martes, 26 de junio de 2012


Escudo y puñal: poder y espejo

 


La búsqueda del ser humano no tiene un punto de llegada; tampoco un límite. Juegos y mascaradas con las que justificar su existencia.

Cada civilización busca un punto al cual dirigir sus anhelos. Necesita una excusa para el mayor pecado de los hombres: su existencia. Necesita una razón para poder sentirse salvado del azar y de la vida.

La meta de la civilización occidental ha sido el poder. El poder sobre el mundo; sobre los otros hombres, sobre sí mismo, ha sido su gran coartada.

Hegel hace comenzar la historia humana —el desenlace según él de la historia universal— en el instante en que el ser se hace consciente de sí mismo. Ese instante es el primero en que se conoce la soledad y el miedo. Para definir lo que es hay que reconocer lo que no se es. Se es arrojado a la angustia y a la soledad.

La cura a esta soledad que, nos asegura Hegel, es inherente al ser humano, es la apropiación de ese universo agresivo y ajeno. Conocer es controlar, es subyugar: es obtener reconocimiento al hacer al mundo todo parte de la consciencia humana. Vivir humanamente es someter.

Por su parte, Marx lleva este pensamiento a la materialidad: conocer no es una actividad intelectual: conocer es manipular. El hombre se hace hombre por el trabajo, es decir, por su facultad de cambiar el medio a su antojo, de utilizarlo en su provecho. Ser depredador; ser por primera vez capaz de hacerse el amo del universo.

Toda nuestra civilización se basa en ese esquema de dominación. A partir de la Ilustración nuestro concepto de bienestar está en proporción directa al dominio que se tiene de la naturaleza. Un dominio que se mide por el consumo y la capacidad que se tiene de subyugar a la naturaleza para hacerla trabajar para el ser humano. El universo es malo al ser inútil, al no ser humano; la redención supone, para nosotros, convertirlo en parte de nuestra maquinaria. La esclavitud es permitida pues todo lo que nos rodea es un objeto. El universo está deshabitado; es materia y sólo materia que hay que usar y explotar.

Usar a la naturaleza, como bien lo vieron Hegel y Marx, equivale a ensanchar el dominio humano. Para la idea moderna, conocer equivale a dominar y dominar equivale a iluminar al universo. Una labor evangélica que usará positivamente a todo el universo. Así, el dominio equivale al bien pues fuera de lo humano no hay existencia verdadera.  Así, el imperio de lo inteligible equivale al imperio de lo útil; sin poder no hay redención, sin explotación no hay universo posible. Todo conocimiento, ya sea científico, ya filosófico,  es un disfraz del poder pues sólo en él está —para nosotros— justificada la razón.

Pero no seamos falaces, tal instinto humano no encuentra sus raíces en la Ilustración. En toda civilización ese espíritu está presente. No es de sorprenderse: todo ser vivo en tanto existente establece relaciones con el medio que lo rodea. Relaciones que, desde una óptica humana, son de dominación o, desde otro punto de vista, de equilibrio.

Es verdad, en un punto de vista limitado y moralista, la naturaleza es un teatro del poder y del dolor. Un ser sólo puede existir cuando ha dominado a otro y se ha aprovechado de aquel. Los animales usan a otros al alimentarse de ellos; otros al usar la energía aprovechada de las plantas. Lucha y poder, el universo es el ejemplo mismo de la desigualdad y la esclavitud; la lucha de la fuerza por la fuerza. Finalmente, esas relaciones no son menos reales por no ser conscientes.

Pero hay una gran falta de perspectiva al hacer una valoración semejante. En la naturaleza no existe tal escala de poder porque no hay explotación de un ser sobre otro. Lo que existen son relaciones: la energía es un flujo, no una pirámide. Tal flujo nunca se detiene pues todo se comunica. Es verdad que el carnívoro se alimenta de la carne del herbívoro. Pero él mismo en otro momento habrá de ser un punto más en un flujo interminable. No es la eternidad lo que subsiste; no es el poder por el poder, sino la existencia misma la que nunca termina. El universo no es moral púes en él no existen las jerarquías y los juicios de valor, ya sea basados en la “utilidad”, en la “ética” o en la posesión de poder. Un tigre no es más útil que una bacteria ni una ballena es más poderosa que el plancton; la luz del sol no es más buena que la planta. Son y eso es todo.

