martes, 27 de septiembre de 2016

Un breve vistazo al pasado
(reciente)

César Alain Cajero Sánchez

Nightswimming deserves a quiet night
I'm not sure all these people understand
It's not like years ago
The fear of getting caught
The recklessness in water
They cannot see me naked
These things they go away
Replaced by every day


Fueron tiempos chingones, me cae; no como ahora…


Las semanas pasadas estuvieron llenas de populares aniversarios, algunos tristes y otros, venturosos: Neruda, “Smells like teen spirit”, el Santo, el terremoto del 85 y el pasado viernes, Nevermind.

Un cuarto de siglo ha pasado desde que apareció aquel álbum que, dicen muchos, cambió el sentido de la música popular por última vez en el pasado siglo (y tal vez del actual, dado que aparentemente no ha habido una sacudida semejante). Es verdad que el segundo disco de Nirvana cambió el panorama de la cultura pop. Los ochenta—recordados por la imagen de aquellos roqueros de cabello de Barbie y tatuajes junto a estrellas de música pop adolescente con sombreros y trajes ridículos, o el temprano éxito de una variante higienizada del entonces llamado rap— quedaron lejos y las guitarras punk tomaron su lugar.

No es de sorprender que el título de un documental que Sonic youth hizo por aquellos años sea 1991: The year punk broke. Sin embargo, la escena que en esa época surgió no era exactamente punk. Cierto: el sonido de Nirvana —el grupo que asociamos directamente con los tempranos noventa— venía directamente de aquel movimiento, pero ni Soundgarden ni Screaming trees ni Alice in chains tenían musicalmente mucho qué ver con el punk y sí con el metal de los setenta. Pearl Jam tuvo sus coqueteos con el sonido punk (en especial en Vitalogy), pero en general su sonido viene de otro lado, con sus solos de guitarra y arreglos dramáticos.

Es curioso, por otra parte, que de los muchos epígonos que en su momento aparecieron (y que en general han sido olvidados), ninguno coqueteó en verdad con el sonido de Nirvana. Hay imitadores de Pearl Jam (tantos que no se pueden contar), de Alice in chains y de Soundgarden, pero no de Nirvana. Grupos anteriores al éxito del extrañamente[1] llamado “sonido de Seattle” sí tienen parecidos (Mudhoney, por decir algo), pero no quienes los siguieron.

Hay que recordar que mientras esto sucedía, grupos contemporáneos o más veteranos que aquellos que primero fueron conocidos fueron subidos al mismo carro. Smashing pumpkins, Hole, Jane’s addiction o Blind melon, por mencionar algunos, fueron etiquetados como “grunge” (esa palabra que nadie está seguro de qué significa y que los de Mudhoney reivindican como suya) o, posteriormente, como “rock alternativo” (otra palabra que puede interpretarse de muchísimas maneras).



El rock alternativo vivió por más o menos diez años. Con esa etiqueta se catalogó lo mismo a Nine inch nails que a Beck; a Breeders y a los Beastie boys. Luego, aunque no hubo una ruptura real en el sonido (salvo el pequeño y en general olvidable hiato del rapcore o como se llame), ese nombre fue olvidado a favor de otros términos que también vendieron: indie, neogarage y quién sabe qué más.

¿Qué fue el neogarage de principios de los noventa? ¿Regresar al sonido punk? ¿El indie (otra palabra de origen antiquísimo) mezcló punk con folk? ¿Cuál es la novedad en todo eso?

Y el problema, otra vez, es que no hubo ni hay exactamente algo musical que hermane a grupos tan disímbolos (hasta Portishead fue llamado en su momento “rock alternativo” y en su momento el britpop también fue llamado así).



Todo era diferente, no nos vendían tanta madre; no había celulares…


Si nos centramos únicamente en los grupos más representativos del primer momento de aquellos tiempos ahora míticos notaremos que, además de venir de la misma ciudad y usar ropa parecida, no hay mucho más que los hermane.

