jueves, 12 de julio de 2012


Nos miramos a los ojos
y eso no significa absolutamente nada


Como el muchacho éste que escribe sobre películas no me ha mandado su colaboración (se supone ya la tiene), aprovecho para hablar de una de mis cintas favoritas. Pos total.




Hace casi quince años acabé la secundaria. Quería tener el cabello largo, escuchaba a The Jam y a los Doors y leía a Rimbaud.

Entré a una preparatoria de la UNAM. No entraba a clases, me iba a distintas bibliotecas de la ciudad. En eso además se dio la ya no tan famosa huelga. Por mi parte, encerrado con pocos pero doctos libros juntos, prefería leer a Marcuse y rematar con Huxley (Las Puertas de la percepción y Cielo e infierno, obviamente... cómo me gustan los Doors).

Una noche prendí la televisión y en el canal 11 pasaban una película francesa en blanco y negro. Aburrido, me acosté y me dispuse a verla.

Para muchos Rayuela de Cortázar fue el libro que encendió su imaginación (a mí en su momento me gustó, pero me es imposible releerla completa sin quedarme dormido; mi libro fue Cien años de soledad); pues bien, para mí el equivalente fue Sin aliento (A bout de souffle), la película de Jean Luc Godard.

Sin aliento es un filme que tiene una trama más bien sencilla: un ladrón de autos se enamora de una estudiante y para volver a verla, conduce hasta París. En el camino, a punto de ser detenido por un policía, se pone nervioso y lo mata. Todo lo demás es la cacería del asesino por las calles de París y sus encuentros-desencuentros con la muchacha.

Muchas veces, al volver a ver la película, me he dado cuenta de que la historia es más bien aburrida. Acostumbrado a un cine diferente, espero ver vuelcos en la trama; historias intrigantes; revelaciones de repente. Sin aliento es simple, plana, sencilla. En la hora y media que dura no aparece nada que nos recuerde a las cintas que hemos amado.

Todo el interés de la película gira en torno a la relación entre los protagonistas. Patricia Franchini (Jean Seberg en plena belleza), la estudiante; aspirante a literata, lectora de Faulkner. Michel Poiccard (Jean Paul Belmondo), ladrón de autos enloquecido y al tiempo, arrogante.

Bien vista, Sin aliento no es más que una historia de amor (en el trailer le llaman a esta pareja "les anarchistes"). En toda la película, los gestos, las miradas y el diálogo son más importantes que la trama. Los personajes tienen una personalidad radiante, a veces histriónica, pero de un histrionismo que recuerda a Yorick o a Hamlet. El bufón es el personaje de la melancolía.

Michel Poiccard no pierde oportunidad de burlarse de lo que le rodea y de reírse de toda situación (la escena donde roba dinero para ir a comprar un periódico que usa para limpiarse los zapatos es inolvidable). Su extraña búsqueda amorosa de Patricia, que pasa de lo romántico a lo agresivo y lúbrico, es en gran parte la verdadera historia de la película.

También Patricia ha emprendido un viaje. Su personalidad que pasa de lo inocente a lo ruin de un momento a otro; su búsqueda de una respuesta que, finalmente, no tendrá. La necesidad que a veces muestra de ser querida y, de un momento a otro, su afirmación desesperada (si a las personalidades de esta película se les puede llamar desesperadas) de no querer ser amada.

Años han pasado desde que vi esta película —más años desde que Godard la filmó— y todavía cuando la veo me sigue causando risa y tristeza a la vez. A diferencia de otras películas favoritas, no hay en Sin aliento escenas que me muevan al llanto o a la carcajada; no es El joven manos de tijeras ni La Strada; tampoco es Cinema Paradiso o El club de la pelea. Lo que hay en Sin aliento es la bufonada llevada a lo trágico; la melancolía, el sol negro. La muestra de que aunque todos los amores son dichosos (lo dice Michel en una escena), el amor nunca ha de encontrarse. La certeza dolorosa, el chiste final, de que ni toda la imaginación del mundo hará que el sol se levante de nuevo.

Tal vez la cinta que más se acerque a ésta y con la que podría compararla es con esa otra joya del cine “aburrido” (muchos amigos la odian) que es Lost in translation. La misma sensación de pérdida hay en ambas; la misma tristeza ante lo que pudo ser y nunca será. Sin embargo el papel que en la película de Sofia Coppola juega la ternura y la esperanza; en Sin aliento lo juega el humor y la espontaneidad burlona. No hay segundas partes en la cinta de Godard y el final (que no contaré) es el chiste final: dos que nunca se entendieron; dos que nunca pudieron comunicarse a pesar de todo.

Y, a pesar de todo, queda una sonrisa (pa-pa-pa-pa-pa-pa-tricia paaatricia). Queda la belleza y una noche; y un amanecer. Queda Michel Poiccard levantando la falda de las parisinas; queda Patricia riéndose y leyendo Las palmeras salvajes.

En fin, que yo también me he sentido Michel Poiccard (últimamente más que antes, ¿por qué será?) y pensado, como Patricia: “No sé si no soy feliz porque no soy libre o si no soy libre porque no soy feliz”. Aunque feliz, pues creo que sí lo soy. A veces.




César A. Cajero Sánchez

A bout de soufflé, 1960, Jean Luc Godard; se conoce en México como Sin aliento, en España como Al final de la escapada; la edición que venden por ahí ostenta el título en inglés Breathless, está barata en varias librerías, lléguenle, no se arrepentirán. Por cierto que la traducción de Canal Once (sólo disponible en pirata) está mejor, pero ni modo. Por cierto, eso de que Truffaut hizo el guión y de que Chabrol hizo supervisión de arte es pura mentira.







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