El
país de la furia musical
Es verdad, sé que tan
egregia revista ya no existe, que hay una canción de Soda stereo con un nombre
similar y que los Ángeles azules junto a la “Tesorito” son la nueva moda entre
la juventud alocada. Sin embargo, fuera de modas del momento quisiera
reflexionar sobre un fenómeno musical que atraviesa nuestro país en todos sus
rincones.
Me refiero, cómo no ha de
ser, a la música de “corridos”, banda, “norteña”, grupera o como sea que le
digan[1].
No pocos pensarán que esta
música ha estado presente en la vida de los mexicanos de todo el país desde
siempre. No es de extrañar: llegó de unas décadas para acá de manera
arrolladora y de la misma manera se apoderó de los gustos musicales de
prácticamente toda ciudad, pueblo o colonia perdida de este risueño país.
Todavía a finales de los
años ochenta la penetración de este tipo de música era, aunque constante,
todavía menor si la comparamos con otros ritmos.
Lejos están los días del
rock de los hoyos funkys de la periferia de la Ciudad de México en los años
ochenta. Lejos esa deprimente bronca entre el rock y los ritmos que en ese
entonces llamaban “tropicales” por ser los reyes de la fiesta de hace 30, 40
años. Más lejos todavía se encuentra el rey del mambo en los centros de espectáculo. Ya mejor
ni hablemos de la música ranchera o de, peor todavía, la riquísima tradición
musical de este país cada vez menos plural que es México.
Debo aclarar desde ahora
que en realidad aunque es verdad que no soy muy apegado a este tipo de música
(el sonido bajo de la tambora hace que en mis oídos todo me suene parecido, en cambio hay canciones norteñas que sí me agradan),
tampoco tengo nada en contra de ella en lo particular.
El primer motivo que me
anima a escribir sobre ella es entender cómo se fue colando a todos los lugares
posibles.
Para los años sesenta y
tempranos setenta, la música que dio origen a los actuales ritmos de moda
estaba en gran parte confinada al norte del país. En efecto, todo el norte del
país tenía una gran tradición de corrido (distinto aunque, claro, emparentado
con los corridos de otras regiones) y de músicas europeas aclimatadas a nuestro
país (como la polca o el chotis).
También es cierto que ya
existía cierta presencia de esta música en otros estados. La música de banda de
viento y los ritmos norteños más tradicionales encontraron terreno fértil en
Oaxaca, el centro de México y estados del bajío, sin embargo, no era ni con
mucho un fenómeno comparable a lo que en esos años representaban el rock o la
música “tropical”.
Es cuando menos falaz el
afirmar como lo hacen algunos que hay una continuidad entre la música ranchera
y la de banda. Con esto no niego que haya quien guste de ambos géneros
ni que quienes hacen este tipo de música no hayan escuchado u homenajeado a los
intérpretes rancheros. Lo que quiero decir es que musicalmente hay poca
relación entre ambas aparte de que ambas son cantadas en español. Ni en los instrumentos
que usan ni en sus tonos ni ritmos hay apenas influencia. Y aunque existieron
(y existen) conjuntos que lejanamente remiten a la lírica tradicional de la
canción ranchera, también podemos encontrarle parecidos en ese rubro a los
blues o al tango.
El corrido sí tiene puntos
en común al grado que resulta poco imaginable la música grupera sin la existencia del precedente del corrido norteño. Indudablemente a partir de la Revolución este género recorrió el país
y se refundó a lo largo de los campos de batalla y en las esquinas donde descansaba
la tropa. El corrido: ese género lírico-narrativo que cuenta las penas,
aventuras y esperanzas de quienes lo componen. Si hemos de conocer la historia
de un país como el nuestro, nada mejor que acudir a su música popular y, entre
estas, el corrido ha demostrado ser una de sus expresiones más manifiestas y
constantes.
