lunes, 21 de mayo de 2012

De cómo UP puede ser una mentada de madre


*Los eventos y personas que aparecen aquí NO son producto de la fantasía; todo parecido con la realidad es intencional, pero es mejor no divulgarlo con quienes aparecen (o sí, total qué más da): son muy enojones.

Uno pensaría que los neuróticos están entre los ejecutivos de ventas; los maestros que quedan afónicos en sus gritos; los militares de puño cerrado.

Érase que se era un día de verano. Llovía. En conocido auditorio había un concierto de ska-punk. Esperaba el autobús que me llevaría cerca del metro. En ese entonces usaba regularmente trajes de tres piezas. Ya saben, recuerdos de The Kinks, The Jam y de la vanguardia de los veinte.

Un personaje de cabello largo y saco raído, lleno de parches con leyendas "anarquistas" me miraba.

Cuando me vio reír se levantó de donde estaba y señalándome con una botella empezó a gritar. Nunca supe bien qué decía. Agitaba mucho los brazos y hacía señas de aventar su tequila (o tal vez charanda). Quizá me confundí y su actitud no era agresiva, sino que me invitaba en su peculiar estilo a bailar (a lo lejos se escuchaba un desentonado rock steady). En fin, cuando escuché entre sus gritos la expresión “pinche perra capitalista” me alejé.  Pero repito, tal vez me equivocase, en algunos sitios me aseguran decirle “perra” a una persona (de sexo femenino) es hasta un halago coquetón. Todo es posible.

De cualquier manera,  he comprobado en otras ocasiones que las personas de pelo largo y guitarra en mano suelen ser de las más intolerantes de todas.

Noviembre o diciembre del 2011. A las dos de la madrugada los niños buenos ya estamos dormidos. Y aunque estoy en una fiesta, después de ver salir a varios de mis amigos por la enorme puerta, me acurruco en la incómoda silla de fierro.

No puedo dormir. Uno de mis amigos lleva casi dos horas haciendo la mona a mi lado. De vez en cuando se levanta para agarrar un puño de chicharrones de la mesa, dar un sorbo de anís del mico (ah, qué esconde ese mico en la botella de su mano que tiene a un mico con una botella en su mano que tiene un mico con una botella en su mano) y regresar a sus sueños. Deben de ser muy peculiares porque de vez en cuando entre sueños alcanza a emitir una especie de gemido doloroso.

Otro amigo permanece mucho tiempo con la anfitriona en el cuarto donde ponen las canciones que nadie baila.

Un personaje de pelo largo, chamarra de cuero y cuyo grito de batalla es “¡Noche negra, aúúú!” me observa a una prudente distancia.

Una hora antes, en mitad de la sabrosura y después de que yo realizase una demostración de intento de baile imitando a uno de las criaturas que dibujadas en el anís (pero eso sí, muy divertido), se nos ocurrió hablar sobre boxeo y jugamos a dar unos cuantos jabs. El muchacho de pelo largo y gran presencia, enojado por las risas, nos aseguraba que la vida es “cosa seria”.

La joven anfitriona es el centro de las miradas y deseos tanto de mi amigo como de mi Amo y señor, como lo llamaré de ahora en adelante. La situación no se debe tanto a su particular belleza, sino que es la única mujer a la redonda. Parece que mi generación tomó como manda el que si ha de ir a una fiesta, debe a la fuerza tener quereres con alguna moza fermosa.

Pues bien, mientras estos camaradas se encuentran en su locus amenus compartido, yo veo cómo poco a poco el lugar se vacía y cómo se quedan dormidos varios compañeros a mi lado mientras de sus bocas sale mezclado el olor de Doritos picositos, anís junto con incontables quejas contra las mujeres.

Pues la cosa es que a eso de las dos y después de yo también probar la mezcla potente de botanas con anís (no hace vomitar para mi sorpresa) me quedo dormido. Nunca antes había perdido la consciencia en una silla de esas que dicen “Corona” en el respaldo y debo decir que no hay tanta diferencia con otras posturas elegantes a las que he llegado (recuerdo una ocasión en que vi a la Virgen de Guadalupe en un sanitario donde me quedé dormido).

Quince minutos después me despierta un golpe en la cara seguido de otro. Es entonces cuando veo a mi ya entonces Amo y señor empuñando ambas manos en mi contra.