¿Qué fue el grunge y qué el rock alternativo? ¿Por qué tendemos a considerar a tantos grupos como un todo coherente? Me inclino a sospechar que uno de los motivos fue la necesidad de toda una generación de identificarse con algo (lo mismo que ahora pasa con los llamados millenials). La etiqueta de generación X vino de maravilla con el llamado grunge, el rock alternativo, los piercings, las camisas de leñador y los tatuajes (¿dónde habré visto algo así?). Douglas Coupland vio cómo el término por él inventado dejó de tener el sentido que quiso darle, se quedó otra vez sin nombre para su generación, los jóvenes tuvieron algo en qué creer mientras llegaba el tiempo de ponerse corbata y las industrias del entretenimiento y la moda juvenil hicieron buen dinero.

Capitalismo y afanes identitarios aparte, ¿hay acaso algo que haga posible hablar de todo aquello si no como un movimiento musical, sí un fenómeno pop coherente?

Ese algo fue la postura de la mayoría de los grupos de este tipo de música; la negativa a subordinarse del todo a la industria del entretenimiento (que hizo con ellos tan buen dinero, sin embargo). No se trató de la rebeldía pueril de los grupos metaleros populares en los ochenta[2], pero tampoco de la oratoria abiertamente política del mejor hip-hop que se hacía ya desde entonces. La rebeldía no era política, sino cultural. Una herencia que le debían tanto al punk como a la tradición folk proveniente de los sesenta (y sólo en ese sentido puede decirse que hubo influjo en todos).

A pesar de esta visión de los tempranos noventa, no debemos engañarnos. El fenómeno cultural que propiciaron no tiene los alcances ni las repercusiones ni del punk inglés ni mucho menos de la contracultura de los sesenta[3].

Incluso musicalmente, la revolución que Nevermind provocó sólo lo fue para el gran público.



Era bien chingón: la mata, el pogo; mis pantalones de mezclilla con estoperoles…


Aunque durante años vivimos recordando a los ochenta como un momento de pésima música, no podemos ya seguirnos engañando. En esa década no sólo hubo pop (lo que desde entonces entendemos como tal) de muy buena factura. Michael Jackson, Maddona o Prince habrán estado integrados a la industria musical, pero produjeron algunos de los discos más importantes del pasado siglo. Al mismo tiempo, la escena soul y funk produjo uno de los géneros más importantes de los últimos tiempos: el hip-hop. Un sonido que es inútil subestimar; en él, como en el rock en su mejor momento, hay desde payasos ridículos hasta músicos con gran talento; desde golpeadores de mujeres hasta personas con gran visión social y cultural.

No sólo eso: en el metal subterráneo aparecieron grupos notables (así deba reconocer que no soy aficionado a ese género), muy distintos de los glameros de rímel y pelo de muñeca.

El punk, por su parte, evolucionó en el postpunk y en el new wave, los cuales fueron la verdadera música popular en los tempranos ochenta, sobre todo en Inglaterra, pero también en gran parte de los Estados Unidos. The Cure, the B52’s, Devo, Ochestral manoeuvres in the dark, New order, Big audio dinamyte, Depeche mode, Joy division o hasta U2 y The Police  no tienen musicalmente nada qué envidiarles a los grupos de los noventa (sin hablar de los grupos punk que fueron ampliando su sonido o de la movida de ska que algunos meten en el mismo saco).

Es verdad que, con excepciones notables, estos grupos no mantuvieron una actitud de confrontación cultural comparable a la de los grupos del punk setentero (de los cuales sólo los Ramones continuaron con su sonido y disposición originales), pero de nuevo, esto es sólo una parte de la música que existió en los ochenta.

El punk original se convirtió en el muy politizado hardcore y se hundió en las catacumbas, se mantuvo en el genial desmadre de los Ramones (bandota que no puedo ni nunca querré negar) o se extinguió con los Sex Pistols (grandiosos músicos y performanceros; pésimos rectores de su existencia). Pero su legado lo recogieron muchos grupos y tendencias. No desapareció nunca (ni Throbbing Gristle ni los Red hot chili peppers existirían sin él; es más, Madonna no es concebible sin el sonido de Blondie o de la más fresona Cindy Lauper, quien también tocaba new wave) ni regresó en los noventa (porque nunca se fue). Sólo volvió a ser popular después de unos pocos años en el congelador (de 1987 a 1990 en EU). De Never mind the bollocks a Nevermind no hay el gran hiato que tantos pregonan.