Sin embargo, hay que
recordar que la tradición del corrido dista de ser únicamente del norte. Desde
mucho antes hay un cancionero del bajío, del centro e inclusive de regiones del
sureste. Así y todo, hay que aceptar que para fines de los años cuarenta, una
de las formas más conocidas de éste era el corrido norteño, con su
instrumentación de acordeón y bajosexto.
El origen de aquel primer
recorrido de la música del norte posterior a la Revolución la encuentro en la
experiencia de los braceros. El viaje
de los mexicanos de todo el país a los Estados Unidos durante los años
anteriores al medio siglo dio pie a que se escribieran muchas historias. El
paisaje de los inmensos desiertos y el sonido de aquellos grupos en las paradas
del viaje quedaron grabados en la mente de quienes emprendieron la marcha.
Esto lo confirmo con las
experiencias de los sobrevivientes de aquellos días, quienes, aun si de
diferentes partes de la república, recuerdan los corridos norteños de antaño, esos ritmos que años después popularizarían agrupaciones y solistas como
Carlos y José, Cornelio Reyna, los Rebeldes de Teherán, Ramón Ayala o los
Cadetes de Linares.
Imagen caricaturizada y
simpática del norteño: el Piporro que en aquellos años cantaba y daba el
taconazo.
No fue sino hasta los
primeros años ochenta que surgió el entonces llamado “movimiento grupero” que,
aunque con evidente ascendencia en aquello grupos, eran definitivamente otra
cosa.
¿Qué pasó entre los
lejanos cuarenta y los años ochenta?
Primero, el arraigo de los
grupos directamente norteños en el gusto de las clases populares de centro y
parte del sur del país. Sin este precedente, quién sabe si fuese posible la
situación actual.
Después, ni qué dudarlo, la
influencia del rock en la instrumentación electrificada de los grupos que
estaban gestándose. Poco se ha escrito al respecto, pero de entrada, gran parte
de la frontera norte —mismo espacio donde crecieron los músicos gruperos— fue
durante los sesenta el lugar donde aparecieron la mayoría de los grupos de rock
“chicanos”. El sonido no influyó del todo, pero sí la instrumentación, así como
la búsqueda de un sonido más producido.
Por supuesto, determinante fue la gran
cantidad de bandas “románticas” (muchas de ellas provenientes de antiguos
grupos de rock, como Peace & love o Los pasteles verdes) y su lírica; tan
alejada de la canción norteña tradicional.
Finalmente, el ejemplo
musical de grupos “tropicales” como los de Mike Laure, Rigo Tovar o Chico Che,
quienes combinaron su música con una imagen que remitía a los grupos de rock
con gran éxito. Esto, además, apoyados tanto en las baladas “románticas” tan de
moda en los setenta como en la música bailable más desenfadada.
Ninguna de estas tendencias
es “grupera” como tal, sin embargo, todas ellas fueron los antecedentes más
notorios de esta música que más que “norteña” debería llamarse “fusión del
norte”, pues incorpora los instrumentos y la parafernalia del rock a los ritmos
de la música tropical y la lírica y tonos de los grupos de balada “romántica”;
todo ello mezclado con la música, esa sí, proveniente de las múltiples tradiciones del norte.
Todo esto, sin embargo, no
explica el cómo estos ritmos llegaron a lo largo de los años ochenta y noventa a convertirse
para muchos dentro y fuera del país en el ejemplo máximo de la música mexicana.
Creo que la respuesta a
cómo se arraigó el gusto por esta música debe buscarse en una situación muy
parecida a la de los años cuarenta si bien más desesperada.
Los ochenta, con las
terribles crisis económicas, vieron el disparo del siempre existente fenómeno
de la migración a los Estados Unidos. Los miles de mexicanos que emprendieron
el viaje a aquellas tierras conocieron de primera mano a los grupos que hacían
sus primeras presentaciones y que poco a poco conformaron lo que en los noventa
se llamaría “movimiento grupero”.
