jueves, 15 de agosto de 2013

Poesía: El olvido de la negación
Víctor Manuel Mendiola
(tomado de Nexos, Noviembre del 2007)

La nueva poesía mexicana titubea entre la vivacidad y la zozobra. Esta vacilación probablemente obedece a los cambios que ha sufrido el arte contemporáneo, en donde los vehículos tradicionales  de creación han sido sustituidos, por lo menos de manera parcial,  por nuevos materiales y, por tanto, por nuevas actitudes y prácticas (por  desgracia ya no oficios), cuyas características principales son la reproducción y la facilidad en el intercambio y sustitución de imágenes. Pero esta incertidumbre también se origina en otra clase de ausencia: la crítica.

¿Qué sucede en el mundo de nuestra nueva poesía? Por un lado, observamos un auge creciente (visible de manera clara desde que Gabriel  Zaid elaboró la Asamblea de poetas jóvenes1 tanto en el número de autores  y libros de poesía publicados como en la aparición y desaparición de revistas y pequeñas editoriales independientes dedicadas a editar este género literario; por el otro, advertimos cómo los grandes editores ven cada día con mayor desconfianza la publicación de la nueva lírica y cómo en las revistas y suplementos de orden intelectual y cultural la poesía ha dejado de ocupar un lugar central para convertirse en un sitio de relleno. Habría que añadir que para una buena parte del lector selecto que crea opinión, para “la gente de abolengo”2 —como la llamó José Gorostiza—, la poesía ha dejado de ser una actividad intelectual imprescindible. Ya no es un campo de reflexión necesario, el sitio donde los conflictos fundamentales de la lengua y el pensamiento adquirían una expresión aguda y total y se ha convertido en un lugar de refinamiento sin ninguna trascendencia. Da la impresión de que está en juego un balance de movimientos opuestos: conforme aumenta el número de poetas y libros de poesía, en esa misma proporción pero de manera invertida disminuyen los lectores de la misma y la atención crítica sobre ella.

¿Qué revela esta regla de proporciones inversas? ¿Escribir poesía se ha vuelto fácil? ¿Los lectores se han vuelto exigentes, difíciles? ¿Hay un practicismo poético que ha colocado a la escritura por encima de la lectura? ¿Esta dualidad muestra que el énfasis sobre la cantidad condena a un género literario a la pérdida de calidad? ¿La abundancia no debiera ser el camino de la depuración y la riqueza? ¿O esta situación contradictoria es sólo la señal de un problema que observamos que pasa aquí, en las publicaciones, pero que sucede allá, en otra parte, en el mundo de la lectura y en las condiciones de su realización?

Esta ambivalencia no es fenómeno exclusivo de México. También ocurre en otros lugares del mundo. Con variantes la podemos observar en Estados Unidos. En los últimos cincuenta años, bajo el impulso de los programas de licenciaturas y diplomados de poesía y la “academización” de los poetas, el número de autores que escriben poemas y los publican creció, pero no aumentó el número de lectores y tampoco el interés de los periódicos y de las casas editoriales, es decir, los sitios donde la sociedad expresa su interés. La poesía dejó de ser un bien de la comunidad y se convirtió en un pequeño compartimiento más de la cultura norteamericana. Un ghetto. Un ghetto escolar de mayor o menor grado. Todo lo contrario de lo que Whitman pensaba que debería suceder cuando decía que “para tener grandes poetas, debe haber también grandes públicos”. En 1992, hace quince años, el poeta y crítico Dana Gioia en su libro ¿Puede importar la poesía? escribió: “Hoy la poesía americana pertenece a una subcultura. Una parte no menor de la corriente principal de la vida artística e intelectual ha comenzado a ser la ocupación especializada de un grupo relativamente pequeño y aislado. Poco de la frenética actividad alcanza alguna vez a salir del grupo cerrado”.3
 
Gioia muestra que al mismo tiempo que hay una proliferación de miles de nuevas colecciones en verso publicados cada año, alrededor de diez mil lecturas, más o menos doscientos programas de escritura creativa, miles de graduados como poetas profesionales y ejércitos de maestros nacionales y extranjeros encargados de sostener este mecanismo, un poeta sólo alcanza la fama —cuando la alcanza— en el círculo de los otros poetas de su comunidad escolar y no en el público lector en general.