Y quiero llegar a lo que me interesa más. ¿De verdad Nirvana y Pearl Jam, por decir algo, no tuvieron influencias directas? ¿Hay algo que los hermana además de ese legado pop que, como vemos, no es nada desdeñable? ¿Hubo algo antes de ellos que se inspirase en el punk tanto como en la música de los sesenta, el folk principalmente? ¿Alguien que se expresase por esos años en circuitos subterráneos aparte del hip-hop, el hardcore… y como siempre, los Ramones?

Claro que sí. Por necesidad o convicción grupos como los ya mencionados The Cure y Joy division (en Inglaterra) o Red hot chili peppers y Jane’s addiction (en Estados unidos) se movían en circuitos muy diferentes de otros grupos. Y el primero de ellos obtuvo éxito comercial masivo a pesar de ello.

¿Pero qué decimos de The Smiths o Cocteau twins? Su sonido debe tanto al punk como al rock de los sesenta más inquietante. No es extraño que muchos los asocien con el “rock alternativo”, el “indie” o como le llamen. Y si nos vamos a los Estados unidos hay tres grupos (principalmente) que fueron tan ignorados en su momentos como alabados por los grupos de los noventa: los Pixies, Sonic youth y R.E.M.[4]


Los grupos de mis años sí eran de verdad; ahora ya puro vendido…


Todos los inmersos en el rock de unas décadas a la fecha conocemos y amamos a los Pixies. La aparición de “Where is my mind?” (una canción que, por cierto, no me parece de las más brillantes suyas) en El club de la pelea, y antes de eso, la pleitesía que hacia ellos mostró Cobain (recordemos que se dice que no querían grabar “Smells like teen spirit” porque “sonaba a copia de los Pixies”) los convirtieron en un grupo muy conocido en ciertos círculos. Así pues, mientras escucho “Hey” (mi canción favorita del Doolittle) los dejo en este punto...

Sonic youth, por las características de su sonido, abrasivo y experimental como pocos[5] no es tan apreciado ni conocido. A pesar de esto, su disco más logrado (que no el más vendido), Daydream nation, donde conjugan perfectamente lo experimental con la necesaria melodía, es con razón catalogado como uno de los clásicos del rock. Sus otros discos alternan el ruido más áspero con la experimentación que, si no se tiene paciencia, da hueva. Incluso su intento por hacer música más tradicional y subirse al carro del grunge, Dirty, no logra cuajar del todo. Sonic youth es un grupo de culto (nunca mejor dicho) que logró darse a conocer ante el gran público bajo sus propias reglas. Fue un día muy triste cuando la banda se rompió tras la separación de Kim Gordon y Thurston Moore… casi tanto como cuando rompieron Angelina Jolie y Brad Pitt.

Finalmente, R.E.M., el más conocido de los tres grupos (sí, los de “Perdiendo mi religión”) y quienes recientemente (como dije, fueron semanas profusas en estas cosas) cumplieron cinco años de separarse en total tranquilidad, en decisión por consenso.

Y a pesar de ser los más conocidos de los tres, no encajan en ningún lado.

Para quienes se mueven en el circuito subterráneo y de culto, son un grupo pop (y desconocen que ellos fueron de los pioneros que construyeron ese circuito subterráneo); para los aficionados a la música de moda, son un “one hit wonder” (sin sospechar que sus discos son casi sin parar una gran canción pop junto a otra).

R.E.M. toca punk desgarrando la garganta de Stipe (“Life and how to live it”), pero también folk (“Electrolite”); tienen canciones desoladoras, de amores enfermizos (“The one I love”), pero también otras que invitan a la alegría y a la risa (“Shiny happy people”, con la gran Kate Pierson); tocan himnos dramáticos (“Everybody hurts”) y también música desnuda hasta lo exagerado (“Feeling gravity pulls”). R.E.M. tiene un sonido inimitable; una vez que escuchas una canción de ellos, los reconoces. Desde que se reunieron, en 1980, no han cambiado su música y, sin embargo, han coqueteado incluso con el rapping (“It’s the end of the world”).

A diferencia de otros grandiosos grupos del subterráneo, no le temieron nunca a grabar en grandes disqueras (permitiendo a su anterior disquera, IRS, beneficiarse de su nueva popularidad), pero siempre exigiendo total libertad creativa, siempre bajo sus propios términos.

