lunes, 30 de abril de 2012



Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.

Arde, sombrío, arde sin llamas,
apagado y ardiente,
ceniza y piedra viva,
desierto sin orillas.

Arde en el vasto cielo, laja y nube,
bajo la ciega luz que se desploma
entre estériles peñas.

Arde en la soledad que nos deshace,
tierra de piedra ardiente,
de raíces heladas y sedientas.

Arde, furor oculto,
ceniza que enloquece,
arde invisible, arde
como el mar impotente engendra nubes,
olas como el rencor y espumas pétreas.
Entre mis huesos delirantes, arde;
arde dentro del aire hueco,
horno invisible y puro;
arde como arde el tiempo,
como camina el tiempo entre la muerte,
con sus mismas pisadas y su aliento;
arde como la soledad que te devora,
arde en ti mismo, ardor sin llama,
soledad sin imagen, sed sin labios.
Para acabar con todo,
oh mundo seco,
para acabar con todo.


Un tal Octavio Paz

Testamento 



Nada les dejo sino este justificado asombro
ante la noche que cabalga
               arrojando espigas.
                                                      
Nada les dejo sino el fuego,
sino la espada;
no hablo de nadie sino de dos cuerpos
que desnudos amansan leonas,
abren el fruto y van deshaciendo
siglos, sembrando florestas.

El agua de su cuerpo
es la sangre, es el mar oleaje,
oscura voz del ahogado,
tigre de tiempo,
agua desbordada
                  donde flotan
                     cuerpos de dioses bebiendo granadas.

Nada dejo
sino esta furia que derrama,
esta sangre, esta semilla,
este Sol que amenaza
             con nacer de nuevo.

Nada les dejo sino este justificado asombro;
este fuego para acabar con todo
–oh mujer, oh cuerpo mío que desea-
este asombro como el fuego del crepúsculo;
                                                 el mar y el cielo
                                           devastando el horizonte.



César A. Cajero; atardecer, otoño, 2009

La cosecha



Si es en tierra negra nacerán más rápido. Pero esta tierra que hemos recibido tiene el color del maíz con muchos años encima; el color del polvo y el tiempo. Al pisarla uno se cubre de niebla y de un peso en las espaldas.

Allá de donde le cuento es pura tierra del color del azabache. Buena tierra ésa. Pero han ido desmontando el lugar. No tardará en acabar como éste. Además, meten reses. Ya sabe que esos animales acaban en unos años con todo, y entonces ni tierra ni maíz ni trigo ni animales ni monte. Sólo la pura vista monótona de colinas verdes de pasto, pintadas de ganado hasta donde pueda alcanzar la vista. Llenarán sus bolsillos, creo. Pero ya de lo que cuento no existirá más.

Pero allá los ven brotar directito de la tierra. Unos salen desde temprano y no los ves llegar hasta ya de noche, cuando todos estamos dormidos. Otros, más cansados, nomás van cerca. Ahí la tierra es menos buena, pero de todas formas sale pura miel en carne.

Pues sí, si usted no los ha visto salir del suelo, de esa tierra húmeda y olorosa, recuerdo de mar y de mujer, es porque nunca ha salido de aquí. Yo la he visto en las noches, la he tocado con estas manos; a veces la he besado y ha dejado que la bese. Húmeda la tierra le digo, como si una flor sólo buscase un momento para salir entre sus pétalos. Y si viera la cosecha.

Al principio uno no se da ni cuenta. Es nada más como un olor distinto. Llena de sangre la tierra, diríamos. Húmeda de sangre. Entonces, si se le ocurre tocarla, sentirá algo distinto en ella. Hay en esas noches un calor en los labios; un ave oscura que en ella anidase. Y es silencioso el calor aquel, como apenas dicho; como apenas nombrado. De un silencio terrible, pero emergido recién de lo más dulce en dentro.

Si uno no se da cuenta, entonces no importa; al otro día los verá brotar. Pero si se da cuenta, se le llena el alma de algo tierno; como presagio de nube y viento en tardes. Se lo digo porque sé. Los he sacado directo de ahí mero. Al pie de la ceiba y con siete horas de trabajo en mis espaldas. No se siente ni el trabajo, porque desde que se sabe que vendrán, uno no puede pensar en otra cosa. Como la sonrisa de una mujer, ¿me entiende?

Salen chiquitos, pero ya bien formados. Nomás verlos por vez primera ya sabe uno si se parecerán a la tierra o al que los saca directo de ella. Uno pone la semilla. Y le juro que he visto niñas de cinco años sembrando como si fueran un hombre de toda ley. Lo hacen quizá con menos maña y cosechan menos, pero lo que llevan en los brazos les ha costado horas de cariño.

