Un vuelo sobre la
poesía de Octavio Paz
Pocos
de quienes me conocen ignoran mi admiración por la obra poética y ensayística
de Octavio Paz.
Uno
de mis recuerdos más queridos fue la primera vez que leí El arco y la lira en un parque de la Ciudad de México, con el sol
cayendo desde lo alto entre las hojas. Tampoco puedo olvidar aquella tarde en
la Facultad de Filosofía y Letras mientras caminaba por los jardines cercanos a
la Biblioteca central leyendo “Piedra de sol” enfebrecido.
Así
y todo, como es natural, no todo lo que escribió Paz como ensayista me parece
indiscutible. Precisamente una actitud que vale la pena admirar de él es el
ánimo polemista, la necesidad de discutir aquello con lo que no se está de
acuerdo. Algo esencial en una época donde se tiende a evitar la confrontación y
a quedarse en los terrenos del amiguismo y la complacencia.
No
concuerdo con todo lo que se dice en El
Laberinto de la soledad. Aunque esto se debe más a la manera en que ha sido
leído que a lo que en verdad escribió Paz ahí. Tampoco estoy de acuerdo del
todo con el admirado Posdata (me
parece que aunque lúcida, su idea del sacrificio ritual renovado estorba un
poco por las circunstancias) ni con algunas ideas de El arco y la lira (específicamente, creo que nunca da una idea
concreta de lo que es la imagen poética, pero, ¿quién puede darla?[1]).
Con
todo y esto, no espero en este momento dialogar con la obra ensayística de Paz,
sino escribir una apreciación personal sobre el conjunto de su obra poética.
Creo
que Octavio Paz fue sobre todo un poeta. Lo mejor de su ensayística es la
pasión de poeta que puso en cada uno de sus textos en prosa. Razón ardiente,
imaginación dormida a ojos abiertos, su obra en prosa tiende puentes con la
poesía moderna, con su furor y su rebeldía. En ello radica el hechizo que
ejerce.
La
poesía de Paz, probablemente oscurecida debido a la constante presencia
polémica de su autor y a sus más que constantes roces con el medio cultural
debido a su personalidad (de la que no hablaré, pues no es asunto que me
interese en lo particular), es muy poco leída en nuestro país. Aparte de
“Piedra de sol”, sin lugar a dudas uno de los más grandes poemas del siglo XX
en cualquier lengua, poco más es conocido. No es sorpresa descubrir que las
mismas personas que despotrican contra Paz, nunca han leído su poesía (y sólo a
medias o de oídas sus ensayos).
Inclusive
entre la población educada y que es ajena a los dimes y diretes del medio “intelectual”
(palabra detestable) es mínimo el porcentaje de aquellos que han leído su
poesía ya no digamos mínimamente, sino por lo menos Libertad bajo palabra.
¿A
qué se debe esta situación? Evidentemente, fuera de la escrita por Jaime
Sabines, a quien admiro mucho, la poesía es un género poco leído en México.
Pero que el único Nobel de literatura mexicano tenga tan pocos lectores en su
propio país es una condición en verdad digna de comentarse.
Algunas
personas me han hablado de la “oscuridad” de la poesía de Paz. O de su
intelectualismo. Aparte de algunas etapas en las que, es verdad, el poeta peca
de excesos especulativos, no veo en lo mejor de su obra (que es la que, como
lector por placer que soy, me interesa) más dificultad que la de otros poetas
más leídos y queridos.
No
creo que exista más complicación entre entender (todo poema es difícil o
imposible de entender; no de ser
re-vivido):
[…] Entre tus
piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar
de noche se aquieta, negro caballo de espuma,
cueva al pie de la
montaña que esconde un tesoro,
boca del horno
donde se hacen las hostias,
sonrientes labios
entreabiertos y atroces,
nupcias de la luz y
la sombra, de lo visible y lo invisible
(allí espera la
carne su resurrección y el día de la vida perdurable).
Patria de sangre,
única tierra que
conozco y me conoce,
única patria en la
que creo,
única puerta al
infinito.
