miércoles, 15 de abril de 2015

Un vuelo sobre la poesía de Octavio Paz



Pocos de quienes me conocen ignoran mi admiración por la obra poética y ensayística de Octavio Paz.

Uno de mis recuerdos más queridos fue la primera vez que leí El arco y la lira en un parque de la Ciudad de México, con el sol cayendo desde lo alto entre las hojas. Tampoco puedo olvidar aquella tarde en la Facultad de Filosofía y Letras mientras caminaba por los jardines cercanos a la Biblioteca central leyendo “Piedra de sol” enfebrecido.

Así y todo, como es natural, no todo lo que escribió Paz como ensayista me parece indiscutible. Precisamente una actitud que vale la pena admirar de él es el ánimo polemista, la necesidad de discutir aquello con lo que no se está de acuerdo. Algo esencial en una época donde se tiende a evitar la confrontación y a quedarse en los terrenos del amiguismo y la complacencia.

No concuerdo con todo lo que se dice en El Laberinto de la soledad. Aunque esto se debe más a la manera en que ha sido leído que a lo que en verdad escribió Paz ahí. Tampoco estoy de acuerdo del todo con el admirado Posdata (me parece que aunque lúcida, su idea del sacrificio ritual renovado estorba un poco por las circunstancias) ni con algunas ideas de El arco y la lira (específicamente, creo que nunca da una idea concreta de lo que es la imagen poética, pero, ¿quién puede darla?[1]).

Con todo y esto, no espero en este momento dialogar con la obra ensayística de Paz, sino escribir una apreciación personal sobre el conjunto de su obra poética.

Creo que Octavio Paz fue sobre todo un poeta. Lo mejor de su ensayística es la pasión de poeta que puso en cada uno de sus textos en prosa. Razón ardiente, imaginación dormida a ojos abiertos, su obra en prosa tiende puentes con la poesía moderna, con su furor y su rebeldía. En ello radica el hechizo que ejerce.

La poesía de Paz, probablemente oscurecida debido a la constante presencia polémica de su autor y a sus más que constantes roces con el medio cultural debido a su personalidad (de la que no hablaré, pues no es asunto que me interese en lo particular), es muy poco leída en nuestro país. Aparte de “Piedra de sol”, sin lugar a dudas uno de los más grandes poemas del siglo XX en cualquier lengua, poco más es conocido. No es sorpresa descubrir que las mismas personas que despotrican contra Paz, nunca han leído su poesía (y sólo a medias o de oídas sus ensayos).

Inclusive entre la población educada y que es ajena a los dimes y diretes del medio “intelectual” (palabra detestable) es mínimo el porcentaje de aquellos que han leído su poesía ya no digamos mínimamente, sino por lo menos Libertad bajo palabra.

¿A qué se debe esta situación? Evidentemente, fuera de la escrita por Jaime Sabines, a quien admiro mucho, la poesía es un género poco leído en México. Pero que el único Nobel de literatura mexicano tenga tan pocos lectores en su propio país es una condición en verdad digna de comentarse.

Algunas personas me han hablado de la “oscuridad” de la poesía de Paz. O de su intelectualismo. Aparte de algunas etapas en las que, es verdad, el poeta peca de excesos especulativos, no veo en lo mejor de su obra (que es la que, como lector por placer que soy, me interesa) más dificultad que la de otros poetas más leídos y queridos.

No creo que exista más complicación entre entender (todo poema es difícil o imposible de entender; no de ser re-vivido):

[…] Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma,
cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,
boca del horno donde se hacen las hostias,
sonrientes labios entreabiertos y atroces,
nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible
(allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable).

Patria de sangre,
única tierra que conozco y me conoce,
única patria en la que creo,
única puerta al infinito.

“Cuerpo a la vista” (fragmento), Octavio Paz.

O entender esto:


[…]He aquí que todo viene, todo pasa,
todo, todo se acaba.
¿Pero tú? ¿pero yo? ¿pero nosotros?
¿para qué levantamos la palabra?
¿de qué sirvió el amor?
¿cuál era la muralla
que detenía la muerte?, ¿dónde estaba
el niño negro de tu guarda?

Ángeles degollados puse al pie de tu caja,
y te eché encima tierra, piedras, lágrimas,
para que ya no salgas, para que no salgas.

“Algo sobre la muerte del mayor Sabines” (fragmento), Jaime Sabines.

Es muy probable que, en nuestro país, la idea que se tiene de la poesía y del premio Nobel haya causado que gran parte de la población tienda a pensar que Octavio Paz debe hablar de “grandes temas”, de “cosas trascendentes” y “eruditas”. Como si el amor, la nostalgia, el paso del tiempo, la muerte y la vida no fueran esa trascendencia que siempre la poesía ha cantado.