Y no me crea, pero le digo que aquellos que lo hacen a lo bruto; que se sienten ya grandes y que pueden llevarse de la tierra más de lo necesario… Esos no saben lo que es esa tierra y nunca han tocado su vientre en la noche. Lo único es dar tiempo al tiempo, que el diablo no persigue y cuando persigue ya es hora. Y entonces, ni qué hacerle. Tiempo; tiempo y cariño es lo que se necesita. Lo demás lo trae la tierra y ellos a los que sacamos cada año. La tierra negra es la mejor, le digo; toda tierra es buena siempre que en ella brote el agua. Y el agua nace cuando la queremos.

Yo los veía salir el segundo día. Como le digo, ya entonces se sabe mucho. Dicen que si es al norte nacerá negro; que si al sur; blanco, al oeste es rojo y al otro lado es verde o azul. Eso dicen los que saben. Claro, al norte del árbol. Eso es lo que dicen. Yo nunca vi uno azul, pero me dicen que sí existen, que hasta en otros países de allá donde el sol nace -que yo no conozco, pero allá sabe Dios-  se han dado muchos. Con flauta y ojos de cielo oscuro, dicen los que me lo han leído.

Lo cierto es que los llevan con cuidado. En brazos, los que más. Salen de la tierra ya enteritos. Recién nacidos allá. Y entonces hay que ir con cuidado porque como sabe son los pájaros los que les traen el ánima y los pájaros, dicen, también se la llevan. Hay que tener cuidado de que las aves pasen, dejen su nombre sobre el que nace, pero después que se vayan, porque las plumas llevan en sus colores la brisa. Y la brisa es algo como el alma que viene y va; más allá del mar, ¿sabe usted?

Algunos les ponen nombre entonces. Abren los ojos y entonces ya sabe uno que nunca podrá separarse de ellos. Las niñas, la niña más chica que he visto, ellas le ponen entonces una fiesta de vestidos. Hay que vigilarlas con cuidado porque es tanto su cariño que a veces quieren sacarlos de la tierra desde entonces. Y si hacen eso la criatura se malogra; nomás un grito pegan y se van deshaciendo igualito a los granos de maíz. Secándose poco a poco. Y entonces ya no hay que hacer.

En la cosecha lo primero es que vengan de cabeza. Adentro no hay problema, pero a la hora de la cosecha hay que ver que todo vaya bien. Que los ojos se mantengan. Que los  bracitos ya estén formados; que las piernas los puedan sostener aunque sea sentados. Fuera de la tierra ya es otra cosa, pero hay que hacerlo con cuidado.

Se lo digo, entonces yo solía nombrarlos. Y viera cómo mueven las manitas una vez en los brazos. Y la tierra como que sonríe y se hace más dulce y más buena. Y hasta nace en ella otro olor; también de mar, pero más de leche y miel. Esa tierra.

Luego es como con cualquier criatura. Se lava y cuando ya le dimos nombre ya es persona y ya es parte de nosotros. Mueven los brazos. Su cabecita duerme entre las cobijas. Entonces los vemos y crecen. Y son iguales a nosotros hasta que crecen. Y entonces ellos tienen que sacar a otros. Y, le digo, así es como estamos aquí. Y la tierra que es buena es la negra, la más húmeda, la que más se desea en esas noches. Y nace un niño, uno blanco, uno rojo, uno negro. Y dicen que también de carne azul; y dicen que con color de ojos y noche.

Pero que le hacemos, esta es la tierra que tenemos hoy. La tierra es amarilla; sólo hace falta agua; sólo hace falta lluvia. Al norte nacen blancos, he escuchado.

Sí, como lo oye, ya se viene el tiempo de la cosecha.


César Alain Cajero Sánchez

Cinco mujeres en technicolor


El año de 1917 se creó la primera técnica para grabar en color: el technicolor, con sus tonos pastel y sus intensos tonos de acuarela. A pesar de varias cintas hechas con la primera versión de este procedimiento, no es sino hasta 1932 que se refina y nacen las primeras chicas en technicolor.

 La primera que se ha quedado en la mente de toda mujer que se precie de haber nacido en este mundo es Blancanieves.

Qué se puede decir de esta mujer. Pues su gran sueño es casarse con un príncipe, de quien se rumora es azul, tal vez debido a que se quería suicidar como Werther.