En cambio, el ser humano establece un orden nuevo. La consciencia hace nacer al yo. Y ante el universo que le parece inestable, inasible y caótico, crea un remedo de unidad. Sólo de esa manera puede sentirse real; sólo de esa manera disfraza al miedo. Finge la eternidad de los principios. Y es en esa máscara que se reconoce.

Es verdad, no hay sociedad humana que no utilice a la naturaleza. La consciencia sumerge al hombre en el caos y para sobrevivir debe darle un orden a ese universo que se le presenta. Ese orden en todos los casos es una recreación. Para sobrevivir un ser temeroso y apocado no tiene otro remedio que usar al medio para su beneficio.

Sin embargo hay que notar que la recreación que cada pueblo hace de ese universo es distinta y, con ello, distinto su modo de acercarse a la naturaleza. Resulta legítima la declaración de Adorno y Horkheimer en donde sugieren que todo mito es ya la creación de un orden ilustrado. Empero las consecuencias que cada una de esas explicaciones conllevan nunca es la misma. Si hablar es crear y si cada palabra establece una realidad completamente distinta, no es casual que la pluralidad de visiones de mundo sea infinita.

Así, aunque las sociedades clásicas de la China o de la India indudablemente establecieron en cierto punto un esquema de dominación del universo basado en la técnica y en la apropiación de ese universo al universo humano —actitud común a todo el género humano—, ese orden se encontraba inmerso en un orden mayor que lo limitaba y regulaba. En China el orden humano debía ser un reflejo —imperfecto si se quiere— del orden natural. Por su parte, la India consideró al orden humano como un juego más de Maya. Un orden falaz que se sabe serlo, pero que es necesario dentro del concierto infinito de los mundos. En las grandes civilizaciones precolombinas, el universo se concebía como una serie de ciclos donde la destrucción y la creación se suceden sin fin y los hombres son sólo un momento de esos mundos. Un orden basado en la observación de los ciclos naturales.

Más ilustrativo aún al respecto es comparar Occidente con aquellas culturas que no han creado una civilización urbana. Indudablemente en ellas existe el aprovechamiento de los recursos naturales y una técnica a ello destinada. También es necesaria la creación de un orden que explique el universo. Empero y a pesar de la supuesta superioridad que decimos poseer, sus explicaciones son mucho más diversas y flexibles que las nuestras. El mito no está todavía pasado por el logos y carece de su esclerosis. Se vive en la experiencia diaria y con ella se transforma. Aceptan —hasta cierto punto, no hay que perder la perspectiva— la pluralidad pues lo que importa es aquello que se ha vivido.

A pesar de los conocimientos que nuestra ciencia moderna ha construido; a pesar de que el arte siempre ha gritado la diferencia y la pluralidad, Occidente no puede dejar de buscar juicios sencillos. Divide al mundo en dos polos contrarios y espera la redención en la victoria de lo humano sobre el objeto.

El análisis que hace Hegel no es falaz, sino limitado. La Historia que explica no es sino una de las muchas historias. Pero su interpretación no por ello es caduca —como tampoco lo es la de Marx— pues resulta tan cierta como cuando la escribió aplicada a nuestra forma de ver al mundo. Las hipótesis absolutas y desmesuradas de ambos resultan ciertas en nuestra civilización; no sus perspectivas ni sus profecías, las cuales siempre estuvieron atadas a Occidente. La ideología de aquella civilización que concibió al mundo como un objeto y al poder como una meta en sí misma.

Siguiendo a Hegel, la dominación de la naturaleza no es sino el primer paso en la Historia (con mayúsculas). El hombre domina a la naturaleza, pero redescubre lo desconocido en los ojos de los otros. Es entonces el mismo ser humano el infierno del ser humano. Y tan necesario es dominar al mundo como obtener reconocimiento ante los ojos de nuestros semejantes. Apropiarse de esa mirada, de su asentimiento, para en verdad existir.

El camino de Occidente fue la violencia y el poder.

La dominación del amo y el esclavo es sólo el principio (nótese que esa dominación no nace con el hombre como arguye Hegel y sus discípulos, sino con las civilizaciones urbanas) de la dialéctica occidental. El esclavismo llevaba a un punto muerto que habrá de trascenderse mediante la destrucción de ese régimen y así en un proceso de depuración constante dirigido a un fin. La dominación del capital sobre el hombre y del capitalista sobre el proletario es para Marx una de las últimas etapas posibles. Una en donde la victoria del hombre sobre la naturaleza ha llegado a su punto máximo y donde, por tanto, es necesaria la victoria también del poder sobre el poder.
 
