lunes, 20 de abril de 2015

Un vuelo sobre la poesía de Octavio Paz



La plenitud de los elementos


Con ¿Aguila o sol? llega la etapa de consolidación y clímax de aquella poética que Paz había gestado en sus libros iniciales.

En este libro, Paz, ya sumado al grupo surrealista, integra aquellos aspectos de sus años de formación en un solo libro. Ahí están los “Trabajos del poeta”, con la soledad de las urbes y el desaliento quevediano por el paso del tiempo; está también la Historia con sus horrores y sus promesas; la imagen de la mujer “Mariposa de obsidiana”; el instante, el sueño y el lenguaje.

A pesar de que Baudelaire había escrito ya los Pequeños poemas en prosa más de 75 años antes, entonces y ahora hay muchas personas que no comprenden esta poesía, verdadero juego de funambulismo (y en el caso de Octavio Paz, de un sonambulismo a ojos abiertos) sin red. El libro no está exento de caídas, pero sus momentos logrados revelan una lírica que, aunque bebe de la tradición hispánica, tiene escasos parangones no sólo en la poesía mexicana, sino en toda la de habla española. Hay semejanzas con el Aleixandre de Pasión de la tierra y con el Neruda de Residencia en la tierra, inclusive con el Lorca de Poeta en Nueva York, sin embargo lo que en los libros de estos poetas (cada uno de ellos, una obra extraordinaria: absurdo sería ponerlos en competencia) es desolación profunda (y aquí valdría también señalar a Vallejo), en Paz se transforma a través de la herencia romántica en una prueba donde la vida y la muerte se dan la mano. Vida más allá y más acá de la Historia. En “Mariposa de obsidiana”, por ejemplo, se recrea el mito de la madre-mujer-amante sepultada entre los escombros de la Historia que, sin embargo, es posibilidad de comienzo.

Aguila o sol recrea y crea un mito: el de la tierra mexicana como una herida cargada de llantos y muertes. Una herida, que, sin embargo es también posibilidad de un recomienzo. No es casual que un año antes de dar a conocer este libro, Paz haya escrito El laberinto de la soledad. Ambos libros buscan los orígenes de una tierra cuya historia ha sido un desangramiento.

Sin embargo, mientras El laberinto de la soledad es leído como una indagación en busca de lo que significa haber nacido en una tierra nacida del crimen y la profanación, en ¿Aguila o sol? toma carices mucho más íntimos.

No se trata de una ontología del mexicano (si es que puede decirse eso del Laberinto), sino de la búsqueda en el  propio poeta de aquel mito que brinde coherencia a su existencia personal. A mi parecer ninguno de ambos libros buscaba en realidad tanto explicar como develar un mito fundador. Un mito que, por serlo, está abierto al cambio. Los mitos se conservan precisamente en el cambio: en ello radica su misma existencia. Cuando el mito se vuelve ortodoxia se convierte en religión o ideología.

El estado original del hombre moderno según se lee en ¿Águila o sol? como en A la orilla del mundo o en Entre la piedra y la flor es el del abandono; el de la soledad. México, o al menos el México que se ve en este libro, es una larga herida donde los tiempos y los espacios se confunden.

El poeta es el insomne; aquel que ve cómo el lenguaje se levanta contra él y contra el mundo. Los “trabajos del poeta” se realizan en la noche de las palabras. Una de ellas se levanta, salta y escapa. La orfandad de las palabras se equipara aquí a la orfandad de una tierra que ha perdido su origen o, mejor, que le ha sido negado: ocultado detrás de la retórica.

Pero ¿Aguila o sol? no es un poemario sobre la noche. O no es sólo eso: el trabajo del poeta es también encontrar en la oscuridad —en el silencio— la imagen original; la palabra que la nombre.

Para Paz, esa figura tiene forma de mujer. Es la diosa madre; la tierra. Es también manantial de palabras la herida de la mujer en su centro.