Algunos dicen que Blancanieves tenía parafilias y además no dudaba de entrarle fuerte a la promiscuidad. Otros dicen que era medio tarolas. Los más afirmamos que quienes esto dicen no pasan de ser unos amargados. Yo no sé nada, lo único cierto es que era bastante trabajadora para mantener limpios a siete barbudos bastante horribles. Y también es cierto que esos barbudos cantaban bastante mejor que ella y que el insoportable príncipe.

Otra mujer en technicolor es la simpática Dorothy, quien llegó al país de Oz (no confundir con la otra Dorita, cuyo líder era Toto).

Cuenta la leyenda que era interpretada por una alcoholica y además aficionada a las barbies llamada Judy Garland. Pero lo único que se puede decir de ella es que cantaba macizo y que sabía bailar bien, aunque nunca como el Espantapájaros. Por otro lado nos da dos grandes lecciones. La primera es que cuando estamos fuera de los sueños el mundo se ve rete triste. La otra lección dice que no hay lugar como el hogar.

La primera lección está comprobada. De la segunda no estoy tan segura.

Ya saliendo del technicolor, pero tupiéndole duro a otras sustancias a las que no era aparentemente tan aficionada Judy Garland, aparece una chica del lado más luminoso del sol. Aquella a la que cantan los Rolling stones y quien no necesita ir del otro lado como Dorothy porque “She’s a rainbow”.

De acuerdo a todas las pesquisas, esta joven ya es plena contemporánea de la televisión. Es en 1968 cuando los televisores de medio mundo se pintan de colores. De la misma manera, en las calles cientos de jóvenes ilusionados cuanto cándidos pintan sus rostros. Entre esta especie debemos buscar a la mujer arcoíris.

No hay datos mayores del paradero y la identidad de la mujer de los siete colores. Probablemente se cuente entre las miles de jóvenes perdidas para siempre en el anonimato, arrepentidas de su actuar de otras épocas (la encuerada de Avandaro, nuestro ejemplo más famoso). Ya se sabe: sesentones que tararean “Satisfaction” frente a la pantalla de la computadora. Pero bueno, ¿cuántas personas de nuestra edad no están siempre en la computadora… y cuántas de nosotras mismas podemos vanagloriarnos de “ser un arcoíris”?
El coro dedicado a esta mujer en technicolor remite a la siguiente.

En 1966 un grupo de Los Ángeles lanza un primer disco homónimo. Love nace.

Pocos escucharon a Love en su tiempo. Pocos lo escuchan hoy y Arthur Lee no es precisamente una gran estrella de rock. Ni lo necesita. Su huella es definitiva en gran parte de lo que amamos: de The Doors hasta Blur; de Pulp hasta The Sex pistols.

Y sí, “She comes in colours”. Otra chica technicolor y la frase que tomaron los Stones para hablar de la anterior mujer de colores.

No sabemos nada de esta joven. No le canta a príncipes azules; no sale de Kansas. No es tampoco muy famosa. Ah, pero vaya que su canción es ponedora. Y remite a una más de las sustancias que tanto le quemaron la cabeza a Arthur Lee. My love she comes in colours.
Y hablando de tipos con el coco quemado de tantos ácidos, llegamos a la última chica technicolor.

Los Beach boys lanzaron en el mismo 1966 el sencillo para su prometedor disco Smile. Éste es hasta la fecha uno de los más famosos discos que nunca fueron dados a la luz. Hace algunos años el compositor líder del grupo, Brian Wilson, después de años de silencio y de mucho tiempo que tardó para recuperarse de sus viajes interespaciales, lanzó una versión propia de dicho disco.

Entre muchas otras canciones aparece aquella dedicada a la última chica technicolor. Con tal visión en colores y con tantas buenas vibraciones, ésta joven de ropas coloridas llenaba todo locus amenus de los olores y sabores del rey Salomón en el Cantar de los cantares. No fue Salomón quien le cantó a esta mujer cuyos amores son mejores que el vino, sino Brian Wilson, sus hermanitos y demás corifeos.

Sin más, gozáremos y nos alegraremos en ti.


La tal Titania

lunes, 23 de abril de 2012

Habitaciones vacías



Envejecer es la lenta, minuciosa tarea de ir desencantando el mundo.

Cuando la mirada, ya libre de cualquier indicio de pueril sorpresa ante lo desconocido, llega al punto en que se ve libre de pasiones; cuando el hombre puede separarse del deseo y comenzar a pensar serenamente, entonces estamos un paso más cerca de la ecuanimidad. Y de la verdad. Y de la tumba.

