martes, 31 de diciembre de 2013

Letras y niños



En el reciente número de Letras libres varios autores escriben sobre la literatura infantil. Yo meto mi cuchara para dialogar con ellos.


Tal vez no sea el más adecuado para hablar de literatura infantil. Me declaro un lector tardío de esos textos, o de lo que, me dicen, son esos textos. Tenía más de veinte cuando leí Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn; al menos veinticinco cuando llegó a mis manos El libro de la selva y unos treinta para Peter Pan. Sólo leí en ese entonces uno de la colección infantil (y con esto quiero decir, de verdad escrito "para niños") de Alfaguara si no mal recuerdo —quien en su colección "juvenil" tiene algunos títulos tremendos, Traven por decir algo.

Yo empecé leyendo cuentos de Jerome Bixby e Isaac Asimov. Luego, Borges, Cortázar y García Márquez. Papá nos leía por las noches La Odisea, La Ilíada y una versión suya de Kalimán (en serio).

¿Qué le gusta leer a un niño? Lo ignoro, pero como creo recordar que yo lo fui y que en realidad no he cambiado mucho desde entonces, contestaré. No creo que haya un tipo exclusivo de niño ni una literatura que sea exclusiva para esa edad. Porque a mí me gustaba digamos Las aventuras de Fly y a otros les latían los Supercampeones; yo detesté desde siempre las canciones en las películas de Disney mientras otros se paraban a bailar con ellas. Para acabar, mientras a mí me gustaba Super Mario bros 3, me dormía Contra o Street fighter.

Al mismo tiempo, aunque se edita a Kipling, Verne, Twain o hasta Huxley dentro de colecciones "infantiles" o "juveniles" (otra categoría de edad, señores, así no sea tan usada ni tan redituable) por lo que he leído (que no es mucho), ninguno de ellos escribió ninguno de sus libros pensando en niños. También puedo decir que muchos títulos que, me dicen, son para niños (lo sospechaba, por sus dibujos) me parecen más intensos, profundos y que tocan temas más complejos que una gran parte —la mala— de la literatura. Bueno, cómics como Kingdom comes, Civil war o House of M me parecen cualquier cosa menos "infantiles"... o "adultos". Me parecen obras muy valiosas y es todo.

Lo que sí creo que es posible percibir es una interpretación distinta, o mejor dicho: un nivel de lectura distinto (no mejor, sólo distinto). Como sabemos, cada lectura de un libro es distinta porque nosotros somos diferentes también. Así, cuando leí a Borges en primaria nunca percibí toda la idea metafísica ni los juegos con las realidades. Fueron historias de aventuras y es todo.

De la misma manera, hoy leo Peter pan y me parece una historia tremendamente lúgubre. Un escrito que condena a la rutina y al tedio a toda la vida adulta. El principito, a quien uno de los autores que escribieron para LL califica de cursi e insoportable, no me parece una lectura infantil y su único problema es el llevar un prólogo en el que lo destina a los niños.

¿El principito es una obra nostálgica? Por supuesto, pero usa la voz infantil y un punto de vista infantil para criticar al universo de los adultos. Es la historia del traje nuevo del emperador escrita con el estilo despiadado y sin censuras de un niño. Al mismo tiempo es una obra de amor y muerte.

¿Es cursi El principito? Sí, si piensas que toda obra que linde con los sentimientos (que son todas) es cursi. Como dijo Neruda: quien huye de la cursilería cae en el hielo.

Pero eso no es un gran problema en realidad: Cien años de soledad es cursi, ¿Por quién doblan las campanas? es cursi; En busca del tiempo perdido es una cursilería de lo peor. 

De todas ellas, sólo me atrevería a decir que la que me parece poco apta para un niño (porque a mí me habría dormido) es En busca del tiempo perdido. Pero no por su cursilería (si le hemos de llamar así, a algunos les gusta denigrar sus sentimientos que ni qué), simple y sencillamente porque no pasa nada en ella.

Y ahí está el quid del asunto. Como dije antes: existen diferentes niveles interpretativos: un adulto no percibirá ni apreciará lo mismo que un niño y viceversa. Cuando un niño lee Cien años de soledad (recuerdo que hace tiempo contesté a alguien que dijo que en el futuro será una obra infantil, ¡mejor que mejor!) lo hace como a una historia de aventuras; cuando un adulto lo hace, al mismo tiempo lee —y aprecia— la desolación contenida en esta obra, donde el tiempo gira para desvanecerse. Otros apreciarán los juegos entre la realidad y la fantasía, la realidad como una creación fantástica, que tanto deben a Borges. En fin, hay muchos puntos de vista porque cada persona (y sólo tal vez, cada grupo de edad) busca cosas distintas. El texto ya las contiene todas si vale la pena de ser leído.

