martes, 19 de junio de 2012

Callejón con salida al sueño


Uno cierra los ojos
casi seguro de volverlos a abrir en otra parte,
uno cree, casi está seguro,
de que la sombra del dios aún pesa en la balanza.
Cada semilla es un amuleto para sortear la nada.
Por su plegaria al fuego memorable
el día junta las alas en medio de su pecho
y en la cumbre cegadora mi alma clama
por un puñado de milagros quela sangre entienda.

El delirio es tabú.
Nadie se ponga a corregir sus sueños
cuando por cada cosa que vuela
se consume un racimo de cometas,
cuando uno sabe que el viento es cadena de sollozos
y que muchas voces soplan sobre las plegadas velas.

Yace la tierra
entrañablemente cerca de sus muertos,
en los polos la aurora cumple un mes de nacida,
torna al sol el duende tornasol,
la campana mayor, sombrero de bronce sobre un mechón de pájaros
me da por primera vez los buenos días.

Las únicas cicatrices bellas
están hechas del plomo que cubre a los vitrales,
las únicas cicatrices que deja la hermosura
destellan sobre los claros jardines
donde el sueño agita espadañas de cristal de roca
y donde baila el corazón, almendra incontenida,
entre labios que se posan en otros labios
inaugurando la cruz florida del deseo.

Uno encima pilas de aureolas
y anuda largos ríos para medir el universo,
enloquecida virgen que nos ofrece su cuerpo con señales furiosas.
Uno reposa.
Descansa en la cueva de escalonadas sorpresas,
en la hendedura multiforme
donde el tajo de una lágrima airea la cal de los pómulos,
el revés y el envés de la reflexiva calavera.

Uno toma el sol, todo el sol que ha existido.
Uno se estira como un leopardo entre el perfume verde.
Manos indiferentes
ordeñan el último furor de los volcanes aquietados,
manos como flores
despegan al niño de su pañal de zarzas.

Pero no estoy triste, sólo un poco fatigado,
porque la vida no hace nunca lo que quiero;
no estoy fatigado, sólo un poco triste
por decorar con tanto exceso
vasijas de espuma y peceras que se rompen.
No estoy triste ni tampoco fatigado:
el astillero se hace a la mar embarazado de balandros
y el pandero no suena porque sus discos de metal
en jazmines se han trocado.

Por el delgado firmamento
que un golpe de cabellos suele quebrar
bajan dominaciones y potestades a dormir aquí,
junto al toro blanco, siempre remecido
en la tersa hamaca de su vientre.

Entre delirio y más delirio
uno reza porque Dios nos vuelva más honestos
y por el limpio gozo de nuestras vacaciones en la tierra
y porque los dedos persigan todo cuanto escapa:
la munición de mercurio, el fruto escurridizo,
la carne de gasa que te envuelve, señora irreal,
mujer cifrada y nunca retenida.

Nombro otra vez la munición de mercurio y el fruto fugitivo,
porque me dan idea, señora, me dan idea
de cómo eludes la sigilosa emboscada
cuando te busca miantorcha azul hasta la raíz
cuando te abres paso en la noche
hacia lentejuelas de primera magnitud.

Ya te dejo en paz, luminaria inaudita,
hegemonía lustral que yo persigo en vano,
espectro de lo que nunca ha venido,
de lo que viene y va, por el ancho tobogán del iris.

¡Oh imperio mío de sueños que me sobreviven
y me condecoran con alas de verdad!
Yo sé, siempre lo he sabido:
respirar y latir no es lo mismo que sentirse vivo.
Quizá por eso uno cierra los ojos
casi seguro de volverlos a abrir en otra parte.




Dícese que Marco Antonio Montes de Oca

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