domingo, 30 de noviembre de 2014

Una revista


A raíz de mi reciente arribo a la ciudad de la dizque esperanza y hechos contactos necesarios, reanudo el proyecto de la revista. A petición de conocido cuanto ilustre personaje escribo la idea que anima este proyecto así como los mínimos cambios surgidos durante mi retiro del mundanal ruido.


La idea de la revista nació de un sentimiento de insatisfacción ante el panorama social, cultural, artístico e ideológico del momento actual y en particular de la situación que se puede percibir en las distintas revistas que se editan actualmente. A saber: hay dos tipos de revista actualmente. Por un lado, aquellas ya plenamente establecidas, con un canal de distribución bien trazado, con un plantel de colaboradores bien cimentado y que siguen en general la idea original de lo que es una revista: un conjunto de textos con distintos temas y puntos de vista en donde se conjunta la crítica, el ensayo y la creación de forma más o menos rigurosa y legible. Con esto me refiero a revistas como Tierra adentro, Letras libres o Nexos, las cuales de una manera u otra siguen una pauta como la descrita anteriormente (aunque Nexos parece cada vez más revista de política y cada vez menos, cultural). Siempre me han parecido revistas bien hechas y bien planeadas en lo general (y eludo el tema de mis avenencias o desavenencias con su discurso editorial), sin embargo su problema es que se han convertido en pequeños clubs cerrados donde entrar es muy difícil si no es que imposible. Aunque mantienen una saludable relación con su público y que en gran parte tienen un nivel de contenidos bastante bueno, no hay forma directa de participar en ellas.

Por otra parte están los cientos de revistas “pequeñas” que, apoyadas por un órgano estatal o no, se editan en este país. Revistas que van desde la muy recomendable Biblioteca de México hasta Generación, Moho o Complot (una de las revistas más bellamente diseñadas que haya conocido). Y en esto meto inclusive a una propuesta ya tan bien plantada como Algarabía. Todas ellas con sus enormes diferencias son semejantes en algo: están dirigidas a un nicho particular y su discurso editorial es muy reducido. Biblioteca de México, por poner ejemplos, está dirigida a un público lector interesado en los sabrosos pormenores de un tema que ya domina; Algarabía está dirigida y pensada como una revista de divulgación (bien planeada y editada, pero es eso: una revista de divulgación —en broma le llamo la Muy Interesante de la cultura letrada). De Generación, Moho y otras revistas que temo no mencionar, creo que su público está sobrentendido. Ni hablar de las revistas electrónicas que combinan “arte y tecnología”; “diseño y artes marciales” y demás. Son fanzines disfrazados de revistas; esto es, producciones dirigidas a un nicho muy particular y que no pretenden otra cosa. Algo muy respetable, pero que no incide en la sociedad de la manera en que lo hacían las grandes revistas del pasado como Sur o Plural. Ciertamente todas ellas tienen una relación con su público más estrecho que las grandes revistas, sin embargo, tampoco está de más señalar que también (y en algunos casos de manera más acentuada) forman un pequeño club de amigos donde la réplica o la disensión son imposibles. Lo primero es natural en toda propuesta editorial: hay una idea de lo que debe ser una revista; lo segundo me parece cuando menos poco saludable, pues sin el intercambio de puntos de vista no existe el diálogo y sin el diálogo, la idea misma de una revista (un sitio donde convergen múltiples visiones, ideas y pensamientos) desaparece para en realidad acabar siendo un fanzine con recursos.

Creo ocioso hablar de las revistas académicas, las cuales están interesadas, como es obvio, en un porcentaje mínimo de la población letrada y cuyo lenguaje es muchas veces arcano. Un tipo de revista que en realidad se lee por artículos, pues cada uno de ellos está dirigido a un especialista.

En el caso de la revista (la cual sigue sin tener título definitivo) motivo de este escrito, desde el principio fue planeada de una manera que la desmarcara de las propuestas existentes, pero extrayendo de ellas lo que me parece más valioso.

Pretende ser una puerta abierta a la crítica artística, moral, pero también social, política, filosófica e ideológica. Un sitio abierto a la discusión de los presupuestos del mundo moderno. Esta crítica pretende ser rigurosa (casi toda revista se dice crítica; empero trabaja por consigna: no discute ni presenta argumentos; da por hecho ideas y predica entre los conversos); de ideas y argumentos, no de poses para espantar a la burguesía. Como espacio abierto, dichas críticas estarán sujetas a una réplica si está bien fundamentada.  Aunque la idea de la revista es criticar este modelo de vida; si alguien apunta objeciones rigurosas, tal idea será bienvenida.

