Las pasiones públicas
En este mundo resulta intrigante que aunque en realidad nadie se pone a pensar qué es la política, todos dan por hecho que ella tiene un propósito. A los cuestionamientos sobre su naturaleza se responde que esas discusiones no afectan al hombre común; el que camina por la calle en búsqueda de bienestar. Pues precisamente a ese hombre quisiera hablarle. Es necesario criticar a nuestro mundo. Un mundo en donde ni siquiera podemos pensar en otras posibilidades porque estamos recluidos en su cárcel de conceptos. ¿Qué es desarrollo?, ¿qué es bienestar?. ¿Qué es la política?
Todo pensamiento
político se basa en la pérdida de la libertad; en la imposición de reglas sobre
los otros. Todo pensamiento político nace de la institucionalización de la
comunidad. No es casual que su nombre provenga de polis, porque sólo una sociedad que haya creado conglomerados
urbanos es capaz de hacer nacer la política como una ocupación de vida. Una
ocupación que se encarga de brindar cadenas a cambio de la supervivencia; de la
tranquilidad y de la abulia.
Si en el pasado la
política fue subsidiaria de la religión; hoy el mismo cuerpo humano se ha
convertido en sujeto de la política. No hay aspecto del mundo que no esté
dominado por ese discurso.
La economía desde Adam Smith, David Ricardo y posteriormente con Marx es parte natural de la política. La Religión
para nosotros es y siempre ha sido juegos de poder. El arte moderno es inseparable en
casi todos sus aspectos de ella; del ajedrez de las reglas, búsqueda de poder y formas de liberación. Inclusive el cuerpo
se convierte en tensión; en búsqueda del dominio sobre los otros. El roce de los cuerpos se ve como
un discurso racional. La misma abstención política es para nosotros parte de
ese nuestro mundo.
Cuando la ideología
surgida del siglo XVII deshabitó al mundo de los espíritus y fuerzas que lo
mantenían, el universo humano se apoderó de ese espacio vacío. La tierra se
convirtió en un territorio hueco, listo para llenarlo de sentido. Ese orden que se buscaba era precisamente el que
nosotros le daríamos al dominarlo. Es verdad: la ciencia fue la protagonista de
esa colonización porque, para los presupuestos de nuestra civilización, conocer
es apenas el primer paso para dominar; extender el poder de los hombres, de
las naciones y de las reglas de los líderes al universo todo. La ciencia
también se convirtió en subsidiaria de la política en tanto ella es ante
todo la búsqueda de poder y la dominación a través de las reglas. Por siglos
los políticos se han escudado en las teorías científicas para crear nuevos
instrumentos de control; para expresar sus certidumbres.
El trabajo, la
economía, la religión como institución; parte de ese mundo público que en su
momento fue el que marcó la creación de la moral y de los reglamentos. No es extraño,
pues, que la política haya subordinado a todo el orbe, la
existencia pública, a sus pies. Tampoco es extraño que en una época en que esta
actividad permea al universo todo, las mismas pasiones humanas se conciban como
actividades políticas.
Si en el pasado el
cuerpo y las relaciones eróticas se tiñeron de religiosidad y el cuerpo fue
espacio de la aparición de lo sagrado, de las potencias ocultas del mundo, con la
desaparición de ese mundo, también esa visión fue eclipsada. La ciencia
confirmó o al menos interpretó que el cuerpo humano al igual que el universo
que antes se creía santo no es sino un instrumento. Un instrumento al
servicio de otros instrumentos. Y de esa relación surgió también la nueva
visión. El cuerpo como sinónimo de poder.
La pasión por la
política es hoy universal; lo mismo los jóvenes que caminan por las calles en búsqueda
de un espacio público que las mujeres que marchan juntas en pos de la
reivindicación ante la ley de sus cuerpos. Lo mismo el muchacho que desde su
computadora lanza consignas a favor de determinado político que ese mismo político
abogando por causas en las que no cree, pero por las que cobra buen dinero. La
pasión por la política es el motor del mundo actual. La búsqueda de un espacio
de poder: de un pequeño mundo en el que ejercer dominio. Dominar y ser
dominados; no salir del juego porque ese juego se ha convertido en nuestro
mundo.
El mundo occidental
moderno es en verdad la cúspide del desarrollo humano. O mejor dicho: de la
parte del ser humano que busca seguridad en el dominio de lo desconocido. Es la
cobardía ante lo imprevisible la que nos impele a buscar reglas y razones. Es este universo aquel donde las tendencias de rapiña del ser
humano, temeroso de la propia libertad, atado a un orden que él mismo se ha
creado, alcanzan su mayor desarrollo.
No nos engañemos.
Todos los sistemas políticos de la modernidad tienden de una u otra forma a ese
modelo de civilización. Tanto Marx como Ricardo creían que la técnica era la
manera más segura de dominar a la naturaleza y que ello no es sólo deseable, sino que representa la salvación universal. Para todas las tendencias políticas el mundo es ante todo un instrumento que debe ser dominado
para alcanzar, en un futuro, la felicidad. Un futuro siempre postergado y por
el que, en el presente, debemos sacrificarnos y pactar con la búsqueda de
poder.
El futuro es la
victoria del hombre sobre la naturaleza. La dominación del destino.
Todos los modelos
políticos occidentales viven anclados en esa idea: el dominio de la naturaleza y la
construcción de una nación o de un mundo donde el hombre cuente con mayor poder sobre otros hombres; sobre todos los mundos posibles. Izquierda,
derecha, centro; fascistas, comunistas… En todos el “desarrollo” es la palabra
clave. La producción de mercancías es la clave de un desarrollo que existe…
para el desarrollo mismo. El sentido de las palabras ha cambiado. Antes
se pensaba que el desarrollo tenía una meta; que servía para algún propósito.
El propósito del mundo moderno es paradójicamente el desarrollo mismo; el
consumo cada vez más acelerado.
El único fin de
la industria es producir más; no satisfacer necesidades sino crearlas.
El único propósito de
la política es imponer el dominio de un grupo sobre el de otros; es la
consecución del poder.
La política es una bofetada
a la existencia individual en tanto crea reglas sistemáticas y absolutas. Nada
más natural en un mundo donde tememos seguir lo desconocido; cuando tememos
decidir es necesario crear a un líder que dicte las reglas que nos guíen. Dominar al mundo;
dominar al cuerpo.
Olvidar lo que fueron
las pasiones.
César A.
Cajero Sánchez
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