miércoles, 25 de julio de 2012


Objetividad e interpretación



Resulta al menos comprensible que a los modernos las respuestas que nuestra ciencia y nuestra filosofía nos han dado acerca del universo nos parezcan las verdaderas, las únicas posibles. Natural es que apliquemos nuestros valores y nuestra construcción de la realidad a todas las civilizaciones posibles. El ser humano aspira a conocer al universo y, evangelizador en nombre de un Absoluto, quiere compartirla con los hombres. Hacer de sus búsquedas, la Verdad.
 
No ha actuado de otra manera ninguna civilización. La creación de una cultura; de un poder estatal cohesionado y fuerte implica la posesión de un poder que agrupe a los hombres. Y el mayor de todos los poderes es la Verdad pues su nombre es sinónimo de Salvación. Si aceptamos el establecimiento de un sistema político, religioso o económico que regule nuestro comportamiento es porque debe existir algo que compartamos.

Ciertamente las primeras aglomeraciones humanas nacieron por diversos motivos; aunque tiendo a creer que todas convergían en uno: la fiesta, la celebración religiosa. El arte y lo sagrado, esa raíz primigenia, esa pulsión y deslumbramiento ante el mundo. Que durante esas celebraciones se formase como sigue sucediendo en la actualidad un espacio para el intercambio de mercancías, noticias y conocimientos prácticos es lo más natural.

Sin embargo no es sino hasta que la religión se convierte en institución que surgen líderes, pues en ese momento el mundo comienza a deber ser; a convertirse de juego y sensación en orden; en precepto. La institución establece una disposición pues se concibe como la Verdadera. El juego ha terminado; nace la escolta que vigilará la ortodoxia así como aquellos que habrán de cultivarla. Profesionales de la histeria; veladores de lo Real.

El mito, una vez esclerotizado, es fuente de prodigios y al mismo tiempo de crímenes. El poseído por la Verdad sabe que fuera de ella no hay nada. Y todas las civilizaciones urbanas; todas las civilizaciones en tanto instituciones (que es decir, lo que nosotros llamamos de esa manera) siguen esa concepción del mundo.

No todas conciben del mismo modo su universo y la manera en que habrán de velar por esa verdad. Algunos simplemente pretenderán ser distintos de los otros hombres; de esa manera se protegen, defienden sus costumbre ante las influencias extrañas. Variación de sus obsesiones: el rito se convierte en fórmula y en cierto momento su riesgo es la esclerosis. En distintos momentos se ha vivido esa condición: la India en algunas etapas de su historia; la China de los mandarines; la misma Edad Media.

También existe la civilización misionera; la que lleva su verdad a los hombres: la que pretende salvarlos a todos. Empresa sobrehumana, caritativa y aciaga. El otro deja de verse como un expulsado de la Verdad y, dotado de conciencia, su existencia se comienza a concebir como una afrenta. El no-converso es al mismo tiempo un reto y una burla; conocer a otros seres es asomarse a la condenación pues darles humanidad es aceptar que su error es nuestra falta. El error; la pérdida de la Verdad es la muerte y el crimen.

Hay diferentes evangelizaciones; algunas de ellas siembran la duda; pero en su mayoría responden con sus certezas hacia el universo. También existen algunas conversiones espontáneas y otras llevadas por la fuerza. El desprecio y la sujeción es también un arma. Las grandes culturas evangelizadoras: el Islam y el cristianismo jugaron con ambas armas. Por un lado, el dolor y la sangre; por el otro, el desprecio y el ultraje.

Nuestra civilización moderna conoció por un lado la esclerosis y por otro, herencia del monoteísmo más tosco, la evangelización cuyo único límite es el del propio universo. Una verdad total; una verdad que mueve al asesinato. Todo aquel que esté fuera de ella es un ignorante, un intocable. Miles de otras civilizaciones; de cientos de miles de años de conocimientos etiquetados como errores, abortos. Nuestra razón como la única posible.

Construyendo un muro de ladrillosLa construcción de la Realidad que nuestra civilización ha creado se disfraza de ciencia y de objetividad. Nada más falso pues la objetividad total es imposible: para hacer comprensible a un universo del que hemos sido expulsados por la conciencia es necesario usar esa misma conciencia para interpretarlo; para darle una forma que podamos entender. No han hecho otra cosa miles de culturas: su verdad es la verdad que han interpretado de los mismos datos que les ofrecen los sentidos. La manera en que dilucidan las razones de esas evidencias (si es que ellas en realidad tienen una razón o lo que llamamos de esa manera) es la marca de lo humano.

Orgullosos y vanos, pensamos que ninguna otra cultura se ha acercado más a la Verdad que nosotros; que esa evidencia existe y que por tanto hemos avanzado más que aquellos otros. Pero la vacuidad fue pensada por los indios miles de años antes que nosotros; la noción de accidente y conflagración cósmica fue la obsesión de los precolombinos; la cultura oriental concebía la existencia de la fuerza a distancia cuando nosotros jugábamos con la idea del flogisto y el éter. Pero todas esas culturas decían la verdad y al mismo tiempo ninguna lo hacía. El conocimiento no cambia al hombre pues éste siempre vive en un momento: aquel instante altanero en que se cree poseedor de la clave del universo es sólo uno más en su inevitable decadencia; un paso hacia su muerte. Asimismo, un paso más del milagro de su vida.

Hamlet en un momento se da cuenta de que todo el conocimiento del mundo no habrá de cambiar el nacimiento de cada amanecer. De la misma manera, ningún hombre ha escapado de la evidencia de sus sentidos. El universo que humilla nuestra torpe y vanagloriada inteligencia es el mismo que día a día ofrece sus frutos y sus realidades.

No hay época en que el hombre no haya sufrido la soledad; que no haya llorado a la muerte; no hay época en que haya bendecido al mundo por un encuentro, por un atardecer con el sol ardiendo en el horizonte. De la misma manera, tanto en mitad de la más remota isla del Pacífico como en el jardín de aquel famoso inglés de la manzana todo hombre se ha dado cuenta de que los objetos caen al suelo. Lo que hizo nuestra civilización fue vestir tal evidencia de mitología recubierta de números como otros la revistieron de imágenes antropomórficas; como otros de épica; como otros de cualquier otra palabra.

Se dice que la ciencia trabaja con evidencias y con verdades. Es verdad y tanto la ciencia occidental como sus correspondientes en otras partes del mundo mediante la observación han ampliado en ese sentido nuestros horizontes y la manera en como sentimos. Sin embargo una cosa son las evidencias de los sentidos y otra muy distinta las maneras en que construimos un universo lógico (accesible a nuestra razón) de esas certidumbres. Se dice que otras culturas están en el error no porque —como cándidamente pensamos— no conozcan aquellas certezas de las que está compuesta nuestra ciencia, sino porque no las integran a su mundo de la manera en que nosotros lo hacemos.
Nos reímos de que los mayas creyeran que el oro es el excremento del sol; de que los griegos pensasen que el origen del universo vino de Caos; de que los chinos pretendiesen ver en las leyes del cielo aquellas de la tierra. Pero no partían de una apreciación errónea de la realidad; sus sentidos no mentían. Lo que cambiaba era la manera en que valoraban y entendían esa evidencia. Que el oro sea excremento del sol o un objeto valioso por el que se puede matar sólo cambia en cuanto a la cantidad de sangre por tal idea vertida. Que el Caos primigenio sea una fuerza original e impensable no es una idea inferior ni superior a la conflagración cíclica de otros pueblos… o a la idea de un universo que aparece de la nada por la nada y sin explicación alguna. Utilizar palabras como “quantum”, “singularidad” o cientos de otros términos no explica mejor al universo que aquellos relatos o aquellos frutos de antiguo esfuerzo.

Creemos comprender al universo porque nuestra ciencia dice partir únicamente de las evidencias. Una visión ocurrente más que verdadera pues aunque es verdad que el método científico en ese sentido pide verificar datos; es imposible verificar la verdad de las presuposiciones que implica hacer entrar esos “descubrimientos” dentro de una cultura e ideología dada.