¿Qué es lo que llevó a la poesía norteamericana y a la poesía mexicana a esta situación en la que se ha generado un divorcio entre el escritor y el lector? Parte de la explicación la podemos encontrar en los vislumbres de Edmund Wilson y José Gorostiza. El primero, en 1934, en su ensayo ¿Es el verso una técnica muerta? sostenía —como subraya Gioia— que desde el siglo XVIII el verso había perdido valor y que la eliminación en el interior del poema de la narrativa, la sátira, el drama, la historia y la ciencia y su concentración exclusiva en el universo lírico había perjudicado a la poesía y beneficiado a la prosa, que sin remilgos se apropió de esos recursos. En el mismo sentido Gorostiza por esos años había señalado: “La poesía ha abandonado una gran parte del territorio que dominó en otros tiempos como suyo… El diálogo, la descripción, el relato, así como otras muchas maneras de la poesía, […] se ha ido a engrosar los recursos del teatro y de la novela”.4

A este proceso de purificación o empobrecimiento —según la postura que adoptemos frente a este gran cambio en el interior de los géneros— podríamos añadir que la eliminación de los recursos que fueron propios de la poesía durante siglos y su concentración en las propiedades específicamente líricas ha generado otras “depuraciones” (exclusión de la música, de la composición y del sentido) y una bipartición en la que la poesía ha estado debatiéndose desde la revuelta romántica contra la razón y sobre todo desde su refundación a principios del siglo XX al interior de las vanguardias en la nueva embestida contra la realidad: la idea de que la poesía es una elaboración del sentimiento o, en el lado opuesto, la construcción de una invisible arquitectura verbal que sólo tiene justificación en sí misma, excluyendo en mayor o menor medida la hondura intelectual y dejando en manos de la narrativa la exploración de los laberintos tanto de la realidad psíquica como de la física. Esta dualidad se ha transformado a lo largo del tiempo en distintas contradicciones —en tiempos de Heinrich Heine se planteó como la alternativa o Schiller o Goethe, lo que significaba o moral o arte—. Lo característico y lo que las une a todas ellas es el hecho de que la significación a finales del siglo XX se ha desgastado en fórmulas rudimentarias en muchos casos de la poesía comprometida, confesional, coloquial, del antipoema y de la experiencia o se ha tornado con frecuencia en una decoración sofisticada pero inútil en el caso de la poesía de la imaginación, el neobarroco, la poesía no referencial del silencio y del lenguaje. Da la impresión de que el doblaje al infinito y acrítico de los procedimientos creados por los grandes poetas del siglo pasado hubiese llegado a un punto muerto y que los epígonos de los epígonos de los epígonos (los “poetas críticos”) están cumpliendo más que con un rito sagrado sostenido por una minoría iniciada, con el castigo del teatro del absurdo de una repetición vacía.

En estas condiciones, ¿qué ha pasado con la crítica? ¿Por qué ésta no ha explicado de un modo cabal la ruptura entre escritor y lector? ¿Por qué ha aceptado pasivamente la inercia prevaleciente? ¿Por qué no ha explicado las diferencias entre los poetas que se formaron en la primera mitad del siglo XX, cuando la poesía era una actividad reducida pero admirada por su alto grado de elaboración y expresión humana, y los que crecieron en la segunda parte, cuando la difusión de la literatura se volvió un proceso académico —en Estados Unidos— y una actividad de talleres institucionales —en México—? ¿La degradación del oficio de la poesía en una práctica espontaneísta, embozada en la arbitrariedad y en supuestos lenguajes crípticos, no debiera ser un motivo de inquietud? Y, en este punto, uno no puede dejar de preguntarse, ¿esta ausencia crítica en la poesía no es una ausencia crítica en otros planos de la literatura? ¿En el cambio e hibridación de los roles entre los géneros, en la posición mixturizada pero dominante de la novela sobre no sólo la poesía sino el ensayo, el teatro y el cuento, no se estará expresando otra clase de limitación de nuestro tiempo?

