Sobre una poesía sin pureza
Es muy conveniente,
en ciertas horas del día o de la noche, observar profundamente
los objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas,
polvorientas distancias, soportando grandes cargas vegetales
o minerales, los sacos de las carbonerías, los barriles, las
cestas, los mangos y asas de los instrumentos del carpintero.
De ello se desprende el contacto del hombre y de la tierra
como una lección para el torturado poeta lírico. Las superficies
usadas, el gasto que las manos han infligido a Ias cosas,
la atmósfera a menudo trágica y siempre patética de estos
objetos, infunde una especie de atracción no despreciable
hacia la realidad del mundo.
La confusa impureza
de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso
y desuso de los materiales, las huellas del pie y los dedos,
la constancia de una atmósfera inundando las cosas desde lo
interno y lo externo.
Una poesía impura
como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y
actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños,
vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias,
sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas,
afirmaciones, impuestos.
La sagrada ley
del madrigal y los decretos del tacto, olfato, gusto, vista,
oído, el deseo de justicia, el deseo sexual, el ruido del
océano, sin excluir deliberadamente nada, sin aceptar deliberadamente
nada, la entrada en la profundidad de las cosas en un acto
de arrebatado amor, y el producto poesía manchado de palomas
digitales, con huellas de dientes y hielo, roído tal vez levemente
por el sudor y el uso. Hasta alcanzar esa dulce superficie
del instrumento tocado sin descanso, esa suavidad durísima
de la madera manejada, del orgulloso hierro. La flor, el trigo,
el agua tienen también esa consistencia especial, ese recuerdo
de un magnífico tacto.
Y no olvidemos
nunca la melancolía, el gastado sentimentalismo, perfectos
frutos impuros de maravillosa calidad olvidada, dejados atrás
por el frenético libresco: la luz de la luna, el cisne en
el anochecer, «corazón mío» son sin duda lo poético elemental
e imprescindible. Quien huye del mal gusto cae en el hielo.
Un tal Pablo Neruda
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