Nuestra visión del mundo, surgida del racionalismo del siglo XVII, establece un ateísmo militante. Por necesidad toda creencia quiere derribar a la anterior. Y nuestra época nace derrocando a la antigua noción del universo dominado por un Dios personal. Con ese derrocamiento viene contenida la alergia que el espíritu moderno siente ante cualquier asomo de sentimiento religioso. Somos incapaces de concebir un acercamiento distinto a lo sagrado porque nuestra civilización no ha conocido sino una religión institucionalizada. Para nosotros orden es moral. Y así, el mundo moderno también ha creado su nuevo orden y con él, la nueva moral y los nuevos inmolados por una Inquisición que modera a quien es poseedor de la Verdad.

Es más fácil cambiar la ciencia que cambiar al mundo que en ella ha depositado sus esperanzas. Lo mismo que una Edad Media cuyos conocimientos y pensamientos habían puesto en duda la autoridad de la Biblia, pero que se negaba a crear un nuevo universo donde tales ideas se conciliasen; así el mundo moderno que depositó su confianza en el poder de una ciencia y un destino racionales ha sido traicionada por ese mismo principio. La Edad media no desapareció por la fragilidad de su mundo: no hay manera de rebatir el delicado y sutil universo que los teólogos construyeron: la fe en el resucitado era una evidencia que la lógica no puede refutar. Su universo y sus explicaciones de ese universo son perfectos. Lo que lo derribó fue la apatía de los creyentes, asaltados por nuevas dudas; por nuevas evidencias que sugerían un desorden en su simetría.

El equilibrio del que nació el mundo moderno desde el Siglo de las luces y cuya apoteosis representan por una parte Hegel y Marx y por otra Saint Just y Comte parte de la idea de que la razón es la medida y el verdadero faro de la historia, tanto humana como universal. La nuestra es a la vez una razón histórica como científica. Y por eso nuestra ciencia está teñida de humanismo: somos el centro del universo y para redimir al mundo hay que comprenderlo, iluminarlo y aprovecharlo (sonrojante eufemismo para “depredarlo”). Un universo creado para el hombre es también uno donde la razón es capaz de comprenderlo y utilizarlo.

Para un universo cuya meta es el control y el poder, la sola posibilidad de algo inexplicable, imprevisible o inexpresable en términos humanos debe ser reducida a mentira, superstición y disparate. Mediante una supuesta objetividad se echa por la borda al sueño, a la imaginación, al deseo, al miedo. Las sensaciones mismas son sometidas a la jerga “teórica” que no cambia al hombre, pero le da la tranquilidad de la palabrería. No podemos derrotar a nuestras pasiones, pero sí “explicarlas” y sojuzgarlas a mero “desequilibrio en el cerebro” o “reflejo animal”.

Pero esa supuesta objetividad es lo más alejado en sí de la objetividad porque inevitablemente desemboca en una interpretación de la realidad. No hay prueba en lo absoluto que desmienta la existencia del accidente, de lo imprevisible o, yendo a otros terrenos, de lo sagrado. Pero tranquilamente se desprecia. Es tranquilizador para una civilización depredadora comprender que el universo es materia y nada más que eso. Que no existe nada fuera de lo humano más que útiles a nuestro alcance. Saber que el universo está deshabitado (y que el mismo ser humano no es sino un engrane de esa maquinaria) para así dominarla y sangrarla sin sentimiento de culpa. Es el orden del universo: es la Verdad al fin despojada de “fanatismo”.

Esa es la definición misma de la dictadura: afirma algo sin brindar pruebas; no sólo lo afirma sino que reconviene a otras culturas por entregarse a la ignorancia. Una labor pontifical y evangelizadora; una civilización que prefiere el dominio al diálogo. Nada menos objetivo que nuestras conclusiones.
El tiro por la culata a las bases del mundo moderno se presenta cuando la Ciencia y la Historia que había entronizado como razón en movimiento se resisten a sus interpretaciones: desmienten sus esperanzas. La ciencia moderna descubre el azar y el caos; al accidente. En principio muestra la imposibilidad de manejar el total de los datos en una sola vida y al mismo tiempo admite la existencia del accidente: la presencia de lo inesperado. Por otra parte, la matemática y la Física —orgullos de Occidente— describen un universo donde es posible encontrar principios inverificables y otros que carecen de fundamento lógico conocido. Accidentes, eventos impredecibles; posibilidades infinitas. Todo lo contrario a la linealidad racional de la ideología occidental moderna.

Cuando la realidad y las evidencias de esa realidad han cambiado, las ideologías y las mitologías se atrincheran. Si son vigorosas, acallan esas voces discordantes; si su salud es verdadera, las integrarán en su sistema y así ellas mismas cambiarán; se enriquecerán. Occidente ha conocido la lepra en su sistema desde hace al menos cien años en lo científico y más de cincuenta en cuanto a su visión histórica; en cuanto a su economía (en ambas vertientes; comunista y capitalista) ha previsto los desastres a los que lleva. Sin embargo, esclerotizada, su razón no ha cambiado: persiste en los mismos vicios.

Evangélica lleva su palabra de fe a otros pueblos con creencias distintas. Algunos de ellos también esclerotizados; otros, conocedores de algunos de sus recientes descubrimientos —ignorantes de otros—, desde sus interpretaciones del mundo, desde hace milenios. La India conoció la indefinición y el límite de la lógica desde hace miles de años; los australianos concibieron un mundo que tiene extrañas semejanzas con algunos pensadores metafísicos… Las evidencias no han cambiado; algunas se han ampliado dependiendo del punto de vista y del interés de cada civilización; lo que sí cambia es la manera en que se ordena el mundo. Si el cazador yanomami no conoce la relación sistemática entre velocidad y distancia es porque su mundo nunca se interesó en ello; en cambio conoce y percibe estímulos que nosotros no podemos explicar (leer  con el olfato humano el rastro de un animal; saber la especie, el tiempo en que fue dejado; la dirección a la que se dirigía). Por supuesto lo explicará desde su visión del mundo; en nada inferior o superior a la nuestra. Pero distinta: posibilidad y cambio.

Vida es pluralidad; imaginación. Muerte es uniformidad y certezas implacables.


César Alain Cajero Sánchez

Un fragmento


I

¿A qué me instruyes en las reglas de la retórica?
Al fin y al cabo, ¿a qué tantos discursos
que en nada me aprovechan?
Será mejor que enseñes a saborear
el néctar de Dionisios
y a hacer que la más bella de las diosas
aun me haga digno de sus encantos.
La nieve ha hecho en mi cabeza su corona;
muchacho, dame agua y vino que el alma me adormezcan
pues el tiempo que me queda por vivir
es breve, demasiado breve.
Pronto me habrás de enterrar
y los muertos no beben, no aman, no desean.



Un tipo, Anacreonte, como hace 25 o 26 siglos

Ese viejo jazz de las ciudades


Después de las anteriores semanas entre explosiones punk de niña adolescente, vayamos por esta semana lejos de los ritmos sabrosos de aquella lejana juventud loca (snif; véanme deshojando margaritas y recitando a Darío).
Mucho después de mis primeros besos y sudores adolescentes estaba en una librería escuchando la pesada voz de la bluesera Bessie Smith. Alguien había pasado a mi i-pod un disco que --me aseguraba-- tenía todo el tonelaje (nunca mejor dicho) de la verdadera maestra de la Janis.

Después de una canción de esas para cortarse las venas con las galletas de nuestra preferencia me encontré con una trompeta chillona; con esa voz tan querida rodeada de una especie de tos burlona y a la vez doliente que hacía la respuesta perfecta de la voz de mi entonces amada. Investigué y salió un apodo, Satchmo, y un nombre que ya había escuchado: Louis Armstrong.



Ahí nació mi interés por el dichoso jazz.

Aunque nadie sabe ni sabrá jamás cuando fue que nació ese ritmo triste, cálido y salvaje; ese ritmo que lo mismo pasa de la risa al llanto y de la soledad a la pedorreta, fue Jelly Roll Morton quien se autonombró el "padre del jazz". Ferdinand Joseph LaMenthe, aunque tal vez no fuese el primero en fusionar el rag, el blues, el stomp y demás ritmos bailables y dolientes, sí fue uno de los primeros que pisaron fuerte en esto del bamboleo cadencioso. 