Esta carencia es un vacío crítico y ha sido expresado en distintos momentos de inconformidad, pero uno de los episodios reveladores de esta insuficiencia fundamental surgió a los pocos meses de haberse publicado Poesía en movimiento,5 cuando Paz se percató de que la selección casi no había despertado las opiniones a favor o en contra que en un auténtico ambiente crítico habrían surgido, aunque después con el tiempo se convertiría en la antología más citada. Como se puede ver en las Cartas cruzadas6 entre Octavio Paz y Arnaldo Orfila, la legendaria antología implicó un arduo trabajo pero no llevó a un debate ni a una revisión de la poesía mexicana. Cosa que era indispensable si pensamos que la nueva selección era una respuesta a la antología de corte académico de Antonio Castro Leal y proponía un cambio de punto de vista con respecto a la visión moderna pero a la vez distante, universalista y tradicional de los Contemporáneos. Con algunas inconsistencias, Poesía en movimiento apostaba por una radicalidad: la radicalidad de lo moderno. En la carta que Paz escribió a Orfila, fechada el 28 de febrero de 1967, después de proponerle la creación de una nueva serie de ensayos al estilo de la colección Libertés editada en París por Pauvert, expresa vehemente: “Lo urgente es reestablecer el derecho a la crítica,  fomentar la falta de respeto y, en suma, abrir la ventanas para que circule un poco de aire fresco”.7

Al final de esa misma carta, Paz se queja: “¡Qué pobre la crítica sobre Poesía en movimiento!”.8 En la respuesta de Orfila del 20 de marzo de 1967, aceptando la idea de la nueva serie de ensayos, comenta: “Como hecho concreto observa usted la pobreza de la crítica sobre Poesía en movimiento, fenómeno que se repite para toda obra de creación o de investigación que se cumpla, a la que se le hace el vacío más absoluto cuando más valiosa resulta. Es deplorable observar el silencio con que se reciben esfuerzos cumplidos tras muchos años de trabajo”.9

En las siguientes misivas, Paz continuó desarrollando la idea de una nueva colección para “... publicar la literatura de combate de todos los tiempos y de todas las tendencias" hasta que un año más tarde, el 5 de abril de 1968,  al explicarle Octavio Paz a Arnaldo Orfila tanto la importancia de la lamentable desaparición de la revista de Emir Rodríguez Monegal, Mundo Nuevo, como insistirle en la necesidad redoblada de la creación de una nueva revista (la que sería más tarde Plural) y recordarle su coincidencia con el lúcido y decisivo artículo manifiesto de Carlos Fuentes, La palabra enemiga, Octavio Paz llegó al fondo de la cuestión formulando el sentido de la crítica que debería guiar a la nueva revista y sobre todo a la nueva literatura: “Pensamos que nuestra revista debe ser, ante todo, crítica. Esta palabra abarca lo mismo la esfera del pensamiento que las del arte, la literatura, la política y la sociedad. Revisión crítica de las ideas que vivimos; examen riguroso —lo cual no quiere decir mezquino: todo lo contrario— de la literatura y el arte que hoy se hacen en América Latina y en el mundo; crítica de las estructuras sociales y políticas; crítica de la realidad de nuestro continente, incluso la literatura de creación, tal como yo la concibo, es crítica; no hay creación sin negación, sea de lenguaje o de la realidad a que éste alude”.