Pero no es sólo el poder entre diversas clases sociales (o entre diversas civilizaciones y modos de pensar) el que está presente en nuestra civilización. Para nosotros, ser querido equivale a ser obedecido; es necesario subordinar a nuestros deseos aquello que se ama. Asimismo, nuestras jerarquías encuentran su origen en el poder que ejercemos sobre los demás. El político siempre será más respetado que el agricultor pues su poder se refiere a los hombres todos. Si hablamos en economía, un país estará más desarrollado dependiendo de la capacidad que tiene de subyugar a la naturaleza, de poseerla; de la misma manera, la muestra más patente de poder en una sociedad capitalista contemporánea es la posesión de objetos, ya sean estos inertes o vivos, lo mismo da.

Una visión, se dice, masculina del universo, en donde somos por la cantidad de objetos poseídos. Una posesión que, por lo demás, no brinda la felicidad, sino la infelicidad de los que nos miran, su envidia. Así establecemos nuestro ser: al mostrar que somos más poderosos y mejores que los demás.

No estoy seguro que tal visión sea expresamente masculina (ni femenina por otra parte). Es verdad que en nuestra sociedad el estereotipo ha sido masculino y este estereotipo se vincula directamente con la dominación y posesión sexual. El hombre es más hombre mientras más cantidad de viejas se ha cogido. Sin embargo, no es esta la única visión de masculinidad que existe. Si en occidente se venera a la actividad; en oriente se hace la prédica del silencio; si occidente venera la posesión y la individualidad, las culturas precolombinas privilegian el diálogo y la comunidad. La Gran diosa y el Lingam, la danza erótica, son otras imágenes posibles.

De la misma manera es difícil saber cuál es la pulsión femenina. En nuestros días no es extraño encontrar a mujeres cuyo poderío sexual, cuya identificación femenina inclusive, gira en torno al número de hombres que han poseído. Todo Occidente se identifica con el poder; con la posesión. Usar y ser usados.

Todo aquello que no entre en esa lógica debe ser silenciado o desaparecido. Amor debe ser matrimonio y estabilidad: contrato; el arte debe ser negocio o política: apetito de poder, sublimación; el deseo debe hacerse negocio. Otras culturas deben ser vencidas por la posesión del Poder y de la Verdad.

Verdad en un universo como el nuestro es sinónimo de Dominación.

Es una mentira complaciente pensar que el “desarrollo” que Occidente va en busca de la felicidad. No es así, a menos que demos a la palabra “felicidad” las características que nuestro mundo cree haber descubierto. Lo que el hombre de esta civilización busca es el Poder; un poder que, se piensa, habrá de redituarle en reconocimiento: vivirá, aún después de haber desaparecido, en la memoria de los otros. La eternidad es su búsqueda. Lo que importa no es ser feliz en esta vida sino obtener la aprobación del universo; poseyendo esa Verdad es como seremos parte del Poder. No es la felicidad lo que se busca; es la Dominación. Una dominación que se afirma consumiendo; que para consumir destruye y cuyo último fin es nada más que la búsqueda de más poder. Carrera a la eternidad que no pide nada; que no crea nada; el castigo de la rueda de Dante. No la danza: la maquinaria y sus círculos dentados.

Que la civilización occidental sea actualmente la dominante no es de sorprender. Es aquella que vio en el poder y la dominación su única razón de ser. Su supuesto dominio de la naturaleza (que hace pasar hipócritamente como conocimiento desinteresado) no busca sino el consumo desenfrenado. Otras culturas pudieron llegar a esos extremos también (no es sino un lugar común recordar los moais, las pirámides y centros urbanos abandonados), pero nunca habían amenazado con extenderse al mundo todo.

Esta característica, que los orgullosos occidentales vemos como una muestra de nuestra superioridad, es en realidad un punto final a su carrera. Una muestra de la desmesura: el abismo o la persistencia en la sociedad de las máquinas. Dominar al hombre ha sido su objeto. Homo homini lupus; homo homini Deus. El Dios humano; el dios único que ha de dictar las leyes. Al menos los lobos podían ser vencidos.