La música del Gelatinoso, suave y sensual también tiene su lado carcajeante, burbujeante, maleante y cambiante (esas dos últimas palabras, para hacer ritmo). Un ritmazo que invita a bailar con falda corta y collares. Qué buenos vestidos llevaban esas locas del jazz, me cae.


Esa época, dominada por la sangre azul de los jazzistas tiene a su Rey (Olivier), su Conde (Basie) y su Duque (Ellington). El Duke de plano es de esos imperdibles: un swing y una creatividad que rozan lo pictórico. Las carcajadas que le saca a sus músicos; la elegancia de sus piezas lentas... Una progresión triste y al mismo tiempo delicada como la que escuchamos en "Solitude".


El otro lado, el que muestra a un Duke convertido en una tromba de ritmos y locuras; aquel que hace hablar a la trompeta y al clarinete como borrachos ahogados y a la batería como un caminar a tumbos por las calles de la gran ciudad mientras cantamos aquellos viejos días es patente en "The Mooche". Mejor canción para una borrachera no hay.



Al mismo tiempo un jovencito mofletudo hacía sus primeras apariciones con el grupo del maestro King Olivier. Satchmo y su trompeta. Satchmo, el de la voz de whiskey y risas. Louis Armstrong, el primer y para mí único rey del jazz. La diva Pops. La verdadera y primera diva Pop(s). Perdonará Miles Davies, el Dizzy Gillespie, Charlie Parker y Coltrane, pero como Satchmo, nadie.


Una más de Pops, donde muestra la alegría que puede contagiar este maestro. Si les suena conocida pero en voz de un tal Ramón, no se equivocan: Joey la rehizo a su manera en su disco (casi) póstumo.


En próximas entregas, más de estos y otros (no puse nada del Rey ni del Conde). También nos pondremos como locos gatos del bop, ésos.

A ver qué más se me ocurre.


Titania con vestido de los años locos

Charlie y su fàbrica de cacahuates


martes, 17 de julio de 2012

Condena de por vida

 

En la Palinodia del polvo, Alfonso Reyes habla de ese romántico que anuncia que "la gloria es una fatiga tejida de polvo y de sol".

Cada día nos levantamos para encontrar el mismo camino; la misma distancia; el polvo en los pies y el sudor en la mirada. Salieron del jardín y su castigo fue ganarse el pan con el sudor de su frente; la mujer dará a luz a los hijos en un grito.
La actitud cristiana ante el trabajo lo representa como un castigo. La desaparición de la inocencia original nos condena a la muerte y a la monotonía; al dolor y al gris horizonte. No es difícil entender su idea pues los animales no trabajan; tampoco las plantas ni ser vivo alguno. No es posible comparar ninguna actividad animal, ni siquiera el de los insectos comunitarios, con el trabajo humano. Sin consciencia no existe castigo y no existe tampoco la monotonía ni el sufrimiento. Sólo para el ser humano en tanto caído la vida misma es ya una batalla por la nada.

Cuando las labores diarias se convierten en un sufrimiento y una obligación es que nace el trabajo. Es cuando el hombre dispone de su libertad y se encadena a una actividad que conoce esa condena. Para que el trabajo exista tiene que existir asimismo, un dominio de la libertad. Una autoridad que exija realizar aquello que debemos.

Deber es la palabra clave: luchar para hacer lo que se nos exige; lo que nos han convencido que es lo bueno, lo verdadero; el único camino. Pero la palabra “lucha” es demasiado vivaz, demasiado pasional; no: transigir, aceptar, obedecer son palabras más justas.

Un trabajo sin deber; una actividad sin obediencia y sin dolor es lo que llamamos juego. Pero del juego no puede construirse una civilización porque él escapa del tiempo. Cada vez que es jugado recrea sus reglas. Juego, mito y arte tienen una misma raíz; también religión y trabajo. La religión y el trabajo son juegos y mitos que se han esclerotizado. Lo que fue en un momento libertad se convirtió en grilletes para mejor usar al hombre.

La cultura protestante y con ella la modernidad adoptan un enfoque diferente del trabajo. Aunque es una condena, es también la forma en que el hombre redime su culpa original, así que su realización es también una dulce expiación, una manera de acercarse a Dios. La satisfacción de la tarea bien hecha. Recordemos que el protestantismo lleva hasta el extremo la división de la carne y el espíritu y que censura categóricamente a la primera. El gozo de la carne es una ilusión y por lo mismo es perverso y pernicioso. El alimento del hombre no se obtiene por el gozo —desperdicio de energía— sino mediante la sublimación del cuerpo en pos de un objetivo moral. El cuerpo debe sufrir para obtener el verdadero alimento: manutención del hombre y elevación moral sobre el mundo físico. Admirable espíritu que nos permite humanizar a la creación: salvarla y así salvarnos.

Bajo la mirada moderna (que nace del protestantismo) moral y trabajo son equivalentes. Aquel que no trabaja es, por tanto, un enemigo de la sociedad y de la existencia misma. Pero bajo la ley de Dios (que es la ley de la dominación y del castigo) tal existencia habrá de ser penada y el trabajo, recompensado. La recompensa en una sociedad que pone toda su idea del mundo en la autoridad es, por supuesto, el poder sobre la naturaleza y el poder sobre otros hombres. El bien es equivalente a la cantidad de almas bajo nuestros pies.

La alegría de parte de la sociedad occidental moderna ante el trabajo no es el gozo del cuerpo, sino la obtención de más poder. Un poder sublimado en dinero. Incluso el conocimiento es una metáfora más del poder pues mediante él dominamos a la naturaleza.

Marx parte de la misma idea. El trabajo socializa a la naturaleza, la redime de ser simple cosa. Humanizar al universo es librarlo de su condición primitiva, hacerlo útil al ser humano. La naturaleza humana es la del trabajo: es el ser que convierte al universo, que lo redime. Una posición que comparte con Hegel y con la idea occidental toda. El universo carece de sentido: es el hombre el que se lo otorga mediante la apropiación.

El lenguaje marxista no usa los términos de la religión, sino los de la economía y los de la política. Pero eso es porque la política es la religión del mundo moderno. Si para el medieval la salvación venía de la mediación del cuerpo y del espíritu como contemplación (su modelo de vida era el santo); para el moderno el cuerpo es un instrumento que se usa para conseguir más útiles (su modelo de vida es el político). Es ese poder sobre los otros lo que se llama Bien y la salvación viene de poseer más. En ese sentido el trabajo marxista es burgués: fruto de un Siglo de las luces que cambió el discurso milenarista del protestantismo por otro discurso milenarista, pero vestido de jerga “científica”.

La alegría por el trabajo del protestante es una posición diferente ante la condena cristiana, sin embargo no deja de ser una condena. Tanto el mundo católico como el protestante parten de la idea de que el pecado original llevó una mancha al género humano: un crimen que precisa de un castigo a través del que debe ser pagado. El castigo es el trabajo. La diferencia estriba en que el catolicismo, religión de la encarnación y del perdón de Jesucristo, ve al trabajo como una carga mientras el protestantismo, acepta ese pago en pos de la eternidad: sabe que es una condena, pero la acepta pues mediante su expiación alcanzará al reino de Dios. Para el catolicismo, aún medieval, la salvación está en otro mundo y es incomunicable salvo para los sentidos. Para el protestantismo, las señas de esa salvación ya están en este mundo y, raíz de la modernidad, podemos observar a la gracia actuando por las señas que los salvos tienen en sí. Esas señas son: la expiación lograda mediante el trabajo, la falta de gozo corporal; la aceptación del gozo espiritual, el trabajo que humilla al mundo y al cuerpo mientras lo sublima. En otras palabras: el sufrimiento del cuerpo en pos de la expiación de la naturaleza y la acumulación de poder en forma de dinero; asimismo, su utilización. No derroche: sublimación mediante el trabajo; negación del ocio y del placer.

