martes, 8 de mayo de 2012



Ayer, en el tren que me regresaba de Compiègnes a París. Sentados frente a mí, una joven (¿19 años?) y un joven. Intento luchar contra el interés que me despierta la joven y, para lograrlo, me la imagino muerta, en un estado avanzado de descomposición, con los ojos, las mejillas, la nariz, los labios putrefactos. Inútil. El encanto que desprendía seguía haciéndome mella. Tal es el milagro de la vida.


Un tal Cioran

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