R.E.M. fue —es—un grupo extraño en todo menos en su música (que siempre resulta accesible, fresca y con un sentido pop desacostumbrado). Se negaron a reemplazar a Bill Berry cuando decidió dejar al grupo para dedicarse a su vida privada (“¿Qué hace un perro cuando pierde una pata? Nada: aprende a moverse de manera distinta.”), hacen videos, pero hasta en ello deben estar en completo control creativo (lo que ha hecho que hagan de los mejores cortos musicales de todos los tiempos). Nunca han negado a sus influencias, que van de The Byrds (escúchese la guitarra de Peter Buck, que tanto se parece también a la de Johnny Marr, de los Smiths) hasta Yes (el bajeo de Mills), pasando por los Sex Pistols (la batería robótica y minimal, pero precisa y armónica de Buck) y Bob Dylan (las letras de Stipe). Por supuesto, en ellos se escucha la armonía del rocanrol de la época Motown; pero también de los Beatles, los Beach boys y los Velvet underground.

Pero, a pesar de ser uno de los grandes grupos de los años recientes, nunca lograron, al menos en nuestro país, llegar a ser ni un grupo de culto ni un fenómeno de ventas (en el mundo anglosajón fueron en un momento una cosa, luego otra y, finalmente, un grupo incómodo que se mantiene en el catálogo porque atrae a nuevos artistas, quienes los respetan).

No sé a qué se deba esto. Los músicos del rock de los noventa y hasta la fecha los admiran y les deben parte de su sonido[6]; no fueron exactamente una banda que se escondiera de la realidad social (aunque no hicieron muchas canciones políticas, ahí está “Welcome to occupation”, por ejemplo): apoyaron muchas causas y ahora mismo sus miembros hablan sobre Trump y Ted Cruz; no fueron un grupo sólo de sencillos, algunos de sus álbumes son de los más importantes del rock… Nunca se vendieron: hacían lo que les gustaba, como y cuando lo querían hacer… y lo hacían muy bien.

Quizá se deba a que, a diferencia de otros grupos, nunca dependieron ni buscaron el impacto mediático; a que nunca buscaron la floritura musical, el arreglo para lucirse. A que no fueron un grupo para que alguien pegase un poster suyo en la pared sintiéndose malote, pues. Los miembros de R.E.M. no fueron agraciados físicamente: un grupo de amigos de la esquina. No impusieron modas a seguir: usaban la ropa que tenían a la mano (aunque a veces de forma muy graciosa). Tampoco se prodigaban en solos, florituras y mucho menos poses fálicas (Peter Buck dijo que esas cosas eran divertidas, pero que no le gustaban personalmente). A pesar de su talento como músicos (los arreglos de cuerdas en algunas canciones son soberbios), no incurrían en ese hábito fastidioso de la pedantería interpretativa. No fueron ruidosos en sus declaraciones: preferían argumentar que dar el golpe sobre la mesa. No se les asocia a drogas ni a una “vida peligrosa”.

¿Quién quiere tener discos de un flaco que baila chistoso?

Bueno, hasta tronaron como amigos, sin peleas ni excesos ni suicidios. Sólo querían hacer otras cosas.

No son únicos en ninguna de estas cosas (tal vez en la última), pero pocos grupos aúnan más de una de estas posturas.

Y así, 5 años después de la desaparición de R.E.M., 25 años desde Nevermind, 40 de que los Ramones tocasen sus primeras notas; 50 desde el Pet sounds y más de medio siglo de rock, seguimos aquí. Hay todavía buenas, algunas muy buenas, canciones, lo que es de agradecer.

Ya di un breve vistazo al reciente pasado. Basta con un rápido movimiento de los ojos; con un sueño.









[1] Y digo extrañamente porque en realidad, como menciono, hay poca relación entre sus respectivas estéticas.

[2] Y resulta interesante recordar que fue el éxito de Guns & roses el que llevó a las disqueras a sumergirse en los circuitos underground donde encontraron a los grupos de quienes hasta ahora he hablado.  En términos de apariencia e incluso en algunas influencias musicales tuvieron  más de un punto en común con los grupos entonces emergentes a pesar de ser otra cosa.

[3] Con esto no pretendo que sean musicalmente inferiores; los veo como manifestación social, solamente.