Todos estamos más o menos encadenados a esa condena. Indudablemente los seres humanos al igual que todos los animales necesitamos hacer una actividad para sobrevivir. Arriba comenté que, sin embargo, el trabajo animal es una antropomorfización exagerada. No hay trabajo porque no hay conciencia y sin conciencia no puede existir coerción ni “deber”. Sería como pensar que el acto de respiración (que es un gasto de energía para sobrevivir) fuese trabajo. No lo es porque es natural; así el hombre pueda considerarlo una condena. De ahí el suicidio.

El trabajo al igual que la mayoría de las actividades humanas es una intelectualización e institucionalización de algo previo; de una sensación o una pasión. La religión institucionaliza al sentimiento de lo sagrado y da reglas; lo convierte en ortodoxia. El matrimonio es la manera en que occidente creó una institución desde el juego erótico y el amor: un código y un contrato. Por su parte, el trabajo asalariado (o no) es la actitud que el ser humano tomó y en algunos casos instituyó para usar las necesidades de supervivencia; el gasto de energía y el juego.

Para muchas culturas lo que nosotros llamamos trabajo es simplemente un paso inevitable y al mismo tiempo gozoso del tiempo. Por la misma razón, nuestra institución del trabajo asalariado y nuestras mismas actividades podrían resultarles incomprensibles. El trabajo del proletario como bien ven Marx y Hegel separa al ser humano de su producción. El obrero se convierte en una pieza de maquinaria y no existe relación entre lo que hace y el fruto de ese esfuerzo. Pero lo mismo puede decirse del burócrata, cuyo trabajo transcurre entre papeles y órdenes abstractas. El patrón tampoco tiene una relación directa con el trabajo, así crea ser libre en realidad es también un engrane más de la maquinaria industrial o comercial. El técnico frente a su computadora elaborando cálculos para algo que nunca ha de ver; el comerciante con sólo una lista de nombres y de cuentas ante sus ojos. Todas esas formas de trabajo modernas resultan incomprensibles para una cultura agrícola, para un artesano, para un cuidador de rebaños, donde se trabaja para algo que se toca con las manos. Y esa relación jubilosa entre el creador y lo creado se ha perdido o al menos ocultado en el mundo moderno. Digo ocultado porque inclusive ante una actividad agrícola, artesanal, magisterial o artística (donde existe y es inevitable una relación directa), ésta ya no se concibe con júbilo, sino como un trámite. Las obras de arte ya no son creaciones en el sentido primero de la palabra, sino números, palabras; el maestro ve sus clases como un trámite y cada día como un día más; el agricultor no vive de su cosecha, sino que la ve como un número abstracto, dinero y cálculo. La automatización en la vida pues es la manera en que concebimos el trabajo. Eso es verdad tanto en las sociedades protestantes-capitalistas como en el llamado Tercer mundo (que sigue al menos en las ciudades) los patrones occidentales como en las sociedades comunistas. El trabajo como parte de una maquinaria y como un deber ya sea ante el Estado, ante la Nación, ante la Sociedad o ante el Bienestar que habrá de reportarnos. Bien es consumo; bien es dominio.

Los niños juegan. En su juego así como en el rito ponen toda la seriedad del mundo. Pero su universo no ve como finalidad el consumo, sino el movimiento. El rito valora a la actividad misma; a la sensación que habrá de producirse. En la fiesta religiosa como en el juego infantil (el deporte profesional a su vez es otra manera de trabajo) el derroche de energía va encaminado al goce personal o colectivo del evento. Por supuesto hay producción económica, hay también creación; pero la actitud ante el trabajo físico o intelectual es radicalmente distinta. La creación no es condena sino alegría. No el júbilo neurótico de la sociedad protestante, sino el grito gozoso.

Fourier dijo que es un error querer que los niños sigan esquemas del mundo laboral adulto en sus juegos (lo cual, ay, es la manera en que la educación pretende moverse); lo que habría que hacer es dar al trabajo adulto la ligereza y el placer del juego. Y la única manera de que eso suceda es mediante la derogación de esa palabra: “deber”. Obsesionados con el pecado original y la expiación olvidamos que en una actividad libre hay también placer; olvidamos la inocencia.

No un trabajo que tenga como meta la producción, sino que tenga como principio la felicidad y sobre todo el placer. El placer individual, la curiosidad, la relación física por decirlo así con el cuerpo y las pasiones. La mayoría de los científicos han considerado su trabajo como un placer; asimismo grandes filósofos y artistas: son los fariseos los que han confiscado ese principio en pos de empresas de dominación y de ortodoxias.

Pero cambiar nuestra relación con el trabajo no se encontrará en un cambio político o económico. O no sólo en él: Nietzsche anunció al hombre que es niño. Ese hombre que dice sí a la vida. Pero ese hombre que somos todos los hombres no será parido con consignas, sino con el dolor y placer de cada nacimiento. Cambiar al hombre, es el grito de Rimbaud; cambiar al hombre, cambiar la vida.


César Alain Cajero Sánchez

  SONETO LIII 


Aquí está el pan, el vino, la mesa, la morada:
el menester del hombre, la mujer y la vida:
a este sitio corría la paz vertiginosa,
por esta luz ardió la común quemadura.
Honor a tus dos manos que vuelan preparando
los blancos resultados del canto y la cocina,
salve! la integridad de tus pies corredores,
viva! la bailarina que baila con la escoba.
Aquellos bruscos ríos con aguas y amenazas,
aquel atormentado pabellón de la espuma,
aquellos incendiaron panales y arrecifes
son hoy este reposo de tu sangre en la mía,
este cauce estrellado y azul como la noche,
esta simplicidad sin fin de la ternura.



Pablo Neruda
Diablo convestido azul 
(parte III)


A ver si ahora sí terminamos mis inventos donde por cierto la vez pasada no hablé de las Bangles y Bananarama. Tampoco de Alaska ni de Mecano. O mejor aún; de la versión mexicana de Bananarama: ¡las Flans!

A fines de los ochenta el rock alternativo tuvo una de sus vueltas de tuerca menos conocidas, al menos en México. En la región norte de Estados unidos --en donde el hardcore original había perdido su filo político y nacieron Rites of spring y Fugazi y en donde años después algunos grupos hicieron una mezcla muy versátil entre el punk y el heavy metal-- ocurrió también el proceso inverso. Ésta vez fue el rock alternativo el que tomó una posición política definida. Un feminismo a veces radical, a veces simple, pero siempre divertido. Las Riot grrrls.

En realidad el movimiento de las riot grrrls puede rastrearse desde los discursos baratos de las Slits, pero a diferencia del punk femenino de lo setenta (que estaba incluido en esa mezcladora de todo que fue el verano del odio), estos grupos crearon todo una parafernalia y una cultura subterránea que poco o nada tenía que envidiar al de la primera explosión del punk en su conjunto. Claro, salvo excepciones ninguno de estos grupos salió del subterráneo. Se movieron dentro de las distintas escenas hardcoreras de los EU. Usaron esos canales de distribución y forjaron los propios.

Sin duda la banda más conocida de las Riot grrrls es Bikini Kill. La amistad de Kathleen Hannah con Kurt Cobain le ganó a esta banda --sinceramente no la mejor-- muchos reflectores. De hecho se cuenta que fue Kathleen la que un día dijo que Cobain "smells like teen spirit". Grupo ruidoso, politizado, aunque con cierto sentido del humor ("I like fucking" es una canción graciosa). A ver si a ustedes les gusta más que a mí.




No es extraña la cercanía entre algunos grupos de riot grrrls y aquellos de lo que después se llamó grunge. Todos esos grupos parten de la ética del Do it yourself y de un sonido casi punk; algo que comparten con todo el rock alternativo. Asimismo, pretendían ir en contra de la música que se había apoderado de los radios de finales de la década de los ochenta, en que el new wave al menos en EU había quedado muy atrás y florecían grupos de muchachas y muchachos bien portados junto a rebeldías de caricatura (¿me oyes Axl?) con pelos de Barbie, secadoras y hartos tatuajes.