“Cuerpo
a la vista” (fragmento), Octavio Paz.
O
entender esto:
[…]He aquí que todo
viene, todo pasa,
todo, todo se
acaba.
¿Pero tú? ¿pero yo?
¿pero nosotros?
¿para qué
levantamos la palabra?
¿de qué sirvió el
amor?
¿cuál era la
muralla
que detenía la
muerte?, ¿dónde estaba
el niño negro de tu
guarda?
Ángeles degollados
puse al pie de tu caja,
y te eché encima
tierra, piedras, lágrimas,
para que ya no
salgas, para que no salgas.
“Algo
sobre la muerte del mayor Sabines” (fragmento), Jaime Sabines.
Es
muy probable que, en nuestro país, la idea que se tiene de la poesía y del
premio Nobel haya causado que gran parte de la población tienda a pensar que
Octavio Paz debe hablar de “grandes temas”, de “cosas trascendentes” y
“eruditas”. Como si el amor, la nostalgia, el paso del tiempo, la muerte y la
vida no fueran esa trascendencia que siempre la poesía ha cantado.
Con
todo y ello, me parece que hay algo más en contra de Paz: su figura pública, su
condición de patriarca de la cultura mexicana resulta insoportable para las
generaciones posteriores a los sesenta.
Con
la llegada del poeta a México, después de renunciar a la embajada de la India
por motivos que, quiero suponer, todos conocemos y admiramos (aunque no falten
quienes hasta en eso lo vean como un “vendido” o un “cobarde”), empezaron sus
roces con la “intelectualidad” mexicana. Todavía la generación de Medio siglo y
la de la Casa del lago, probablemente las últimas generaciones agrupadas en
torno a una idea de la literatura, son inexplicables sin él. En muchos
sentidos, la obra de Elizondo, Arredondo, García Ponce, Fuentes o Vicente Melo
son ramificaciones —estupendas y con un valor propio, ajeno a la influencia
original— de las reflexiones de Paz.
Con
la llegada del poeta a México y su habitual ánimo polémico, no tardó en
distanciarse de los intelectuales mexicanos. A pesar de mantener un grupo
adicto que se cuenta entre los más importantes escritores de nuestro país,
pronto se le acusó de “mafioso” (el término era originalmente para el grupo de
Benítez; no el de Paz). A lo largo de todos mis años, creo que no hay insulto
(o lo que se toma por insulto) hacia él que no haya escuchado: “conservador”,
“liberal” “fascista”, “comunista”, “televiso”, “elitista”, “priista”, “traidor
a la revolución institucional”, “intelectual orgánico”, “maldito”, “culero”,
“poetita” “hacedor de tareas”, “plagiario”, “persona sin rigor”, “academicista”,
“intelectual de segunda”, “artepurista”, “vendido”, “cobarde”, “peleonero”, “mocho”,
“incrédulo”, “pesimista”, “mamón”, “optimista” y ya paro de contarle.
Un
divertido y muy común lugar común de la “crítica” es señalar a los “miles” de
remedadores de su estilo. Yo, la verdad, no conozco a ninguno. Influencias en
algunos grandes poetas, sí que hay, pero imitadores, no. O tal vez simplemente
quedaron en el olvido (y como soy muy olvidadizo, pues así les va), por lo que
no le veo el problema (nadie culparía a Darío por haber tenido imitadores,
creo).
Otro
lugar común apunta su “conservadurismo” poético (“afrancesado”, dice algún
dizque crítico tijuanense, repitiendo como loro el mote antes asignado a los
Contemporáneos). Algo cuando menos curioso si recordamos que una de sus
primeras desavenencias con el medio cultural fue la selección de Poesía en movimiento, donde excluyó a
autores que no le parecían (algunos con razón; otros, sin ella) suficientemente
innovadores. No hay que olvidar la idea de Paz sobre la tradición: “un hacha
para abrirse paso”.