Ya del otro lado de la
frontera, ya de regreso a sus comunidades, ellos fueron el vehículo ideal para
la popularización de esa música. La experiencia compartida del viaje para los
que llegaban a los Estados Unidos, la unión en torno a todo lo que sonase
“mexicano”; la identificación con las canciones que —sobre todo en esos años— hablaban
de las experiencias vividas al ir en búsqueda del “sueño americano”. Por parte
de los que habían regresado estaba el aura de fábula de aquel recién llegado y
de sus gustos; el prestigio que el “éxito” del llegado posee; la sensación de
escuchar de los labios de los cantantes una historia que algún día habrían de
pasar.
Como toda música popular,
el motivo preponderante de su éxito se debió a poder reflejar la vida de miles
de personas. Más que el rock —que ya para mediados de los noventa iba de salida
en el gusto popular—, que el hip-hop —tan lejano entonces—, que las baladas —ya
desfasadas— o que la tradicional música popular de sus regiones —con la que ya
no se reconocían al perderse la comunidad y disgregarse culturalmente— era esa
música con la que se identificaban.
La carrera arrolladora de
la música grupera arrancaba a mediados de los ochenta y durante la década de
los noventa empezó superando primero a la música popular de las diversas
regiones del país. Primero, como es natural, llegó a los estados con mayor
tradición migratoria, como partes del Bajío y Oaxaca. Desde ahí a prácticamente
todos los estados, incluyendo, por supuesto, incluso a aquellos donde
tradicionalmente había poca migración, como Chiapas o Yucatán.
Tardó un poco más en
entrar al centro del país, sobre todo a la capital. El proceso, empero, aunque
un poco más lento, fue seguro. Ya para la primera mitad de los noventa,
aquellos roqueros empedernidos de los suburbios que en su momento maldijeron
tanto a la música disco como a la cumbia y la música “tropical”, taconeaban
sabroso con la ciertamente mítica estación La Zeta. Esta situación es
patente en graciosas canciones como la también mítica “El ranchero
rocanrolero”.
La forma como este género acaparó
espacios insólitos para toda música “vernácula” —digámosle así, aunque el
término no se le aplica del todo— mexicana popular desde los días de éxito de
la canción ranchera es de admirar. En breve tiempo los medios le dedicaron gran
espacio tanto en radio como en televisión; asimismo, de pronto fue aceptada por
clases medias y medias altas.
Si a mediados de los
noventa era novedoso escuchar en el Re de
Café tacvba una canción que jugueteaba con este tipo de música o en El Silencio de Caifanes la incorporación
de la tambora, hoy lo extraño sería que en una fiesta pongan rock si no están
muy borrachos.
¿Esto es malo? No veo que
sea así. Ciertamente los gustos han variado mucho desde que estaba en la
secundaria, pero supongo es natural (lo que no evita que haya sido una mala
jugada haber nacido en la época en que el rock dejó de ser música popular
después de cuarenta años).
¿Por qué los grandes
consorcios televisivos y radiofónicos, así como la renuente y clasista
industria de la música (entonces todavía poderosa) apoyó este movimiento si se
habían horrorizado por el rock, la cumbia, la salsa y otras músicas populares
apenas años antes?, ¿cómo fue que las madres de clase media vieron bien que sus
hijos bailasen con ella cuando hubieran preferido morirse antes que verlos
agitarse al son de Rubén Blades?
Una respuesta es que esta
música dejaba y deja muchas ganancias. Pero no es la única (durante los setenta
otros ritmos las produjeron).
Aventuro (sí, todo este
ensayo son conjeturas: hay que esperar al musicólogo que emprenda la aventura
de narrarlo con un conocimiento más firme) que se debe al cambio en las letras
que para entonces había ocurrido en estos grupos.