Con todo y ello, me parece que hay algo más en contra de Paz: su figura pública, su condición de patriarca de la cultura mexicana resulta insoportable para las generaciones posteriores a los sesenta.

Con la llegada del poeta a México, después de renunciar a la embajada de la India por motivos que, quiero suponer, todos conocemos y admiramos (aunque no falten quienes hasta en eso lo vean como un “vendido” o un “cobarde”), empezaron sus roces con la “intelectualidad” mexicana. Todavía la generación de Medio siglo y la de la Casa del lago, probablemente las últimas generaciones agrupadas en torno a una idea de la literatura, son inexplicables sin él. En muchos sentidos, la obra de Elizondo, Arredondo, García Ponce, Fuentes o Vicente Melo son ramificaciones —estupendas y con un valor propio, ajeno a la influencia original— de las reflexiones de Paz.

Con la llegada del poeta a México y su habitual ánimo polémico, no tardó en distanciarse de los intelectuales mexicanos. A pesar de mantener un grupo adicto que se cuenta entre los más importantes escritores de nuestro país, pronto se le acusó de “mafioso” (el término era originalmente para el grupo de Benítez; no el de Paz). A lo largo de todos mis años, creo que no hay insulto (o lo que se toma por insulto) hacia él que no haya escuchado: “conservador”, “liberal” “fascista”, “comunista”, “televiso”, “elitista”, “priista”, “traidor a la revolución institucional”, “intelectual orgánico”, “maldito”, “culero”, “poetita” “hacedor de tareas”, “plagiario”, “persona sin rigor”, “academicista”, “intelectual de segunda”, “artepurista”, “vendido”, “cobarde”, “peleonero”, “mocho”, “incrédulo”, “pesimista”, “mamón”, “optimista” y ya paro de contarle.

Un divertido y muy común lugar común de la “crítica” es señalar a los “miles” de remedadores de su estilo. Yo, la verdad, no conozco a ninguno. Influencias en algunos grandes poetas, sí que hay, pero imitadores, no. O tal vez simplemente quedaron en el olvido (y como soy muy olvidadizo, pues así les va), por lo que no le veo el problema (nadie culparía a Darío por haber tenido imitadores, creo).

Otro lugar común apunta su “conservadurismo” poético (“afrancesado”, dice algún dizque crítico tijuanense, repitiendo como loro el mote antes asignado a los Contemporáneos). Algo cuando menos curioso si recordamos que una de sus primeras desavenencias con el medio cultural fue la selección de Poesía en movimiento, donde excluyó a autores que no le parecían (algunos con razón; otros, sin ella) suficientemente innovadores. No hay que olvidar la idea de Paz sobre la tradición: “un hacha para abrirse paso”.

Las diferencias que tengamos con la personalidad de Paz (me dicen que en ocasiones llegaba a ser demasiado egocéntrico, envidioso y sobre todo, peleonero) no cambian en nada la brillantez de su obra.

Y es sobre la obra poética que hablaré, así sea a vuelo de pájaro, después de haber disertado más de lo pensado sobre la razón de su escasa lectura.

Podemos distinguir a mi parecer cuatro etapas en la poesía de Octavio Paz, sin que esto evite que existan constantes a través de éstas. La primera, donde el poeta busca su voz y que va de Luna silvestre a la edición original (como libro) de Libertad bajo palabra. La segunda, la de la consolidación de la voz poética con ¿Aguila o sol?, que culmina en La estación violenta.

Poema magnífico (fue la primera obra mexicana moderna —era yo un neófito en ella— que me emocionó), creo que Salamandra no encaja del todo en la etapa previa, pero tampoco en lo que había de venir. Ruptura con la voz alcanzada por Paz, es un salto al vacío. No un puente, sino una negación. Y como toda negación, inicio.

Viento entero inicia la etapa orientalista y decididamente intelectual de la poesía de Octavio. La que encuentra su ejemplo más acabado en Blanco y culmina con Topoemas. Renga podría contarse aquí sí como un puente.

Finalmente, la etapa final de Paz, de Pasado en claro a Árbol adentro, es significativamente distinta a la anterior.

Una vez hecho este inicial esquema, procedo a mi revisión.


De los fragmentos a la forma


Como ya Paz advierte en sus Obras completas, Luna silvestre es un libro fallido. Lo mismo puede decirse de las poesías sueltas que se recogen en la Miscelánea de sus Obras completas. En ellas están ya, sin embargo, las constantes que se mantendrán a lo largo de sus dos primeras etapas. La imagen del árbol de agua y de sangre; de sol y de sombra. La idea de la presencia amada como una imagen fugitiva que da sentido al mundo: que es el mundo.