Las
diferencias que tengamos con la personalidad de Paz (me dicen que en ocasiones
llegaba a ser demasiado egocéntrico, envidioso y sobre todo, peleonero) no
cambian en nada la brillantez de su obra.
Y
es sobre la obra poética que hablaré, así sea a vuelo de pájaro, después de
haber disertado más de lo pensado sobre la razón de su escasa lectura.
Podemos
distinguir a mi parecer cuatro etapas en la poesía de Octavio Paz, sin que esto
evite que existan constantes a través de éstas. La primera, donde el poeta
busca su voz y que va de Luna silvestre
a la edición original (como libro) de Libertad
bajo palabra. La segunda, la de la consolidación de la voz poética con ¿Aguila o sol?, que culmina en La estación violenta.
Poema
magnífico (fue la primera obra mexicana moderna —era yo un neófito en ella— que
me emocionó), creo que Salamandra no
encaja del todo en la etapa previa, pero tampoco en lo que había de venir.
Ruptura con la voz alcanzada por Paz, es un salto al vacío. No un puente, sino
una negación. Y como toda negación, inicio.
Viento entero inicia la etapa orientalista y
decididamente intelectual de la poesía de Octavio. La que encuentra su ejemplo
más acabado en Blanco y culmina con Topoemas. Renga podría contarse aquí sí como un puente.
Finalmente,
la etapa final de Paz, de Pasado en claro
a Árbol adentro, es
significativamente distinta a la anterior.
Una
vez hecho este inicial esquema, procedo a mi revisión.
De los fragmentos a
la forma
Como
ya Paz advierte en sus Obras completas,
Luna silvestre es un libro fallido.
Lo mismo puede decirse de las poesías sueltas que se recogen en la Miscelánea de sus Obras completas. En ellas están ya, sin embargo, las constantes que
se mantendrán a lo largo de sus dos primeras etapas. La imagen del árbol de
agua y de sangre; de sol y de sombra. La idea de la presencia amada como una
imagen fugitiva que da sentido al mundo: que es el mundo.
Es
evidente el influjo del romanticismo, sobre todo de Nerval, en este momento de
Paz. También, como no, del Neruda de los Veinte
poemas.
Sin
embargo, de los románticos toma la idea, no el rigor formal ni el brío
desolador y al tiempo luminoso de aquellos. Nombrar al sol y a la sombra no
basta para llenar de luz al universo, como la imagen del árbol de sangre —la
amada— no basta para descifrar ese cuerpo en el mundo y caminar por él. Los
elementos ya están ahí, pero todavía sin alcanzar a tomar forma. Son poemas con
algunas imágenes afortunadas, presagios, pero que pueden llegar a cansar por la
retórica que a veces más que romántica suena amanerada.
De
Neruda toma el ejemplo de la poesía amorosa, caballo verde de la poesía, el
cuerpo tibio de esa poesía tan joven y tan niña todavía. Sin embargo, Paz
carece de la precocidad metafórica del chileno. Sus imágenes todavía no toman
forma.
En
aquellos poemas sueltos no faltan las experimentaciones al estilo de la época
que demuestran que Paz estaba al tanto de las sacudidas que por esos años recorrían el mundo poético. Sin embargo, poemas como “Preludio viajero” son
apropiaciones de una retórica y un estilo que no eran suyos. Reflejo del
estridentismo, el cual, salvo por un par de buenos poemas, era también una fórmula
más que un descubrimiento. No es ese el camino que siguió su poesía.
Ya
en la sección de Primer día aparecen
los primeros poemas que anuncian una voz muy personal. Si bien las versiones
originales están todavía sin madurar y pecan de afectación “romántica”, las
recreaciones que aparecen en la edición definitiva de Libertad bajo palabra tienen momentos inolvidables.
Una
lección de la importancia del rigor de las palabras en el poema[2]
puede darse al leer las dos versiones de “Tu nombre”:
Nace de mí, de mi sombra,
amanece por mi piel,
alba de luz somnolienta.
Dulce paloma tu nombre,
tímida sobre mi hombro.