Algo importante a señalar es que se trata de un proyecto dirigido al público en general, así que, como es natural en toda revista, se pide una escritura accesible a todo lector medianamente instruido. En el mundo actual se ha confundido (de forma necia a mi modo de ver) profundidad en la cultura humanística con un torpe uso de una jerga pseudocientífica que sólo viste de palabras un discurso a veces hueco, a veces valioso pero oculto por la palabrería.

Esto va aparejado a otro aspecto importante: a pesar de la rigurosidad pedida, ello no implica que con esto se pretenda hacer un espacio académico ni mucho menos. Hay lugar para divertimentos, crónicas y demás espacios indispensables para la pluralidad de una revista y para mantener el interés. Repito: una revista es un espacio donde diferentes voces, perspectivas, niveles de lectura y opiniones se encuentran. Un lugar para la discusión, pero también para la risa y la creación. Un espacio donde cualquiera pueda participar: donde el rigor crítico sea tan atractivo como el humor sea incisivo.

Asimismo se recuerda que esto no debe llevar a pensar la revista como un espacio de divulgación. Son bienvenidos algunos artículos con estos fines, sin embargo, no es la idea de la revista, la cual pretende ser, lo repito, un espacio de encuentro, discusión, creación y crítica. La claridad discursiva no debe ser confundida con superficialidad. Creo en el ejemplo de Borges, quien fue capaz de escribir ensayos de gran profundidad temática con un estilo perfectamente medido. En ello radica la dignidad de un buen ensayo.

En la parte de creación, hay una total libertad estilística. El filtro, aventuro, será un comité editorial de carácter rotativo con una duración de seis meses. Habrá también una mesa de consejo editorial, pero sin voto a la hora de decidir los textos de creación o ensayísticos a publicar.

Está en los planes crear una sección de crítica teatral, fílmica, plástica y literaria (además de una sección de correspondencia y uno de réplicas a manera del desolladero de sábado) a cargo de algunos miembros del proyecto. Estas serán las únicas secciones con un encargado fijo en la revista, aunque la crítica puede ser propuesta por cualquier persona, miembro del proyecto o no.

Ya lo he manifestado en anteriores ocasiones, pero creo que la participación de los lectores como miembros activos del proyecto es fundamental. Esto es algo que las revistas pequeñas y los fanzines han logrado y es también donde radica su fortaleza. Empero, en este caso mi interés es que el lector se integre al proyecto más allá de dar su aprobación cómplice: se trata de hacerlo participar directamente en la discusión y el proceso de creación-distribución de la revista. Los ensayos llegados por correo o directamente habrán de pasar por los mismos filtros que aquellos entregados por los miembros del proyecto original.

La idea original preveía un espacio en la revista de creación para el diseño, la caricatura  y las artes plásticas. Tal idea permanece vigente, con la diferencia de que la revista contará con color en interiores desde el primer número (aún queda por ver si en la totalidad de páginas). Asimismo, el diseño me parece un aspecto medular en una revista. Espero que con el paso del tiempo, la revista dé como resultado la ampliación del proyecto a la creación de un club de películas, teatral y una galería. Para esto habrá que contactar con personas interesadas en ese tipo de propósitos.

Si es posible, entrar en contacto con organizaciones y personas que se interesen o converjan con el proyecto. Desde todas las áreas y disciplinas ya sean humanísticas (obviamente Filosofía, Antropología, Letras...) ya sean científicas o matemáticas. Inclusive políticas siempre y cuando no basen su acción en un partido u organización paragubernamental (no es un semillero de voto: tales compromisos coartan la crítica libre).