Es evidente el influjo del romanticismo, sobre todo de Nerval, en este momento de Paz. También, como no, del Neruda de los Veinte poemas.

Sin embargo, de los románticos toma la idea, no el rigor formal ni el brío desolador y al tiempo luminoso de aquellos. Nombrar al sol y a la sombra no basta para llenar de luz al universo, como la imagen del árbol de sangre —la amada— no basta para descifrar ese cuerpo en el mundo y caminar por él. Los elementos ya están ahí, pero todavía sin alcanzar a tomar forma. Son poemas con algunas imágenes afortunadas, presagios, pero que pueden llegar a cansar por la retórica que a veces más que romántica suena amanerada.

De Neruda toma el ejemplo de la poesía amorosa, caballo verde de la poesía, el cuerpo tibio de esa poesía tan joven y tan niña todavía. Sin embargo, Paz carece de la precocidad metafórica del chileno. Sus imágenes todavía no toman forma.

En aquellos poemas sueltos no faltan las experimentaciones al estilo de la época que demuestran que Paz estaba al tanto de las sacudidas que por esos años recorrían el mundo poético. Sin embargo, poemas como “Preludio viajero” son apropiaciones de una retórica y un estilo que no eran suyos. Reflejo del estridentismo, el cual, salvo por un par de buenos poemas, era también una fórmula más que un descubrimiento. No es ese el camino que siguió su poesía.

Ya en la sección de Primer día aparecen los primeros poemas que anuncian una voz muy personal. Si bien las versiones originales están todavía sin madurar y pecan de afectación “romántica”, las recreaciones que aparecen en la edición definitiva de Libertad bajo palabra tienen momentos inolvidables.

Una lección de la importancia del rigor de las palabras en el poema[2] puede darse al leer las dos versiones de “Tu nombre”:



Nace de mí, de mi sombra,
amanece por mi piel,
alba de luz somnolienta.

Dulce paloma tu nombre,
tímida sobre mi hombro.

[Original]



Nace de mí, de mi sombra,
amanece por mi piel,
alba de luz somnolienta.

Paloma brava tu nombre,
tímida sobre mi hombro.


[Como aparece en Libertad bajo palabra]


Una sola palabra cambia en ambas versiones y con eso es suficiente para pasar de un poema de un mal romanticismo trasnochado del siglo XIX a uno de los poemas breves que encierran toda la idea de mundo de Paz, donde ya está en germen la idea que anima Blanco, pero también Piedra de sol y Carta de creencia.

A saber, en este poema se nota una constante en la poesía de Paz: la idea del lenguaje como una manifestación de la realidad, como un signo de signos; un lenguaje que al mismo tiempo es sentido (signo) y corporeidad (sonido, pero también y más importante: erotismo). De esa unión, verdadero prodigio nace la libertad y el amor. Amar, así, es un camino: la construcción de un camino en el mundo a través de las imágenes. El lenguaje nace de la sombra del sentido (“nace de mí, de mi sombra”), pero también de la carne (“amanece por mi piel”).

Raíz del hombre y Bajo tu clara sombra son otros pasos en la búsqueda de una voz propia. En ellos a mi parecer el ejemplo de Neruda es claro. Pero se trata ya de una apropiación de la voz nerudiana a través, creo yo, de la tradición hispánica de la que Paz era lector. Hay ya también ecos de la poesía de Eluard (influencia que a mi parecer no se ha estudiado demasiado, pero dada su cercanía con Cuesta —quien tradujo al francés ya en los años veinte— es improbable que no lo conociera). Ya desde la primera versión de “Tengo que hablarós de ella” (parte de Bajo tu clara sombra) remite a todas estas influencias:


Tengo que hablaros de ella.
Suscita fuentes en el día,
puebla de mármoles la noche.
La huella de su pie
es el centro visible de la tierra,
la frontera del mundo,
sitio sutil, encadenado y libre;
discípula de pájaros y nubes […]

Fragmento de la parte IV de Bajo tu clara sombra en la edición original [permanece sin cambios en Libertad bajo palabra, aunque otros fragmentos cambiaron o se suprimieron].

En Noche de resurrecciones y A la orilla del mundo la tradición lírica romántica y aquella interrogación por el lenguaje alcanzan una primera madurez y se encuentran con la presencia de la ciudad y la noche. No se trata de la noche a la manera de Villaurrutia, verdadera herida, ni del insomne Huerta, crónica de insomnios y sudores. Es la ciudad del estudiante; de la Historia. La ciudad moderna poblada de reflejos. Un cuerpo hecho de palabras y de presencias. Con esto, como también anuncio, aparece la Historia, es decir, la pasión por la Historia que fue constante en la poética de Paz.