De la misma manera todos (o casi todos, no quiero recordar al baboso Evan Dando de los Lemonheads) los grupos de rock alternativo mantuvieron una actitud muy distinta de las de otras estrellitas rockers con las mujeres. No hay en sus letras cantos hacia las "estrellas demoniacas" o las "diosas del metal"; tampoco insinuaciones idiotas ni poses de macho con cabello de crepé y pose fálica. Putitos, dirán los que gustan la testosterona. Cobain declaraba su odio al machismo, a la imagen del tipo deportista que fanfarroneaba y bebía cerveza. Canciones como "About a girl" de Nirvana, "Elderly woman behind the counter in a small town" de Pearl Jam o "The one I love" de R.E.M. (por mencionar tres) muestran un tratamiento muy distinto de la mujer y de las relaciones humanas de lo que --en general-- había aparecido en el rock. Maricas, seguro más de uno pensará.

Pero este post no es sobre la actitud de los grupos del llamado (ahora ese mote es casi un insulto) rock alternativo. Pues bien, dentro de las riot grrls, aparecieron otros nombres: Tiger trap, Bratmobile, Mecca Normal, Huggy bear (único grupo de las riot que tiene a un hombre como cantante), Sleatter Keanney (que recordarán quienes fueron al primer concierto de Pearl jam en México). Ninguno de estos grupos en realidad fue muy importante para la música, pero sirvieron para adornar musicalmente (es un decir) nuestras jóvenes reuniones feministas.

Algunos medios ahí desorientadones de cualquier manera llegaron a confundir al personal y muchos piensan que las abundantes bandas de mujeres que salieron en esos memorables días son parte del Riot grrl. Nada más falso, aunque tal vez el origen de esa confusión venga de L7.

Un día Donita Sparks, Jeniffer Finch, Suzi Gardner y Demetra Plakas se pusieron a hacer un cover de esa rola sexual y provocadora que es "Slip it in" de la banda de hardcore Black flag. Pronto empezaron a hacer sus pininos en lo que entonces se conoció como hardcore metal. Una banda ruidosa, abrasiva y violenta (se cuenta que aventaban tampones sucios a la audiencia y agredían a los hombres de la multitud; actitud muy creíble dentro del underground ochentero). Con la creación de Rock for choice (evento formado por L7 durante las pláticas en senado estadounidense para penalizar el aborto), convergieron con el movimiento Riot Grrrl, sin nunca afiliarse a él. Su sonido, empero, empezó a separarse del hardcore metal y acercarse al garage y al punk del norte del país. De tal mezcla salió algo que no por casualidad (metal y punk; además de las raíces hardcore punk) se parecía a lo que estaba haciendo Nirvana y más obviamente, Mudhoney. Aquí dejó "Everglade" con su divertida letra: "This guy was drunk, stupid/ And he must have weighed a ton/ Said, "Get out of here girly,/ I'm just trying to have some fun". En verdad los rednecks a veces se ponen a desfilar.


Al mismo tiempo The Gits y 7 year bitch estaban haciendo sus carreras gemelas en Seattle. A pesar de tener orígenes punks más definidos y de su evidente coqueteo con las Riot grrls, su espíritu de independencia las hizo estar alejadas del movimiento. Por su sonido pastoso, no pueden negar la cruz de su parroquia. Pongo a ambos grupos juntos poque nacieron como gemelos e incluso acabaron de la misma manera (con la muerte de Mia Zapata de las Gits, las integrantes de 7 year bitch hicieron el álbum Viva Zapata! y nunca volvieron a ser las mismas).



Todo se puede decir de Courtney Love excepto que es una arribista en eso de la música. Aquella mujer que escapó de su casa siendo adolescente, que huyó a Alaska para tranajar de stripper porque nadie la quería por ser "demasiado gruesa". Aquella que audicionó para encarnar a Nancy Spungen (vaya gustos; la pareja de estúpidos del punk) en la cinta Sid y Nancy. La misma que tocó con Faith no more; que formó parte de las inolvidables Babes in toyland; la "puta de kindergarden" cuyo primer disco con su grupo, Hole, fue producido por ni más ni menos que Kim Gordon de Sonic youth. El sonido abrasivo, punketero, casi noise del primer disco (Pretty on the inside, ¡habrase visto!) muta en el grito ronco y obviamente nirvanesco de su gran (y para algunos piratísima; todos la odian, por eso me cae bien) Live trough this. Su tercer disco, impecablemente producido (y dicen que escrito) por Billy Corgan, Celebrity skin, es de lo mejor que salió ese 1998. Después de eso, la carrera de Love ha ido a la baja, lo que no es de sorprender en un mundo donde el rock alternativo (y el rock en general) ha ido desapareciendo lenta e inevitablemente.



Del otro lado del globo terráqueo, una aguerrida inglesa estaba ella misma reinventando el punk y creando un sonido directo, duro y pesado que no por nada se asoció con lo que sucedía en Estados Unidos. Polly Jean Harvey, la heredera más directa de Patty Smith. El sonido seco (Dry) de su primer disco nunca desaparece del todo (Rid of me), pero sí cambia su estado de ánimo. La cachondería casi agresiva de To bring you my love ("Lick my legs i'm on fire/ lick my legs I'm desire") da paso a la desolación de Is this desire? para luego recuperar la alegría (y el éxito comercial; los adolescentes no gustaron de esos cortes de muñecas) en Stories from the city, stories from the sea. Sus últimos discos (Uh uh her; White chalk, Let England shake) deben ser catalogados como de lo mejor que ha hecho el rock en las últimas décadas. Es difícil elegir sólo una canción, pero a ver, pongo una del disco más malentendido de mi P.J. Un disco que me acompañó cuando andaba en esas; asimismo, una canción que más que al punk recuerda a Nico en su faceta más depresiva (¿¡Mááááás!?).


Dentro del llamado britpop hay pocas mujeres. Las más visibles son las chicas de Elastica. Justine y Donna no formaron este grupo como una "banda de chicas" (nunca lo fueron), pero pusieron todo su empeño para que el sonido áspero y fuerte del garage se hiciera un lugar en el pop británico. Lo consiguieron, hay que decirlo. Ningún otro grupo de esa movida más bien nostálgica de los sesenta fue tan punk como ellas. Sólo el Blur de su album homónimo puede compararse (por cierto, Justine fue novia de Damon Albarn quien después de su rompimiento escribió esa maravilla de "There is no distance left to run"). Muy lejos de los Beatles y muy cerca de las Bangles , de los Sonics, los Cramps y aun de X-ray spex. Elástica en la pérfida Albión en tiempos de Oasis nos hace preguntarnos, ¿por qué a las mujeres nos atrae tanto el punk?, ¿cosa genética? No tengo respuestas, pero quién las necesita si hay heroina.




Por otro lado, en 1993 una chica crecida en Illinoise (Illi noise diría Sufjan Stevens) sacó un entonces famoso (ahora casi olvidado) disco: Exile in guysville. Liz Phair es un caso raro en el rock de chicas. Nunca fue bien recibida del todo por la escena "alternativa"; tampoco por las estaciones de radio digamos pop. Su música, al menos la de este disco, tiene poca carga punk, pero tampoco es pop. Parece más bien como una música folk hecha de la manera más sencilla posible. Disco que cautivo a toda una generación de escuchas que no se identificaban con los gritos feministas de las riot grrls ni con la agresividad de L7 o 7 year bitch ni tampoco con la autoflagelación irónica de Hole. En realidad Liz Phair hace una serie de estampas de una juventud (femenina) que parece buscar una vida normal y fresa, pero que se ve decepcionada una y otra vez. "Fuck and run" deja ver bien claro esto.


Siguiendo con esta música que se movía en la frontera entre el alternativo y lo comercial, es imposible no hablar de Veruca salt. Su nombre no hace sino hacerles honor, pues qué mejor que el apelativo de la chamaca consentida de Charlie y la fábrica de chocolates para un grupo como éste. No sé qué pensar de él. Indudablemente se trata de un grupo que como muchos creció con el sonido del rock alternativo y en disqueras independientes (indies, dirán los chamacos mamones de ahora), pero su sonido es de una fresez que no acabo de digerir. Suenan como grupo de postgrunge o de "alternativo" ya mainstream cuando no lo son. Bueno, juzguen ustedes.