Ahora, en mi caso, lo que apreciaba de niño eran las aventuras, la fantasía. Lugares distintos donde el séptimo hijo de la dinastía Kali se encontrase con una horda de seres salidos de la mente de científicos adeptos a la eugenesia; héroes que iban a los infiernos en busca de un adivino ciego; baobabs gigantescos creciendo en planetas que pueden pasarse de salto en salto (como las islas del mar Egeo); hombres que en lo íntimo de sus hogares vomitan conejitos o encuentran un punto en el que convergen todos los tiempos y lugares.

En otra palabra, buscaba (sigo buscando en algunas de mis lecturas) el arte de la narración. Vivir este mundo y otro; vivir en este mundo todos los mundos. Este mundo que es todos los mundos.

Fue mucho después que aprecié la belleza de las palabras, el sonido de las frases. Claro que ya había indicios de ellos en las canciones, en las adivinanzas y en algunas rimas alegres por aquí y por allá. Pero, bueno, ello no pasaba de un gusto pasajero frente al horror y fascinación del mundo que Anthony había desaparecido al pensarlo y en el que todo debía suceder como lo pensaba; o a la nave espacial donde nadie sabía qué cosa era real y qué no. O a ese otro mundo, nuestro mundo, que era un hombre que se había muerto de miedo en un pueblo de difuntos.

Claro, eso y más estaba presente en esos textos (si no, no los seguiría leyendo hoy, como muchas otras cosas he dejado), ahí estaba por ejemplo "El niño vio una mujer arrodillada, con los brazos en cruz, en un espacio limpio, misteriosamente vedado a la estampida. Allí lo puso José Arcadio Segundo, en el instante de derrumbarse con la cara bañada en sangre, antes de que el tropel colosal arrasara con el espacio vacío, con la mujer arrodillada, con la luz del alto cielo de sequía, y con el puto mundo donde Úrsula Iguarán había vendido tantos animalitos de caramelo".



Fue hasta mucho después que me di cuenta de que sin esas palabras esos mundos no serían posibles. Y lo simples que parecían entonces algunos otros libros que me habían gustado (aunque gustado menos, eso sí: alguien por ahí me dio uno o dos libros "infantiles", que aunque me parecen agradables, nunca me gustaron tanto).


Y fue mucho, pero todavía mucho después que me gustaron lo que el citado escritor llama "cursilerías". De entonces mi furor por la poesía pues conjuntaba conjunta mis recién adquiridas pasiones por la creación verbal y por lo que en un libro llamo la identificación del pathos entre la voz lírica y el lector. Lo que no es más que decir que cuando lees un poema (una cursilería, claro) descubres lo que sientes: lo re-vives y al mismo tiempo lo creas, re-creas. Algo que, lamentablemente hay que decirlo, no ocurre de la misma manera con la narrativa, o al menos no de manera tan rotunda (sin con esto asignar categorías de valor).


Sobre el "mensaje" que te da un libro, la dichosa "lección", pues creo que en realidad sí lo tienen, pues cada libro es como una vida. Y cada vida es un camino. Ahora, lo que signifique ese camino, no lo sabe sino el que lo ha transitado. Por eso abomino de la moralina y los adoctrinamientos.

Todo esto no me importaba de niño en los libros que leía. Pero ya estaba presente.


¿Es El principito un libro cursi? Probablemente. Tan cursi como un poema de Neruda o de Paz o de Vallejo. ¿Es una creación "poco auténtica"? Bueno, aunque desconfío de medir "autenticidades", vamos a seguir a Wilde y entonces diremos que es tan "poco auténtico" como El mago de Oz, "Tlon Uqbar, Orbis tertius", El viento en los sauces o "El fantasma de Canterville".

Comprendo la dificultad de que a un niño le guste la poesía: ¿qué interés puede tener para él un poema de amor o de muerte?, ¿qué la nostalgia, el tiempo o la soledad? También comprendo que se canse con lecturas como En busca del tiempo perdido. No es apta para él (tal vez tampoco para mí, que creo que la luna se toma a cucharadas) porque él quiere ver cosas que pasan.

La poesía épica, sí. Claro. En ella los héroes viven aventuras extraordinarias, todo es furor. Los cómics y mangas bien elaborados son restructuraciones de esos mitos que todos, tanto niños como adultos necesitamos. Los necesitamos como necesitamos poesía, cuentos, leyendas, sueños, tierra y agua. Son reales: también la verdad se inventa.

No creo que haya literatura infantil ni adulta, tampoco creo que haya una literatura femenina o masculina o gay o lo que sea.

La literatura —el arte— es una magia que a todos nos alcanza. Todos la viven, cada uno la vive de forma distinta. Como al mundo.




César Alain Cajero Sánchez


Ah, yo no propongo ninguna hoguera purificadora,
creo que eso ya lo habían pensado unos señores alemanes.
Ni siquiera para obras de autosuperación que esas sí que
ni dónde buscarles. También odio la moralina.

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