[4] Los cito por ser los más importantes, ya por ser ahora muy conocidos o por ser honrados por la mayoría de grupos de aquellos y estos años, sin embargo no son ni con mucho los únicos. No haré una lista, pero ahí están —por nombrar a cinco— Guided by voices, Dinosaur jr, The sisters of mercy, Throwing muses o Kraftwerk (éste último, tan o más influyente que los mencionados arriba).

[5] Sonido que viene directamente de los Velvet underground, pero que no es exclusivo de la juventud sónica; escúchese a los Swans (no Zwan), por ejemplo.

[6] Dijo de ellos Cobain: “I don't know how that band does what they do. God, they're the greatest. They've dealt with their success like saints, and they keep delivering great music”.

martes, 20 de septiembre de 2016

Mofa, Verso;  Trabajo, Academia y Mofa


César Alain Cajero Sánchez
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Para todos los que nos hemos
sentido así; es decir, todos…
Disfruten su universidad;
no les valdrá nada ser de la UNAM.



Ay, al salir de aquí yo me decía
Que la vida era breve y provechosa.
A mí enseñome el culo la tramposa.
Me llevó al diablo con la poesía.

Y yo creí en ti, oh musa mía;
Este triste poema que ahora canto.
Quise vivir la vida; quise tanto
Que la vida yo lejos viviría.

Nos llamaron entonces pa maestría
Escribimos proyectos y otro tanto,
Hicimos exámenes y un legajo
Para ver si con ellos entrarías.

¿Viste? Facultad de Filosofía:
Corte de cojos de talento escaso,
Torre de gente que escribe un carajo
Y que nombra a quienes doctoraría.

Señoras doctoras que un día vide
Que otros días conmigo comerían,
Que comen la mierda que traerían
Todas ellas colgadas del zapato.

“No me digas tú maestra; soy doctora”
Díjome esta mujer que en otros días
Allí, junto con mi maestra, mi amiga,
Compartí con ella del mismo plato.

Al salir del colegio uno ya espera
Conocer el mundo, y el trabajo;
y el trabajo te da ya un chingadazo
Y te rompe los dientes ya cualquiera.

Ora quieres seguir ya tú estudiando;
Tendrás, ay, que lamer miles de huevos.
No propongas tú ya los temas nuevos
Que la chamba les andas tú chingando.

Oye, no hagas tú mucho, te lo digo.
Haz que trabajas y tú no hagas nada;
Que si espera ya mucho el que trabaja
Es que ya le pagaron su recibo.

Aquí el que menos hace tiene lana,
Ya tiene su prestigio, y doctorado
Aunque de ortografía sepa un nabo
Y en lugar de cabeza tenga caca.

Uno quiere escribir ya LA NOVELA;
Escribir, tú, el nombre poesía,
Pero lo que tiene ya otro en la mira
Es hacer el dinero sin problemas.

Gritar y cagar todo da dinero,
¡Decir que estás en contra te da tanto!
Da una senaduría, da trabajo;
Publica ya tu libro; escupe al cielo.

Escógete de pronto el buen disfraz,
Vístete de rebelde justiciero,
Vístete de poeta pandillero
Y sácame tus versos por detrás.

Ya por detrás de ella voy pal cine:
Pa meter la mano al mundo entero,
Pa meterle la mano y el plumero
Y meterle ya todo a lo que vine.


Ellos te meten todo lo que quiero
Y me meten a mí lo que les sobra.
Ni siquiera les gusta lo que cobra
Aquel que ya les mete el mundo entero.

Cuando tú les corriges las palabras
A todo un grupo de asnos que rebuznan
Y luego se enojan, yo creo que ni usan
Ni ya sabrán usar con lo que maman.

La lengua, ¡ay!, por dios, la lengua airosa;
La que ya han olvidado los doctores,
Los maestros de aquí, los profesores;
Los amigos que fueron y no gozan

Ya contigo ni se juntan ni nada.
Los amigos, señores, los amigos;
son hijos de puta; que ahí ya lo dijo
Quien nos lo restregó aquí en la cara.

Señores maestros; a quienes digo
Que yo siempre los quise a los señores.
Uno los llena de halagos, de flores,
Pero te olvidan siempre, amigo mío.