Si bien los conjuntos que
podemos considerar antecedentes directos para el apogeo de esta música, particularmente los
Tigres del norte, habían escrito canciones de amor, una buena parte de sus
corridos iban dirigidos, como es natural en este género, a la narración de la
vida cotidiana. El viaje a Estados unidos, el hambre; los sinsabores de la vida
del norte del país (con los que tantos mexicanos, no sólo de esos lugares,
pueden reconocerse) fueron los temas favoritos de aquellos grupos. Y una
novedad (que no lo era tanto): la narración de la estela de narcotraficantes.
La primera generación
popular de lo que ahora sí puede llamarse música grupera (y no norteña) en
realidad no tiene tanto de la lírica-narrativa del corrido y sí de las baladas y la música "tropical" setenteras. Los Bukis o Los Temerarios, por decir algo, en sus inicios en
realidad resultaban casi indistinguibles de aquellos. Ni en instrumentación ni
en letras ni en imagen (que era una apropiación de lo que hacía el rock en los
setenta también) parecían diferenciarse gran cosa.
Con los fines de los
ochenta, los grupos de este tipo de música se integran y reconocen como
pertenecientes al norte del país (los grupos de baladas eran de todo el país y aun del extranjero) y
adoptan un disfraz que todavía opera: ropas de colores encendidos o metálicos,
sombreros stetson, botas picudas y parafernalia más texana que en verdad
mexicana[2].
Por mucho que se le haga, el grupo probablemente más popular en los últimos
ochenta y primeros noventa, Bronco, tenía de música norteña y, sobre todo, de
su lírica, apenas la apariencia y algunos instrumentos.
La difusión de la música
norteña coincide en gran parte con este cambio en las letras: de narrativa
cotidiana a baladas pegajosas. Al mismo tiempo, de forma bien aprendida de
Chico Che o de Rigo Tovar, en otros momentos los grupos insistieron en los
aspectos bailables de sus ritmos. Así nació, por ejemplo, la quebradita. Si
bien escuchar a los Cadetes de Linares resultaba cuando menos raro, no lo era
bailar con la peculiar adaptación de “La culebra” de Beny Moré o sollozar con
“Adoro”.
Ya instalado el género
grupero en el gusto de la mayoría de los mexicanos y con él, de la parafernalia
“norteña” (botas, sombreros texanos y demás), se convirtió en el medio por el
que se advierten los cambios que ha vivido la sociedad de nuestro país.
En esto reside mi otro interés
por el género.
Ya lo mencioné: la música
popular es aquella que mejor refleja los intereses de la gente que la escucha.
Por ello no deberían
sorprendernos los cambios que desde los noventa ha sufrido este género tanto
musicalmente como en sus letras.
No abordaré los cambios musicales que
sobre todo estriban en cierta (relativa) deselectrización de buena parte de los
grupos importantes, así como la emergencia de las bandas de viento. Lo que sí me interesa es cómo las letras sobre el viaje
migratorio han ido desapareciendo y siendo sustituidas por el llamado “narcocorrido”.
Ciertamente las baladas,
sobre todo las acompañadas por instrumentos de viento (y para compensar, con
cantantes que parecen haber sido inflados por uno de esos pulmones) siguen
teniendo gran público. La música de banda “romántica” es probablemente aquella
que tiene más seguidores entre todo tipo de personas que se acercan a esta
música. Con todo y eso, poco a poco los narcocorridos han ido aumentando su
público. Lo que al principio era sólo una narrativa de los hechos cotidianos pasó a
convertirse en propagandista de la vida y las hazañas de estos verdaderos
héroes populares.
No tengo referentes más
exactos del culto a la violencia a la que ha llegado nuestra sociedad que
algunas canciones de “movimiento alterado”. Tampoco se me ocurre con qué música
del pasado comparar tal obsesión.
Los corridos
revolucionarios podrían desde cierta óptica reaccionaria estar loando a “criminales”
sanguinarios (“el Atila del sur”, “el Centauro del norte”…) pero no narraban sus
acciones con tal júbilo casi fiestero. Para encontrar algo semejante sólo se me
ocurren las fantasías gore del black metal. Pero estas son eso: fantasías
fantoches y sus escuchas por mucho que quieran aparentar lo contrario están
conscientes de ello.