Para acabar con la fresez, hablemos de otra chica que hizo furor entre las adolescentes de esos años (me incluyo, para mi vengüenza-gloria). Evidentemente Jagged little pill es un disco hecho para el mainstream. El "alternativo" entonces vendía millones de discos y lejos estábamos de los Pixies, Sonic youth, R.E.M., Dinosaur jr y todo aquello. El subterráneo por un breve periodo de tiempo se convirtió en el mainstream y con ello generó una moda al menos en el país del norte. Tampoco hay que cortarse las venas por ello. Salieron varios grupos y canciones chidas. Supongo que a PJ Harvey o a Kathleen Hannah no les gustaba estar en el mismo saco que Morissete, pero así fue. Y el disco tiene partes muy disfrutables, qué decir. Por mi parte, debo decir que en su momento canté bien fuerte "You oughta know". Y lo volvería a hacer (es más, voy a hacerlo). Hasta a hombres conozco (adivinen quién) que gustan de esta canción de --decían-- "bruja feminista despechada". Quien esté libre de pecado, que tiré la primera piedra.



En fin, una vez terminada la explosión (comercial) del rock alternativo, las aguas regresaron a su cauce. No hablé de las muchas mujeres músicas en este periodo. Nunca acabaría. Algo pasó que de pronto el mainstream del rock se llenó de féminas. Obviamente tuvo que ver la ascensión del rock alternativo, con las claras diferencias con lo que se había venido haciendo. Ni siquiera el punk, con todo el impacto mediático que logró, ni el new wave, con la popularidad que alcanzó en ciertos círculos, habían logrado algo semejante. En adelante no sólo lo "alternativo" y proveniente del punk estaba abierto para las mujeres.

De todas las mujeres que aparecieron en adelante y dejando de lado a muchas, muchísimas, me quedo con cinco: Peaches, Bjork, Meg White, de los White Stripes, Karen O, de los Yeah yeah yeahs, y Beth Gibbons, de Portishead.

Bjork empezó su carrera con los Sugarcubes. A fines de la década del alternativo apareció ese grupo islandés que combinó las texturas del hiphop (no hablé de las mujeres en el hip-hop; Salt & peppa, perdóneneme) con el sonido del shoegaze, el rock alternativo y el pop electrónico. Ya en solitario, Bjork ha tenido una carrera que combina lo sublime con lo ridículo; lo genial con lo pretencioso y lo divertido con lo genuinamente mamón. De todas maneras, es una imprescindible. Ni hablar (aunque sus últimos discos y "aplicaciones" me dejan fría; no mamation). Aquí una bella rola acerca de ¿deseo?, ¿sexo?, ¿amor?, ¿erotismo?, ¿transexualismo?, ¿homosexualidad?, ¿"putitos" como Kurt Cobain? A saber.



Beth Gibbons es la voz etérea y dolorosa de Portishead. Un grupo salido de la escena del trip-hop. Por mucho el grupo de esta música más conocido en México (nadie escucha a Tricky o a UNKLE). Una mujer que de verdad puede hacerte deprimirte hasta en viernes. Arreglos completamente alejados de la música pop y de todo lo que hasta entonces podríamos llamar música "femenina" en el rock. Ni los grupos más "oscuros" llegaron a producir atmósferas semejantes (paradójico que vengan de un grupo que parte del hip.hop). Bandototota.



A fines del siglo XX un sonido punk hecho con sintetizadores regresó a los oídos de todos los buenos chicos del mundo. Lo que en su momento hicieron Public image ltd. y Gang of four por un lado y por el otro, los grupos de synth-pop como Tears for fears, Soft cell, Orchestral manouvers in the dark, resurgió con el Electroclash y con el New york noise. Ladytron, Fischerponner, Felix da housecat, !!!, Apples in stereo, hasta Justice... Grupos que por un lado te hacen bailar y por otro moverte al ritmo de la agresión o de la más rara sofisticación. Pues de este sonido tan peculiar sale Peaches, heredera clara de Le tigre (grupo de Kathleen Hannah de Bikini kill, ya en tono muy electrónico, pero con el mismo discurso), ésta autodenominada "perra y puta" fue la única y verdadera provocadora del rock femenino de fin de siglo XX y comienzos de éste. Para quien no la conozca, ahí les va sin salivita. Sólo las riot grrrls y las Plasmatics en sus momentos más mamilas y estereotipados (estereotipos feministas, claro) hacían algo como esto. ¿Es feminismo?, ¿es machismo?, ¿son el machismo y el feminismo a este nivel lo mismo? Pues ni sé.


Pues terminemos esto con aquello que a comienzos de este siglo se denominó neogarage.

Todos los que estuvimos en ese tiempo vimos cómo una serie de banditas una más curiosa que la otra invadió el radio. De escuchar a Korn y a Limp Bizkit seguidos por Blink 182 y Good Charlotte (me dan ñáñaras al recordarlo) pasamos a un grupo de chamacos neoyorquinos que sonaban como a Velvet underground pasado por la mercadotecnia. Los Strokes, ni modo, fueron la banda que desató, manque le pese a quien le pese, todo por una vez. Sin ellos y sin esos muchos grupos (comerciales, ni qué decirlo) no sería posible lo que ahora tenemos (bueno o malo). El dizque "indie" (chamacos que despotrican de Hüsker Dü porque no son "indie"; chale); toda la escena de revisiones a Joy Division; toda la movida de Myspace... No imagino siquiera que el New york noise y el electroclash hubiesen existido sin esos chamacos mamones.

Entre todos los grupos que salieron, dos tenían a una chica evidente en su sonido. Meg White como baterista de un gran grupo que lo mismo abreva de Ennio Morricone que de los Pixies; del blues más tradicional que de los Sex Pistols y los Smashing Pumpkins: los White stripes. Sin duda el proyecto que más ha aportado desde entonces ha sido el de estos dos reyes del minimalismo. Ya pocos recuerdan lo que hicieron en su tiempo los Strokes, The Hives o Interpol, pero los hermanos o esposos o lo que sean White no han parado desde entonces y a pesar de haber disuelto el grupo, siguen cada uno proponiendo.




Terminemos con Karen O. La vocalista y guitarrista de los Yeah yeah yeahs se convirtió por derecho propio en la imagen de aquellos años. Diva y modelo de un movimiento planeadamente pop, pero efectivísimo. No es la última de las mujeres en el rock (Cat power y por otro lado Keren Ann están ahí, por ejemplo), pero sí es evidente que después de entonces el rock se ha mantenido en un nicho que sólo por ese momento fue roto. Un año, dos años que el rock volvió al radio y eso fue todo. Desde entonces también ha existido mucha diferencia en los sonidos, pero no hay un golpe de timón como esos años. Y, bueno, sin duda Karen O es la imagen de esas chicas. Nunca olvidaré cuando me prestaron ese feo disco pirata que no auguraba nada bueno por la portada. Y, cuaz, de repente me veo tocando una guitarra, jadeando y maquillándome para parecerme a la Karen (aunque a los calenturientos de la prepa les latía más Brody Dalle de los Distillers; qué sabrán de lo que es chic).


Bueno, ahí nos quedamos. Igual un día de estos escribo sobre las mujeres en los sesenta, en el folk y en el hip hop. O, ¿para qué de mujeres específicamente? Ya lo haremos.


Titania ya nostálgica de escribir de su género


LA PROFECIA BURGUESA
(extracto de El hombre rebelde)


Marx es a la vez un profeta burgués y un profeta revolucionario. El segundo es más conocido que el primero. Pero el Primero explica muchas cosas del destino del segundo. Un mesianismo de origen cristiano y burgués, a la vez histórico y científico ha influido en su mesianismo revolucionario, nacido de la ideología alemana y las insurrecciones francesas.

