre carecen de una historia. Fraseo puro o repetición de palabras. El bogaloo. Gatos del swing y del bop.

A pesar de su sabor, el boogaloo no ha superado la prueba del tiempo. Sus originales son inconseguibles y aunque algunos de sus ensambles son populares, casi todos piensan que se trata de otro ritmo: aquel que nació con la Fania records, la salsa.



La salsa a diferencia de casi todos los otros ritmos, tuvo una fecha de nacimiento y un lugar. Es tanto una palabra para la comercialización de algo que siempre estuvo ahí como el inicio de algo nuevo.

Es probable que en la historia de la música no haya un término que provoque tanta controversia. Tito Puente ridiculiza a la salsa diciendo que se trata sólo de son y plena disfrazados con otro nombre. Otros aseguran que no sólo es diferente a estos dos ritmos (de los que nace, no hay duda), sino que tampoco es igual al latin jazz o al boogaloo. Yo opino que Tito Puente es un mamón.

No hay que remontarse mucho en el tiempo para hablar de esta música.

O al contrario, si queremos echarle de la misma a nuestros tacos, deberíamos regresar cientos de años en el tiempo. Al momento en que negros esclavos llegaron a América. A ese arribo debemos ritmos tan populares como el blues, el jazz, el soul, el funk o el rock (de los negros norteamericanos); la samba y el bossa nova (Brasil), la cumbia (Colombia, Ecuador) junto al son, la plena, la charanga, el danzón, el merengue, el mambo y el bolero (el Caribe).

Al menos yo (ignorante) no sé cómo se explica que la música de tan distintos lugares sea entre sí tan distinta. Obviamente los negros llegaban de diferentes regiones y tradiciones. Por eso no me explico que a pesar de eso hayan logrado cohesionar sus ritmos en resultados tan distintos y al mismo tiempo que trascienden regiones (la música caribeña a pesar de todas sus diferencias es reconocible; en el jazz hay evidentes raíces del blues; en el bossa nova, de la samba).

Lo cierto es que las influencias más antiguas de la salsa hay que buscarlas en Puerto Rico y en Cuba. La Plena y la Bomba puertorriqueñas, con su ritmo explosivo y su tradición de improvisación de la letra. La leyenda de Virgilio Piñeiro y su son “Échale salsita” que algunos consideran como el antecedente más claro de este ritmo son ejemplos de su ascendencia cubana. No hay que ir muy lejos: el son, con su ritmo lento pero sensual es inevitable en las salsas más lentas, al igual que el bolero, del que en la Fania se grabaron increíbles canciones.



Sin embargo si algo tiene la salsa es que absorbió desde su nacimiento todos los ritmos posibles. Aunque no hay una verdadera idea de dónde salió la palabra, es posible que se deba a la mezcla de elementos distintos para hacer algo nuevo. Obviamente fue un nombre hecho para la comercialización, pero pocos términos tan exactos en ese sentido. La salsa es una combinación de sabores, países, instrumentos.

Obviamente sus antecedentes más directos son el boogaloo y el latin jazz, los cuales ya habían fusionado la música norteamericana (obviamente el jazz sobre todo, tan dado al swing, al baile y a los poliritmos como la misma música afrocaribeña). Sin embargo, nadie podría pensar, ni siquiera ellos mismos que de esa pequeña disquera concebida como una pequeña mafia al estilo de Motown iba a surgir un género tan popular.

Jerry Masucci y Johnny Pacheco crearon este sello allá por 1964, y aparte de que Masucci se convirtió (con todo y las mañas) en una especie de Berry Gordy jr. de la música afrocaribeña, con todo y esas mañas que distinguió a tan distinguido sujeto. Fania fue pensado no como una puerta de salida comunitario y buena onda; para nada. Fue un negocio mafioso y así sigue siendo. Pero ay de quién no sepa reconocer que Masucci y su familia sabían bien dónde buscarle.

