martes, 31 de diciembre de 2013

Ciudades




De todo el tiempo en que los seres humanos hemos vivido en este planeta, sólo desde hace 6,000 años hemos construido ciudades.


Para hacer una idea, si el tiempo total de presencia humana fuese representado por un día que empieza a las 6 de la mañana y termina a las 10 de la noche, las ciudades aparecerían a eso de las 9:35. Justo a tiempo para que nos lavemos los dientes y digamos nuestras oraciones como niños buenos.


Cómo iniciaron las ciudades, no es un tema que vaya a abordar aquí. No hay un consenso al respecto, salvo que sin la Revolución neolítica, hubiera sido imposible su aparición. También es importante anotar que con las ciudades nace también la división y estratificación del trabajo; el nacimiento del Estado, las hambrunas, las epidemias a larga escala y la guerra tal como la concebimos.

Algunos entusiastas de las urbes señalan que también nacieron las ciencias y el arte. No es verdad. La ciencia moderna nace mucho después: en la Ilustración, mientras que las técnicas ya eran practicadas quizá desde el comienzo de la existencia humana. Lo mismo puede decirse del arte y la religión. Aunque debo decir que lo que sí nace con la ciudad es el concepto de una Iglesia.

A despecho de esto, es evidente que las ciudades permitieron el intercambio de experiencias, conocimientos, ideas y mitos de donde nació la Filosofía propiamente dicha y el mundo humano tal como lo concebimos. Es decir, con las ciudades nace la crítica. No me refiero a que antes de esto no existieran las preguntas filosóficas (la religión, la ciencia/técnica y el arte son otras formas de responder a esas heridas), sino a que el encuentro entre esas distintas respuestas llevó a su discusión y crítica.

En tanto que, sin total razón, creo yo, se ha asociado la palabra "civilización" con las ciudades. Indudablemente sin la ciudad, la civilización como la conocemos sería imposible, pero de ahí a establecer con ello un "progreso" o una valoración respecto a las sociedades pre-urbanas creo que hay una gran distancia. No hay forma de medir el "progreso" de una sociedad respecto a otra en esos términos. Además de que, como ya señalé, la vida en las urbes resuelve algunos problemas, pero crea otros.



Hoy, ante los nuevos peligros (además de los señalados) a los que nos hemos visto arrastrados por nuestro estilo de vida, muy especialmente la degradación ambiental y la alienación contemporánea, hay quienes señalan que la solución es precisamente la vida urbana.

Sus razones estriban en que para evitar el gasto extra de energía en gasolina, infraestructura e inevitable deterioro de los tramos intermedios que representan los viajes desde la periferia a las ciudades, las comunidades rurales deben de ser integradas a las grandes urbes. Ya que el modelo de descentralización ha sido un fracaso en tanto representa un despilfarro de energía en pos de un sueño de abundancia, es evidente que es en las ciudades donde se puede implementar un plan integral de reciclamiento, aprovechamiento del espacio y rendimiento neto de la energía. Asimismo, con la tecnología actual, el campo está casi automatizado, así que la alimentación está asegurada sin necesidad de tener una gran población rural que, de la misma manera, podrá acceder a las posibilidades culturales, de comunicación y de confort propias de las grandes urbes. Por otra parte, el uso de azoteas verdes y jardines de horticultura comunitarios relajará el impacto que ejercemos sobre el campo, el cual podrá ser sometido a un plan de recuperamiento del ecosistema natural.

Respecto a los problemas psicológicos como la alienación y la depresión, se señala que según las estadísticas, éstas afecciones son más propias de las comunidades pequeñas descentralizadas (donde, por ejemplo, los casos de suicidio o de crímenes de asesinos masivos tienden a concentrarse). Esto se debe al escaso margen de comunicación y al aislamiento en que viven las personas en este tipo de lugares. En la ciudad, por la diversificación y la pluralidad de intereses, es mucho más difícil el aislamiento. En otras palabras, por las propias características de la especie humana (sociabilidad, necesidad de expresión e individualidad dentro de los márgenes de un conjunto social), es la ciudad su hábitat "natural" por decirlo así.