En filas ordenadas regresamos
y cada noche, cada noche,
mientras hacemos el camino,
el breve infierno de la espera
y el espectro que vierte en el oído:
«¿No tienes sangre ya? ¿Por qué te mientes?
Mira los pájaros...
El mundo tiene playas todavía
y un barco allá te espera, siempre.
[…]”

Octavio Paz, fragmento de “Seven P.M.”, como aparece en Libertad bajo palabra.

La aparición de la ciudad, de sus personajes, de sus soledades, también afecta al lenguaje de Paz. Es en esta época en que escribe “Las palabras”:

Dales la vuelta,
cógelas del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas, globos, pínchalas,
sórbeles sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas, gallo galante,
tuérceles el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas, toro,
buey, arrástralas,
hazlas, poeta,
haz que se traguen todas sus palabras.

Entre la piedra y la flor junto a los Cantos españoles es clara muestra de lo último. A diferencia de la generación de Contemporáneos, hay en Paz un interés por la Historia viva no sólo como ensayista, sino como poeta. No son los suyos en sentido estricto “poemas comprometidos”, término todavía inexistente, sino unos donde la vida y el sufrimiento de los hombres se deja sentir a través de las palabras. Creo que, a despecho de su opinión, partes de Entre la piedra y la flor desechados en ediciones posteriores se cuentan entre los más grandes poemas desesperados que existan:

Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.

[…]

Octavio Paz, fragmento de la parte V de Entre la piedra y la flor, suprimida en ediciones posteriores.

Es en estos años cuando aparece también ya la huella quevedesca, tanto en la preocupación por el paso del tiempo como en la forma de muchos de sus poemas. “Elegía interrumpida”, “Cuarto de hotel”, “Seven P.M.” y varios fragmentos de Entre la piedra y la flor son testimonio de ello.

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
[…]

Octavio Paz, fragmento de “Elegía interrumpida”, como aparece en Libertad bajo palabra.

Es en estos años cuando escribe también aquello de “¿Qué tierra es esta?” que no dejo de pensar preludia[3] a Rulfo, también en una tierra seca y abandonada.

Son los años finales de su formación y ya están ahí “La vida sencilla”, “Cuarto de hotel” y “Cuerpo a la vista”. La Historia, el paso del tiempo, la utopía del instante y el cuerpo de mujer como doble del mundo; ya están las palabras como un reflejo de ese cuerpo, como creación.




[1] Ciertamente sobre El arco y la lira podría discutirse mucho: como hijo del romanticismo y de la era moderna, Paz escribe este libro como una toma de posiciones frente al mundo moderno. Es un libro que más que disertar sobre la poesía como fenómeno estético (a la manera de la Filosofía), continúa el diálogo polémico entre la modernidad y la visión romántica del arte: aquel que Paz defiende hasta el final: la formación de un “nuevo sagrado” ajeno a iglesias, sectas e ideologías. Nietzsche flota por toda la obra de Paz, al igual que el último Heidegger. Las ideas pueden ser discutibles, pero no la poesía. Toda idea sólo es comprensible desde su momento histórico y aquella época me temo ya no es la nuestra: con pesar reafirmo lo que ya he dicho: hoy los poetas no creen en “cambiar al mundo”; aquella idea se ha desvanecido fuera de muecas para mejor vender. Es una lástima y espero (de verdad; en ello me juego mis días) que tal situación pueda cambiar. Las ideas de Paz en ese libro exaltan todavía y sacuden la imaginación: por ello digo que lo mejor de su ensayística está tocada por la poesía.

[2] Ahora que muchos piensan que “ser poeta” es sólo cuestión de gritar sus “sentimientos” o de adoptar poses de “rebeldes”. El sentimiento, ya lo decía Neruda, es inevitable; la rebeldía, lección de Paz, es primordial; pero esa rebeldía debe cristalizar en una forma: esa forma es rigurosa, con el rigor propio del árbol: nada más difícil que hacer nacer el mundo.

[3] No hablo de plagio, conste, a reserva de que los malquerientes de Paz todo lo toman como tal, cuando cierran los ojos a sus verdaderas imitaciones, obsesionados por una “competencia” de popularidad con Huerta, Rulfo o Revueltas. Incluso el muy lúcido Evodio Escalante habló de una especie de traición a Revueltas y al joven que fue, en este artículo: http://www.jornada.unam.mx/2014/11/16/sem-evodio.html

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