Ayer, en el tren que me regresaba de Compiègnes a París.
Sentados frente a mí, una joven (¿19 años?) y un joven. Intento luchar contra
el interés que me despierta la joven y, para lograrlo, me la imagino muerta, en
un estado avanzado de descomposición, con los ojos, las mejillas, la nariz, los
labios putrefactos. Inútil. El encanto que desprendía seguía haciéndome mella.
Tal es el milagro de la vida.
Un tal Cioran
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