De cómo UP puede ser una mentada de madre
*Los eventos y personas que aparecen aquí NO son producto de la fantasía; todo parecido con la realidad es intencional, pero es mejor no divulgarlo con quienes aparecen (o sí, total qué más da): son muy enojones.
Uno pensaría que los neuróticos están entre los ejecutivos de ventas; los maestros que quedan afónicos en sus gritos; los militares de puño cerrado.
Érase que se era un día de
verano. Llovía. En conocido auditorio había un concierto de ska-punk. Esperaba
el autobús que me llevaría cerca del metro. En ese entonces usaba regularmente
trajes de tres piezas. Ya saben, recuerdos de The Kinks, The Jam y de la
vanguardia de los veinte.
Un personaje de cabello largo y
saco raído, lleno de parches con leyendas "anarquistas" me miraba.
Cuando me vio reír se levantó de
donde estaba y señalándome con una botella empezó a gritar. Nunca supe bien qué
decía. Agitaba mucho los brazos y hacía señas de aventar su tequila (o tal vez
charanda). Quizá me confundí y su actitud no era agresiva, sino que me
invitaba en su peculiar estilo a bailar (a lo lejos se escuchaba un desentonado
rock steady). En fin, cuando escuché entre sus gritos la expresión “pinche
perra capitalista” me alejé. Pero
repito, tal vez me equivocase, en algunos sitios me aseguran decirle “perra” a
una persona (de sexo femenino) es hasta un halago coquetón. Todo es posible.
De cualquier manera, he comprobado en otras ocasiones que las
personas de pelo largo y guitarra en mano suelen ser de las más intolerantes de
todas.
Noviembre o diciembre del 2011. A
las dos de la madrugada los niños buenos ya estamos dormidos. Y aunque estoy en
una fiesta, después de ver salir a varios de mis amigos por la enorme puerta,
me acurruco en la incómoda silla de fierro.
No puedo dormir. Uno de mis
amigos lleva casi dos horas haciendo la mona a mi lado. De vez en cuando se
levanta para agarrar un puño de chicharrones de la mesa, dar un sorbo de anís
del mico (ah, qué esconde ese mico en la botella de su mano que tiene a un mico
con una botella en su mano que tiene un mico con una botella en su mano) y
regresar a sus sueños. Deben de ser muy peculiares porque de vez en cuando
entre sueños alcanza a emitir una especie de gemido doloroso.
Otro amigo permanece mucho tiempo
con la anfitriona en el cuarto donde ponen las canciones que nadie baila.
Un personaje de pelo largo,
chamarra de cuero y cuyo grito de batalla es “¡Noche negra, aúúú!” me observa a
una prudente distancia.
Una hora antes, en mitad de la sabrosura
y después de que yo realizase una demostración de intento de baile imitando a
uno de las criaturas que dibujadas en el anís (pero eso sí, muy divertido), se nos ocurrió
hablar sobre boxeo y jugamos a dar unos cuantos jabs. El muchacho de pelo largo
y gran presencia, enojado por las risas, nos aseguraba que la vida es “cosa
seria”.
La joven anfitriona es el centro
de las miradas y deseos tanto de mi amigo como de mi Amo y señor, como lo
llamaré de ahora en adelante. La situación no se debe tanto a su particular belleza,
sino que es la única mujer a la redonda. Parece que mi generación tomó como
manda el que si ha de ir a una fiesta, debe a la fuerza tener quereres con
alguna moza fermosa.
Pues bien, mientras estos
camaradas se encuentran en su locus
amenus compartido, yo veo cómo poco a poco el lugar se vacía y cómo se
quedan dormidos varios compañeros a mi lado mientras de sus bocas sale mezclado
el olor de Doritos picositos, anís junto con incontables quejas contra las mujeres.
Pues la cosa es que a eso de las
dos y después de yo también probar la mezcla potente de botanas con anís (no
hace vomitar para mi sorpresa) me quedo dormido. Nunca antes había perdido la
consciencia en una silla de esas que dicen “Corona” en el respaldo y debo decir
que no hay tanta diferencia con otras posturas elegantes a las que he llegado
(recuerdo una ocasión en que vi a la Virgen de Guadalupe en un sanitario donde
me quedé dormido).
