domingo, 7 de febrero de 2016

 Cien años

5 de febrero de 1916/ 5 de febrero de 2016



El pasado viernes se celebró en diversos puntos de México el aniversario 99 de la Constitución de 1917. El 5 de febrero, tras dos meses de iniciado el Congreso constituyente y cinco días después de concluido, se promulgó el documento que debía terminar con la lucha armada iniciada siete años antes.

A pesar del carácter social que los constituyentes imprimieron a la nueva Carta magna, sus palabras se quedaron en poco. Zapata fue asesinado unos cuantos años después lo mismo que, por motivos poco claros Francisco Villa; sus enemigos militares e ideológicos Obregón y Carranza también fueron víctimas de esa época de violencia y caos.

Exactamente un año antes, en Zurich, Suiza, a mitad de la Gran guerra, y apenas unos días antes de que empezase la Batalla de Verdún, abría sus puertas un Cabaret que iniciaba otra revolución, sin armas, y que dejó atrás el idilio que por algunos años tuvieron los artistas modernos con el mundo de las máquinas.

La primera vez que oí hablar de Dadá y de —como decía Cortázar— aquella Sara que había llegado desde Rumania a Suiza y de ahí a París, y que decía cosas sibilinas y maravillosas, fue en la secundaria. Para mí, que no conocía la o ni siquiera por lo redondo y para quien la poesía se reducía a las veladas en que un tío leía, emocionado, “El brindis del bohemio” entre el sueño y la borrachera, aquel descubrimiento significó un tesoro como hasta entonces nunca había hallado.

A despecho de lo que se ha escrito en manuales escolares, no creo que aquello que trajeron las vanguardias haya sido completamente distinto a lo que latía en el espíritu artístico desde el surgimiento del mundo moderno. A partir del romanticismo, el arte se reveló (y se rebeló) como una forma de vivir y de pensar si no siempre manifiestamente opuesta, sí distinta de la pregonada por la sociedad nacida del Siglo de las luces. A una moral burguesa se le presentó la creencia en el deseo; a un universo vacío se le llenó con la poesía y la imaginación; a un mundo solemne y reglamentado se le respondió con la risa y la tragedia.

Así, aunque los futuristas precedieron a las demás vanguardias en las maneras de dar a conocer sus propuestas; en el cruce de géneros y la forma provocadora de sus acciones, sus ideas eran una idealización romántica del mundo moderno. Las sátiras del futurismo no iban encaminadas a la ideología moderna, de la que se veían como aliados, sino precisamente a quienes habían cuestionado la validez del mundo moderno como visión integral del hombre y del mundo: los artistas y sus obras. Su antirromanticismo era una idealización romántica y su repudio de la moral burguesa seguía las mismas ideas, burguesas, del positivismo: las de un universo mecánico con el hombre como dador de sentido.

El dadaísmo, nacido mientras la Primera guerra mundial mostraba a dónde llevaban los sueños mesiánicos de las ideologías modernas, retomó la crítica romántica al mundo moderno y, en una época de crímenes y violencia sin parangón, respondió de una manera igual de feroz.

Los actos dadaístas no eran, como los performances que hoy se hacen a su imagen, el vehículo de una crítica conceptual o una ruptura estética. Fueron un ataque a un orden, a una idea de orden, que se presentaba como la única y que había mostrado ser tan salvaje y violenta como ninguna otra. Su ataque a la racionalidad burguesa no fue tanto un ataque a la inteligencia, sino a la racionalización de un universo que se niega a ser constreñido a los límites estrechos de la razón ilustrada. Precisamente lo contrario a los artistas “conceptuales” de hoy día, quienes exigen que el arte sea racionalizado: cuyo arte exige ser racionalizado, pues no tiene otro sustento que la gris palabrería.

A diferencia del futurismo y de lo que puede entenderse de su rechazo a la ideología, dadá tampoco cayó en la solemnidad que muchos confunden con arte. En un mundo como en el que ahora vivimos, en el cual los artistas “subversivos” son capaces de tomarse con tal seriedad que hacen de sus obras apenas un pretexto para mostrar por qué sus vidas son admirables, la carcajada de dadá y su crítica nos puede parecer extraña. No es que dadá censurase al arte: señaló que el arte no es sólo un fenómeno estético como había sido conceptualizado desde el nacimiento del mundo moderno. El arte reclama lo sagrado, dirían posteriormente los surrealistas; el arte no lo es si no es al mismo tiempo re-presentación: presencia y vida. No restringida a una anécdota ni a un solo hombre: inclasificable. En ella caben tanto la risa como la tragedia; tanto el horror como la carcajada.

Algunos han hablado de que el arte de nuestros días tiene ascendiente en aquel movimiento que fue dadá. Ven los performances como una puesta al día de las salvajes representaciones en el Cabaret Voltaire; las exposiciones conceptuales, de los actos de Arp y Janco. Los parecidos son epidérmicos, aunque es en lo epidérmico, en la imagen, que puede decirse que existe un antecedente. ¿Es Duchamp el iniciador del arte conceptual? Lo es si él fue quien hizo que el burgués fuese incapaz de sonreír; le abrió su billetera y lo hizo comprar aquello que estuviese justificado por la imagen, el "buen gusto" y las palabras que explican que una obra sea admirable.

Lo que en su momento fue un movimiento que buscaba destruir la solemnidad de los museos, al cabo de los años se convirtió en parte de la maquinaria del arte. Para el mundo actual, donde el arte se ha convertido en mercancía (donde la mercancía se vende por su cualidad estética), nuevamente se ha integrado a la sociedad como una pieza más de la maquinaria ya no ideológica, sino mercadológica. La estética como una parte de la economía. 

Así, la ruptura se ha convertido en moda. Y, ya sea amparado por la palabrería conceptual o por el valor monetario de unas emociones asépticas y vendibles como novedad estética, es todo lo opuesto a lo que significó dadá. Lo que empezó como una carcajada —escudo y arma; ingenuidad y sátira feroz— hoy se presenta como lucro, ganancia y fama entre los iniciados en la Iglesia del arte y sus monsergas morales.

La Constitución mexicana quiso imponer un nuevo orden; el nuevo orden que produjo se solazó con la misma violencia, pero convertida en institución, a despecho de aquello que se había pretendido. En 1916, en Zurich, reinició la gran aventura del arte moderno; a cien años, junto con el mundo moderno, su consecuencia es, de nuevo, un sistema que ha presentado una verdad monolítica. En aquellos años era el nacionalismo, el imperialismo de una idea o una civilización: la ideología; hoy reemplazada por la verdad de un mercado que es incapaz de reír o sufrir si no hay dinero en ello. No la idea: la imagen de una idea; el simulacro de la belleza tras el dólar.

Hoy, “Que grite cada hombre: hay un gran trabajo destructivo, negativo, por cumplir.”



César Alain Cajero Sánchez

4 comentarios:

  1. El llamado mundo del arte tiene algo irónico y hasta cruel. No eres artista hasta que alguien.en el.medio te reconoce como tal.
    Artistas que presentaron en sus obras una postura crítica ante la estática, política, cultura y hasta una sociedad desigualitaria; esas obras transgresoras que re rechazaron por su brutalidad terminaron rebajadas al ser aplaudidas por su valor estético, por ser algo hermoso. Como le pasó a Duchamp al ver una versión dorada y reluciente de su obra "la fuente".

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    1. Totalmente de acuerdo. Es lo malo de basarse en la transgresión tan sólo (lo transgresor en un momento se vuelve lo establecido). Pero si en verdad es arte, el potencial de renovar el mundo se mantiene.

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  2. Me parece muy interesante tu disertación sobre la rebeldía y como hasta la rebeldía se ha domesticado para convertirse en nada, pero hay un detalle muy singular aquí y es que aunque hablas de concepto y de intencionalidad no hay una descripción ni mínima de lo que se presentaba en el Cabaret Voltaire, sólo mencionas que eran "salvajes representaciones", lo cual no clarifica gran cosa.

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    1. Tienes razón. Lo hice así porque esto fue escrito como un artículo celebratorio por el aniversario del Cabaret Voltaire, por lo que digamos que predicaba a conversos. No era un ensayo divulgativo ni un trabajo monográfico en ese sentido.

      Deja pienso si tengo algo en ese sentido o dónde se puede encontrar.

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