De esta manera, ¿Aguila o sol? puede leerse como una búsqueda en la herida original del ser humano (y en este caso, de la historia de México). No se trata de negar la herida, sino de buscar su origen y, de esa herida, hacer nacer el mundo. Leer el destino es crearlo. Así, el mito no se mantiene estático: es cambio, historia: creación.


“Mataron a mis hermanos, a mis hijos, a mis tíos. A la orilla del lago Texcoco me eché a llorar. Del Peñon subían remolinos de salitre. Me cogieron suavemente y me depositaron en el atrio de la Catedral. Me hice tan pequeña y tan gris que muchos me confundieron con un montoncito de polvo. Sí, yo misma, la madre del pedernal y de la estrella, yo, encinta del rayo, soy ahora la pluma azul que abandona el pájaro en la zarza. Bailaba, los pechos en alto y girando, girando, girando hasta quedarme quieta; entonces empezaba a echar hojas, flores, frutos. En mi vientre latía el águila. Yo era la montaña que engendra cuando sueña, la casa del fuego, la olla primordial donde el hombre se cuece y se hace hombre. En la noche de las palabras degolladas mis hermanas y yo, cogidas de la mano, saltamos y cantamos alrededor de la I, única torre en pie del alfabeto arrasado. Aún recuerdo mis canciones:

                                        Canta en la verde espesura
                                        la luz de garganta dorada,
                                        la luz, la luz decapitada.

[…]


Estoy sola y caída, grano de maíz desprendido de la mazorca del tiempo. Siémbrame entre los fusilados. Naceré del ojo del capitán. Lluéveme, asoléame. Mi cuerpo arado por el tuyo ha de volverse un campo donde se siembra uno y se cosechan ciento. Espérame al otro lado del año: me encontrarás como un relámpago tendido a la orilla del otoño. Toca mis pechos de yerba. Besa mi vientre, piedra de sacrificios. En mi ombligo el remolino se aquieta: yo soy el centro fijo que mueve la danza. Arde, cae en mí: soy la fosa de cal viva que cura los huesos de su pesadumbre. Muere en mis labios. Nace en mis ojos. De mi cuerpo brotan imágenes: bebe en esas aguas y recuerda lo que olvidaste al nacer. Soy la herida que no cicatriza, la pequeña piedra solar: si me rozas, el mundo se incendia.

Toma mi collar de lágrimas. Te espero en ese lado del tiempo en donde la luz inaugura un reinado dichoso: el pacto de los gemelos enemigos, del agua que escapa entre los dedos de hielo, petrificado como un rey en su orgullo. Allí abrirás mi cuerpo en dos, para leer las letras de tu destino.

Octavio Paz, fragmentos de “Mariposa de obsidiana”.


Semillas para un himno es distinto de ¿Águila o sol? y, sin embargo, en él todo el lenguaje de Paz se encuentra ya integrado también.

Poemas breves como los que se presentan a continuación tienen una densidad y una belleza en la que aquello apenas anunciado por sus primeras obras, se encuentra plenamente cristalizado.


MASCARA DE TLÁLOC
GRABADA EN CUARZO TRANSPARENTE

Aguas petrificadas.
El viejo Tláloc duerme, dentro,
soñando temporales.


DIOS QUE SURGE DE UNA ORQUÍDEA DE BARRO

Entre los pétalos de arcilla
nace, sonriente,
la flor humana.



En ellos no se encuentra sólo el ejemplo surrealista y el haikú (de Tablada y el oriental), sino las imágenes de la poesía náhuatl que el padre Garibay daba a conocer en esos años: el árbol de sangre del romanticismo y la sangre que es vida de la poesía náhuatl.

“Diosa azteca”, por ejemplo, es impensable sin ¿Aguila o sol? Se trata nuevamente de la diosa: origen del hombre y su destino. Pero a su vez, esta imagen no puede separarse de la diosa madre de las tradiciones mesoamericanas. Es Tonantzin, la madrecita, pero también Omecihuatl, que devora al hijo de su vientre. Es, en fin, la imagen de nacimiento y reposo que también se encuentra en la tradición romántica: Hölderlin y Nerval.