Quince minutos después me
despierta un golpe en la cara seguido de otro. Es entonces cuando veo a mi ya
entonces Amo y señor empuñando ambas manos en mi contra.
No supe bien qué pasó después.
Unos dicen que mi amigo coquetón se fue a esconder debajo del lecho de la fermosa
dama. Yo recuerdo que estaba en el baño. Varios aseguran que me desvanecí
(bella palabra que usaban mucho en mi casa); yo rememoro que me levanté y le
pregunté si eso lo hacía sentir todo un hombre. Lo único cierto es que se lo
llevaron y ahí mismo intentó pelearse con uno de sus amigos (porque no quiso
poner a Black Sabbath). La razón de sus golpes es todavía un misterio, pero todo
apunta a que se debió a que me vio muy risueño.
Por cierto, mi amigo dormido no
despertó nunca durante todo el evento. Tiempo después el buscador de ayuntadas imágenes me dijo que a las
cuatro se puso a llorar en un rincón mientras él barría. Por lo demás no quedó
más huella en mí que un labio rojizo junto con un nuevo Amo y señor.
Pero una de las más jocosas
historias que he vivido es en la que descubrí que UP (la película de Disney)
puede ser utilizada como un insulto. Es curioso: uno tiende a pensar que las personas educadas son más tolerantes. No es así. De hecho resienten cualquier cosa que consideren un insulto de la peor manera. Cualquier desacuerdo intelectual o crítica les cala muy hondo. Vean las anécdotas del Desholladero de sábado y constatarán que, aparte de algunos insultos en verdad molestos donde se meten con la familia, en general se enchilan por muy poco. Pero bueno, nada comparable a que una amiga te deje de hablar porque creíste que no había visto UP.
Corría una mañana de primavera
cuando reencontré a una querida amiga en los jardines de Ciudad Universitaria.
Llevábamos años sin hablarnos a raíz de un evento que no relataré pero que
involucra la corrección de una tesis (nunca se atrevan a revisar la redacción de
una universitaria ni con el pétalo de una rosa, aunque se los pidan).
Pues bien, un día a la susodicha
se le ocurrió poner una imagen de UP en su muro. Y para no hacerla cansada,
usaré la canción del “Sirenito” para hacer una versión melódica de lo ocurrido
(no olviden ponerle el ritmo al leerlo;
si no recuerdan la tonada guapachosa, pueden escucharla AQUÍ):
Yo quise decir que la peli estaba chida
y que me encantó en gran manera esa imagen.
Dije entonces que si apenas la había visto
y que era imposible no la conociera ya de antes.
Pasaron más
de unos días sin ninguna novedad
pero a los cuatro me dijo que la atacaba sin piedad.
“Eres tú un
hijo sin madre.”
“Tú me crees ignorante.”
“No tengo que conocerte
ni conocer ya a nadie”
“Mi psicólogo me dijo
que a Freud no consultaste.”
“Te recuerdo escribiste
de mi tesis cosa INFAME.”
Una mañana se me ocurrió mandarle
a esa dama un mensaje y recomendarle
ver también cintas de juguetes; trilogías
que Toy story divertírmela podía.
Y así pasaron varios días sin ninguna novedad
pero a los cuatro días me contestó que la atacaba
sin piedad.
“Me dijiste mal escrita;
me creíste ignorante.”
“Eso sí no lo perdono
pues UP es ya un insulto grave.”
“Te atreviste a mandarme
un mensaje
con mamadas.”
“Con esas diversiones grandes
de la clase media baja.”
Esa mañana yo todavía no sabía
que las películas eran cosa muy muy grave.
Que pensar que visto no habían era insulto,
una cosa muy culera pensar eso, ¡en la madre!.
Y si luego te atreves a mandar al celular
un mensaje donde digas que Toy Story vean sin
tardar:
”Piensas que soy ignorante.”
“Tú creíste que no la había visto
por tanto mentaste madres.”
“Te recuerdo escribiste
de mi tesis cosa
INFAME.”
Me insultaste en cosa grave.
Me insultaste en cosa grave.
Me insultaste en cosa grave.
César Alain Cajero Sánchez
Mi estimado tal vez le dijo "perra" al mero estilacho de las cárceles de allambaro los yunates estates quietos.
ResponderEliminarPsss, no se me había ocurrido, mano. Ya ve, uno que no es políglota y olvida esas cosas. Bitch.
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