Sólo cuando hemos llegado a ser anémicos espíritus –apenas si seres vivos; ángeles de la abulia- podemos alcanzar esa etapa tan amada por nuestra época. La madurez –para nosotros- es el entierro de la magia y el deseo. Es entonces cuando comprendemos la seriedad del mundo; cuando inventamos el más antiguo de todos los prejuicios: la Verdad.
Incapaces ya de aventurarnos a la magia de lo desconocido –esa dolorosa y dulce llaga que es la vida-, temblamos ante la apenas probabilidad del sufrimiento o del gozo. Es entonces cuando nace el cálculo, la objetividad. La supresión de las pasiones es la marca del hombre respetable, aquel que no apuesta; calcula. Preferible siempre un desastre tibio y premeditado a los peligros que entraña la existencia.

Sorprenderse es descubrir en cada instante la magia y los dioses; descubrir en cada rincón una cueva llena de misterios. Una mirada así no puede sino parecernos sinónimo de desastres; de inútil niñería. Dejar de ser simples niños parece el objetivo triunfal de cada hombre; dejar atrás la sorpresa para entrar a la metódica costumbre. Trazar planes; líneas rectas en un mapa, así éste no nos lleve a ninguna parte. El desierto anticipado.

Sólo en un mundo que ha sido conocido por la sensatez –esa fría llama que nos consume- es posible descubrir el método. Como los dioses y los impulsos a la aventura se han perdido, es posible conocer los mecanismos de la Realidad. Este conocimiento nos lleva al cálculo y a la indiferencia. Ser objetivo es despertar para corregir los sueños. Matemática de las epilepsias; ciencia del jadeo y del llanto.

La duda y el canto, el misterio y la alegría, son derroches de la pasión. Incomprensibles para una época cuya tara sea la madurez, las artes y los jadeos místicos se corresponden con el estudio y las teorías. Todo es mecanismo: aun nuestro universo entero puede explicarse. Así, si no podemos ya invocar la presencia de los dioses, sí podemos imitar metódicamente su presencia. Planear con precaución simulacros de mundos.

Vivir implica el peligro constante; lo imprevisto, el accidente feliz o aciago; las lágrimas y la risa. Ese derroche de lo inédito, ese desperdicio de energía en lo temporal, que es la vida de cada hombre tiene que ser el peor antagonista de los planes y los mecanismos. La libertad no puede preverse. Y por más mutilado que se encuentre un espíritu, su vida transcurre en el dominio insólito de las pasiones. Es tarea minuciosa –cada hora del paso del tiempo- despoblar una vida de su libertad y convertirla en un apocado plan cuyo siempre es cada día. Pan cotidiano del hombre es el hastío.

Es el miedo el padre de la rutina; toda aventura es naufragio y al mismo tiempo realización. Dolor y regocijo son inseparables y dan forma al vértigo que llamamos vida. Cuando el temor nos impide el movimiento, hemos llegado a la seriedad. Ya no es necesario lamentarnos ni buscar esperanza en el futuro ignoto. Ya no tenemos futuro ni pasado, ni presente.

El reino de la sensación es el presente; envejecer es ir despojándose del tiempo y dibujar en su lugar proyectos de ninguna parte. No hay instante ni relámpago; sólo el monótono correr del reloj hace pensar que alguna vez hubo alguien en esa habitación vacía.

La maravilla, el milagro, está en la mirada. Cuando nuestros ojos ya no descubren, sino que se limitan a comprobar, entonces ha llegado la estación de la rutina. Cesan la sorpresa y el terror; se olvida lo inesperado. El cuerpo y sus evidencias se ahogan; la seriedad y la costumbre no conocen del dolor y el goce. Nada útil ni razonable puede deducirse del gemido

Una vez que hemos dejado de sorprendernos, surge la objetividad y, con ella, la indiferencia. Rutinaria imagen de un universo que ya no significa nada para nadie es lo que entonces se llama Verdad.

Es entonces que la cena de gigantes se transforma en una pobre mesa; que las botas de siete leguas caen rendidas en el polvo. El mundo se ha desencantado, encarcelado en conceptos, en un universo verbal que suprime la maravilla. Se ha cambiado al cosmos por una habitación en sombras, sin tiempo.

Llega un momento en que la labor lenta y paciente de vacío ha terminado. Tomamos las llaves, abrimos una puerta, ya sin miedo ni ansia. Sabemos de antemano qué hay en esa casa. Una vez dentro, estamos y no estamos ahí.


 César Alain Cajero Sánchez

Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...