Las primeras grabaciones de la Fania, en esos lejanos y revueltos sesenta ya tenían claro al público al que se dirigían. Era una música dura, agresiva, pero bailable. Igual que los negros escuchaban al soul de Motown mientras militaban en las Black panthers y se escondían de la violencia racial en sus barrios, las comunidades de habla hispana (en este caso, de Nueva York) buscaron unirse a través de una música. La salsa fue el punto en el que todas convergieron. La mezcla de culturas y de ritmos. Pero eso sí, en los discos de la Fania, a pesar de la obvia visión mercantilista de Masucci o quizá por ella misma, se dio rienda suelta a todos los músicos. Con eso se tocaron temas duros para la época (y para la nuestra), además de una libertad musical en verdad sorprendente. Arreglos jazzisticos, improvisaciones en el jala-jala, solos explosivos. La salsa lo incorporó todo: al jazz, al rock, el son, la rumba, el mambo, el boogaloo, la plena, la bomba. Todo esto se escucha desde los primeros discos del buen Johnny Pacheco.



Sin embargo, la explosión de Fania Records llegó cuando dos talentos se encontraron gracias al mafioso Masucci. Un trombonista neoyorquino tildado de maleta, mafioso y vago ya había lanzado un bárbaro album debut. Nunca se había escuchado un trombón semejante. Colón maneja ese instrumento a su antojo y con él improvisa y ataca como el trompetista más salvaje del bop.

Al mismo tiempo, un chavo desafortunado y sin suerte llega de Puerto Rico a Nueva York. Pronto se da  a conocer por su peculiar estilo al cantar. Héctor Lavoe (Héctor Juan Pérez) no era precisamente un maestro en el fraseo, sino que contagiaba una energía bárbara. Jugaba con las palabras y con los tiempos. Su voz no era precisamente dotada, pero todo lo compensaba con un ingenio y una alegría pocas veces visto. No por nada empezaron a llamarlo El Cantante de los cantantes.

De la unión de tales talentos en un sólo disco surgiría una de las grabaciones más poderosas de la salsa. 1968 fue el año del lanzamiento de The Hustler (El Malo en inglés, el título en español es del primer disco de Colón)) Hay en ella títulos instrumentales de poder inusitado (The Hustler); sabrosos sones (Qué Lío). Por ese disco se percibe ya todo lo que un dueto como el de estos dos podía dar.




Mientras esto sucedía, ya Masucci incorporaba nuevos elementos a Fania records. Johnny Pacheco con gran visión concibió la reunión de todos estos músicos para crear un ensamble. La Fania All stars. Al mismo tiempo, Masucci conectaba a músicos más viejos que tarde que temprano fueron, algunos a su pesar, conocidos como padrinos de la salsa. Tito Puente, Celia Cruz, el genial Mongo Santamaría. Todos pasaron en un momento u otro por las filas de la Fania.



La cantidad de músicos que pasó por Fania records es difícil de enumerar simplemente. Ray Barreto, Richie Ray, Bobby Cruz, Ismael Rivera, Rubén Blades, Cheo Feliciano. Inclusive los grupos de lo que posteriormente se llamaría salsa cubana como los Van Van tuvieron coqueteos con la Fania. Me parece imposible imaginar la música del siglo XX sin la presencia de las improvisaciones de este ritmo, fusión de ritmos. Vease por ejemplo, a Richie Ray y Bobby Cruz en tremendo tour de force que pasa por melodías casi académicas para de ahí llegar al mambo, visitar el son e integrarlo todo en una sóla canción.


Algunos años después de la lamentable separación del duo Colón-Lavoe (quienes de todas maneras siguieron sacando albums de puro sabor, si no, cómo olvidar los tambores africanos de "Ghana E" o la conmiseración juguetona de Comedia), un panameño apareció para grabar una canción en honor de el Héctor: "El Cantante".

Mienten los que dicen que con Rubén Bladés aparecieron los temas sociales y que "intelectualizò" (palabra pedorra) la salsa. Nel: Colón, Machito y hasta la Celia ya habían hecho canciones poco aptas para amantes de lo establecido. Lo cierto, empero, es que Blades metió más libertad y con él estos temas fueron puestos en canciones verdaderamente populares. Aunque la música de éste compositor no suele abundar en las florituras de otros músicos ni su manera de cantar es tan contagiosa como la de Lavoe, supo reunirse de grandes músicos. Su disco con Willie Colòn, Siembra, es tan bueno como The Hustler. Aquí una muestra del sabor y la pachanga que se armaban en esos discos.