No es posible saber si otras culturas son mejores. Todo depende cuál sea nuestra tabla de valores. Sin embargo lo que puede asegurarse es que la objetivación del universo y su consiguiente utilización como haz de poder tendría características muy distintas, si es que se diese. Los pueblos mayas sobrevivieron a la caída de una civilización que no pudo o no quiso ver que su tierra se acababa, obsesionada en una carrera del poder humano disfrazado de divino. Sobrevivieron y aprendieron de ello; ¿seremos capaces también de sobrevivir?

No es posible tampoco asegurar que Occidente sea la peor de las culturas posibles. Hoy inclusive es difícil reconocer lo que fue en sus inicios esta civilización. Si nuestro mundo nace con la crítica racional de Sócrates; es complicado encontrar rastros de esa pasión destructora que es la Filosofía. No triunfó sólo la razón que pone en crisis los cimientos de todo mundo, sino también la Razón que se establece como nuevo sistema.

No es que se proponga aquí tampoco un relativismo. Se propone (aunque tiendo al pesimismo) en todo caso el diálogo y el baile. La creación de una nueva moral: una que no se proponga la dominación sobre los otros.

Pero mirar en ese abismo no significa alegría, sino aceptar la muerte y la soledad. Admitir la posibilidad de la sensación; que no todo está en bajo el control humano. La libertad como la mayor condena, asimismo, como la mayor dicha.

Destruir el orden basado en el poder. No consignas; bailes y cantos.

La razón no como el proceso sombrío y maquinal de Hegel; sino como la destrucción y la creación de la lluvia y la tormenta. Razón y Juego; Arte y pensamiento.

 César A. Cajero Sánchez

 Pregunta y respuesta




¿Por qué vivo en la colina verde-jade?
Río y no respondo. Mi corazón sereno:
Flor de durazno que arrastra la corriente.
No el mundo de los hombres,
Bajo otro cielo vivo, en otra tierra.




Un ahogado por querer alcanzar la luna

Diablo con vestido azul 
(Primera parte)


Hace unos días platicaba con nuestro querido patrocinador (que no paga) acerca de un programa que ha tenido a ver. Sobre todo parecía muy molesto por un especial acerca del grupo de Chris Stein, Debbie Harry y Clem Burke. Asegura él que en tal programa entre otras divertidas afirmaciones se dijo que dentro del punk había poca presencia femenina.

Yo, feminista de cajón (y al mismo tiempo ama de casa persignada), comprendo que esperar que un tipo de lentes de pasta y mal gusto diga algo notable sobre lo que no conoce es como esperar que con las elecciones gane el país.

Pues bien. Es verdad que el rock (y en general la música y el arte occidental al menos) no se caracteriza precisamente por la presencia de creadores mujeres. Dentro del rock, por ejemplo, se ha de ver que en géneros como el rock progresivo o el heavy metal la mujer no pasa de ser (con extrañas excepciones) sino un motivo de letras graciosas.

Aunque en los cincuenta y sesenta hay grandes mujeres rocanroleras (Wanda Jackson, Nancy Sinatra) y en los sesenta las chicas de Motown, bajo la mente siniestra-maestra de Berry Gordi y sus compinches, nos legaron tantas buenas canciones como productores desquiciados. También está ese grupo maquiavélico y rarísmo que fueron las Shaggs.



Algún día hablaremos de Motown y de las cantantes de los sesenta. Obviamente hubo mujeres tan importantes como Janis Joplin o Grace Slick (de Jefferson airplane).

Sin embargo, es de notar que en general las mujeres siempre actuaron hasta ese momento, con algunas excpeciones casi todas de bandas garageras, como cantantes. Ver a una mujer tocando un instrumento era poco menos que impensable.

La primera mujer que toca un instrumento en una banda en verdad fundamental en la historia del rock es Maureen Tucker, baterista precisa y minimal del Velvet underground (en donde también estuvo por algún tiempo la maravillosa y por muchos odiada Nico). Para apreciar el estilo de Mo Tucker, nada mejor que esa píeza hipnótica y perversa que es Venus in furs. Himno sadomasoquista que le daba la vuelta a todo lo que en los sesenta nos imaginamos. Margaritas y florecitas en el pelo (Scott Mackenzie dixit).