Discrepo de algunas de sus conclusiones por la sencilla razón de que el modelo urbano en que piensan es el propio de los países nórdicos (donde, por cierto, no existen megaciudades como Los Ángeles, México o Tokyo), mientras que su idea de una comunidad "descentralizada" son los suburbios de E.U.

Ni una ni otra realidad son aplicables en el 90% de las sociedades del mundo.

El gasto de energía fósil usado al trasladar a los trabajadores de sus casas en los suburbios a la ciudad donde están sus fuentes de empleo es indudablemente un problema muy grande y con probabilidad, junto con la generación de energía eléctrica, uno de los focos de contaminación más grandes (y más si tomamos en cuenta el desperdicio causado por las vías de comunicación lentas y congestionadas.

Empero, el mayor de estos problemas se da en el modelo norteamericano de suburbios: zonas aledañas a las grandes ciudades, donde los trabajadores viven una fantasía de vida rural, lejos de la problemática citadina, su ritmo a veces demencial y dentro de un universo "cerrado" donde sus hijos crecen.

Ese modelo es insostenible porque otra de las mismas fantasías norteamericanas es la del automóvil. Para trasladarse a sus centros de trabajo, los norteamericanos de los suburbios (esencialmente blancos de clase media) no hacen uso de los transportes masivos, sino que deben sufrir las congestionadas vías de comunicación. Un ejemplo claro del desperdicio de energía.

Sin embargo, dentro de las ciudades —en particular de las megaciudades— el transporte es también un problema. El promedio de tiempo que un habitante del D.F. tarda en llegar a su trabajo va de los 40 minutos a la hora y media. Además, por la propia inercia de la cultura moderna, mucho de ese transporte se da en autos particulares. Creo que no es necesario señalar los congestionamientos en ciudades como Bombay, Nueva York o México. Los transportes masivos son populares en las ciudades del tercer mundo y en algunas urbes pequeñas, pero en relación con la población total son poco utilizadas o sus capacidades se han visto rebasadas por el crecimiento demográfico.

De la misma forma, en efecto, la centralización de servicios de una ciudad y su propia inercia hace que en ella sea más fácil realizar planes a gran escala de reciclaje, aprovechamiento de aguas y demás estrategias. Sin embargo, estos instrumentos en su mayoría sirven para paliar las necesidades y problemas generados por el estilo de vida citadino, no para remediar lo ya degradado.

En otras palabras: la "solución" que representa la concentración urbana es cierta, pero únicamente desde la óptica occidental y capitalista, que prefiere el suicidio lento a cambiar su miserable forma de vida. Por supuesto, dentro de los estrechos límites del mundo moderno y su ideología, la única opción es ésta. Es, además, un paso más en la concentración del poderío económico y político.

La ciudad nació junto al estado y uno de sus posibles orígenes fue aportar un centro para el intercambio comercial. Nuestra civilización, que ha llevado a uno de sus extremos el poderío estatal y el del mercado, ve con natural agrado la superurbanización. Una solución que lleva al Estado perfecto soñado por Hegel.

La alienación, como bien advierte Hegel mismo, es causada por la escisión entre el hombre y el mundo. Entre el hombre y su objeto de deseo/repulsión. En efecto, las ciudades parecen un remedio patente a los males del hombre, a su duda y su crisis por haber nacido.

Sin embargo, esta solución dista de la pregonada por los entusiastas del "hiperdesarrollo" y la "comunidad virtual global". Las tecnologías de la información no permiten mejor que un libro, un periódico, o simplemente el trato diario, la participación social. En más de un sentido, la sociedad moderna está más fragmentada que nunca dado que la gran cantidad de información y opciones presente hace que nunca sea necesario profundizar en un sólo tema ni en una propuesta. Asimismo, es posible desentenderse de opiniones contrarias a las nuestras con simplemente dar un click. No hay confrontación ni discusión seria en internet ni en ninguna parte de las urbes modernas. La posibilidad del diálogo existía en las ciudades de la antigüedad dado que había un espacio común y un interés que nosotros, acostumbrados a la sobreexposición de "ofertas culturales" (con todo el discurso mercadotécnico de la palabra), somos incapaces de entender.