Sin embargo no hay que confundirse, al cabo de los años, la salsa escapó a Fania Records. Pronto hubo una salsa cubana (que nació de padres similares, pero sin relación alguna) con los mencionados Van Van de Juan Formell. También una salsa colombiana, de donde sale ni más ni menos que el grupo Niche y el maestrazo Joe Arroyo. El ritmo siempre en continua mezla se encuentra con la cumbia, el vallenato, los boleros, la música africana. Juguetea con el funk, la música de mariachi y la samba brasileña. Pecado es olvidar a la Sonorísima Ponceña.


Eso fue la salsa durante los setenta. En los ochenta, la hegemonia de Fania y de toda la salsa original declinaria para dar paso a... No se pierda el siguiente capítulo sólo apto para corazones románticos (más bien medio cursis) y con ritmos ya domadones.


Titania en la pista del Chamberi


Epitafio encontrado en el cementerio
Monte Parnaso de San Blas, S.B.



Escribió un drama: dijeron que se creía Shakespeare;
Escribió una novela: dijeron que se creía Proust;
Escribió un cuento: dijeron que se creía Chejov;
Escribió una carta: dijeron que se creía Lord Chesterfield;
Escribió un diario: dijeron que se creía Pavese;
Escribió una despedida: dijeron que se creía Cervantes;
Dejo de escribir: dijeron que se creía Rimbaud;
Escribió un epitafio: dijeron que se creía difunto.




Augusto Monterroso

domingo, 5 de agosto de 2012


El santo, el loco, el bufón, 
el artista y el niño


“El mundo es la farsa que todos debemos representar”, escribió un joven francés hace más de un siglo. Los hombres nos movemos por ese universo de sombras, errores y pálidas certidumbres. Para existir ante los hombres  debemos vestirnos de sus palabras, de sus comportamientos, de sus anemias. Vivir en la sociedad, que es vivir como hombre, es aceptar unas leyes que nunca entenderemos pero que aceptamos como reales.

La actitud que llamamos “normal” es aquella que jamás se atreverá a criticar o poner en duda las convenciones del mundo en el que crece. Salir de lo que dice la sociedad es atacarla: una concepción del mundo que convierte en ley y en norma todas sus certidumbres es la que ha dado origen al triste ser humano.
 
Aristóteles definió al hombre como el animal político. Una definición justa: un hombre en soledad debe es un fenómeno fuera de este mundo: un caso. Exigimos al destino escapar del aislamiento: queremos ser parte de una comunidad, de un grupo. Queremos normas, leyes: ser aceptados.

Todo aquel que escapa de nuestras instituciones y normas debe ser un monstruo, un criminal; un enfermo peligroso. Escapar de lo humano es divino o infernal.  Aquel que sobrevive a la soledad debe ser venerado o quemado. O ambas cosas. Ya no es uno de nosotros.

Se replicará quizá que en la sociedad moderna el rebelde no sólo escapa de la moral cotidiana y de sus costumbres, sino que es parte integral de la sociedad. Esa verdad sólo lo es a medias. La rebeldía que ha enarbolado la juventud, teatro de disidencias domesticadas, a su vez también es parte de la sociedad que pretende atacar. A mitad del siglo XX la imagen que en su día encarnaron Rimbaud o Hölderlin se integró perfectamente al mundo. Una sociedad que ya no se interesaba en la moral tradicional sino en una nueva regla (la del dinero) encontró en ese momento una nueva forma de evangelizar a quien la negaba. Qué importan los gritos destemplados en contra de una institución que ya no es operante si mediante ese juego dejan pingües beneficios a la nueva institución que ha ocupado su lugar: el mercado.

Pero la rebeldía (al menos de ese tipo) no solo se convirtió en un negocio: al final creó también una pequeña sociedad reflejo de la ideología moderna. También ahí encontramos reglas, normas, morales férreas; códigos de vestir, de hablar y comportarse. Estereotipos. También ahí la necesidad de ser aceptado por los otros; ser encarcelado por las cadenas. Sólo se es si se es en compañía de alguien; si se vive bajo las reglas de los otros.

Construimos nuestro universo a través de las palabras; del lenguaje. A través de él ordenamos todas las sensaciones que nos asaltan. Hablar es ya darle un orden al universo pues describimos, enumeramos, diferenciamos. Hablar es crear una simetría humana.