No supe bien qué pasó después. Unos dicen que mi amigo coquetón se fue a esconder debajo del lecho de la fermosa dama. Yo recuerdo que estaba en el baño. Varios aseguran que me desvanecí (bella palabra que usaban mucho en mi casa); yo rememoro que me levanté y le pregunté si eso lo hacía sentir todo un hombre. Lo único cierto es que se lo llevaron y ahí mismo intentó pelearse con uno de sus amigos (porque no quiso poner a Black Sabbath). La razón de sus golpes es todavía un misterio, pero todo apunta a que se debió a que me vio muy risueño.

Por cierto, mi amigo dormido no despertó nunca durante todo el evento. Tiempo después el buscador de ayuntadas imágenes me dijo que a las cuatro se puso a llorar en un rincón mientras él barría. Por lo demás no quedó más huella en mí que un labio rojizo junto con un nuevo Amo y señor.

Pero una de las más jocosas historias que he vivido es en la que descubrí que UP (la película de Disney) puede ser utilizada como un insulto. Es curioso: uno tiende a pensar que las personas educadas son más tolerantes. No es así. De hecho resienten cualquier cosa que consideren un insulto de la peor manera. Cualquier desacuerdo intelectual o crítica les cala muy hondo. Vean las anécdotas del Desholladero de sábado y constatarán que, aparte de algunos insultos en verdad molestos donde se meten con la familia, en general se enchilan por muy poco. Pero bueno, nada comparable a que una amiga te deje de hablar porque creíste que no había visto UP.

Corría una mañana de primavera cuando reencontré a una querida amiga en los jardines de Ciudad Universitaria. Llevábamos años sin hablarnos a raíz de un evento que no relataré pero que involucra la corrección de una tesis (nunca se atrevan a revisar la redacción de una universitaria ni con el pétalo de una rosa, aunque se los pidan).

Pues bien, un día a la susodicha se le ocurrió poner una imagen de UP en su muro. Y para no hacerla cansada, usaré la canción del “Sirenito” para hacer una versión melódica de lo ocurrido (no olviden  ponerle el ritmo al leerlo; si no recuerdan la tonada guapachosa, pueden escucharla AQUÍ):

Yo quise decir que la peli estaba chida
y que me encantó en gran manera esa imagen.
Dije entonces que si apenas la había visto
y que era imposible no la conociera ya de antes.

 Pasaron más de unos días sin ninguna novedad
pero a los cuatro me dijo que la atacaba sin piedad.

 “Eres tú un hijo sin madre.”
“Tú me crees ignorante.”
“No tengo que conocerte
ni conocer ya a nadie”

“Mi psicólogo me dijo
que a Freud no consultaste.”
“Te recuerdo escribiste
de mi tesis cosa INFAME.”

Una mañana se me ocurrió mandarle
a esa dama un mensaje y recomendarle
ver también cintas de juguetes; trilogías
que Toy story divertírmela podía.

Y así pasaron varios días sin ninguna novedad
pero a los cuatro días me contestó que la atacaba sin piedad.

“Me dijiste mal escrita;
me creíste ignorante.”
“Eso sí no lo perdono
pues UP es ya un insulto grave.”

“Te atreviste a mandarme
 un mensaje con mamadas.”
“Con esas diversiones grandes
de la clase media baja.”

Esa mañana yo todavía no sabía
que las películas eran cosa muy muy grave.
Que pensar que visto no habían era insulto,
una cosa muy culera pensar eso, ¡en la madre!.

Y si luego te atreves a mandar al celular
un mensaje donde digas que Toy Story vean sin tardar:

“Tienes tú muchos problemas.”
”Piensas que soy ignorante.”
“Tú creíste que no la había visto
por tanto mentaste madres.”
“Te recuerdo escribiste
de mi  tesis cosa INFAME.”
Me insultaste en cosa grave.
Me insultaste en cosa grave.
Me insultaste en cosa grave.



César Alain Cajero Sánchez

2 comentarios:

  1. Mi estimado tal vez le dijo "perra" al mero estilacho de las cárceles de allambaro los yunates estates quietos.

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  2. Psss, no se me había ocurrido, mano. Ya ve, uno que no es políglota y olvida esas cosas. Bitch.

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