martes, 8 de mayo de 2012


Los nombres de las cosas

 

A los 10 años iba en cuarto de primaria.

Imagen relacionadaUn día de tantos me encontraba en el salón. Un grupo de jóvenes entusiastas —me encanta la palabra—  entró en tropel al salón de clases. Armados de diagramas, una varita de esas que se parecen a los directores de concierto y de mucho ánimo, nos instruyeron en los “nombres verdaderos” de las partes del cuerpo a los que antaño se les decía “nobles”.

De ese día en adelante tuvimos una clase semanal con este grupo de muchachos cuya sonrisa eterna por alguna razón me ponía nervioso (todos los promotores me recuerdan a cocainómanos o a pederastas).  De esa experiencia saqué la conclusión de que la mejor manera de lograr que a un muchacho quede vacunado contra el interés en aspectos sexuales es dándole clases de Educación sexual.

En realidad no sé porqué les llamen de esa manera. Más bien son como clases de anatomía, algo de higiene (eso supongo es bueno, pero sigue siendo nada erótico) y mucho, mucho aburrimiento. En fin, peor son los libros de terapeutas que aseguran tener la llave del "exito erótico" y que te dan instrucciones con todo y dibujitos.

Saber que en el cuerpo hay algo que les ha dado por llamar “escroto” realmente dudo que libere el libido de nadie y más bien es una muestra de lo pésimos que son los investigadores en poner nombres. Tampoco creo que ayude demasiado el que les describan el acto sexual (otra expresión desagradable) como un proceso semejante a ajustar un perno de automóvil.  La pieza A va en tal posición, la pieza B, en tal otra y al final los espermatozoides se integran con el óvulo y eso es la procreación.

El otro día vi en la televisión a una señora muy optimista que urgía a los educadores y padres a enseñarles a sus hijos los nombres “verdaderos” de las partes íntimas de su cuerpo.

Dejando de lado que me cuesta entender el uso de la expresión “partes nobles” (sí son suavecitas en su mayoría, pero distan de tener título nobiliario) y también el de “zonas íntimas” (éste uso me parece más concreto; en efecto, dudo ver o querer ver algunos lugares de la mayor parte de las personas), debo anotar que es muy simpática esa idea que nos asegura que saber los nombres que algunos viejitos le pusieron a determinadas partes del cuerpo nos hará más responsables, inteligentes, sensibles y avanzados. O, peor, que hará que disfrutemos más nuestros cuerpos.

Aunque no coincido con aquellos persignados que aseguran que hay que callar sobre estos temas y mantener en secreto absolutamente todo al respecto, tampoco lo hago con quienes piensan que por saber que existe una cosa en el cuerpo de las mujeres con el horrible nombre de “trompas de Falopio” son más avanzados que los demás. En realidad mis preguntas no van hacia territorios morales (soy inmoral, ni modo).
Resultado de imagen para anatomía coitoMi primera pregunta es por qué los señores científicos, investigadores o lo que fuesen no pudieron encontrar nombres más horribles para esas partes del cuerpo. Ya es suficiente con tener partes llamadas “bazo”, “píloro” y “traquea” para que además haya que lidiar con el “epidídimo”, la “próstata”, la “vulva”, las “glándulas de bartolino” y el “glande”. De todos los bautizos no me puedo imaginar unos más insensatos. Bueno, las enfermedades venéreas (excepción hecha de la sífilis) y las figuras retóricas tienen nombres tanto o más horribles.

Me pregunto si en una manía higiénica y moral las nobles almas de aquellos investigadores, apoyados por la horda de señoras y señores optimistas y combativos, no habrán engendrado esos nombres para que siquiera pensar en las realidades que tales encubren sea una tarea poco atractiva y así por los siglos de los siglos amén.  No me explico de otra manera que aquellas carnosidades que hacen las delicias de los seres humanos se llamen “labios menores y mayores”. No me imagino un momento de pasión que inicie con “me encanta tu glande que grande es”.

En general todas las partes deleitables del ser humano  (que bien pensado son todas) tienen nombres bastante curiosos. Ahora,  mientras pienso en el cuerpo de una mujer —magnífica la lujuría, diría Rimbaud— advierto que mientras “muslos” me hacen pensar en las ancas de una rana y “axila” tanto en un desodorante como en un estrangulador, sólo encuentro dos palabras con resonancias atractivas.

“Senos” me parece una bella palabra. La S tiene ya la redondez rotunda, lúbrica y perezosa (fíjese cómo esta letra se desliza por la boca, casi sin esfuerzo). Además la doble grafia recuerda al doble placer que dichas partes engendran. Sin mencionar a la serpiente que se desliza para invitar al banquete con este fruto gemelo que, diría Paz, es “dos iglesias en donde la sangre oficia sus misterios paralelos”.

La letra “e” y la “n” dan un respiro, un lugar para detenerse y contemplar los frutos; para ver la respiración contenida y luego liberada. El jadeo y el fruto; la sangre que corre.