La relativa tardanza en el lanzamiento del primer número se debe más que nada a que en vista de la suerte corrida por empresas semejantes, decidí de manera personal (yo, el supremo) conseguir más fondos sin pedir subsidios al Estado ni a particulares de manera directa.  Así, tener de entrada dos ediciones de 500 ejemplares cada una que saldrán en forma bimestral. Que el precio de la revista sea el mínimo para reimpresión (más unos pesos para ir haciendo crecer la edición). Así, cuando el número de ejemplares sea mayor a 1000 por número, hacer el proyecto deducible de impuestos y convertirlo en una pequeña empresa (sin fines de lucro, pero con la idea de pagar a los colaboradores algo). Como ya lo he platicado con algunos, al principio, esto se hará de forma puramente autogestiva y sin beneficios económicos. La idea es que después sí existan algunos ingresos, pero siempre manejados en forma colectiva y con algo más en mente: el arte, que es creación y crítica: revuelta. Eso es otra cosa que debe admirársele a las pequeñas revistas que se han mantenido: la tozudez de mantener un proyecto aunque de momento no dé ganancias porque hay algo qué decir.

Ya lo he expresado antes, pero tal vez no a todos. La idea de una revista electrónica también va aparejada a la de la revista en formato físico, pero sobre todo como un espacio para la discusión más informal y para la entrada de blogs y textos que acompañen a la edición física. ¿Por qué el formato físico? Porque sólo en tal formato una revista es leída de forma completa. En los sitios electrónicos, a pesar de su penetración, se privilegia una lectura rápida y dirigida a un artículo en específico. Eso destruye la idea de una revista como un todo orgánico donde diversas formas de ver al mundo se encuentran.


Aunque el tamaño del proyecto requerirá una distribución más sofisticada que la original propaganda evangélica planeada, ésta y la campaña previa en forma de anuncios y diseños en campus de escuelas y universidades me parece todavía una forma esencial para que la gente se involucre de la manera citada.


Yo mero

domingo, 2 de noviembre de 2014

El Estado somos nosotros

“Fue el Estado”
Mensaje en una esquina del Zócalo


Sí, fue el Estado.
 
Siglos atrás, fue el Estado el que dio inicio a la dominación de unos sobre otros, a la formación de jerarquías; a la guerra permanente entre “nosotros” y “ellos”.

Fue el Estado quien permitió la creación de “verdades únicas” que deben imponerse a los otros. El paso de las diversas celebraciones a lo sagrado a las religiones ortodoxas no fue posible sin él.

El Estado no puede existir sin una pérdida de la libertad que el ciudadano le otorga para que funcione. Esa pérdida de libertad entraña la idea de que este mecanismo proveerá de seguridad al poblador.

El Estado por las mismas razones debe formar una legislación y un cuerpo punitivo que vigile el cumplimiento de lo que considera lo mejor para el funcionamiento de la sociedad.

No resulta sorprendente, pues que un Estado fallido se considere aquel donde el monopolio de la violencia no es exclusivo de éste. Está en su esencia misma el uso de la violencia y de ser necesario, del terror. Y en su esencia está también el monopolio de ella.

¿Por qué los seres humanos permitimos la existencia de algo como el Estado? Las respuestas no están claras, sin embargo, todas las ensayadas llevan a la idea de que su presencia brinda seguridad a una mayoría que prefiere el confort a la libertad.

No es algo inusitado: la civilización sólo es posible si existe un control categórico tanto en la producción de alimentos como sobre las posibles amenazas que amenacen la vida de los ciudadanos. Siempre ha sido preferible para las grandes masas la pérdida de control sobre sus vidas en tanto haya espacio para una relativa libertad. El castigo sobre un enemigo real o imaginario, siempre que sea éste una minoría no sólo es visto como natural, sino como benéfico.

Mientras la violencia esté controlada, nos parece un mal mínimo.

No es sino hasta que el Estado pierde el monopolio sobre la violencia o que ésta se ejerce, al parecer de la mayoría, arbitrariamente que nos damos cuenta de que aquel poder otorgado es inmenso. Y criminal.

Mientras le sea permitido al ciudadano mantener una cuota de poder sobre los otros y sobre sí mismo; mientras pueda vivir del trabajo de los demás a gusto, poco dirá de cualquier situación. Mientras el Estado mantenga la violencia lejos de él, así sea una de las premisas de su existencia la intimidación “legítima”, nunca se quejará.

Hoy los crímenes de Ayotzinapa hacen que miles señalen al Estado con horror.

Fue el Estado, no hay vuelta de hoja. Fue el Estado porque nosotros se lo permitimos; porque desde el principio preferimos la comodidad que conlleva dejar las decisiones sobre otros a la responsabilidad ética e intelectual que es una decisión propia.

