miércoles, 30 de mayo de 2012


El camino


En Palenque un paquete de cigarros cuesta 40 pesos.

Por todas partes hay tzeltales. A pesar de que el tzeltal y el ch’ol son lenguas relacionadas, apenas puedo descifrar una que otra palabra.
Me siento junto a un muchacho. Después de algunos minutos llegan sus amigos; jeans, tenis; gorras con logotipos de Nike y WWE. A su lado tres muchachas; vestido largo y blusas bordadas. Todos hablan tzeltal.

Mañana es domingo de ramos.

Son cuatro horas, cinco horas para llegar de Palenque a San Cristóbal de las Casas. Veo por las ventanas los bosques de cedro, guano, caoba y ceibas u otro mundo; uno de oyameles y pinos bordados de orquídeas.
A lo largo del camino también cambian las personas: eran los vestidos largos y las blusas bordadas en el cuello; después blusas largas y sueltas, con bordados verticales y a veces el cabello trenzado con largas cintas de colores. Una vez en los bosques fríos las blusas mudaron a otoño: todo colores pardos y oscuros; faldas de lana negra. Desde antes de llegar a Ocosingo descubrí muros con descoloridas leyendas neozapatistas.  Alguna ajada manta que reivindica la posesión de la tierra y ahuyenta a las transnacionales luce junto a un pequeño autoservicio.

Además de las mantas, pronto descubrí que una anónima mano dejó en los caminos una vez y otra mensajes en los que se alaba a Jesucristo.

Por espacio de varios kilómetros los mensajes evangélicos esperan en las cañadas y piedras del camino junto a varios letreros zapatistas. No me sorprende: recuerdo que los de la Casa del obrero mundial se decepcionaron al ver a los zapatistas originales mendigar una tortilla "por el amor de Dios". En lo personal pienso que esos sindicalistas eran muy payasos.

San Cristóbal es un lugar de clima frío comparado con Tabasco o Palenque. Todo se encuentra invadido por el turismo. 
Busco una posada y no hay lugar que esté debajo de 400 pesos la noche. Ofrecen televisión por cable y baño con sauna. Los letreros están en inglés y aceptan Visa. Lo bueno es que sé inglés y tengo Visa. Lo malo es que no tienen idea de lo que es una posada y que mi escaso salario no da para gastar pesos de más.

Después de caminar muy lejos del turismo encuentro un lugar aceptable. Junto al mercado —lejos del centro— hay muchos tzotziles y algunos tzeltales. Venden fruta , elotes asados, miel y palamas para el domingo de ramos.

Compro un elote y una palma.

Voy al centro de la ciudad y al lado de la catedral; fotografiados por extáticos turistas —entre ellos destaca un rubio con un sarakof; a su lado una muchacha con turbante sikh— unos jóvenes hacen una supuesta danza azteca. En otro lugar, un muchacho visiblemente delgado recibe aplausos mientras toca su didgeridoo. Bueno, los turistas vinieron a ver algo exótico.

Dicen que el turismo deja dinero y que ayuda a los indígenas pobres. Lo primero no lo dudo. De lo segundo guardo dudas. Dinero hay, pero por lo que veo, la mayoría lo absorben negocios como Maya’s pizzas & burritos. Claro, los turistas compran muchas artesanías, pero, ¿en verdad les irá mejor que cuando mercaban animales, frutas y tejidos?

He decidido no ir mañana a San Juan Chamula. Será el lunes.

Me siento en los escalones de la catedral. Dentro de unos minutos habrá misa. Tres jóvenes ch’oles con los ojos embotados se sientan junto a mí. Hablando en la lengua dicen que va a ir a beber. Uno de ellos, que no ha escuchado bien pregunta “¿a cotorrear?”. Se ajusta sus guangoches jeans; escupe y enciende un celular  que difunde los sonidos de una canción de Huracán de Sinaloa. Orgulloso asegura “salen en la tele; ésta sí es música”. Uno de los muchachos saca de su mochila una cerveza y la beben con mucho escándalo. De repente dos de ellos se levantan entre risas. “Si comes indio, quítale los huaraches, chavo”. El que no le quita los huaraches a lo que come se incorpora; mira alrededor y dice:

“Oye, mañana es domingo de ramos”.



César A. Cajero Sánchez

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