Hay tantas maneras de ver al universo como hombres hay en el mundo. Pero la manera en que vinculamos esas soledades es mediante el lenguaje hablado. Éste nos abre las puertas del mundo y la de otros hombres. Podemos asomarnos a esos pensamientos, a ese misterio que vemos y deseamos. Pero esas mismas palabras condicionan lo que podemos decir; son un camino y una cárcel. O mejor dicho: un camino amurallado. Que nos permite encontrarnos, pero que nos ciega ante lo que no podamos ordenar desde sus pasos.
 
La civilización nace con el lenguaje pues éste le da una manera de dar sustento a sus categorías y a sus leyes: lo que conocemos (y hablar en cierta manera es conocer: dar nombres a las cosas del mundo fue la ley de Dios a Adán) es lo que podemos controlar. No se puede legislar sobre lo que no tiene existencia: con lo que no puede decirse. Cuando una institución se apropia del lenguaje y se edifica sobre una sociedad es cuando las normas se convierten en leyes.

Hoy día llamamos a quien ha escapado de nuestras palabras y de nuestras reglas criminal. Y equiparar al crimen con la locura es común. Grave equivocación: el criminal no ha roto con nuestras reglas, sino que ha intentado burlarlas. El crimen sólo puede cometerse cuando las leyes existen y para ello hay que conocerlas. El loco, en cambio, no vive dentro de nuestra sociedad pues el mundo que ella ha construido no le ofrece lo que busca. El criminal rompe con la sociedad momentáneamente pero pretende seguir viviendo en ella. Su crimen es en busca de un motivo que encaja perfectamente dentro del sistema de valores de la institución. Los ladrones roban por dinero; el criminal por deseo o satisfacción. A lo más ellos marcan los dados cuando otros confían en los mecanismos del juego.

El loco no transige con nuestras reglas. Ni siquiera acepta jugar con nosotros. Es la ruptura total del orden.

Actualmente tratamos al loco como un enfermo mientras al criminal se le castiga. Una actitud que no carece de interés: el criminal al romper las leyes que conoce y había aceptado debe tener un castigo. El loco no conoce las reglas. Su “cura” es el exilio; su cura es convertirlo en uno más de nosotros. Claro que entre los muros de la cárcel y los muros del manicomio no hay más diferencia que la que unas cuantas letras pintadas en la entrada les otorgan.

El mundo del loco no carece de reglas ni de orden. En ese sentido es tan cuerdo como cualquiera de los que, débiles de pasiones, aceptamos al mundo establecido. Nuestro mundo, por lo demás es asimismo tan arbitrario como el suyo. Sólo que al compartirlo y al socializarlo lo convertimos en ley. La ley no es más que una arbitrariedad a la que el número le da apariencia de rigor. En cambio el orden que la mente del loco (el término “enfermo mental” me enferma) es únicamente de él. No podría vivir sin él porque de otra manera se habría convertido en un animal o un santo. Ha ordenado al universo, de forma quizá frágil, quizá rígida, pero está solo en ese mundo. Aunque quisiese (y no es seguro que lo quiera) comunicarse con nosotros, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo explicar a quien no comparte nuestra forma de vivir las palabras?, ¿y aquello que está más allá de ellas?

¿Qué provoca la locura? Habría que distinguir a dos tipos de alienados (palabra muy gráfica: aislados, alienados, extraños): los que han nacido de esa manera y los que han llegado a serlo. Los que han nacido así simple y sencillamente no tienen la capacidad de entender un sistema de reglas convencional. A veces más cerca del animal o del santo, su lenguaje no es el nuestro. No son capaces de categorizar las emociones de la manera en que nosotros lo hacemos, de la manera en que nadie lo hace. Lo que nos aterra en ellos no es su felicidad o infelicidad (que no conocemos; que nunca conoceremos), sino su soledad. Son el reflejo de lo que más tememos.

Los científicos explican esa falta por desequilibrios en el sistema cerebral, el cual es incapaz de ordenar los impulsos nerviosos de la manera en que las personas lo hacen normalmente. Dicen descubrir una anormalidad biológica como fondo del hecho. No es improbable, aunque a mi modo de ver, sólo visten de palabrería lo ya comprobado: que algunas personas por nacimiento no ordenan al mundo de la manera en como nosotros lo hacemos o simplemente son incapaces de hallar orden alguno. El universo es entonces para ellos un continuo fluir de emociones y estímulos a los que reaccionan en el momento. ¿Saben algo? No podemos saberlo porque detrás de ellos sólo el silencio y sus enigmas. Pueden conocer el secreto del universo o vivir en un mundo de naderías, pero siempre estaremos un paso, un siglo, un océano, lejos de ellos.