Siempre ha resultado más fácil obedecer una verdad, sea esta religiosa, moral, intelectual o política —toda verdad puede ser interpretada a la luz de nuestros prejuicios e intereses— que aceptar la responsabilidad por la libertad —pues ésta nos enfrenta al vacío. Al Estado hoy se le puede señalar por los crímenes cometidos. Nunca a la sociedad que lo creó: somos, convenientemente, herramientas en manos de los “poderosos”.

Una gran parte de la población ha adoptado hoy día una posición incrédula ante un Estado que no ejerce el monopolio de la violencia o que no lo hace por los canales tradicionales. Ante un gobierno que se ve infiltrado por las mafias del narcotráfico las cuales en los últimos años han perdido la lógica de terror que mantuvieron por décadas para pasar a una más terrible y abierta.

Sin embargo al parecer la gota que derramó el vaso, el crimen que inició la pérdida de confianza en los mecanismos del Estado proviene según todas las evidencias del uso por parte del Estado, en su tercer nivel de gobierno, del poder de las organizaciones del crimen organizado para deshacerse de algunos muchachos. La desproporción de tal acción destapó una cloaca donde se ven envueltos los tres niveles de gobierno (que si no directamente responsables, sí encubrieron dichas acciones).

Sólo un gobierno estúpido, corrupto y paranoico hasta la médula puede hacer algo semejante a unos muchachos que bien visto, no amenazaban a nadie en forma alguna. No hay que exagerar: los egresados de las normales por muy “combativos” que sean no pasan en su gran mayoría de defender su status quo y los privilegios obtenidos durante el tiempo del estado corporativo priista. Por ello resulta tan inexplicable la actuación de los poderes del Estado; por eso el horror ante el obsceno amasiato entre el crimen organizado y la persecución política.
 
En este escándalo se vieron envueltos no sólo, aunque lo pretendan, los políticos del PRI. Ni el PAN ni el PRD ni ninguna de las fuerzas políticas tienen las manos limpias. Esta descomposición alcanza a todos, aunque muchos se empeñen en cerrar los ojos y evitar la autocrítica.

Fue el Estado, sin duda. Pero el Estado dista de ser sólo un señor que —como no lo hacían los muchachos de antes— usa gomina. Imaginar a Peña Nieto conspirando secretamente la desaparición de algunos estudiantes de una normal es síntoma de una paranoia tan aguda como aquella que tuvo el edil directamente responsable.

El Estado lo integran los tres niveles de gobierno; los partidos políticos. El Estado fue responsable, sí. Pero el Estado es todos.

Los líderes mesiánicos que juran por el Pueblo y la Honestidad mientras arreglan y promueven campañas a favor de individuos de dudosa confianza; aquellos otros que desatan una guerra para las cámaras a fin de legitimarse en lugar de privilegiar el trabajo de inteligencia; la “izquierda” que adopta las mañas de la política más añeja; un gobierno federal indiferente y corrompido. Todos ellos forman el Estado y juegan sus juegos.

Es por ello que me dan miedo las demandas de un sector de la población en el sentido de fortalecer a un gobierno que se ha revelado corrupto e incompetente.

Sin embargo, este sector no es el mayoritario (la derecha en el país poca voz tiene desde hace años). Otra propuesta, esta vez desde la “izquierda” mexicana, propone la desaparición de poderes y el establecimiento de un gobierno honesto e incorruptible. La renovación moral del Estado desde el Estado mismo. La confianza en un partido o una figura supuestamente incólume que, no hay que pensarlo, recuerda demasiado los reclamos de las sociedades italiana y alemana antes del ascenso del fascismo.

El poder de violencia del Estado al servicio de la Nación, el Pueblo, la Clase o cualquier otra entelequia revela hasta qué punto estamos enamorados de la fuerza y de las jerarquías tradicionales. No piden estas personas la desaparición de la violencia institucional, sino su ejercicio severo en pos de la “justicia”. O lo que pase como tal.

Otro sector muy desacreditado como es natural por los poderes fácticos (frase que me parece en extremo desagradable, pero me es útil) recurre a una versión cándida del anarquismo que hace pensar en las falacias “anarquistas” que Hemingway describió en ¿Por quién doblan las campanas?

Ciertamente hay otras voces que piden una reforma que dé poder a los ciudadanos en sustitución de los poderes institucionales marcados por la tradición moderna. Un proyecto mucho más maduro que, ese sí, coincide así sea inconscientemente con los postulados de la tradición anarquista, de Proudhon a Tolstoi; de Bakunin a Fourier. Y que, sí, hay que decirlo, viene siendo ensayada por los zapatistas en Chiapas y por otros diversos proyectos autogestivos a lo largo del país.

