martes, 4 de julio de 2017

Ceremonia, pompa y querencia

Ceremonia, pompa y querencia



Especie escurridiza por naturaleza, el poeta se prodiga en rituales solitarios. Sin embargo, por sus mismas características, también suele ser endogámico, lo que en buen cristiano significa que se suele arrejuntar con los de su calaña.

Una de las más interesantes costumbres que existen es aquello que se llama recital poético, donde un grupo de personas, o lo que pasa como tal, se reúne para leer algunos versos mientras un público los mira con expresiones que van del coma a la desesperación. Lo más común es que tanto los espectadores como los oficiantes sean de la misma especie, con uno que otro colado que suele reconocerse porque ve mucho su celular y habla a cada rato con alguien apellidado “Córdoba” (en los tiempos heroicos se limitaba a ver su reloj, seguramente asegurándose de que no se le hacía tarde para ver a alguien con el mismo título).

Todavía hoy es un misterio las razones integrales del porqué de este ritual al que son tan afectos los individuos de este clan. Ciertamente, aquellos ajenos a su círculo llegan de vez en cuando alentados por el espectáculo que representa el ver a uno de estos “puetas”, especie que, aunque hoy se cuenta por cientos, resulta en peligro de extinción frente a los músicos, ingenieros, contadores o abogados. Además, la mayor parte de las veces suelen resultar más divertido que aquellos. Y más cotorros: por vocación, su especie es de esas que suelen hacer de la lengua un taco. Para algunos que los van a ver, se trata de un espectáculo parecido al de quienes hacen fila frente a la jaula de los changos. Con el inconveniente, a juzgar por algunos bostezos, de que, en este caso la exhibición dura bastante más.

En el caso de los asistentes de la misma tribu (y sus acompañantes, por lo regular de especies relacionadas), se trata de un momento perfecto para codearse entre ellos. A pesar de que la poesía se hace en la soledad sonora, resulta para ella necesario compartirse. Y aunque los asistentes no comparten más que algunos chiflidos, aplausos, risas y, en ciertos casos, efluvios corporales, sin eventos semejantes tendrían que inventarse otros para tener la oportunidad de alguna vez dar a conocer lo que producen. Y es que, como sabemos, si esta especie es (relativamente) rara; más lo es (y esa sí de a devis) la poesía. Tanto que más de uno dice que, aunque nadie la conoce, de que existe, existe.

Respecto a aquellos a los que la fortuna o el hado los destina a leer sus versos (que a veces tienen poesía, otras veces no y la mayoría de las veces quién sabe), son quienes pretenden dar a beber el ágape de la poesía. Sin embargo, la manera en que lo hacen es cuando menos curiosa. Y es que en lugar de dejar que cada uno de los lectores lea (valga el pleonasmo) los versos; lo que suelen hacer es: por todos estrechados, / alzar la copa frente a la alegre tropa /desbordante de risas y de contento;/ inundarlos en la luz de una mirada, / sacudir sus melenas alborotadas/ y decir[los], con inspirado acento…

Y así, en lugar de que cada uno realice ese culto secreto que es la lectura y recree en su voz la poesía, tiene que chutarse a unos cuates hablando. Nunca falta, empero, quien intenta disimular (a veces muy bien) el asunto mediante: A) Chistes, B) Actuaciones y performances, C) Poses de poeta del XIX, D) Explicaciones sobre su vida y sobre cómo hay que leer sus versos.

De más está decir que los dos últimos son los más aburridos.


Al parecer, sin embargo, tienen motivos para todo esto: la celebración de la poesía en el pasado fue colectiva y aún hoy algunos la practican, pero convirtieron la libertad en severidad o trivialidad, el cuerpo en pecado o mercancía y, siempre, el arrebato en rutina. Religiones les llaman unos; otros, dionisiacos, cambiaron el festín de la poesía por cualquier música que les permita imitar singularmente la cópula humana. A los “puetas” de hoy les han quedado, pues, sólo las catacumbas donde se aburren a gusto. Y a veces, cosa importante y notable, logran vender un libro (que en las estanterías ni regalado). Y a veces, todavía más milagroso, hay quien de verdad lo leerá.

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