[Original]
Nace de mí, de mi sombra,
amanece por mi piel,
alba de luz somnolienta.
Paloma brava tu nombre,
tímida sobre mi hombro.
[Como
aparece en Libertad bajo palabra]
Una
sola palabra cambia en ambas versiones y con eso es suficiente para pasar de un
poema de un mal romanticismo trasnochado del siglo XIX a uno de los poemas
breves que encierran toda la idea de mundo de Paz, donde ya está en germen la
idea que anima Blanco, pero también Piedra de sol y Carta de creencia.
A
saber, en este poema se nota una constante en la poesía de Paz: la idea del
lenguaje como una manifestación de la realidad, como un signo de signos; un
lenguaje que al mismo tiempo es sentido (signo) y corporeidad (sonido, pero
también y más importante: erotismo). De esa unión, verdadero prodigio nace la
libertad y el amor. Amar, así, es un camino: la construcción de un camino en el
mundo a través de las imágenes. El lenguaje nace de la sombra del sentido
(“nace de mí, de mi sombra”), pero también de la carne (“amanece por mi piel”).
Raíz del hombre y Bajo tu clara sombra son otros pasos en la búsqueda de una voz
propia. En ellos a mi parecer el ejemplo de Neruda es claro. Pero se trata ya
de una apropiación de la voz nerudiana a través, creo yo, de la tradición
hispánica de la que Paz era lector. Hay ya también ecos de la poesía de Eluard
(influencia que a mi parecer no se ha estudiado demasiado, pero dada su
cercanía con Cuesta —quien tradujo al francés ya en los años veinte— es
improbable que no lo conociera). Ya desde la primera versión de “Tengo que
hablarós de ella” (parte de Bajo tu clara
sombra) remite a todas estas influencias:
Tengo que hablaros de ella.
Suscita fuentes en el día,
puebla de mármoles la noche.
La huella de su pie
es el centro visible de la tierra,
la frontera del mundo,
sitio sutil, encadenado y libre;
discípula de pájaros y nubes […]
Fragmento
de la parte IV de Bajo tu clara sombra
en la edición original [permanece sin cambios en Libertad bajo palabra, aunque otros fragmentos cambiaron o se
suprimieron].
En
Noche de resurrecciones y A la orilla del mundo la tradición
lírica romántica y aquella interrogación por el lenguaje alcanzan una primera
madurez y se encuentran con la presencia de la ciudad y la noche. No se trata
de la noche a la manera de Villaurrutia, verdadera herida, ni del insomne
Huerta, crónica de insomnios y sudores. Es la ciudad del estudiante; de la
Historia. La ciudad moderna poblada de reflejos. Un cuerpo hecho de palabras y
de presencias. Con esto, como también anuncio, aparece la Historia, es decir,
la pasión por la Historia que fue constante en la poética de Paz.
En filas ordenadas regresamos
y cada noche, cada noche,
mientras hacemos el camino,
el breve infierno de la espera
y el espectro que vierte en el oído:
«¿No tienes sangre ya? ¿Por qué te
mientes?
Mira los pájaros...
El mundo tiene playas todavía
y un barco allá te espera, siempre.
[…]”
Octavio
Paz, fragmento de “Seven P.M.”, como aparece en Libertad bajo palabra.
La aparición de la
ciudad, de sus personajes, de sus soledades, también afecta al lenguaje de Paz.
Es en esta época en que escribe “Las palabras”:
Dales la vuelta,
Dales la vuelta,
cógelas
del rabo (chillen, putas),
azótalas,
dales
azúcar en la boca a las rejegas,
ínflalas,
globos, pínchalas,
sórbeles
sangre y tuétanos,
sécalas,
cápalas,
písalas,
gallo galante,
tuérceles
el gaznate, cocinero,
desplúmalas,
destrípalas,
toro,
buey,
arrástralas,
hazlas,
poeta,
haz
que se traguen todas sus palabras.