En oposición al mundo antiguo, la unidad del mundo cristiano y el mundo marxista es sorprendente. Las dos doctrinas tienen en común una visión del mundo que las separa de la actitud griega. Jaspers la define muy bien: "Es un pensamiento cristiano considerar a la historia de los hombres como  estrictamente única”. Los cristianos fueron los primeros que consideraron la vida humana, y la serie de los acontecimientos, como una historia que se desarrolla partiendo de un origen hacia un fin y en el curso de la cual conquista su salvación o merece su castigo. La filosofía de la historia nace de una representación cristiana, sorprendente para un espíritu griego. La noción griega del devenir nada tiene en común con nuestra idea de la evolución histórica. La diferencia entre ambas es la que hay entre un círculo y una línea recta. Los griegos se representan al mundo como cíclico. Aristóteles, para dar un ejemplo preciso, no se creía posterior a la guerra de Troya. El cristianismo se vio obligado a helenizarse para extenderse por el mundo mediterráneo y con ello se ablandó su doctrina. Pero su originalidad consistió en introducir en el mundo antiguo dos nociones nunca ligadas hasta entonces: las de la historia y el castigo. Por la idea de mediación el cristianismo es griego. Por la noción de historicidad es judaico y se volverá a encontrar en la ideología alemana.

Se advierte mejor este corte si se destaca la hostilidad de los pensamientos históricos con respecto a la naturaleza, considerada por ellos como un objeto, no de contemplación, sino de transformación. Para los cristianos, lo mismo que para los marxistas, hay que dominar a la naturaleza. Los griegos opinan que es mejor obedecerla. El amor antiguo del cosmos es ignorado por los primeros cristianos, quienes, por lo demás, esperaban con impaciencia un fin del mundo inminente. El helenismo, asociado al cristianismo, producirá luego el admirable florecimiento albigense por una parte, y a San Francisco por la otra. Pero con la Inquisición y la destrucción de la herejía cátara, la Iglesia se separa nuevamente del mundo de la belleza y vuelve a dar a la historia su primacía sobre la naturaleza. Jaspers tiene -también razón cuando dice: "Es la actitud cristiana la que poco a poco vacía al mundo de su sustancia. . . pues la sustancia se apoya en un conjunto de símbolos". Estos símbolos son los del drama divino que se desarrolla a través de los tiempos.

La naturaleza no es ya sino la decoración de este drama. El bello equilibrio de lo humano y la naturaleza, el consentimiento del hombre en el mundo que inspira y hace resplandecer a todo el pensamiento antiguo, ha sido roto en provecho de la historia por el cristianismo ante todo. La entrada en esta historia de los pueblos nórdicos, que no tienen una tradición de amistad con el mundo, precipitó ese movimiento. Desde el momento en que es negada la divinidad de Cristo, o que, gracias a la solicitud de la ideología alemana, no simboliza ya sino el hombre-dios, la noción de mediación desaparece y resucita un mundo judaico. Vuelve a reinar el dios implacable de los ejércitos, toda belleza es insultada como fuente de goces ociosos y se esclaviza a la naturaleza misma. Desde este punto de vista, Marx es el Jeremías del dios histórico y el San Agustín de la revolución. Una simple comparación con el contemporáneo suyo que fue el doctrinario inteligente de la reacción bastará para hacer sentir que eso explica los aspectos propiamente reaccionarios de la doctrina de Marx.
Joseph de Maistre refuta el jacobinismo y el calvinismo, doctrinas que resumen para él "todo lo malo que se ha pensado durante tres siglos", en nombre de una filosofía cristiana de la historia. Contra los cismas y las herejías, quiere rehacer "la túnica sin costuras" de una Iglesia por fin católica. Su objetivo -se advierte en sus aventuras masónicas- es la ciudad cristiana universal. Maistre sueña con el Adán protoplástico, u Hombre universal, de Fabre de Olivet, que estaría al comienzo de las almas diferenciadas, y con el Adán Kadmon de los kabalistas, que precedió a la caída Y que ahora se desea rehacer. Cuando la Iglesia haya abarcado al mundo, dará su cuerpo a este Adán primero y último. En las Soirées de Saint-Pétersbourg se encuentra a este respecto una multitud de fórmulas que se parecen sorprendentemente a las fórmulas mesiánicas de Hegel y Marx. En la Jerusalén a la vez terrenal y celestial que se imagina Maistre.' "todos los habitantes empapados por el mismo espíritu se empaparán mutuamente y reflejarán su dicha". Maistre no llega a negar la personalidad después de la muerte; sueña únicamente con una misteriosa unidad reconquistada en la que "habiendo sido aniquilado el mal, ya no habrá pasiones ni intereses personales" y en la que ''el hombre se unirá a sí mismo cuando se borre su doble ley y se confundan sus dos centros''.

En la ciudad del saber absoluto, donde los ojos del espíritu se confunden con los del cuerpo, Hegel reconcilia también las contradicciones. Pero la visión de Maistre vuelve a encontrarse con la de Marx, quien anuncia "el fin de la querella entre esencia y existencia, entre la libertad y la necesidad". El mal, para Maistre, no es sino la ruptura de la unidad. Pero la humanidad debe volver a encontrar su unidad en la tierra y en el cielo. ¿Por qué medios? Maistre, reaccionario del antiguo régimen, es a este respecto menos explícito que Marx. Esperaba, sin embargo, una gran revolución religiosa, de la que 1789 no era sino "el prólogo espantoso". Cita a San Juan, quien pide que hagamos la verdad, lo que constituye propiamente el programa del espíritu revolucionario moderno, y a San Pablo, quien anuncia que "el último enemigo que debe ser destruido es la muerte". La humanidad marcha, a través de los crímenes, las violencias y la muerte, hacia esa consumación que justificará todo. La tierra no es para Maistre sino "un altar inmenso en el que todo lo que 'vive debe ser inmolado sin fe, sin medida, sin descanso, hasta la consumación de las cosas, hasta la extinción del mal, hasta la muerte de la muerte". Sin embargo, su fatalismo es activo. "El hombre debe obrar como si lo pudiera todo y resignarse como si no pudiera nada". Se encuentra en Marx la misma clase de fatalismo creador. Maistre justifica, sin duda, el orden establecido. Pero Marx justifica el orden que se establece en su época. El elogio más elocuente del capitalismo ha sido hecho por su mayor enemigo. Marx no es anticapitalista sino en la medida en que el capitalismo caduca. Se deberá establecer otro orden que reclamará, en nombre de la historia, un nuevo conformismo. En cuanto a los medios, son los mismos para Marx y para Maistre: el realismo político, la disciplina, la fuerza. Cuando Maistre vuelve a tomar el fuerte pensamiento de Bossuet: "El hereje es quien tiene ideas personales". O, dicho de otro modo, ideas sin referencia a una tradición, social o religiosa, da la fórmula del conformismo más antiguo y más nuevo. El abogado general, cantor pesimista del verdugo, anuncia entonces a nuestros fiscales diplomáticos.

No es necesario decir que estas semejanzas no hacen de Maistre un marxista ni de Marx un cristiano tradicional. El ateísmo marxista es absoluto. Pero, no obstante, vuelve a poner al ser supremo- al nivel del hombre. "La crítica de la religión lleva a la doctrina de que el hombre es el ser supremo para el hombre". Desde este punto de vista, el socialismo es una empresa de divinización del hombre y ha tomado algunas características de las religiones tradicionales. En todo caso, esta comparación es instructiva en cuanto a los orígenes cristianos de todo mesianismo histórico, aunque sea revolucionario. La única diferencia consiste en un cambio de indicio. En Maistre, como en Marx, el final de los tiempos satisface al gran sueño de Vigny, la reconciliación del lobo con la oveja, la marcha del criminal y de la víctima al mismo altar, la reapertura o la apertura de un paraíso terrestre. Para Marx, las leyes de la historia reflejan la realidad material; para Maistre, reflejan la realidad divina. Pero para el primero la materia es la sustancia; para el segundo, la sustancia de su dios ha encarnado aquí abajo. La eternidad los separa al principio, pero la historia los reúne al final en una conclusión realista.

 
Maistre odiaba a Grecia (que molestaba a Marx, ajeno a toda belleza solar), de la que decía que había podrido a Europa legándole su espíritu de división. Habría sido más justo decir que el pensamiento griego era el de la unidad, justamente porque no podía prescindir de intermediarios e ignoraba, por el contrario, el espíritu histórico de totalidad que el cristianismo ha inventado y que, separado de sus orígenes religiosos, amenaza al presente con matar a Europa. "¿Hay una fábula, una locura, un vicio que no tenga un nombre, un emblema, una máscara griega?" No tengamos en cuenta el furor del puritano. Esta aversión vehemente expresa, en realidad, el espíritu de la modernidad en ruptura con todo el mundo antiguo y en continuidad estrecha, por el contrario, con el socialismo autoritario, que va a desconsagrar al cristianismo y a incorporarlo a una Iglesia conquistadora.

