Romper los muros
Es primero una
respiración inversa; a medias suspiro profundo, a medias ahogo repentino. Como
un velo que se descorriese; como una borrachera de golpe a los ojos. El primer
ataque de la risa es directo y sin aviso.
La risa: la emoción
más humana junto con el amor es al mismo tiempo la más natural, la más
impensada. No hay inteligencia en la risa. No hay razón y por eso la risa es la
mayor razón de todas.
Los animales no
ríen y la hiena en su loco aullido aterra no por su mirada vacía, sino por
parecerse demasiado a nosotros. Ser doble y hermana.
No hay razón en la
risa y aquel que pretende reír con inteligencia no logra sino una lejana
parodia. La risa puede empezar por la razón, pero disuelve en su clímax todo
pensamiento. Ay de aquel que no ha sido bendecido con ese fuego que de repente
entra en el pecho y desgarra el vientre. Morirse de risa como morirse de amor
es privilegio, de dioses, santos y locos. Sólo ellos han sido hombres hasta el
límite; sólo ellos han sido hombres hasta dejar atrás al hombre que hemos sido.
Hemos sido hombres;
el tipo de sombras que la sociedad exige de nosotros. El político no quiere la
risa; el hombre de negocios no tolera la risa; el sacerdote a oscuras no quiere
oír la risa. El trabajo no soporta la risa. Es un desperdicio de fuerza y
energía; un derroche. Después de ella no quedan sino el juego y el sueño. La
risa: ese cruel fuego que disuelve los castillos de la razón; las cadenas. Ese
tiempo al revés donde el cuerpo deja de pesar; donde el tiempo vuela y es rayo
que cae de repente.
Golpe santo de la
risa; bofetada a los hombres con reglas en la mano y sus límites. La moral no
cuenta para la risa. No se puede reír educadamente; no se puede jugar guardando
la compostura. Tememos a las risas porque en ellas están escritas formas donde
nuestro mundo cómodo y lleno de límites se desmorona.
Más que a la risa
yo le temería a quien es incapaz de reírse. Aquel que no conoce esa dulce daga
le teme a todo dolor e, incapaz de ver otros lugares del ahora, vive del
cálculo y la cobardía. Vive pendiente de las emociones de los demás para
imitarlas y reverenciarlas. Él mismo no hace sino simulacros de una vida.
Lástima que el amor
no tenga ese sabor sin culpa; lástima que en el amor se nos haya educado en el
miedo, en el pecado y en la preocupación fingida.
El amor también
llega de repente; es otra llama; una que invita al desnudo, que invita a los
labios y al hambre. Llama de sangre y luto. Tal vez pensamos en él tanto, lo
medimos; pesamos cada uno de sus pasos porque sentimos que en él se nos va la
vida. En cambio la risa es de repente un relámpago. Llega, nos sacude y nos
deja vacíos, con la mente en blanco. El éxtasis de las santas debe ser lo más
parecido a la risa; un amor donde no esperamos. Un regalo.
Habría que quitar
al amor el peso de nuestras esperas.
Se puede fingir
amor, se puede obtener una vida de esa parodia. Brinda tranquilidad, compañía.
La risa es espontánea y hieden las sonrisas falsas junto a las risas de
sociedad. De ellas sombras no se obtiene nada; quizá por eso buscamos más un
amor falso que una risa comprada.
La sonrisa es a la
carcajada lo que la caricia es al orgasmo. Pero la sonrisa tiene un río por
dentro que los años van turbando. La sonrisa más clara es la del niño. Bendito
quien conserve en su mirada ese asombro.
En nuestro mundo
confundimos a la sonrisa con la amabilidad al mismo tiempo que confundimos la
carcajada con la grosería y la vergüenza.
Tal vez tenga algo
de razón esta idea. La sonrisa es todavía caricia y asombro; las carcajada nos
sacude, arranca los ropajes de la gente de bien que pretendemos ser. No hay
nada más grosero para los hipócritas que todo lo toman con seriedad y con
cautela. No hay ya respeto ni orden.
De todas las
emociones, pocas son las que nos vacían de fondo como la risa. El llanto profundo;
ese llanto incontrolable que parece aullido y canto también es profundidad y
marea. Y no es casual que a veces de ese llanto surja la risa y de una
carcajada nazcan las lágrimas.
El orgasmo y el
gemido tanto como el dolor y el vacío son la otra cara de la risa. Son esos
instantes y una mañana después de la lluvia en los que hemos en verdad vivido.
Todas esas
emociones vulgares; todos esos ejercicios sin motivo no nos dejan nada. Por eso
en nuestro mundo nos avergonzamos y escondemos. El llanto debe ocultarse; es
castigo y esas heridas del cuerpo deben ocultarse; refugio solitario. El
orgasmo y el jadeo temen al hombre: cuando a mitad del deseo formulamos un
pensamiento, la magia se ha roto. Emoción incorrecta, la más humana de las
pasiones no puede ser silenciada. Pero aunque no lo confesamos, aquel que ríe
en público nos amenaza; ha lanzado un golpe: sólo él se atrevió a ser humano.
Sólo él se atrevió a danzar en público el antiguo rito. Sólo él se escapó de la
moral y el castigo. Santo o loco, él ya no es como nosotros.
Pero la risa no se
brinda a todos. No se nos da esa gracia en todo momento. La risa entera: ese
viento incontrolable es contado pocas veces. Yo recuerdo sin dificultad todas
mis carcajadas. Diez o veinte en los últimos años. Esas ocasiones en que
incapaz de mantenerme de pie debo arrojarme al suelo sin pensar, rogando sin
palabras por ese placer. Una o dos veces cada año. Esa risa asocial; sin
pensamiento. Tal vez tengamos desde antes de nacer todos nuestros amores
escritos; sin duda también la risa es una gracia que debemos atesorar
regalándola, despilfarrándola. Avaro, el río enorme regala su pereza y su
furia.
La risa no
pertenece a los animales. O tal vez me equivoco. Si ellos; si el mundo todo
canta al existir este mundo; si cada uno de nosotros no es sino un sueño y un
poema que siempre se escribe y permanece, ¿no es la risa parte de esa locura?
Tal vez la risa es un paso más allá del hombre; más allá de las murallas y las
reglas. Tal vez el universo mismo es la risa del niño en una mañana. Vino y
locura en las calles el baile.
César A. Cajero Sánchez
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