Uno, sí,  les llama mañana y noche
Y ya ni te contestan los canijos;
Les hablas, ya los buscas; con sus hijos.
Su Patricia ya invoca los perdones.

Uno hace ya de ellos los monumentos;
Hemos de empezar, creo, ya  a derrumbarlos;
Hemos de olvidar que los ayudamos
Cuando  iban de barriga para el cielo…

Los pendejos que piensan que postgrado
Es igual que saber que uno ya nada;
Gente tiene en cabeza una nonada
O lo que ya les salga aquí del ano.


Es ya aquí el licenciado, maestro,
Doctor, graduado; dígame;  pal gusto.
Que ya a los compadres les da susto
Cuando dices el grado que es el nuestro…

Que ya siempre es el nuestro aunque sepamos
Que pensar una cosa ya es lo mismo;
Como nos dijo ya Siempre en Domingo:
Servirlos, señor, siempre hay que a dos amos.

Puedes tú ser cristiano y aquí ateo;
Puedes tú ser de izquierda y de derecha;
Aquí ya no hay quien diga que estás hecha
Para este manicomio todo un reo.

Tú puedes trabajar ya aquí al gobierno;
Tú puedes presumir de libertario;
Tú ir con él, por dios, de aquí al Cielo
Y regresar de nuevo a recobrarlo.

Dicen que Dios, verdad, aquí en la Tierra
Es de Dios político, Soberano;
Es ya de México aquí su amo
Y del Cielo señor por donde quiera.

Señor de tesis y no sabe escribir
Su nombre ni siquiera en las cuartillas.
Es señor de citas; no son las mías
Las que quisiera hoy mañana transcribir.

Es señor ya de azul; ya es señora
Quien hoy  de azul se viste y no te asuste;
Quien siempre es de azul… aunque no te guste;
A quien los del narco piden y atoran.

Quien fue amarillo —fue— y ya es moreno,
que fue chino, japonés, y es del nuestro.
Aquél que vive siempre del denuesto
Y hace pan pa decir que el mundo es bueno.


Es ya ser del uno y del otro lado
Como tal cambiarte ya de choninos.
Bástate decir que este mundo en chino
Está por decírnoslo, ¡malhablados!

Hoy me llaman de supuesta facultad;
Para buscar a quien hoy les dé clases
A ver quién sabe dar la hora que pase
De una, digamos ya, universidad.

Diré Universidad meseta Anáhuac;
V letra segunda que es primera;
M es la letra, ¡uy!, que es la postrera;
Y así le sigo ya con la balada.

La V es así de vil y de vileza
Pues te hacen ir de paotro para un lado;
Te hacen creer que ya está garantizado
Una clase que darás, ay, qué belleza…

Pero ellos te hacen la sorpresa,
Tras de hacerte abrirte cuenta de banco;
Después de desvelarte, lapidado,
Que no hay ya baile; ya, ¡linda traviesa!

Ay, qué pasito chévere; pasito
Sabroso; cuando te dices ya está…
Dicen, ya ve a buscar mejor encuadre….
Que ya no busques beca ni compadre;
Vete tú, ya no le hagas al desmadre…
Puedes ir a chingar así a tu…



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lunes, 5 de septiembre de 2016

En compañía de un viajero

César Alain Cajero Sánchez

Costó mucho trabajo subirlo al taxi, como dijo Elena. Ya casi no se tenía en pie. Alguna conciencia debía conservar porque todavía intentó sostenerse. O eso me pareció a mí cuando lo tomé de los sobacos para levantarlo mientras otros dos amigos me ayudaban.



Desde el día anterior, a eso de las once en que nos fuimos a dormir, no lo veíamos. Mala noche debió pasar. No se pudo cambiar y nadie le quitó la camisa color vino que para este momento empezaba a oler mal. Perdió el sentido de sí a las cuatro de la mañana, según dicen quienes se quedaron a hacerle compañía. A las cinco o seis dejó de hablar y se quedó quieto en la cama a donde lo llevaron para que estuviese más cómodo. Ellos acabaron con lo que quedaba de la bebida con la que velaron toda la noche. No despertaron sino hasta las siete, cuando yo y Elena bajamos.