No, la solución que proporciona la vida urbana es la del anonimato. La pérdida de la individualidad en la masa anónima. La alienación se ha completado y la crisis ya es imposible pues no hay ya "yo". La absorción del individuo por el Estado, el mercado o simplemente la "civilización".

En efecto, a diferencia de las sociedades animales más perfectas, el problema del humano como especie es el apego al "yo" y a la individualidad. Es ella la que hace que nuestras civilizaciones sean al mismo tiempo tan variadas y tan frágiles. No mienten ni Hegel ni Marx cuando predicen que en el Estado perfecto la alienación es imposible: es imposible porque toda huella de invectiva o crítica es inexistente. El hombre se convierte en una pieza más de una maquinaria.

Ignoro si hemos dado ese paso o si siquiera debemos darlo. Eficiente sí es. Aunque dado nuestro número e impulsos (naturales o culturales, no es este espacio para debatirlo), me parece que sólo lleva a la catástrofe.

Fuera de ese magnífico escenario, la alienación del ser humano en las ciudades no es menor que en el campo: es tan "normal" que lleva a olvidarse. Una alienación colectiva, que no se presenta en forma de crisis personales, sino en vidas grises y automáticas que de repente se desploman. En efecto, el habitante de las ciudades raramente recurrirá a la violencia explosiva, sino a una más discreta y "entendible". Como ha perdido contacto con su medio social (no hay sociedades bien arraigadas en la vida urbana), familiar (las familias tienden a desintegrarse), no se rebela contra él. Suele atacarse a sí mismo (único centro de su interés) o a sus vecinos inmediatos en formas quizá más sutiles, pero no por ello menos ofensivas.

Ello por no mencionar que la supuesta abundancia en la vida citadina es una falacia. Todos conocemos que las grandes urbes están llenas de parias que hemos llamado "trabajadores". No el proletariado de la teoría marxista clásica; esas anónimas masas de subempleados que apenas sobreviven ya sea de limosnas, hurtos o pequeños trabajos en el comercio informal.

Vean las condiciones de sus viviendas, de su medio ambiente. ¿Es esa la solución que pregonan?

En efecto, la idea de los suburbios estadounidenses está desfasada. Pero para los "geniales" expertos (seguramente estadounidenses), no existe otra forma de entender la vida fuera de las ciudades. Un suburbio no es un pueblo y éste no es una comunidad. Hay muchas formas de entender la vida en el campo y muchas formas de atender sus necesidades sin dar soluciones faraónicas y estatales que provocan más problemas que los que resuelven. No hay necesidad de manejar todo desde el estado, pues se pueden hacer proyectos a escala regional, con participación y voto de los habitantes.

Un ejemplo de esto lo veo con el querido tío Eruviel quien promete mucho alimento con la Reforma energética pues con ella habrán muchos fertilizantes. Una más de las propuestas faraónicas para el campo mexicano (que pretenden hacer a todas las localidades campesinas, espejos del sistema —patentemente ineficiente — norteamericano. La idea de los gobernantes mexicanos al parecer sigue planteando la "modernización" a través de la Revolución verde, la maquinaria, el sistema de riego y, probablemente, la semilla transgénica. Todas estas, soluciones que han sido cuestionadas no sólo en nuestros países, sino en los mismos países capitalistas.

Nada sobre el desarrollo del campo a través de técnicas verdes (que deben ser desarrolladas y mantenidas regionalmente), probablemente porque supone más trabajo/hombre y menos inversión de energía fósil (y mientras menos inversión fósil a través del estado, menos control económico y político sobre la población).

En fin, que el tema da para mucho. Sigamos en otra ocasión.




César Alain Cajero Sánchez


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