En este pequeño poema podemos leer la historia mexicana: la tradición y la modernidad. Por un lado, la herencia prehispánica: los cuatro puntos (sostén del universo); el ombligo, centro cósmico; el nacimiento del sol como un dios feroz. La diosa es también Coatlicue: la de la falda de serpientes (ya en “Piedra de sol” leemos aquellos versos: “tú falda de maíz ondula y canta”). Por otro lado, la forma moderna del poema: moderna pero proveniente de una tradición antiquísima: el haikú, que a través de Tablada alimentó a la poesía moderna en nuestro idioma.


DIOSA AZTECA

Los cuatro puntos cardinales
regresan a tu ombligo.
En tu vientre golpea el día, armado.


También se encuentran tanto Pellicer y sus manos coloridas (una influencia que en a partir de este libro se mantendrá en la poesía de Paz), como el ya mencionado Eluard. Están presentes, en fin, todas las imágenes que conocemos de Paz. El árbol de agua, la luz, la sangre que es flor y la Diosa, imagen del sexo, de la muerte y de la vida.

Con este libro, los nocturnos “trabajos del poeta” llegan al día. Y con ello, la luz tocará ese mundo de árboles, aguas y soles. El movimiento empieza.

El árbol de sangre es la herida, pero esa herida es también nacimiento: el árbol de agua es el primer día. La creación nace de la noche y se asombra ante el mundo. La forma muerta (la piedra volcánica) resplandece al contacto con la luz y se convierte en agua. En ella se encuentra el mito: el niño: la primera palabra.


LO MISMO

Tocado por la luz
el cuarzo ya es cascada.
Sobre sus aguas flota, niño, el dios.


Sobre La estación violenta y lo que significa en la poesía en español se ha escrito mucho. Es, sin decir más, el fruto más perfecto de la dialéctica entre tradición y negación en la poesía de Paz. En ese libro no sólo culminan todos los temas, figuras y obsesiones de los primeros años del poeta, sino que, en más de un modo, se encuentran siglos de poesía. Esto lo digo sin grandilocuencia: la idea de Paz sobre la tradición no era sólo de negación, como lo pregonaron las vanguardias, sino de una recreación. Para él, la ruptura implica apropiación y esa ruptura continúa la verdadera esencia de la poesía: decir el mundo.

La conciencia histórica de Paz es a la vez moderna y mítica. Moderna porque como para la modernidad occidental, tiempo es historia, es decir, acción y crítica. De ahí su vena ensayística: la crítica es acción y los hombres crean la historia con su actuar. Al mismo tiempo, su conciencia es mítica. A pesar de su conocimiento de Hegel y la simpatía moral que siente por Marx, no está satisfecho con la ideología. El mundo no es una narración comprensible y lineal regida por la razón; el tiempo es muchos tiempos y no se mueve en forma recta, sino circular. O mejor dicho: en una espiral.

Esto rima de manera perfecta con la idea de la ruptura y la tradición: cada ruptura implica una recreación de esa misma tradición que, vista con esos ojos, es nueva. Así, el pasado remoto es novísimo y la poesía escrita esta tarde es antiquísima. El tiempo es todos los tiempos porque está re-haciéndose.

Como en todo mito (la conciencia, lo emotivo y lo que, a falta de mejores palabras, llamaré lo numinoso —aquello fuera del tiempo que encarna en el tiempo humano), la sensación encarna en imágenes y las imágenes se convierten en ritmos. La gran figura de Octavio Paz en estos poemas es la del mundo como una pareja. Hombre y mujer a través del erotismo cifran la Historia en una escritura de fuego. Si la Historia encarna en la vida de los hombres; el universo encuentra su figura en el cuerpo. De las nupcias de la razón con la necesidad, surgen la libertad y el amor.