No faltaba sino una hora. A las ocho lo esperaban en el aeropuerto. No dio tiempo ni para llamar a la señora que nos ayuda con estas cosas. Por más que Elena estuvo buscando entre sus tarjetas de presentación, no la encontró. Es que hacía mucho que no la habíamos llamado. ¿Cuántos meses, cuántos años?

Allá, en su casa, todos lo estaban esperando. No podía llegar tarde a la cita más importante de su vida, por más manida que esté la frase y aunque en este caso no pegase del todo.

Como pudimos lo metimos al baño, lo desvestimos y abrimos la llave de la regadera.

Mientras nuestros amigos lo jabonaban, yo lo sostenía de los hombros. Su piel se veía aún más pálida de lo normal y la sentía viscosa, como la de un animal marino.

Mientras le jabonaban el pelo, el aroma a eucalipto del jabón me recordó que a él no le gustaba ese olor. Pero por su condición no podía quejarse. Además, cuando llegase de nuevo a tierra podían cambiarlo a su gusto.

Elena y sus hermanas le buscaron ropa en el desván. Él era muy pesado y casi no teníamos ropa de su medida. De lo que dejó su hermano, Elena encontró unos pantalones caquis y una camisa blanca. Limpiamos como pudimos sus zapatos. Durante la noche debió orinarse, cuando ya no pudo controlar sus esfínteres; la ropa sucia junto a las sábanas blancas, las mandaría ella a la lavandería. No es agradable, pero por un amigo de tantos años…

El taxi llegó a las 7:40, apenas a tiempo. Como pudimos lo metimos al auto; Elena se acordó y le puso las gafas oscuras que siempre usaba —y que había dejado en la mesita de la sala—, como si alguien lo fuera a reconocer y pedirle un autógrafo. Hay que respetar las manías de la gente aun en momentos como ése.

Llegamos al aeropuerto y por suerte había un servicio de sillas de ruedas donde lo hice pasar como un enfermo. Mientras revisaban nuestros papeles (por suerte, todavía había boletos ya que él siempre viajaba en primera clase), noté que mis manos temblaban un poco por el nerviosismo.

Afortunadamente nadie se dio cuenta y pasamos al aeroplano. Como pedí, nos tocaron asientos contiguos.

Me sorprendió saber que antes de llegar a nuestro destino pasaríamos a una ciudad en la línea fronteriza por unas horas antes de continuar el viaje. Mientras traían la acostumbrada copa, la azafata me confirmó que pasaríamos siete horas en dicha ciudad y proseguiríamos el viaje —en caso de contar con los boletos— en otro avión, ya que éste seguía inmediatamente.

Las luces se apagaron y pusieron en la pantalla una película con la que intenté distraerme mientras me preguntaba por qué querría pasar mi amigo por esa ciudad. Todos tenemos nuestros secretos, pero los suyos eran siempre transparentes y motivo de risotada.

No pasó mucho tiempo antes de sentir en mi hombro su peso. Mientras en la pantalla aparecía un hombre con un contrabajo noté cómo de su boca y nariz salía una sustancia viscosa que limpié rápidamente con un pañuelo.

El hombre en el asiento cercano al nuestro interrumpió su lectura, se quitó los audífonos que llevaba puestos y nos miró con extrañeza.

“¿Su amigo durmió tarde esta noche?”, preguntó y yo asentí con una sonrisa forzada. Él se levantó rumbó al final del pasillo mientras decía “Se levantará antes que todos nosotros. A todos nos tiene que pasar”. En tanto yo curioseaba a lo lejos el libro de tapas negras que llevaba, me pregunté qué habría hecho de saber la verdad. No era un libro en nuestro idioma, y lo único que pude distinguir fueron las palabras “Yitgaddal veyitqaddash shmeh rabba” en sus primeras líneas.

A las cuatro horas sentía un hormigueo en mis piernas y sentí la necesidad de ir a humedecerme la cara. Con mucho cuidado moví a mi amigo y lo acomodé en su asiento. De su boca escurría un líquido que volví a limpiar.

Al momento de echarme agua frente al espejo, mientras dejaba escurrirse mis manos por mis ojos, creí ver a mi compañero salir de uno de los sanitarios. Al volverme para verlo, no encontré a nadie. En el espejo sólo vi mi reflejo y el vaho de mi aliento.

