miércoles, 30 de mayo de 2012



Caminemos libres sobre grandes extensiones,
sobre la tierra germinando trigos y frutos;
bajo inmensos árboles, cielos sin ataduras.


https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7j0Mt-4-KjXy4LmYN4OTcB7TDSNC88fTRXc4w0B37MuArPfACI2v7Cn3XsFu75gtYIgd2ydf-Q9Ryl3jR2hQ2yQyYUDaauPkhrKQJgNl1UUpPkZ0Boe3io8dkuakvnCuISEsQlWUnQtRY/s1600/cruce-de-caminos.jpgBajo la lluvia el sol, los vientos
que traen voces de mujeres en la vendimia,
que traen brisas del mar indomable.

Más allá de los hombres y sus palabras,
de los ojos vaciados de horizontes; de las horas vacías.
Bailemos más allá de las edades.
Bebamos de todos los ríos al Sol desnudos.

Hablo de mi vida solamente; no de multitudes.
Nadie más importa.
Nadie más; vivamos.

La noche y sus pasos en el agua
son nuestros pasos. El viento y sus corceles
son nuestra risa y nuestra danza.
Vivamos; de nadie más es esta tierra.
Hagamos surgir cantos, midamos
con siglos nuestros cuerpos; las risas,
el Sol, el mar abierto.
 
Dejemos las puertas abiertas de toda casa,
de todo mundo y baile.
Vendrán los días, los niños,
                  los vientos con su serenata;
los jóvenes, los arces y su vigor de noche.
Vendrán las noches y sus enamorados.
Las puertas abiertas donde nos verán danzar
y derramar los vinos,
devorar mieles y granadas.

Dejemos las puertas abiertas
para que en nuestra danza caminen horizontes,
para que nuestros ojos crezcan mares y montañas.

Las puertas abiertas —caminemos, bailemos—
para cualquiera que no sea multitudes
ni hombres con metros y relojes.

Que nadie trabaje.

Caminemos, cantemos. Es nuestra danza.
Midamos nuestros cuerpos con la luz y su hilo
para ver que nada es suficiente;
dejemos atrás a los hombres.
Cantemos, batamos palmas bajo la ceiba,
seamos el árbol y el rayo.

Nadie, que nadie más importa.

Y los dioses niños verán nuestra casa
henchida de vinos dulces sobre el mundo
queriendo habitarla.

Nunca, esperen su turno!, esta vida es nuestra danza.
Bebamos la copa del mar y nuestra embriaguez
será un león despierto a media noche;
bebamos la sal de nuestros cuerpos
y a nuestra danza vendrán el ciervo y la tigresa.

Caminemos;
hagan sonar la música!
Que el mundo entero pase por nuestras miradas;
recibamos en ellos las flores, las horas.

Vivamos nuestra danza con las puertas abiertas
—no las multitudes; dos nosotros;
             egoístas del banquete y de sus vinos.
 
Dejemos atrás a los hombres
y sus almas serias, con vestidos
  de planta muerta y palabras.

Entren los niños, los niños, las palomas,
las dos ciervas, los tigres, mis dioses desnudos.

Miren, contemplen mi vida y esta danza.

Mírenme recorrer los mares
con cantos; los bailes.

Miren; esa mujer de dos ríos
y la higuera encendida; noche desnuda y de pie.

Caminemos.

Dejemos atrás nuestras ropas;
cárcel de la vida y ahogo;
dejemos a la orilla del mar nuestras ropas.

En el mar entremos como dos cuerpos;
una sola danza; como dos deseos
y dos labios como un blasón florido.

Dejemos atrás al dios de las aguas
y sus legiones de coral y oros.
Vivamos.
Dejémosles saber que la inmortalidad
no es nuestra
y esta vida es de nosotros
ya un baile; ya un canto.

Caminemos más allá de hombres y nuestros dioses;
bebamos al sol los ríos; desnudos,
 lúbricos, perezosos; batiendo palmas!


 César A. Cajero, Mediodía, verano, 2010

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