martes, 5 de junio de 2012


Perdón, querido Karl



La soga estará siempre
al cuello de alguien.
El Estado es eterno.
El hombre será siempre
lobo artero del hombre.
La plusvalía famosa y sus vampiros,
p sobre v y todo eso,
seguirán chupando, de algún modo,
sangre humana.

¡Ay santo camarada! ¡Ay Cristo enorme!
No hay destino bueno entre nosotros.

Sólo una esperanza:
que el hombre vuelva
sobre sus pasos turbios,
que el propio pie recorra músculos arriba
su propio peroné,
su tibia horrenda;
que vuelva hacia aquel mono
que hoy se parece a él,
que vuelva a aquella cosa que él no era,
o bien sucumba entero
—pasto, él mismo su Átila—,
y otros, mejores, menos inhumanos,
 sólo hormigas tal vez,
o flores sólo, que sepan de su tallo
—otro ensayo del hombre en pocos términos—,
 tomen su puesto en el volante.


Aquel llamado Eduardo Lizalde

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