lunes, 21 de mayo de 2012

A reír



¿Cuál ha sido hasta ahora en la tierra el pecado más grande? ¿No lo ha sido la palabra de quien dijo: «¡Ay de aquellos que ríen ahora»? ¿Es que no encontró en la tierra motivos para reír? Lo que ocurrió es que buscó mal. Incluso un niño encuentra aquí motivos. Él no amaba bastante: ¡de lo contrario nos habría amado también a nosotros los que reímos! Pero nos odió y nos insultó, nos prometió llanto y rechinar de dientes. ¿Es que hay que maldecir cuando no se ama? Esto me parece mal gusto. Pero así es cómo actuó aquel incondicional. Procedía de la plebe. Y él mismo no amó bastante: de lo contrario se habría enojado menos porque no se le amase. Todo gran amor no quiere amor: quiere más. ¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Es una pobre especie enferma y llana: contemplan malignamente esta vida, tienen mal de ojo para esta tierra. ¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie! Tienen pies y corazones pesados; no saben bailar. ¡Cómo iba a ser ligera la tierra para ellos!

Por caminos torcidos se aproximan todas las cosas buenas a su meta. Semejantes a los gatos, ellas arquean el lomo, ronronean interiormente ante su felicidad cercana, - todas las cosas buenas ríen. El modo de andar revela si alguien camina ya por su propia senda: ¡por ello, vedme andar a mí! Mas quien se aproxima a su meta, ése baila. Y, en verdad, yo no me he convertido en una estatua, ni estoy ahí plantado, rígido, insensible, pétreo, cual una columna: me gusta correr velozmente. Y aunque en la tierra hay también cieno y densa tribulación: quien tiene pies ligeros corre incluso por encima del fango y baila sobre él como sobre hielo pulido. Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba! ¡Más arriba! ¡Y no me olvidéis las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y mejor aún: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza!

Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: yo mismo me he puesto sobre mi cabeza esta corona, yo mismo he santificado mis risas. A ningún otro he encontrado suficientemente fuerte hoy para hacer esto. Zaratustra el bailarín, Zaratustra el ligero, el que hace señas con las alas, uno dispuesto a volar, haciendo señas a todos los pájaros, preparado y listo, bienaventurado en su ligereza. Zaratustra el que dice verdad, Zaratustra el que ríe verdad, no un impaciente, no un incondicional, sí uno que ama los saltos y las piruetas; ¡yo mismo me he puesto esa corona sobre mi cabeza!

Levantad vuestros corazones, hermanos míos, ¡arriba! ¡más arriba! ¡y no me olvidéis tampoco las piernas! Levantad también vuestras piernas, vosotros buenos bailarines, y mejor aún: ¡sosteneos incluso sobre la cabeza! También en la felicidad hay animales pesados, hay cojitrancos de nacimiento. Extrañamente se afanan, como un elefante que se esforzarse en sostenerse sobre la cabeza. Pero es mejor estar loco de felicidad que estarlo de infelicidad, es mejor bailar torpemente que caminar cojeando. Aprended, pues, de mí mi sabiduría: incluso la peor de las cosas tiene dos reversos buenos,  incluso la peor de las cosas tiene buenas piernas para bailar. ¡Aprended, pues, de mí, hombres superiores, a teneros sobre vuestras piernas derechas! ¡Olvidad, pues, el poner cara de atribulados y toda tristeza populachera! ¡Oh, qué tristes me parecen hoy incluso los payasos de la plebe! Pero este presente nuestro es de la plebe.

Haced como el viento cuando se precipita desde sus cavernas de la montaña: quiere bailar al son de su propio silbar, los mares tiemblan y dan saltos bajo sus pasos. El que proporciona alas a los asnos, el que ordeña a las leonas. ¡Bendito sea ese buen espíritu indómito, que viene cual viento tempestuoso para todo hoy y toda plebe! ¡Bendito quien es enemigo de las cabezas espinosas y cavilosas, y de todas las mustias hojas y yerbajos! ¡Alabado sea ese salvaje, bueno, libre espíritu de tempestad, que baila sobre las ciénagas y las tribulaciones como si fueran prados! Quien odia a los tísicos perros plebeyos y toda cría sombría y malograda. ¡Bendito sea ese espíritu de todos los espíritus libres, la tormenta que ríe, que sopla polvo a los ojos de todos los pesimistas, purulentos! Vosotros hombres superiores, esto es lo peor de vos­otros: ninguno habéis aprendido a bailar como hay que bailar. ¡A bailar por encima de vosotros mismos; por encima de sus enseñanzas! ¡Qué importa que os hayáis malogrado! ¡Cuántas cosas son posibles aún! ¡Aprended, pues, a reíros de vosotros sin preocuparos de vosotros! Levantad vuestros corazones, vosotros buenos bailarines, ¡arriba! ¡Más arriba! ¡Y no me olvidéis tampoco el buen reír! Esta corona del que ríe, esta corona de rosas: ¡a vosotros hermanos míos, os arrojo esta corona! Yo he san­tificado el reír. Vosotros, hombres superiores, ¡aprended a reír!


El tipo ése; Nietzsche

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