Fuera de las cantantes de folk, Joan Baez todavía en activo, la maravillosa Carole King, (pero hablemos de eso en otra ocasión porque aunque desde siempre las mujeres han sido una gran presencia en este género y solemos confundirlo con el rock, en realidad es muchísimo más antiguo), en los primeros setenta sin duda alguna la figura femenina más notable fue Susan Kay Quatronella (en serio) a.k.a. Suzi Quatro con todo y su guitarra alocada. Rock seco, duro que lo mismo tiende al hard rock setentero que al glam de esas épocas (al glam neoyorquino, hay que aclarar). Ni hablar; yo tampoco quiero que me lleven a bailar, prefiero roquear duro (y saltar en las canciones).


Con la llegada del punk el estereotipo habitual y el rol de la mujer en la música rock había de cambiar dramáticamente. No sólo aparecieron muchos grupos liderados por mujeres, sino que la presencia de músicos del género femenino e inclusive de grupos completos sólo con chicas, fue cosa ya común. Dicen bien en The filth and the fury: la mujer dejó de verse como ciudadano de segunda clase. Porque aunque los movimientos contraculturales de los sesenta tendieron también a la liberación femenina, ésta siempre se vio subordinada al deseo masculino, si no es que tendía a aceptar el rol masculino y a masculinizarse ella misma. Penelope Spheeris dice de ello con sorna: "Para mí toda la idea del amor libre sólo era un pretexto para acostarse con el mayor número de mujeres posible".

El zumbido con el que empezó el punk no fueron sólo los acordes pegajosos y bailables de unos enloquecidos Ramones. Esa es una fantasía creada por algún cuate con alzheimer. Ahí estaban los Talking heads, el grupo de Patti Smith, los Dictators y Blondie. No es extraño que en más de la mitad de estas bandas hubiese una mujer. Ya los Velvet habían marcado el camino a seguir.

Patti Smith es cantante de su propio grupo. No se limitaba a ser interprete. La larga carrera de la autora de Horses abarca desde la publicación de poesía a las artes plásticas. Inquieta y siempre en busca de nuevos horizontes, es quizá la mejor letrista del punk neoyorquino.



En las antípodas del sentir y de las maneras de Patti Smith está Blondie. En cierto sentido Deborah Harry tiende a seguir el estereotipo de las mujeres en el rock de pasadas décadas. Aparentemente es la frontman buenona que no hace sino interpretar las canciones que otros escribieron y cuyo principal rol es usar su atractivo para que los sudorosos roqueros tengan sueños húmedos y compren muchos discos. Por supuesto, nunca ha sido así del todo. Las mujeres cantantes no sólo han influido desde siempre al sonido de su banda, sino que han marcado con su presencia todo su quehacer. Ya anteriormente hablé de los Jefferson Airplane y Grace Slick. Creo que sería ocioso mencionar a  Big brother & the Holding company y Janis Joplin.

Blondie tiende más aún que los Ramones al bubblegum, a adoptar y llevar hasta el extremo el arte pop. No deshechan nada, no discriminan nada. Todo en ellos está hecho para parecer una obra de Andy Warhol. O mejor dicho: de Roy Lichtenstein. Debbie Harry es la perfecta encarnación de las chicas del cómic y la música de Blondie mezcla el pop, el disco, el rapping y hasta el blues con el rock duro de manera que en ellos el punk alcanza uno de sus extremos más extraños. Una ex-conejita de Playboy tocando con un grupito de ex-intelectuales en lugares (CBGB, Max Kansas, Roxy's) donde la audiencia incluye a mujeres rapadas, a hombres con pelos de color morado y donde la cantante de la banda que les precede orina en público y la banda que les sucede toca canciones acerca de lobotomías adolescentes.



Los Talking heads, por su parte son un grupo que musicalmente tienden tanto o más que Blondie al eclecticismo. Pero su estilo juguetón tiene un trasfondo intelectualizado. Saben bien lo que quieren y cómo conseguirlo.

Formado por David Byrne, Tina Weymouth, Chris Frantz y Jerry Harrison, los Heads fue un proyecto de un grupo de intelectuales por, al principio, revivir sus rolas favoritas del garage sesentero y aportarles un filo moderno. El bajeo de Tina, preciso, precioso y lleno de cadencia fue un ingrediente imprescindible para el quehacer del grupo. No es de extrañar su posterior acercamiento a lo que en los noventa se llamó World music.