Los elementos que en los primeros libros de Paz se mantenían como fragmentos y que en los anteriores están ya plenamente integrados en un libro, aquí se manifiestan en cada poema de manera armónica. La herencia del romanticismo: el erotismo, la búsqueda de lo sagrado; el árbol de sangre, emblema de la vida y la muerte están en cada imagen. También está ahí la poesía náhuatl, el dios de la naturaleza, ebrio de erotismo y de pesadumbre; el agua y la madre, nacimiento y muerte, fluir y conservación; el sol como un padre terrible y pródigo. La soledad de la ciudad, emblema de la modernidad, contrapuesta y en una balanza con el mundo natural está en cada uno de los poemas. Así también, el erotismo, siempre el erotismo como una fatalidad elegida: capaz de nombrar al mundo. El paso del tiempo y su redención sempiterna en el instante (cifra de todos los tiempos que va más allá del tiempo) es la obsesión presente. La Historia dando vueltas en sí misma, posibilidad de acción y renacimiento. Sueño de ojos abiertos, el amor que da sentido a todo y que forma unidad con la libertad y la poesía. Flores que son frutos que son actos.


Las apariencias son hermosas en esta su verdad momentánea.
El mar trepa la costa,
se afianza entre las peñas, araña deslumbrante;
la herida cárdena del monte resplandece;
un puñado de cabras en un rebaño de piedras;
el sol pone su huevo de oro y se derrama sobre el mar.
Todo es dios.
¡Estatua rota,
columnas comidas por la luz,
ruinas vivas en un mundo de muertos en vida!

[…]

“Himno entre ruinas” (fragmento), Octavio Paz



Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos,
dime, luna agónica,
¿no hay agua,
hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos
sobre la espina,
sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía
impío como un cacique de oro?
¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes
piedras redondas y relucientes,
en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los
hombres y las mujeres bañándose al alba?
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la
fuente cegada?
¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?

[…]

Hay que dormir con los ojos abiertos, hay que soñar con las
manos,
soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños de sol
soñando sus mundos,
hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche
raíces, tronco, ramas, pájaros, astros,
cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido
la espiga roja de la resurrección,
el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconocerse
y recobrarse,
el manantial para saberse hombre, el agua que habla a solas en la
noche y nos llama con nuestro nombre,
el manantial de las palabras para decir yo, tú, él, nosotros, bajo el
gran árbol viviente estatua de la lluvia,
para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fíeles a
nuestros nombres
hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos
arriba,
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las
aguas del bautismo […]


“El cántaro roto” (fragmentos), Octavio Paz.


Pocos estarán en desacuerdo que incluso en ese libro, “Piedra de sol” brilla con luz propia. Poema que representa una de las cimas de la tradición occidental, en él la modernidad se alía con la tradición; es la biografía de todo un mundo (el occidental), con sus sueños vistos a través del mito más antiguo. Una pareja, Adán y Eva, pero también Abelardo y Eloísa, pero también dos amándose en mitad de la guerra, da nombre al mundo. Un mundo que nace, muere… y vuelve a crearse. De tanta vida, la muerte se ilumina; de muerte se desenmascara la vida.

Aunque resulta injusto con el poema citar sólo algunas líneas, toda vez que se trata de una unidad resuelta, no me abstendré:


[…] todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan,
gota de luz de entrañas transparentes
el cuarto como un fruto se entreabre
o estalla como un astro taciturno
y las leyes comidas de ratones,
las rejas de los bancos y las cárceles,
las rejas de papel, las alambradas,
los timbres y las púas y los pinchos,
el sermón monocorde de las armas,
el escorpión meloso y con bonete,
el tigre con chistera, presidente
del Club Vegetariano y la Cruz Roja,
el burro pedagogo, el cocodrilo
metido a redentor, padre de pueblos,
el Jefe, el tiburón, el arquitecto
del porvenir, el cerdo uniformado,
el hijo predilecto de la Iglesia
que se lava la negra dentadura
con el agua bendita y toma clases
de inglés y democracia, las paredes
invisibles, las máscaras podridas
que dividen al hombre de los hombres,
al hombre de sí mismo,
se derrumban
por un instante inmenso y vislumbramos
nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos […]

“Piedra de sol” (fragmento), Octavio Paz


Resulta sugestivo leer la valoración de este libro (y de este poema) por el mismo Octavio Paz.