¿Qué significa "fomentar la falta de respeto" y qué quiere decir que no hay creación sin negación? ¿Qué significa poner en el centro de cualquier hecho literario la "palabra enemiga" que Carlos Fuentes había concebido de un modo tan claro y penetrante para la literatura de esa inflexión histórico-política pero también literaria que fue para todos el año de 1968? Significa el pronunciamiento imperioso y apasionado de que el verdadero pensamiento y la verdadera creación literaria surgen en el desacuerdo y en el choque de intereses, en la capacidad de decir no a lo que parece sólido y respetable, en la libertad enorme de poner el acento no en la comodidad, la camaradería y la complicidad sino en la diferencia y en el ejercicio riguroso de la negación para arribar si no a afirmaciones nuevas, sí, por lo menos, auténticas y asumidas de manera plena. Tomar como señal la palabra enemiga significa que el mejor camino para pensar y escribir —si se trata de dilucidar— es la reunión de los contrarios, la mayor cercanía posible con quien está precisamente en la otra silla, en el lado opuesto con declaraciones encontradas que nos turban. El proceso de creación y la creación de entendimiento no son actos hospitalarios. Quien diga que la crítica es un acto acogedor, seguro y amistoso, o no entiende la crítica o la falsea por conveniencia y compromisos adquiridos. Vive en la órbita de la redacción de estrategias culturales, no del ensayo. La crítica es una diferencia que se acaba volviendo en sus mejores momentos un gran sentido contrario. En esta visión, inhospitalaria, en donde está en juego tanto la creación de ideas como de obras (Víctor Hugo afirmó: “La poesía completa está en la armonía de los contrarios”), importan mucho más, por decirlo de este modo, no los que quieren estar juntos en una celebración de lo que ya sabemos hasta el cansancio sino los que se separan con buenas o malas maneras y no están a gusto y sólo pueden citarse en el terreno de un duelo de dudas, analogías y ecuaciones.

El problema es que en la poesía y, en buena medida, en la literatura mexicana de hoy en día dominan la comodidad, la camaradería, la complicidad bajo la forma de intereses de grupo (esto vale plenamente para la poesía) o en una forma más light pero no menos arreglada bajo la forma de proyectos editoriales (esto vale más bien para la narración). Es significativo que las casas editoriales ya no envían libros a las redacciones y prefieren armar sus propias mesas de presentación de novedades, donde ya sabemos que la evaluación siempre será más o menos positiva. Aunque es mal indicio que los editores hayan renunciado a los envíos y a la posible crítica, esto es comprensible y sería un problema soluble si los críticos ejercieran su capacidad. Pero no es así. Advirtiendo esta deficiencia, hace cuarenta años, Orfila pensaba: “... la crítica en México es lamentable en términos generales porque no hay gente que quiera dedicarse a ella con seriedad y responsabilidad”.11 Pero sí hay gente dispuesta a la aprobación y al festejo —podríamos añadir nosotros—. La mayor parte de los autores que se autonombran o se dejan nombrar con ese título consideran de manera deliberada o ciega que su responsabilidad principal es la afirmación y, en esa medida, no son críticos o no son leales consigo mismos y con su oficio. Su actuación casi siempre consiste en la reafirmación de los valores ya conocidos o emergentes, aprobados por la minoría selecta y por las figuras de culto, y en la defensa condescendiente o comprometida de la  palabra amiga, es decir, de la palabra de los autores que forman parte de su círculo. A muchos de estos “críticos” con frecuencia los oímos decir con satisfacción: “Yo sólo escribo de los libros que me gustan”, como si no fuera una tarea igual de apremiante y en muchas ocasiones hasta perentoria, en términos intelectuales, hablar de lo que no nos gusta y como si en lo que nos agrada no hubiera fragmentos e ideas dignas de cuestionamientos y dudas. A diferencia de lo que reclamaba Octavio Paz, en la poesía mexicana prevalecen las buenas maneras. Sale a la luz un libro dentro de la poesía de lenguaje y el crítico que representa y defiende el punto de vista del “artefacto verbal” (desde Mallarmé hasta Perlongher, pasando por Haroldo de Campos) se apresura a hablar de la imposibilidad de rebasar una literatura craqueada que se fagocita a sí misma. Estos críticos pretenden darnos cuentas de vidrio (significantes, intertextualidad, “transversiones”, los Concretos...) como la última novedad. Aparece una colección de poesía solemne sensitiva, en prosa o en un supuesto verso, de la naturaleza y del poeta emocionado y —lo mismo— salta la valoración positiva de la expansión y fragmentación telúrica (invocando de Perse a Becerra). Nada acerca del peligro de la nueva cursilería abstracta. Se publica una serie de piezas donde predomina una degradación lírica a favor del lenguaje de todos los días y —otra vez— se interpone el testimonio del valor del habla. Se omiten los riesgos de la reproducción del lenguaje coloquial y del hueco verbal ruidoso. Un libro interesante o de plano significativo de la nueva poesía mexicana pero que exigiría un acercamiento crítico a través de las chispas iluminadoras de la negación para establecer sus luces y sus sombras, las puertas que abre y las que cierra, sólo es sometido al veredicto aprobatorio de una disección académica o cuasi académica. Textos “críticos” que nos cuentan una por una, en un rosario abreviado o interminable, las bondades y los aciertos del libro y de los que salimos cansados, sabiendo lo que medio ya sabíamos desde el principio, que hay tal vez un libro con valor.