Recientemente ha habido
otro cambio que me parece todavía más ilustrativo: de cantar las “hazañas” de estos
sujetos se ha pasado a ilustrar de manera entusiasta su estilo de vida. Uno que
hace de la ostentación material su interés.
Con esto se ha logrado
algo importantísimo (y para mí, por demás ilustrativo): ganar penetración más allá de la emergencia del narcotráfico. La realidad sobre el tráfico de droga nos es conocida a todos los mexicanos, pero no todos estamos directamente bajo su cultura. Tampoco es un fenómeno que recorra con la misma
fuerza todo el país, mucho menos otros. Sin embargo, con este último cambio en sus letras, la música
grupera, refleja mejor que ninguna en México la obsesión del mundo moderno y
por extensión, del mexicano: la ostentación del poder.
Hay mucha distancia entre
las letras de los corridos revolucionarios, donde se atacaba a las clases
dominantes y se pedía justicia al pueblo, y las que hoy se escuchan en los
bares. También hay gran distancia entre estas y las letras de José Alfredo
Jiménez, “El hijo del pueblo”. Un mundo las separa todavía de aquellas que
narraban la aventura del hombre de campo por la frontera en busca de una vida
mejor.
En las canciones de moda se
alaba a la riqueza por la riqueza misma; se aplaude la ostentación. Inclusive
muchas de sus baladas han cambiado los términos. La figura presente desde el medioevo
de la “señora” y su “siervo” enamorado han cedido ante la de aquel que duerme
con mil amantes y gasta el dinero en botellas y “viejas”. Aquel que presume lo
que puede hacer.
Si la música popular es la
que ilustra los anhelos de las personas y si es verdad que hoy día la música
más popular en el territorio mexicano es la fusión norteña (y yo creo ambas
cosas), hay que escuchar muy bien lo que tiene que decirnos. No es un fenómeno
exclusivo de nuestro país: en todo el mundo la música que más escuchas tiene es
aquella donde se enaltece el dinero, el poder y la sumisión de los otros (y
sobre todo, de las otras).
No es toda la música
actual, sin duda. Tampoco toda la música de este tipo es la que describo. Empero,
sí es la que hoy es más popular.
Alguna vez escuché el
comentario de un entusiasta de los rodeos y la música grupera quien decía que
él iba pues era mexicano y amaba la música y tradiciones de este país. Entonces
pensé que probablemente no sabía que los rodeos son una tradición más bien
minoritaria y en realidad propia de los Estados unidos: que no sabía que México es
muchos méxicos, con innumerables y muy ricas tradiciones musicales.
Hoy no estaría en
desacuerdo del todo.
El México que cantaron los
soneros, los músicos de arpa, de marimba o de guitarra eléctrica está cada vez
más lejos. No sé si los dichosos rodeos sean tan populares; sé, eso sí, que las
letras de la música más popular hoy reflejan de manera perfecta lo que es
nuestra sociedad.
Y la sociedad de todo el
mundo.
César Alain Cajero Sánchez
[1]Entrecomillo
porque en realidad no es lo mismo “norteño” que “corridos” ni en realidad es lo
mismo que banda ni que lo que ahora se da en llamar de esta forma, que es más
bien música de fusión proveniente del norte.
[2] Me
entero de la existencia de bandas como Cuisillos que adopta disfraces de indios
nómadas. Parece ser una especie de homenaje a las culturas indígenas, aunque es
curioso que sus disfraces tengan más en común con los indios de películas de
vaqueros que con la mayor parte de culturas mexicanas (aunque es verdad que
hubo indios con esas características en el extremo norte). También es verdad
que actualmente hay sobre todo solistas que son más afectos a la ropa de
trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario