lunes, 8 de abril de 2019



PROPÓSITOS DE UNA BUENA CARCAJADA

César A. Cajero Sánchez



Hace un par de semanas apliqué un examen a mis alumnos de bachillerato. Entre sus muchas gracias, hubo una que me hizo reír mucho, pues me recordó un gag de Mr. Bean donde el personaje nunca se da cuenta de que había otra hoja de preguntas para su evaluación.

¿En qué consiste el placer que sentimos con la comedia?

Que la comedia debe ser tomada en serio es, dicen diciendo, un lugar común que a veces se repite, pero que, paradójicamente, pocas ocasiones se toma en ídem.

Así como así, lo primero que hay que hacer es repetir en coro y como niños de silabario que hay distintos tipos de comedia, que, aunque no son lo mismo los gags físicos, los sarcasmos, los juegos de palabras, los albures o los monólogos, la mayoría de ellos parten del mismo origen: buscan provocar la risa a partir de una situación que se ve como ridícula o absurda. Nos reímos de las cosas que consideramos chuscas, para decirlo en buen cristiano.

Ya que partimos de ahí, se pueden distinguir básicamente dos tipos de cómicos: aquellos que representan aquellas cosas que consideramos ridículas y aquellos que las señalan. Nos reímos de los primeros de ellos y nos reímos con los segundos. Unos son los bufones y otros son los comediantes. Mientras las obras cómicas de Shakespeare suelen tener muchos bufones, los artículos de Ibargüengoitia suelen recurrir a la ironía de los comediantes. Ambos me hacen cagarme de la risa.

Hay también la comedia que es directa, que nos señala explícitamente lo que es gracioso —por ejemplo, casi todo chiste verde— y otra cuyo juego es más sutil y que hay que saber captar. Es el caso de la ironía y el sarcasmo. En ambos casos, sin embargo, hay un juego hermenéutico que se pone en juego. Incluso la comedia de gags físicos debe de ser reinterpretada. Juega con el límite de los sentidos y los rompe. Así, reírnos de una caída aparatosa puede censurarse en la vida social, pero el bufón suspende esas reglas.

En el caso del sarcasmo, el humor negro y la ironía, además se juega con el sentido. La ironía dice lo contrario de lo que quiso decir y con eso logra un efecto cómico. Juega con el sentido semántico y la ideología social como el juego de palabras lo hace con el sentido y lo fonético.

A pesar de que existen distintos códigos con que los comediantes hacen posible la suspensión de las reglas sociales, hay personas que no son capaces o simplemente no quieren reconocerlos. recientemente me enteré de una serie de falsos anuncios en la Facultad de Psicología de la UNAM que causaron escándalo en la comunidad de activistas y personas preocupadas. Irónicamente la ironía se le volteó al ironista —cuya posición respecto al problema social que ridiculizaba era a fin de cuentas la misma de quienes lo linchaban—. Y es que no todos son capaces de entender el tono de voz empleado, la exageración o el simple contexto. He ahí una buena vacuna contra el humor.

En general la solemnidad es enemiga de la literatura. Ama el lenguaje claro, directo, abierto y sin vacilaciones. Lo que, por supuesto, no se lleva con un arte que se dedica a jugar con las palabras, los mensajes, la comunicación.  A darle vuelta a los significados habituales, pues.

Sin embargo, l@s señor@s solemnes y obtus@s (como hoy se estila escribir) suelen alterarse en especial con las comedias. Y es que, pues sí, aunque sea lugar común, la comedia es algo serio. A diferencia de las obras trágicas o de la poesía lírica, la sátira y las obras humorísticas no son una celebración de la existencia ni una alusión a las emociones. Mientras otras partes de la literatura expresan un sentido individual, la ridiculización que hace la comedia es una crítica a todo aquello que considera ridiculizable y reprobable. Y, como toda crítica, tiene un sentido social.

Sófocles se burlaba de aquellos que consideraba los males de su sociedad; Moliere presentaba aquello que consideraba reprobable en una sociedad justa y humana. Cuando vemos a un bufón representar su papel nos reímos de su ridículo: no queremos ser como él, muestra la torpeza que debemos evitar. No se propone como modelo, sino como ejemplo a evitar. Nadie quiere ser comparado con el Vitor ni con Kiko, ser el hazmerreír de la cuadra. El comediante que ironiza sobre un asunto, una vez captado el sentido, está dando una advertencia a través de una crítica social.

Cuando en el mundo los personajes de la comedia se vuelven héroes trágicos es porque aquel ha dado un vuelco y son las palabras del loco y del bufón las únicas que parecen tener sentido ya: el Licenciado Vidriera, el Quijote, Yorick y Falstaff.

La seriedad de la comedia no estriba en tocar los temas insondables de la vida humana, como lo hace la tragedia, sino en referirse críticamente sobre la existencia social.

El inquisidor puede soportar al resto de la literatura porque toca aspectos en los que difícilmente puede meterse (aunque al Gran hermano hasta en a quién le enseña uno el calzón se inmiscuye), pero le aterra la posibilidad de que alguien quiera interferir en aquello que considera su solemne terreno exclusivo. Sentido del humor y autismos aparte, lo que se le reprochan a la comedia los inquisidores es el ver sus más preclaras convicciones desacreditadas. Y cuando esa crítica está bien escrita: cuando hace al espectador reír, entonces definitivamente no pueden soportarse.

Los jueces son de esas personas a las que no les gusta perder y que, cuando escuchan alguna risa, reparten madrazos.

Porque la risa es una crítica a todo modelo de orden, no se detiene ante ninguna idea ni ante ningún altar. La comedia es seria porque destruye la solemnidad y muestra la ridiculez de una parte de la vida humana. La irremediable caricatura que es la vida del ciudadano.

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