Leyendo las causas de la locura podemos aventurar algunas ideas. Una de las razones por las que un individuo puede perder la razón es cuando recibe un choque emocional muy fuerte; cuando las circunstancias de su vida parecen desordenarse. Es entonces cuando, incapaces de unir las piezas de nuevo, recreamos una visión distinta de lo real: una que pueda contener lo que se ha descubierto. La desesperación, la muerte, la alegría; la pasión son puertas a la locura. Son espacios en donde la lógica del mundo parece escaparse. Ante la muerte las respuestas que el universo convencional nos da desaparecen. Nada puede hacernos racional la pérdida de un ser querido; asimismo, las pasiones desmedidas no encuentran ley sino en su propio agotamiento. El gemido desesperado no precisa explicación y no puede entrar en un orden que tome a la razón como su medida.

Ante la muerte; la desesperación o cualquier evento o emoción que rete los límites del mundo establecido, el hombre siente tambalearse al suelo bajo sus pies. La mayoría de nosotros, anémicos de lo eterno, podemos regresar de esos abismos. La noche oscura del alma es atemperada por nuestro apego a la vulgaridad y somos incapaces de verlo de frente por el miedo.

La locura no es entonces sino resultado de ese reto al orden establecido. Una vez que se mira ese abismo algunos no pueden regresar como si nada hubiese sucedido. La muerte exige ampliar al universo conocido; el orden convencional no contempla esas profundidades del dolor o del deseo. Por tanto es necesario crear un nuevo mundo y con él un nuevo lenguaje. Pero esos otros órdenes no pueden explicarse porque hace falta que nosotros conozcamos esas emociones para poder entender su lengua. Ellos ya no son nosotros.

Muestra de la fragilidad de nuestros principios, los locos nos aterran porque se han atrevido a ir más lejos que nosotros. Se han atrevido a no ser como el universo. Al mismo tiempo son un espejo de lo que es nuestro orden. Locura y orden no son sino dos lados del espejo. Uno es compartido por los hombres; el otro brilla con fiebre, pero siempre se mantendrá aislado. La marca de la soledad en su frente. Y la repugnancia.

Tememos al criminal, pero los locos nos aterran; despreciamos al criminal, pero sigue siendo uno de nosotros. La locura nos repugna y nos atrae.

Ellos han visto lo que nosotros tememos mirar; no han regresado de esa mirada. Pero nosotros apenas la hemos entrevisto, hemos cerrado los ojos.

Saber que todas nuestras palabras, nuestra sociedad, nuestro orgullo no significan nada. Ellos miran al abismo y saben que lo hacen; nosotros fingimos que no existe.



César Alain Cajero Sánchez

miércoles, 1 de agosto de 2012

Los locos años del bop


En vista del esperado fracaso del post anterior en donde abandono al rock para hablar de cosas más viejas y chidas (las viejas chidas y las chidas viejas somos cosas distintas), le sigo. Culeros.

Pues corrían los años cercanos a la mitad del siglo (XX; muchachos que ya se sienten fuera de la órbita cuando no hacen sino reciclar) cuando un grupo de tipos medio locos, probablemente por tanta yerba metida en los pulmones, empezá  a hacer un tipo de jazz menos bailable. Indudablemente la tradición de los jams ya había creado un ritmo semejante a lo que se dio en llamar bop en las décadas siguientes. El mismo canto scat (que es como se le llama al fraseo sin sentido; pura sílaba que hasta Tristan tzara envidiaría; para muestra vean el anterior post con "Ain't misbeheavin'" de Pops) puede ser visto como un acercamiento peligrosamente sabroso al bop.

De hecho aunque nadie sabe de dónde demonios viene la palabrita, la mayoría aprueba la teoría de que viene de un fraseo scat (hasta hay quien dice que viene del intento de emular un grito mexicano muy usado por Speedy González; así como cosa del Odelay! de Beck). Pues sea como sea, se dice que las primeras canciones de bop, ese jazz con los músicos en ataque de tos (como le dijo Satchmo) fue "Body & soul" del hermanito Coleman Hawkins.


