lunes, 2 de octubre de 2017

Estremecimientos, sacudidas; despertares

Estremecimientos, sacudidas; despertares


Tiene el amor feroces
galgos morados;
pero también sus mieses,
también sus pájaros.

 José Gorostiza, Muerte sin fin

Los momentos en que los habitantes de un Estado se organizan por sí mismos en pos de un objetivo en común son excepcionales, pero no inusitados. Las celebraciones y las desgracias reúnen a los seres humanos y no es extraño que uno de estos momentos se convierta, de improviso, en el otro.

La muerte de un niño, el bautizo de otro; la llegada de un vecino, la despedida de otro; la enfermedad, el nacimiento; la muerte y la fiesta que termina en llanto. Los momentos aciagos y aquellos en los que celebramos la existencia reúnen al ser humano. Por un momento somos aquellos otros y las barreras en las que vivimos encerrados caen.

En estos días, ante una desgracia natural de una magnitud recordada tan sólo por algunas de las generaciones vivas, vimos una muestra de empatía y solidaridad que ya habíamos olvidado. Miles de jóvenes, adultos y ancianos, de hombres y mujeres, de diferentes religiones y tendencias políticas, de distintos puntos de México, de muy diferentes clases sociales, buscaron la manera de ayudar a quienes se habían visto afectados de una u otra manera por los sismos del pasado mes. No hubo violencia ni enfrentamientos. Fuera del oportunismo político de los individuos de siempre y de contados engaños de otros, tanto conocidos como de caras nuevas, fue una actuación ejemplar de los ciudadanos (menos lo fue del gobierno).



Tras varios días, la marea poco a poco regresa a su cauce habitual. No falta quien culpe de esto a los villanos conocidos: el gobierno, los medios y, menos, a la Iglesia y hasta la universidad salió involucrada por llamar a reanudar clases. La UNAM por no “permitir” que continúen las brigadas pues la universidad sirve más cuando no hay en ella clases, como todos sabemos; los medios porque “distraen” a la gente (y la “gente” se deja distraer porque el que mucho distrae buen distraidor será)… el gobierno porque… pues porque es culero (única cosa en la que estoy de acuerdo) y planeó todo con ayuda de la Iglesia y, no falta quien lo diga, los judíos (sólo faltan los nazis para hacer esto más delirante).

Lamento, como todos, que la actitud de cooperación espontánea y la hermandad instintiva de estas semanas vaya desapareciendo y en su lugar aparezcan de nuevo las caras de enojo, la búsqueda del beneficio personal y el tedio. Sin embargo, me parece no menos que natural. Y, ni modo, la verdad no creo para nada lo de las conjuras eclesiasticojudeomasónicogubernamentalcapitalistas, pero sí en la naturaleza humana.

Y es que este tipo de movimientos espontáneos en algún momento desaparecen. Recuerdo ahora que hace muchos años, cuando creía en los movimientos sociales y en la posibilidad del cambio a través de las multitudes, siempre en una forma pacífica y solidaria, vi Miedo y asco en Las Vegas donde, refiriéndose a sus recuerdos de aquellos años sesenta que tanto admirábamos y evocábamos, aparecían las palabras:

Había locura en todas direcciones, a cualquier hora. Si no al otro lado de la Bahía, por Golden Gate arriba, o hacia abajo, de 101 a Los Altos o La Honda… en todas partes saltaban chispas. Había una fantástica sensación universal de que hiciésemos lo que hiciésemos era correcto, de que estábamos ganando…

Y esto, creo yo, fue el motivo… aquella sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas de lo Viejo y lo Malo. No en un sentido malvado o militar; no necesitábamos eso. Nuestra energía prevalecería sin más. No tenía ningún sentido luchar… ni por parte nuestra ni por la de ellos. Teníamos todo el impulso; íbamos en la cresta de una ola alta y maravillosa…

Así que, en fin, menos de cinco años después, podías subir a un empinado cerro en Las Vegas y mirar al Oeste, y si tenías vista suficiente, podías ver casi la línea que señalaba el nivel de máximo alcance de las aguas… aquel sitio donde el oleaje había roto al fin y había empezado a retroceder.

No es por falta de coraje ni de entereza. La fiesta y el duelo no pueden durar para siempre. Cuando esos momentos privilegiados de unión ajena a la clase gobernante se mantienen hablamos de una revolución y de una rebelión. Pero las rebeliones, tristemente, se dirigen, se apresuran, a convertirse en hecatombes, a extinguirse o a petrificarse. Ese fue el destino de movimientos tan hermosos como la Asamblea nacional y la Toma de la Bastilla; de la Comuna de París y la contracultura de los sesenta; de la Revolución mexicana… Y es que el leninismo tenía razón en algo: aquella rebelión que no cuente con líderes (independientemente de su interpretación clasista), con una vanguardia, está condenada a quedarse en un momento tan solo.

Las rebeliones sociales populares se convierten rápidamente en turbas sin dirección cuando no cuentan con líderes que las encaucen y las supediten a un fin fuera de los objetivos más inmediatos. Esto, que es un principio básico de las organizaciones y de la misma disciplina castrense, tiene dos causas.