Entre la piedra y la flor junto a los Cantos españoles es clara muestra de lo último. A diferencia de la
generación de Contemporáneos, hay en Paz un interés por la Historia viva no
sólo como ensayista, sino como poeta. No son los suyos en sentido estricto
“poemas comprometidos”, término todavía inexistente, sino unos donde la vida y
el sufrimiento de los hombres se deja sentir a través de las palabras. Creo
que, a despecho de su opinión, partes de Entre
la piedra y la flor desechados en ediciones posteriores se cuentan entre
los más grandes poemas desesperados que existan:
Dame, llama invisible, espada fría,
tu persistente cólera,
para acabar con todo,
oh mundo seco,
oh mundo desangrado,
para acabar con todo.
[…]
Octavio
Paz, fragmento de la parte V de Entre la
piedra y la flor, suprimida en ediciones posteriores.
Es
en estos años cuando aparece también ya la huella quevedesca, tanto en la
preocupación por el paso del tiempo como en la forma de muchos de sus poemas.
“Elegía interrumpida”, “Cuarto de hotel”, “Seven P.M.” y varios fragmentos de Entre la piedra y la flor son testimonio
de ello.
Hoy recuerdo a los muertos de mi
casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un
peldaño,
el cuerpo que se afianza en un
suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que
entra.
De una puerta a morir hay poco
espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
y enterarse: las ocho y cuarto.
[…]
Octavio
Paz, fragmento de “Elegía interrumpida”, como aparece en Libertad bajo palabra.
Es
en estos años cuando escribe también aquello de “¿Qué tierra es esta?” que no
dejo de pensar preludia[3]
a Rulfo, también en una tierra seca y abandonada.
Son
los años finales de su formación y ya están ahí “La vida sencilla”, “Cuarto de
hotel” y “Cuerpo a la vista”. La Historia, el paso del tiempo, la utopía del
instante y el cuerpo de mujer como doble del mundo; ya están las palabras como
un reflejo de ese cuerpo, como creación.
[1]
Ciertamente sobre El arco y la lira
podría discutirse mucho: como hijo del romanticismo y de la era moderna, Paz
escribe este libro como una toma de posiciones frente al mundo moderno. Es un
libro que más que disertar sobre la poesía como fenómeno estético (a la manera
de la Filosofía), continúa el diálogo polémico entre la modernidad y la visión
romántica del arte: aquel que Paz defiende hasta el final: la formación de un “nuevo
sagrado” ajeno a iglesias, sectas e ideologías. Nietzsche flota por toda la
obra de Paz, al igual que el último Heidegger. Las ideas pueden ser discutibles,
pero no la poesía. Toda idea sólo es comprensible desde su momento histórico y
aquella época me temo ya no es la nuestra: con pesar reafirmo lo que ya he
dicho: hoy los poetas no creen en “cambiar al mundo”; aquella idea se ha
desvanecido fuera de muecas para mejor vender. Es una lástima y espero (de
verdad; en ello me juego mis días) que tal situación pueda cambiar. Las ideas
de Paz en ese libro exaltan todavía y sacuden la imaginación: por ello digo que
lo mejor de su ensayística está tocada por la poesía.
[2]
Ahora que muchos piensan que “ser poeta” es sólo cuestión de gritar sus
“sentimientos” o de adoptar poses de “rebeldes”. El sentimiento, ya lo decía
Neruda, es inevitable; la rebeldía, lección de Paz, es primordial; pero esa
rebeldía debe cristalizar en una forma: esa forma es rigurosa, con el rigor
propio del árbol: nada más difícil que hacer nacer el mundo.
[3] No
hablo de plagio, conste, a reserva de que los malquerientes de Paz todo lo
toman como tal, cuando cierran los ojos a sus verdaderas imitaciones,
obsesionados por una “competencia” de popularidad con Huerta, Rulfo o
Revueltas. Incluso el muy lúcido Evodio Escalante habló de una especie de traición
a Revueltas y al joven que fue, en este artículo: http://www.jornada.unam.mx/2014/11/16/sem-evodio.html
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