lunes, 20 de abril de 2015

Guía roji





—No es por ahí. Que no es por ahí. Dé vuelta a la izquierda y cinco calles derecho.

El auto corría por las calles de una colonia de las afueras de la ciudad. A los lados del vehículo pasaban las casas roñosas a salitre, con la propaganda de la elección en turno y los colores del partido que vino para cambiar las cosas.
 
Varios curiosos se asomaban por las pocas tiendas abiertas por esos rumbos casi a las nueve de la noche. Algún viandante, con botellas de cerveza en las manos tuvo que hacerse a un lado por la velocidad del vehículo. Aunque la presencia de este tipo de carros no era nueva, normalmente salían con rumbo a su destino horas antes.

—Si te vas derecho, vas a dar a la avenida. Ya de ahí agarra a la izquierda.

Quien hablaba iba vestido como cuando llegaron por él. Una camisa de vestir azul a medio abrochar y pantalones de mezclilla negros. Acababa de llegar del trabajo cuando tocaron a la puerta. No se puso nada encima porque sabía que a donde iban no la necesitaría.

Junto a él iba en el asiento trasero un hombre aproximadamente de su misma edad que aferraba con fuerza una pequeña maleta y lo veía fijamente. No decía palabra. Ese día habían tenido que recoger a otros cinco. Pero la casa de los anteriores era céntrica. Conocían las calles de la ciudad perfectamente después de sólo dos meses de trabajo. Sin embargo, no eran encargados de esta zona. Los que sí lo eran se habían reportado enfermos.

En los asientos delanteros iban el conductor, de bigote y atento a las indicaciones del hombre que habían recogido, y el copiloto, que a cada bache soltaba un “¡Carajo!” y nada más. Estaba irritado pues seguramente se correría la noticia de que se perdieron por más de una hora y tuvieron que pedir ayuda al cliente.

—Ahora sí, vete derecho y te pasas el puente vehicular. Te das la vuelta en u porque si no vamos a llegar a otro lado y no hay retorno hasta en 40 kilómetros.

Un auto rojo que iba enfrente prendió las luces traseras en señal de que iba a dar la vuelta en el último momento, por lo que el conductor tuvo que hacer una maniobra veloz para esquivarlo. Sin embargo, por ello no pudo dar la vuelta en u a tiempo y se siguió.

— ¿Y ahora?

—Si te sigues derecho, como en media hora está el retorno, pero si tenemos mucha prisa, metete por la calle siguiente a la derecha. Está lleno de topes, pero en quince minutos salimos.

Al oír esto, el conductor dio el volantazo y se metió en donde se le indicó. Pasó por una iglesia donde, al parecer estaba acabando una misa de boda. Cuando los vieron, los invitados desviaron la mirada, asustados. Sólo los niños hicieron como que sacaban unas pistolas y les dispararon en son de juego.

—En esta iglesia se casó mi hermano hace un mes. Antes vivía conmigo en la casa. Lo bueno es que no estaba él ahí. Es muy necio y seguro que hubiese querido venir a la fuerza. Mejor así porque pues él está chavo. Su esposa va a tener un niño, ¿sabían?

No contestaron, pero por supuesto, sabían que iba a tener un niño y que ese día no estaría en casa. Los familiares son lo peor, siempre quieren acompañar a la fuerza. Y a esos nadie los paga. Hay que hacer el trabajo gratis.

—Ahora sí, metete a la izquierda, ahí donde se  ve la entrada a la escuela.

La escuela estaba desierta ya a esas horas. Normalmente la salida de las secundarias es a las nueve de la noche, pero debido a la falta de seguridad, en esta salían a las ocho.

El copiloto encendió un cigarro y abrió la ventanilla. El aire caliente del verano entró al coche. Prendió el estéreo del auto en busca de alguna estación: la escuela le traía malos recuerdos.

—Aquí no se agarra buena señal. Ya saben ustedes que estamos muy lejos de la ciudad y sólo con una buena antena  se pueden escuchar algunas estaciones en casa. Pero en auto, no, ninguna.

Más irritado todavía, el hombre cerró la ventanilla no sin antes escupir. Abrió la guantera y rebuscó en ella hasta dar con un disco. No le gustó el que encontró, abrió de nuevo y lo aventó.

Dieron todavía una vuelta más para salir al lugar donde debía darse vuelta en u. Era una calle sin pavimentar, donde casi arrollan a un niño en triciclo que todavía no entraba a su casa. El auto se llenó de polvo al salir de un bache.

Entonces salieron a una carretera que conocían.

El hombre que los había estado guiando se hundió en el asiento. Ahora los que hablaban eran el copiloto y el conductor. El hombre que estaba a su lado no había pronunciado ninguna palabra. Lo veía solamente y de cuando en cuando miraba por la ventanilla.

Sabía que iban a llegar por él en uno de esos días. Pero nunca se le ocurrió que hoy precisamente. El día había sido muy cansado y en el trabajo nadie parecía tratarlo de manera distinta. Su compañero, quien seguramente ya se había enterado, incluso se permitió halagarle el par de zapatos nuevos que llevaba. Lástima.

Al llegar a la glorieta cerca de su destino, se encontraron con un embotellamiento. Al parecer, uno de los invitados había intentado salir, con lo que el tráfico se detuvo mientras varios salieron a buscarlo.

Como iban con más de una hora de atraso, el hombre que lo acompañaba en el asiento trasero le preguntó si sabía cómo salir de ahí, porque esto iba para largo.

—Tal vez si se meten por la derecha todavía no haya llegado el tráfico. Creo que hay una entrada por atrás de ahí. O eso me han dicho. Yo nunca…

Sin dejarlo terminar, el conductor reaccionó e hizo lo que el hombre había dicho. Aunque algunos autos intentaban salir, ninguno entraba. Encontró el camino libre y en menos de diez minutos llegó a la parte trasera.

Nadie los esperaba, pero bastaron unos cuantos golpes en la puerta para que saliesen a recibirlos. Muchos querían salir y nadie entrar, así que los toquidos sólo podían ser de alguien que conocía el lugar.

Bajaron.

El aire veraniego encerrado en la ciudad, olía sucio. La cantidad de coches en las calles aledañas habían viciado el ambiente. Así y todo, el viento pasaba, furtivo. El hombre respiró profunda, casi desesperadamente.

—Pues ya llegamos. A la otra acuérdense bien de cómo salir de ahí.

—Lo recordaremos. Ahora ya llegaste. Hace cuatro horas nos mandaron por ti, pero por fin llegamos.

—Por fin. Nada más no olviden cuál es su encargo.

—No lo olvidamos. Verás que este trabajo sí lo sabemos hacer.

Los cuatro hombres entraron por la puerta. Olía a sangre.

El hombre sabía que ya nunca saldría. Que quien entra ahí nunca sale.

—No se olviden: dos tiros; tres por si acaso.


—No lo olvidaremos.

Entonces pensó en la carretera. Y la puerta se cerró.



                                                                                                                     César Alain Cajero Sánchez

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