Llegamos a nuestro destino después de cinco horas. Subí a mi amigo a la silla de ruedas con ayuda de varios asistentes de viaje y bajamos del avión. Inmediatamente llamé a Elena desde el aeropuerto. Ella tampoco sabía nada. Me dijo que la llamase en un una hora para ver qué podía averiguar. Antes de despedirse me dijo que había llegado la pintura azul que quería para el techo del cuarto. Le mandé un beso y colgué.

Esperé en la cafetería del aeropuerto la llamada mientras comía algo. Desde el día anterior no había probado bocado. No había nada de carne en el menú. Pedí una ensalada, pan y una taza de café.

Cuando llamó Elena, estaba dando las últimas mordidas a las madalenas. Me dijo que ya no había cupo en el avión, pero que encontró en la camisa el boleto que nuestro amigo había comprado. Llamó a la aerolínea y le dijeron que con el número que en él venía era suficiente para dejar entrar al pasajero. Apunté en mi libretita el 243013 antes de meditar que el estado de mi compañero no le permitiría siquiera que lo subiesen al avión y que obviamente no podría acompañarlo, con sólo un lugar apartado.

Por suerte, Elena, que es muy buena para este tipo de cosas en las que soy completamente torpe, llamó a un lugar que nos podría ayudar. Me dio la dirección y me advirtió que tenía que darme prisa porque los trámites podían tardar una hora, y luego había que esperar a que el procedimiento acabase en otras tres horas más una en lo que se enfriaba el asunto. Apenas a tiempo para llegar al aeropuerto.

El lugar estaba en un barrio de inmigrantes asiáticos cercano al aeropuerto. Un niño volaba un papalote en la esquina donde una larga fila de comensales se formaba frente a un restaurante con especialidad en curry picante. Frente al lugar estaba el servicio que buscaba, con el extravagante nombre de Shmashana pintado en su pared frontal junto a una serie de signos que no pude descifrar e imágenes de dioses de muchos brazos.

Me atendió un hombre fornido, bien afeitado y que olía a perfume con toques de nardo. Mientras le exponía la situación, él asentía y veía a mi amigo, al que traje en una silla de ruedas alquilada en el aeropuerto. Me dijo que no me preocupase, que iba a acelerar el proceso de trámites y que en tres horas y media podía pasar por él. Por fortuna, aceptó que pagase con tarjeta de crédito.

Abrí la puerta de cristal mientras el hombre y dos ayudantes llevaban lo que quedaba de mi amigo a la sala contigua, donde lo prepararían. Antes de que saliese, el hombre bromeó diciendo que era muy difícil ya mover a mi compañero, que un poco más y hubiese debido cortarlo en pedazos para llevarlo en una maleta. Reí, aunque el chiste no me hizo mucha gracia. Quizá porque era cierto.

Aunque pensé en llamar para que no lo esperasen pronto (ya deberíamos haber llegado), me imaginé que aguardar unas horas no los iba a molestar, después de cincuenta y tantos años. Tome uno de esos taxis de motocicleta y le indiqué al muchacho que lo conducía que me llevase a dar una vuelta por los lugares más interesantes de la ciudad.

Pequeños bulevares arbolados, plazas comerciales y una estatua de un ángel con una espada después, regresé a recoger a mi amigo.

Con un brazo lo tomé. Estaba tibio al tacto todavía. Nunca me imaginé que después de terminar iba a ser tan ligero. De haberlo sabido, hubiésemos hecho esto desde el principio, pensé entonces. Me regalaron una vasija de metal de color plateado donde lo llevé hasta el aeropuerto.

Lo demás fue lo acostumbrado. Subir al avión, dar el número del boleto, ser transportado al asiento. Ver por un par de horas la película, que al final siempre resulta mala, que ponen durante el viaje.

No hubo esta vez fantasmas en los baños ni curiosos ni miasmas que salían de la boca de nadie. Mi amigo ya no se movió de su lugar, bien acomodado a mi lado.


En tierra fue lo acostumbrado. Excepto que Elena avisó a quienes lo esperaban porque nada más bajar del avión ya escuchaba el “…único consuelo en las horas eternas del dolor, único consuelo sostén en el vacío…” cantado por hombres y ángeles.


Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...