Finalmente la letra “o”, redonda y absoluta.

Sinónimos en nuestro idioma español mexicano hay muchos. “Pechos” es otra bella palabra, aunque en realidad los hay también de hombre. De cualquier manera la letra “ch” le da cierta picardía que senos no tiene. Digamos que los pechos son senos que quieren ser mojados con vino.

“Chichis” no acaba de gustarme. La doble “ch” convierte la picardía en cotorreo. La doble “i” me hace recordar la primaria. Me aseguran que viene de la palabra náhuatl. Es probable, aunque en mis limitados conocimientos de ese idioma sabía que “chichi” significa “perro”. De cualquier manera aunque es buen término para vacilar, creo que al menos en mi caso la uso más para hablar de esas partes del cuerpo cuando un niño tiene necesidades alimenticias.

“Teta” es una palabra estupenda. Simple, sonora y divertida. Sin embargo por alguna razón no se usa tanto. Supongo es que teta viste al seno del deseo de beberlo. No recomiendo el uso común de esta palabra, pero su uso en privado o en la imaginación del momento es como la primera palabra de un niño con malas intenciones que en mi caso son muy buenas.

Por cierto, Gómez de la Serna tiene una serie estupenda de greguerías sobre los senos. Mi favorito es aquel que dice que “Un lunar da a ciertos senos un sabor picante, como una trufa”. Entiéndalo quien tenga oídos.

La otra palabra que me parece agradable, aunque por otros motivos, es “nalgas”. A menos que se tenga mucha confianza, resulta poco excitante pues es como un estallido de risa. Las letras “n”, “l” y “g” colocadas de esa manera hacen pensar en resortes, en tirantes superficies que llevan a la carcajada y, en este caso, al placer.

Las nalgas no tienen tantos sinónimos. En el castrado idioma de los señores que gustan de los términos “científicos”, se llaman glúteos; termino que aunque no llega a ser de los más horribles, hace pensar en inyecciones, gluten de trigo y demás. Definitivamente no me gustan los glúteos de nadie. Ni lo mande Dios.

Un término, aún peor que no sé de dónde proceda (aunque lo usaban mucho en las películas dobladas y veo que se ha extendido) es “trasero”. Definitivamente no es atractiva ni graciosa ni nada. Es gráfica en el sentido que te indica en que parte de la persona se encuentran estas atractivas partes (la posterior, fíjense), pero nada más. Usual entre las personas que gustan de la autocensura.

Finalmente está la palabra “culo”, que en realidad no se refiere sólo a las nalgas, sino a otra partes más “íntimas” como lo que los fanáticos de la ciencia llaman “recto” (fíjense lo grotesco de la palabra). Es una palabra coquetona; un cariñativo que ya ha perdido su sentido original. De cualquier manera en el uso actual sólo se habla de “culo” o cuando se tiene un deseo completamente físico o cuando se le alude de manera escatológica. Una lástima, porque la derivación moderna “el chiquito” es un poco pedestre.

El problema que le encuentro a la palabra “nalgas” (ventaja en otros sentidos) es que resulta tan sonora a carcajada y salto que resulta poco apropiada en ciertos contextos.

En fin, que otra frase interesante es la del “monte de Venus” en donde no sólo hay mitología sino que se hace una bella metáfora de tan atractiva parte humana.

Lástima que los hombres tengamos sólo “pene”, “testículos” (la palabra usual, “huevos” es mejor, pero no acaba de convencerme), “glande”, “prepucio” y, lo peor, “escroto”.

Ni modo. Prefiero las maneras en que los poetas se refieren a dichas intimidades. Debo ser anticientífico y reaccionario, pero sinceramente no me prende que hablen del "pene".

Mi otro cuestionamiento gira en torno a la idea misma de los nombre “verdaderos”. ¿Pues quién dijo que ese era su nombre?, ¿según quién? Desconfío mucho de todo aquel que pretende regir mi capacidad de nombrar al mundo de la manera que quiera. Son los mismos que no conciben a la poesía y que se toman todo de manera insoportablemente seria (recuerdo a un muchacho que, incapaz de entender una metáfora, afirmo que llamar a una mujer “frutal” era una ofensa contra la moral).

En fin, con pleno conocimiento que más de una señora armada de condones de colores y sabores para mostrar que es muy “femenina” y “sexual”  se enojará por lo que voy a decir, confieso que prefiero mil veces rebautizar mi cuerpo que usar la palabra “escroto”.  No me privaré de ese placer.

Dudo bastante que alguien disfrute más de una relación por saber que está metiendo el pene entre los labios mayores, de la misma manera que saber que en un beso mi lengua toca suavemente los incisivos y que más atrás está la faringe no me hace sentir más.

En fin, que si les gustan esos nombres, bien. Con sus testículos se las coman.

Por cierto, ¿no es la palabra "coito" también de las más horribles que pueda concebir mente humana alguna?


César Alain Cajero Sánchez

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