La primera se deriva de que el ser humano en una masa compacta se deja llevar por los primeros impulsos que se le presentan. El animal hombre es un ser agresivo y sectario. Los mismos instintos que lo impelen a la participación dentro de un grupo lo llevan a acometer contra aquello que no esté dentro de aquel al que pertenece; a satanizar todo lo que le sea ajeno e intentar purificarlo. Los asesinatos durante el Terror y los saqueos tras la toma de la Alhóndiga de granaditas son un par de ejemplos. Se necesitó de la intervención de muchas fuerzas y personalidades para aminorar estos desmanes (a veces con éxito, a veces sin él).

La otra causa es, en apariencia, contradictoria. El hecho de que todo grupo humano se componga de multitud de individuos y el que cada uno de ellos tenga una idea personal de lo que lo motiva y lo que busca hace que en un momento dado la convergencia de objetivos se vaya desintegrando y que la alianza inicial quedé abortada. Los líderes acallan la disidencia a través de la disciplina y con ello mantienen la unión de los movimientos.

Es en el momento de la desmoralización y de la pérdida del liderazgo en el que la desintegración se ultima. Es el ejército insurgente tras la Batalla de las cruces.



Lo dicho hasta aquí no significa, empero, que celebre la existencia de líderes capaces de convertir una rebelión en una revolución. Las revoluciones tal como las conocemos terminan en dictaduras y las ideas, en doctrinas.

Los líderes, al acaparar el poder, imponen sus opiniones. La disciplina implica la obediencia a un criterio que se supone intachable, perfecto. La palabra del líder es ley y no puede ser discutida so pena de el error. Y para una disciplina revolucionaria, el error es el arma del enemigo; la disidencia, fruto de la oposición. Todo lo que no es la Verdad es la mentira; la sevicia que debe ser exterminada.

Los seguidores de un líder deben de acallar no solo sus propias discrepancias y opiniones, sino las de aquellos que, a su alrededor, externen dudas acerca de la opinión de los líderes.

La petrificación de las revoluciones e ideologías en dictaduras o en sistemas de partido único no es sino fruto natural de la disciplina necesaria para la existencia del movimiento sin que este se disgregue o termine en una turba sin control. La diferencia entre una tiranía y un partido único solo estriba en el número de participantes de la Verdad. La gran mayoría del pueblo sigue teniendo como única misión el obedecer y ser feliz. La felicidad obligatoria.

En el marxismo original, es verdad, no se habla de líderes y el resultado no es la dictadura personal o de un partido, sino la dictadura del proletariado; del pueblo que se gobierna a sí mismo. Sin embargo, esto no se logra debido a la unión de libertades, sino que es una fatalidad inevitable. No es historia, sino destino. El hombre, así pues, está atrapado en fuerzas que no puede controlar y la felicidad no es impuesta por un individuo (contra el que es posible rebelarse, sino por un silogismo; por la naturaleza misma).

¿Esto lleva a la conclusión de que cualquier intento de cambiar al mundo está condenado al fracaso?

En lo absoluto. Lleva a concluir tan solo que hasta ahora hemos hecho todo mal.

No creo en las masas sino en los individuos. Creo que hasta la persona que se ha portado de la manera más obtusa lo hace por ignorancia, por incapacidad de dominar los impulsos extremos y terribles del ser humano (los cuales no deben ser extirpados, sino encauzados; ellos son nosotros).



La conciencia que nos ha entregado al abismo, a sabernos mortales, es aliviada en la fiesta y en el duelo, en ese sentimiento de ser uno con los otros. Esos caminos no deben ser negados, pero tampoco debemos olvidar ese otro camino que es el amor; el conocernos en los ojos de otro; en sus palabras. El amor es sexo, es violencia, pero también es diálogo de almas.

Dialogar: conocer lo que dice el otro, los otros. Dialogar y llegar a una idea que podamos aprobar en libertad, sin negar las opiniones distintas, sino pactando una alianza. No a través de la disciplina, sino del pacto de opiniones; de la discusión (acalorada si se quiere, difícil, terrible, pero siempre menos que la violencia). La discusión que es el encuentro de libertades.

Es en el diálogo y la discusión donde encuentro la única manera de buscar un punto de convergencia que no implique la tiranía de un líder ni el ciego movimiento de los instintos. Crear entre todos, sin que ninguno sea callado ni reprimido. Con la voz de todos; de todo.

Nos decía nuestro maestro Huberto Batis: “todo lo sabemos entre todos”.



El afán de dominio ha creado la tiranía y la violencia humana, pero también la ciencia; la necesidad de ser reconocido por el otro lleva a los celos y al crimen, pero también al amor. El lenguaje lleva a la quimera falaz y al abismo de la conciencia, pero también esa conciencia ha hecho posible saber la alegría y la risa; la quimera es también imaginación, creatividad, poesía.


2 de octubre del 2017


César Alain Cajero Sánchez

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