Para ese momento el tipo de jazz más común era ni más ni menos que el sabroso, bailable y muy popular swing, que lo mismo iba a lo duro y pesadón que a las baladas del maestro Sinatra. El jazz se había vuelto cosa sana y decente. Esa dama que había empezado bebiendo whisky y gin en los puteros de Nueva Orleans ya se codeaba con la alta sociedad y para quitarle lo fufurufa varios chicos le dieron una cachetada y la retacharon a los orígenes. Unos orígenes más pesados, sucios y desquiciados. Un poco el bop fue para el jazz lo que el punk para el rock; sin incluir los pelos parados, claro (pero sí el Zoot suit y las frases chicanas "Qué pssssó ése").

Ni tardas ni perezosas surgieron en el firmamento del bop sus ídolos y sus mártires.

El hombre pájaro (pero no el de la prisión de Alcatraz), Charlie Parker, con todo y su saxofón gimiente. Esos ritmos cortados y sucios, con cambios aquí y allá; esa bestia santa a la que amaban Cortàzar y Kerouac. Ese que hacía que el saxofón gritase como vieja loca. El Johnny de El perseguidor, buscando la Meca-neta de este planeta de manera puramente visceral. Sin pensar ni hablar, pura fuerza sexual en sus labios violentos. Charlie Parker, muerto por las drogas y la velocidad.


Sin embargo y a pesar de Cortázar, a mí el que me late más es el Dizzy. Ese mono de los grandes cachetes que pasó del bop al jazz latino (en una ocasión fue a tocar a Cuba y mientras caminaba escuchó el sabor del son) y de ahí al free. Gillespie es al mismo tiempo más amplio que Charlie y menos pasional. Lo suyo es la risa. Un loco meticuloso si se puede decir eso. Mientras el Bird invade casi siempre la melodía con su fuerza, Dizzy va midiendo, deja jugar al bajo y de repente estalla cual metralla en la Primera Guerra mundial. Un monstruo en acción que deja a Godzilla como pendejo. Mi cachetes Dizzy homenajeado hasta por los Picapiedra en un memorable capítulo.


Por otro lado el Monje Thelonious Monk y su piano. Las notas enloquecidas de un piano que como rayo de Zeus nunca se sabe dónde caerán. Un verdadero artista que sabía cuándo ceder su lugar a otros instrumentos y cuando usar su destreza para guiar a sus músicos. También, claro, cuándo y dónde entrar con ese piano de un lugar a otro de la pieza, como un hombre tropezándose en la oscuridad. Con esos pasos y esos pasitos del ebrio a mitad de la noche. Por cierto que nunca se había escuchado algo así en la música popular occidental: músicos que alteraban a la armonía haciéndola irreconocible y que, sin embargo, siguiese funcionando. Ni siquiera el rock intentó nada tan radical. Sólo algunos músicos de salsa y boogaloo hicieron (por su contacto con el jazz) algo semejante.


Por otro lado, el buen Charlie Mingus, quien me entusiasma menos, pero que me emociona por la manera en que sintetiza en sus mejores momentos la ambición total de las grandes bandas y el ritmo enloquecido del bop. Vean y juzguen. ustedes decidirán.


Bien pues que el bop dio de todo e influyó en todos. Keroauc, Ginsberg, Cassady y demás, enamorados de ese jazz duro y salvaje querían escribir como un jam session; improvisación pura que los emparentó a los lejanos surrealistas. También, inmaculadamente drogados (dice por ahí Morrison), buscaban la santidad a través del desorden de los sentidos. Fue jazz lo que escuchaban los personajes de On the road, jóvenes, no heavy mierda.

Bueno, pero terminemos con una sonrisa en los rostros y sin regaños de abuelita. Mejor hagamos saber que de verdad somos abuelitas con este recuerdo que por ahí me trajeron. De verdad que con ese Lobo feroz y su ritmazo sí me pongo mi caperucita roja.


Hasta la otra, esos.

La heroína para sus venas: Titania.





Visits to St. Elizabeths
Visitas a San Elizabeth


This is the house of Bedlam.