¿Qué pasa con los críticos, en general, y con los críticos de poesía, en particular? ¿Por qué han renunciado a la negación? ¿Por qué han puesto a un lado esa herramienta que sirve no sólo para cuestionar lo que no nos gusta sino también para indagar más a fondo y mejor lo que nos entusiasma? ¿Por qué han preferido el género de las introducciones cansinas? La razón de esta conducta tal vez provenga del hecho de que el crítico ha renunciado a su condición más valiosa: la soledad. La crítica es un acto solitario. Si esto es verdad en otros planos de la vida intelectual, lo es todavía más en el ámbito de la literatura. Un crítico literario verdadero no es el vocero de un partido, de un club, de un centro de estudios, de una revista o de una persona. Un crítico es un hombre aislado. Un escollo. Sus opiniones vienen de un mundo separado y cada vez que las lanza lo dividen más; lo llevan no a una proximidad sino a una lejanía. Tiene sus autores execrados pero sabe que en ellos está la fuente de su claridad. Guarda una actitud atenta hacia sus argumentos. Tiene sus autores favoritos pero siempre forcejea con ellos. No es su apólogo. Cuando el crítico acepta volverse portavoz de cualquier persona moral o social, cuando fomenta única y de un modo exclusivo el respeto, cuando se inscribe por la razón que sea en el culto a la personalidad de un gran poeta o de un escritor con talento y poder, esencialmente comienza a dejar el análisis y la búsqueda de lo que hace que funcione o no una obra. Deja de ser un crítico. Su tarea se vuelve ampliar influencias, darle fama a su autor, pero no comprender el más y el menos de una escritura —si lo es— original.

La poesía mexicana siempre ha representado una de las partes más lúcidas de la vida literaria e intelectual de México, tanto en su dimensión creativa como en su papel de discurso crítico. La poesía ha jugado este papel por su elaboración compleja del lenguaje y por la comprensión en ella o desde ella de nuestra realidad. Lo que la cultura le debe a López Velarde en la formulación de caracteres y conflictos es incalculable. Lo mismo podríamos decir de la aportación de Alfonso Reyes y de todo el grupo de Contemporáneos. Y ni qué decir de Octavio Paz. En y desde la poesía, el autor de "Piedra de sol" abordó los temas fundamentales de nuestro tiempo. Eso fue posible precisamente porque él comprendió, junto con Carlos Fuentes, en un momento tan intempestivo como apasionado de la literatura mexicana, que la creación es sobre todo conflicto. Quizá podríamos decir que la mejor poesía implica contradicciones insospechadas (en ese sitio “a tu nopal inclínase el rosal” como descubrió el autor de "Suave patria") y que por ello la mejor poesía lleva al entendimiento de nuestro lenguaje y de nuestro mundo desde las contradicciones.

1Zaid, Gabriel, {Asamblea de poetas jóvenes en México}, Siglo XXI Editores, México, 1980.

2Ramírez, Edelmira, {Gorostiza, José, Poesía y poética}, México, UNESCO, 1988, p. 146.

3Giogia, Dana, {Can poetry matter?,} Graywolf, Estados Unidos , p. 1.

4Labastida, Jaime, C{artas cruzadas, Octavio Paz / Arnoldo Orfila}, Siglo XXI, México, 2005, p. 150.

5 Paz, Octavio, {Poesía en movimiento}, Siglo XXI Editores, México, 1966.

6 Labastida, {op. cit}

7 Paz, {op. cit}., p. 127.

8 {Ibíd}., p. 137.

9{Ibíd}., p. 130.

10{Ibíd}., p. 131.

11{Ibíd}., p. 137.


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