miércoles, 25 de julio de 2012

Ese viejo jazz de las ciudades


Después de las anteriores semanas entre explosiones punk de niña adolescente, vayamos por esta semana lejos de los ritmos sabrosos de aquella lejana juventud loca (snif; véanme deshojando margaritas y recitando a Darío).
Mucho después de mis primeros besos y sudores adolescentes estaba en una librería escuchando la pesada voz de la bluesera Bessie Smith. Alguien había pasado a mi i-pod un disco que --me aseguraba-- tenía todo el tonelaje (nunca mejor dicho) de la verdadera maestra de la Janis.

Después de una canción de esas para cortarse las venas con las galletas de nuestra preferencia me encontré con una trompeta chillona; con esa voz tan querida rodeada de una especie de tos burlona y a la vez doliente que hacía la respuesta perfecta de la voz de mi entonces amada. Investigué y salió un apodo, Satchmo, y un nombre que ya había escuchado: Louis Armstrong.



Ahí nació mi interés por el dichoso jazz.

Aunque nadie sabe ni sabrá jamás cuando fue que nació ese ritmo triste, cálido y salvaje; ese ritmo que lo mismo pasa de la risa al llanto y de la soledad a la pedorreta, fue Jelly Roll Morton quien se autonombró el "padre del jazz". Ferdinand Joseph LaMenthe, aunque tal vez no fuese el primero en fusionar el rag, el blues, el stomp y demás ritmos bailables y dolientes, sí fue uno de los primeros que pisaron fuerte en esto del bamboleo cadencioso. 


La música del Gelatinoso, suave y sensual también tiene su lado carcajeante, burbujeante, maleante y cambiante (esas dos últimas palabras, para hacer ritmo). Un ritmazo que invita a bailar con falda corta y collares. Qué buenos vestidos llevaban esas locas del jazz, me cae.


Esa época, dominada por la sangre azul de los jazzistas tiene a su Rey (Olivier), su Conde (Basie) y su Duque (Ellington). El Duke de plano es de esos imperdibles: un swing y una creatividad que rozan lo pictórico. Las carcajadas que le saca a sus músicos; la elegancia de sus piezas lentas... Una progresión triste y al mismo tiempo delicada como la que escuchamos en "Solitude".


El otro lado, el que muestra a un Duke convertido en una tromba de ritmos y locuras; aquel que hace hablar a la trompeta y al clarinete como borrachos ahogados y a la batería como un caminar a tumbos por las calles de la gran ciudad mientras cantamos aquellos viejos días es patente en "The Mooche". Mejor canción para una borrachera no hay.



Al mismo tiempo un jovencito mofletudo hacía sus primeras apariciones con el grupo del maestro King Olivier. Satchmo y su trompeta. Satchmo, el de la voz de whiskey y risas. Louis Armstrong, el primer y para mí único rey del jazz. La diva Pops. La verdadera y primera diva Pop(s). Perdonará Miles Davies, el Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Coltrane, pero como Satchmo, nadie.


Una más de Pops, donde muestra la alegría que puede contagiar este maestro. Si les suena conocida pero en voz de un tal Ramón, no se equivocan: Joey la rehizo a su manera en su disco (casi) póstumo.


En próximas entregas, más de estos y otros (no puse nada del Rey ni del Conde). También nos pondremos como locos gatos del bop, ésos.

A ver qué más se me ocurre.


Titania con vestido de los años locos

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