Celebro la aparición de estos proyectos (así no esté de acuerdo con algunos de sus métodos), sin embargo, me parece que hay un error de fondo en su actitud. El mismo que se les puede reclamar a los pensadores anarquistas y que Gandhi percibió con lucidez.

El Estado no es una institución independiente del pueblo al que gobierna; no es del todo ese ogro filantrópico que cuida y castiga a un rebaño impotente. El Estado somos todos.

Fue un error de los anarquistas señalar al Estado como el monstruo origen de todos los pecados (aunque en esto fueron mucho más lúcidos que otros pensadores) e imaginar a una sociedad civil inerme e indefensa. Como si el Estado brotase de la nada; como si nada lo precediese.

El mito del “buen salvaje” que Rosseau propuso ha sido leído como el individuo inocente fuera del Estado y de la Civilización. Es un mito con tanta fuerza que ha conquistado la imaginación por generaciones.

Sin embargo, esa lectura no es la única, pues una imagen de trasfondos míticos como ella debe leerse precisamente como eso: un mito; esto es, un símbolo de la inocencia que late en todos los hombres. En tanto seres conscientes, somos seres caídos.

El mito del Edén es también una ilustración de esto. El fruto del conocimiento, de la consciencia nos arroja a la muerte; al trabajo y, sí, al conocimiento del mal. Al hambre del poder.

En anteriores escritos he ensayado una idea del origen de esto. No pretendo repetir estas ideas, sino señalar que el ser humano, en tanto consciente de sí (esto es: en tanto ser humano) ya tiene un hambre de poder. La primera violencia sobre la naturaleza, ya lo señala Rosseau, no fue cometida por el Estado: “El primero que habiendo cercado el terreno, se le ocurrió decir “esto es mío”, y encontró gentes lo bastante simples para creerlo, ese fue el verdadero fundador de la sociedad civil”.

La tan exaltada sociedad civil es, para Rosseau, ya el origen de las desigualdades. No se equivoca, pues en el ser humano (“lobo del hombre”) late desde el inicio la violencia sobre el mundo y sobre sus semejantes.

El pecado original es la consciencia. También, empero, es la única forma de enfrentar esa situación. Si no dioses (Rosseau concuerda con Nietzsche cuando dice que “la democracia sólo es posible en una sociedad de dioses”) ni bestias (Nietzche concuerda con Rosseau cuando dice que el fauno dionisiaco es una imagen de la naturaleza); la única manera de evitar la catástrofe es por la razón. O de una forma de la razón: la crítica.

Las sociedades, empero, han encontrado a lo largo de los siglos la forma de contener este instinto. Esta imaginación en movimiento, verdadero juego entre creación y crítica, creó las grandes sociedades del pasado y los mitos que le dieron forma.

Paradójicamente, la sociedad moderna entroniza la crítica y la razón para enamorarse luego de uno de sus frutos: la técnica.

Creyéndose dios; el animal hombre ha llevado su instinto depredador al último límite. Ese límite es el universo: ese límite es el mundo en que vivimos.

No, el Estado no creó la situación actual. Fue el endiosamiento de la criatura hombre. Nosotros somos los que valoramos sobre todas las cosas al poder sobre los otros. ¿Quién que lea este escrito no usaría los instrumentos a su alcance para mantener la pequeña o grande cuota de poder que posee?, ¿por qué las librerías están atestadas de tomos que prometen “influir en los demás”?, ¿por qué esa obsesión en los medios por el lujo —símbolo material del poder—, el dinero —abstracción del poder— y la fuerza?

El culpable fue el Estado, sí. Pero quien creó y quien ha formado al Estado somos nosotros. Gandhi no se equivocó: antes de cambiar al mundo hay que cambiar al hombre. Criticarse es mirarse al espejo para ver lo que hemos hecho; lo que creemos; lo que adoramos.

Todos caemos en la misma lógica; todos somos culpables. Los que en nombre de la verdad imponen sus razonamientos; los que en nombre de un Dios, desprecian a los otros; quienes venden su vida por un fajo de billetes y quienes creen comprar de esa manera la cura a su soledad.

Fue el Estado.

El Estado somos, también, nosotros.



César Alain Cajero Sánchez

Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...