This is the man
that lies in the house of Bedlam.

This is the time
of the tragic man
that lies in the house of Bedlam.

This is a wristwatch
telling the time
of the talkative man
that lies in the house of Bedlam.

This is a sailor
wearing the watch
that tells the time
of the honored man
that lies in the house of Bedlam.

This is the roadstead all of board
reached by the sailor
wearing the watch
that tells the time
of the old, brave man
that lies in the house of Bedlam.

These are the years and the walls of the ward,
the winds and clouds of the sea of board
sailed by the sailor
wearing the watch
that tells the time
of the cranky man
that lies in the house of Bedlam.

This is a Jew in a newspaper hat
that dances weeping down the ward
over the creaking sea of board
beyond the sailor
winding his watch
that tells the time
of the cruel man
that lies in the house of Bedlam.

This is a world of books gone flat.
This is a Jew in a newspaper hat
that dances weeping down the ward
over the creaking sea of board
of the batty sailor
that winds his watch
that tells the time
of the busy man
that lies in the house of Bedlam.

This is a boy that pats the floor
to see if the world is there, is flat,
for the widowed Jew in the newspaper hat
that dances weeping down the ward
waltzing the length of a weaving board
by the silent sailor
that hears his watch
that ticks the time
of the tedious man
that lies in the house of Bedlam.

These are the years and the walls and the door
that shut on a boy that pats the floor
to feel if the world is there and flat.
This is a Jew in a newspaper hat
that dances joyfully down the ward
into the parting seas of board
past the staring sailor
that shakes his watch
that tells the time
of the poet, the man
that lies in the house of Bedlam.

This is the soldier home from the war.
These are the years and the walls and the door
that shut on a boy that pats the floor
to see if the world is round or flat.
This is a Jew in a newspaper hat
that dances carefully down the ward,
walking the plank of a coffin board
with the crazy sailor
that shows his watch
that tells the time
of the wretched man
that lies in the house of Bedlam.






Ésta es la casa de los locos. 

Éste es el hombre 
que está en la casa de los locos. 

Éste es el tiempo 
del hombre trágico 
que está en la casa de los locos. 

Éste es el reloj-pulsera 
que da la hora 
del hombre locuaz 
que está en la casa de los locos. 

Éste es el marinero 
que usa el reloj 
que da la hora 
del hombre tan celebrado 
que está en la casa de los locos. 

Éste es la rada hecha de tablas 
adonde llega el marinero 
que usa el reloj 
que da la hora 
del viejo valeroso 
que está en la casa de los locos. 

Éstos son los años y los muros del dormitorio, 
el viento y las nubes del mar de tablas 
navegado por el marinero 
que usa el reloj 
que da la hora 
del maniaco 
que está en la casa de los locos. 

Éste es un judio con un gorro de papel periódico 
que baila llorando por el dormitorio 
sobre el mar de tablas rechinantes 
más allá del marinero 
que da cuerda al reloj 
que da la hora 
del hombre cruel 
que está en la casa de los locos. 

Éste es un universo de libros desinflados. 
Éste un judío con un gorro de papel periódico 
que baila llorando por el dormitorio 
sobre el rechinante mar de tablas 
del marinero ido 
que da cuerda al reloj 
que da la hora 
del hombre atareado 
que está en la casa de los locos. 

Éstos son los años y los muros y la puerta 
que se cierra sobre un muchaho que golpetea el piso 
para saber si el mundo está allí y si es plano. 
Éste es un judío con un gorro de papel periódico 
que baila alegremente por el dormitorio 
en los mares de tablas que se van 
más allá del marinero de los ojos en blanco 
que sacude el reloj 
que da la hora 
del poeta, el hombre 
que está en la casa de los locos. 

Éste es el soldado que vuelve de la guerra. 
Éstos son los años y los muros y la puerta 
que se cierra sobre un muchacho que golpetea el piso 
para saber si el mundo es plano o redondo. 
Éste es un judío con un gorro de papel periódico 
que baila con cuidado por el dormitorio 
caminando sobre la tabla de un ataúd 
con el marinero chiflado 
que muestra el reloj 
que da la hora 
del desdichado 
que está en la casa de los locos.


Elizabeth Bishop
Traducción de Octavio Paz

Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...