Caminemos libres
sobre grandes extensiones,
sobre la tierra
germinando trigos y frutos;
bajo inmensos
árboles, cielos sin ataduras.
que traen voces de
mujeres en la vendimia,
que traen brisas del
mar indomable.
Más allá de los
hombres y sus palabras,
de los ojos vaciados
de horizontes; de las horas vacías.
Bailemos más allá de
las edades.
Bebamos de todos los
ríos al Sol desnudos.
Hablo de mi vida
solamente; no de multitudes.
Nadie más importa.
Nadie más; vivamos.
La noche y sus pasos
en el agua
son nuestros pasos.
El viento y sus corceles
son nuestra risa y
nuestra danza.
Vivamos; de nadie más
es esta tierra.
Hagamos surgir
cantos, midamos
con siglos nuestros
cuerpos; las risas,
el Sol, el mar
abierto.
Dejemos las puertas
abiertas de toda casa,
de todo mundo y
baile.
Vendrán los días,
los niños,
los vientos con su serenata;
los jóvenes, los
arces y su vigor de noche.
Vendrán las noches y
sus enamorados.
Las puertas abiertas
donde nos verán danzar
y derramar los
vinos,
devorar mieles y
granadas.
Dejemos las puertas
abiertas
para que en nuestra
danza caminen horizontes,
para que nuestros
ojos crezcan mares y montañas.
Las puertas abiertas
—caminemos, bailemos—
para cualquiera que
no sea multitudes
ni hombres con
metros y relojes.
Que nadie trabaje.
Caminemos, cantemos.
Es nuestra danza.
Midamos nuestros cuerpos
con la luz y su hilo
para ver que nada es
suficiente;
dejemos atrás a los
hombres.
Cantemos, batamos
palmas bajo la ceiba,
seamos el árbol y el
rayo.
Nadie, que nadie más
importa.
Y los dioses niños
verán nuestra casa
henchida de vinos
dulces sobre el mundo
queriendo habitarla.
Nunca, esperen su
turno!, esta vida es nuestra danza.
Bebamos la copa del
mar y nuestra embriaguez
será un león
despierto a media noche;
bebamos la sal de
nuestros cuerpos
y a nuestra danza
vendrán el ciervo y la tigresa.
Caminemos;
hagan sonar la
música!
Que el mundo entero
pase por nuestras miradas;
recibamos en ellos
las flores, las horas.
Vivamos nuestra
danza con las puertas abiertas
—no las multitudes;
dos nosotros;
egoístas del banquete y de sus vinos.
Dejemos atrás a los
hombres
y sus almas serias,
con vestidos
de planta muerta y palabras.
Entren los niños,
los niños, las palomas,
las dos ciervas, los
tigres, mis dioses desnudos.
Miren, contemplen mi
vida y esta danza.
Mírenme recorrer los
mares
con cantos; los
bailes.
Miren; esa mujer de
dos ríos
y la higuera
encendida; noche desnuda y de pie.
Caminemos.
Dejemos atrás
nuestras ropas;
cárcel de la vida y
ahogo;
dejemos a la orilla
del mar nuestras ropas.
En el mar entremos
como dos cuerpos;
una sola danza; como
dos deseos
y dos labios como un
blasón florido.
Dejemos atrás al
dios de las aguas
y sus legiones de
coral y oros.
Vivamos.
Dejémosles saber que
la inmortalidad
no es nuestra
y esta vida es de
nosotros
ya un baile; ya un
canto.
Caminemos más allá
de hombres y nuestros dioses;
bebamos al sol los
ríos; desnudos,
lúbricos, perezosos; batiendo palmas!
César A. Cajero, Mediodía,
verano, 2010
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