El mesianismo científico de Marx es de origen burgués. El progreso, el porvenir de la ciencia, el culto de 1a técnica y la producción son mitos burgueses que se constituyeron en dogma en el siglo xx. Se advertirá que el Manifiesto comunista aparece el mismo año que L’Avenir de la science de Renan. Esta última profesión de fe, que consterna a un lector contemporáneo, da, no obstante, la idea más justa de las esperanzas casi místicas suscitadas en el Siglo XIX por el desarrollo de la industria y los progresos sorprendentes de la ciencia. Esta esperanza es la de la sociedad burguesa misma, beneficiaria del progreso técnico. La noción de progreso es contemporánea de la era de las luces y de la revolución burguesa. Se le puede encontrar, sin duda, inspiradores en el siglo XVII; la querella de los Antiguos y los Modernos introduce ya en la ideología europea la noción completamente absurda de un progreso artístico. De una manera más seria se puede sacar también del cartesianismo la idea de una ciencia que crece constantemente. Pero Turgot es el primero que hace, en 1750, definición clara de la nueva fe. Su discurso sobre el progreso del espíritu humano prosigue, en el fondo, la historia universal de Bossuet. Sólo que la voluntad divina es sustituida por la idea del progreso. "La masa total del género humano, mediante alternativas de calma y agitación, de bienes y de males, marcha siempre, aunque a paso lento, a una perfección mayor". Es un optimismo que proporcionará lo esencial de las consideraciones retóricas de Condorcet, doctrinario oficial del progreso, al que él ligaba con el progreso estatal y del que fue también la víctima oficiosa, pues el Estado de las luces le obligó a envenenarse. Sorel tenía completa razón al decir que la filosofía del progreso era precisamente la que convenía a una sociedad ávida de gozar de la prosperidad material debida a los progresos técnicos. Cuando se está seguro de que el mañana, dentro del orden mismo del mundo, será mejor que el hoy, es posible divertirse en paz. El progreso, paradójicamente, puede servir para justificar el espíritu conservador. Como una letra de confianza sobre el porvenir autoriza así la buena conciencia del amo. Al esclavo, a aquellos cuyo presente es miserable y no hallan consuelo en el cielo, se le asegura que el futuro, por lo menos, le pertenece. El porvenir es la única clase de propiedad que los amos conceden de buen grado a los esclavos.

Estas reflexiones no son, como se ve, inactuales. Pero no son inactuales porque el espíritu revolucionario ha retomado este tema ambiguo y cómodo del progreso. Ciertamente, no se trata de la misma clase de progreso; Marx no deja de burlarse del optimismo racional del burgués. Su razón, según veremos, es diferente. Pero la marcha difícil hacia un porvenir reconciliado define, no obstante, el pensamiento de Marx. Hegel y el marxismo han destruido los valores formales que iluminaban para los jacobinos el camino directo de esta historia feliz. Sin embargo han conservado la idea de esa marcha hacia adelante confundida simplemente por ellos con el progreso social y afirmada como necesaria. Continúan así el pensamiento burgués del siglo XIX. Tocqueville, entusiasmado con Pecqueur (quien influyó en Marx), había proclamado solemnemente, en efecto: "El desarrollo gradual y progresivo de la igualdad es a la vez el pasado y el porvenir de la historia de los hombres". Para obtener el marxismo hay que reemplazar igualdad por nivel de Producción e imaginar que en el último escalón de la producción se produce una transfiguración y se realiza la sociedad reconciliada.

En cuanto a la necesidad de la evolución, Auguste Comte hace de ella, con la ley de los tres estados, que formula en 1822, la definición más sistemática. Las conclusiones de Comte se parecen curiosamente a las que debía aceptar el socialismo científico. El positivismo muestra con mucha claridad las repercusiones de la revolución ideológica del siglo XIX, uno de cuyos representantes es Marx, y que ha consistido en poner al final de la historia el Jardín de la Revelación que la tradición ponía en el origen del mundo. La era positiva que sucedería necesariamente a la era metafísica y a la era teológica debía marcar el advenimiento de una religión de la humanidad. Henrl Gouhier define justamente la idea de Comte diciendo que se trataba de descubrir a un hombre sin rastros de Dios. El primer objetivo de Comte, que era sustituir en todas partes a lo absoluto por lo relativo, se transformará rápidamente, por la fuerza de las cosas, en divinización de ese relativo y en predicación de una religión a la vez universal y sin trascendencia. Comte veía en el culto jacobino de la Razón una anticipación del positivismo y se consideraba, con justicia, e1 verdadero sucesor de los revolucionarios de 1789. Continuaba y ampliaba esa revolución suprimiendo la trascendencia de los principios y fundando, sistemáticamente, la religión de la especie. Su fórmula, "descartar a Dios en nombre de la religión", no significaba otra cosa. Inaugurando una mania que luego ha hecho fortuna, quiso ser el San Pablo de esta nueva religión y sustituir el catolicismo de Roma por el catolicismo de París. Se sabe que esperaba ver en las catedrales "la estatua de la humanidad divinizada sobre el antiguo altar de Dios". Calculaba con precisión que tendría que predicar el positivismo en Notre-Dame antes del año 1860. Ese cálculo no era tan ridículo como parece. Notre-Dame sigue resistiendo a pesar de hallarse sitiada. Pero la religión de la humanidad fue predicada efectivamente hacia fines del siglo XIX y Marx, aunque sin duda no leyó a Comte fue uno de sus profetas. Sólo que Marx comprendió que una religión sin trascendencia, se llama propiamente Política. Comte lo sabía, por lo demás, o al menos comprendía que su religión era, ante todo, una sociolatría y suponía el realismo político, la negación del derecho individual Y el establecimiento del despotismo. Una sociedad cuyos sabios serían los sacerdotes, dos mil banqueros y técnicos reinando en una Europa de ciento veinte millones de habitantes donde la vida privada se identificarla absolutamente con la vida pública, donde una obediencia absoluta "de acción, de pensamiento y de corazón" se prestaría al gran sacerdote que reinaría sobre todo: tal es la utopía de Comte, que anuncia lo que puede llamarse las religiones horizontales de nuestra época. Es utópica, ciertamente, porque, convencido del poder iluminante de la ciencia, se ha olvidado de prever una policía. Otros serán más prácticos y se fundará, efectivamente, la religión de la humanidad, pero sobre la sangre y el dolor de los hombres.

Si se agrega, por fin, a estas observaciones que Marx debe a los economistas burgueses la idea exclusiva que se hace de la producción industrial en el desarrollo de la humanidad, que ha tomado lo esencial de su teoría del valor-trabajo en Ricardo, economista de la revolución burguesa e industrial, se nos reconocerá el derecho de hablar de su profecía burguesa. Estos cotejos aspiran únicamente a demostrar que Marx, en vez de ser, como quieren los marxistas desordenados de nuestro tiempo, el comienzo y el fin, participa, por el contrario, de la naturaleza humana; es heredero antes de ser precursor. Su doctrina, que él quería realista, lo era, en efecto, en la época de la religión de la ciencia, del evolucionismo darwinista, de la máquina de vapor y de la industria textil. Cien años después, la ciencia ha descubierto la relatividad, la incertidumbre y el azar; la economía debe tener en cuenta la electricidad, la siderurgia y la producción atómica. El fracaso del marxismo puro al no poder integrar estos descubrimientos sucesivos es también el del optimismo burgués de su época. Hace irrisoria la pretensión de los marxistas de mantener cuajadas, sin que dejen de ser científicas, verdades de cien años de antigüedad. El mesianismo del siglo XIX, sea revolucionario o burgués, no ha resistido a los desarrollos sucesivos de esta ciencia y de esta historia que habían divinizado en grados diferentes.


Albert Camus

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