En posteriores ocasiones, Octavio Paz señala que a contrapelo de la opinión general (y de la suya al momento de escribirlo), el poema le parece fallido. Arguye que es un poema amplificatorio, verboso y retórico.

Probablemente la opinión de Paz acerca de este poema se debió más a los recuerdos que le traía el poema y a la distancia con su poesía inmediatamente posterior. Ciertamente con La estación violenta (y con Salamandra; poema inclasificable dentro de las etapas de su poesía) se realiza plenamente aquello que el poeta había construido a través de toda su juventud.

No es de extrañar que sus críticas a “Piedra de sol” sean las mismas que a la tradición poética hispánica. El poema, integra la tradición de la poesía occidental: la elocuencia y la retórica afincada en el pathos[1]. Se trata de un mito y como todo mito, es cantado frente a las multitudes. Sin embargo, es también un poema moderno; nacido en una época cuando el poeta y la sociedad se han separado. Así, a pesar de los juicios de Paz, el poema es una épica, es verdad, pero una de la historia secreta, callada, del ser humano: la de todos los hombres. Injusto sería catalogarla como épica o lírica: es ambas cosas. Es la creación de un mito, pero la figura de ese mito es la pareja: todos, cada uno y todos: la fragilidad de la Historia humana frente a ese mito, él también nacido de tiempo.

Tiempo que se resuelve en vida; muerte que se transforma en un perpetuo recomienzo. Un todos que es cada uno, con sus milagros y caídas.

“[…]no hay redención, no vuelve atrás el tiempo,
los muertos están fijos en su muerte
y no pueden morirse de otra muerte,
intocables, clavados en su gesto,
desde su soledad, desde su muerte
sin remedio nos miran sin mirarnos,
su muerte ya es la estatua de su vida,
un siempre estar ya nada para siempre,
cada minuto es nada para siempre,
un rey fantasma rige sus latidos
y tu gesto final, tu dura máscara
labra sobre tu rostro cambiante:
el monumento somos de una vida
ajena y no vivida, apenas nuestra,
—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida —pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,
Eloísa, Perséfona, María,
muestra tu rostro al fin para que vea
mi cara verdadera, la del otro,
mi cara de nosotros siempre todos,
cara de árbol y de panadero,
de chófer y de nube y de marino,
cara de sol y arroyo y Pedro y Pablo,
cara de solitario colectivo,
despiértame, ya nazco:
                                 vida y muerte
pactan en ti, señora de la noche,
torre de claridad, reina del alba,
virgen lunar, madre del agua madre,
cuerpo del mundo, casa de la muerte,
caigo sin fin desde mi nacimiento,
caigo en mí mismo sin tocar mi fondo,
recógeme en tus ojos, junta el polvo
disperso y reconcilia mis cenizas,
ata mis huesos divididos, sopla
sobre mi ser, entiérrame en tu tierra,
tu silencio dé paz al pensamiento
contra sí mismo airado;
                                 abre la mano,
señora de semillas que son días,
el día es inmortal, asciende, crece,
acaba de nacer y nunca acaba,
cada día es nacer, un nacimiento
es cada amanecer y yo amanezco[…]”






[1]   En realidad por mis lecturas e investigaciones, tiendo a creer que no hay tradición alguna que carezca de pathos; ciertamente en la occidental hay una amplificación de los sentimientos tumultuosos, pero la estética oriental también alude a una disposición temperamental: a un sentimiento.

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