En el punk inglés, por su parte, hubo mujeres desde su proceso de creación. Ya el Contingente de Bromley estuvo lleno de féminas y muchas de ellas hicieron sus propios grupos. The Slits, Siouxsie & the Banshees, X-Ray Spex, Celia and the Mutations, The Adverts, Blitz, The Nipple erectors, The Killjoys, The Rezillos, Penetration, Plasmatics... No es posible hablar de todas y de cada una de las mujeres que participaron en aquel legendario verano del odio del 77, pero tomemos a sus grupos más importantes.

Siouxsie Sioux, una fanática de David Bowie, creo a los Banshees (nombre dado por los espíritus femeninos que con sus gritos y llantos invocan a la muerte de los mortales según leyendas del norte europeo) en la segunda mitad de los setenta. Junto con The Clash, The Damned, The Buzzcocks, X.Ray Spex y The Jam fueron los primeros grupos formados a la estela del grito de los Pistols. Siouxsie se distinguió por su gusto desde el principio por la parte más oscura del punk. El sadomasoquismo, las relaciones enfermizas, coqueteos con la estética (no la ideología) nazi. Su sonido, además, era mucho más elaborado que el de otros grupos de su generación. Ya su primer sencillo "Love in a void" tiene un parecido a una marcha militar y un ambiente opresivo que contrasta con otras canciones punk. Poco a poco su música se convirtió en uno de los pilares de lo que después fue el postpunk oscuro (o sea, sin luz). Siouxsie, por lo demás, interesada en el pop en la corriente de Bowie encarnó a un paradójico símbolo sexual desinteresado en los hombres; un erotismo frío e inclusive despreciativo que está tan lejos de Blondie como del enloquecido discurso combativo de, digamos, The Slits.


Ya que hablamos de las Slits, pues hemos de mencionar a aquella memorable banda formada por Ari Up, Viv Albertine, Teresa Pollit y Palmolive. Antes estas chicas habían tocado con los Castrators (y ya desde entonces se veía por dónde iban) y con The Flowers of Romance (otro grupo acabado por la "inteligencia" de Sid Vicious).

The Slits eran un grupo declaradamente combativo. No es de extrañar las relaciones con The Clash, pues al menos en teoría, ambos grupos manejaban discursos semejantes y ambos fueron influidos por el reggae. Sin embargo la ejecución desordenada de los instrumentos además del peculiar estilo vocal de la rastuda Ari Up hacen pensar en los Sex Pistols en concierto (no sé si eso sea un halago) y posteriormente (para no variarle) tanto a Big audio Dinamite como a Public Image limited. Ari Up murió hace relativamente poco de cáncer.

Debo de admitir que no soy precisamente fan musical de The Slits (me gustan más bien sus covers), pero lo cierto es que de ellas salió un discurso dentro del rock que impulsaron tanto las Plasmatics y las Pretenders por una parte como después el movimiento de las Riot Grrls, con Bikini Kill, 7 year bitch, Sleater Keanney o Mecca Normal. Una especie de feminismo ideologizado y baratón (no es lo mío tampoco), pero que si no se toma muy en serio hasta te da ánimos de vez en cuando y te hace salir de muchas estupideces. Lo digo por experiencia: hasta la victoria siempre, compañeras mías.


Por su parte, X-ray Spex liderado por la enloquecida Poly Styrene fue una mutación pop del feminismo de las Slits. La jovencísima Marianne Joan Elliott-Said se unió a su amiga saxofonista Susan Whitby (a.k.a. Lora Logic, quien aunque ya para el disco había sido reemplazada, formó después Essential logic y después Red Crayola) y a otros cuates para hacer un grupo punk. Su sonido remite a los Pistols por la sorna de las letras y el estilo desenfadado y agresivo de Poly Styrene (quien en imagen encarna tanto como Johnny Rotten a la perfecta anti-estrella). Su primer sencillo "Oh Bondage, up yours", con su discurso inicial "Some people think little girls should be seen and not heard. But i think Oh Bondage Up Yours!". Las letras del grupo tendían a un feminismo juguetón e irónico. Se burlaban lo mismo de la sociedad de consumo y su relación con las mujeres ("The day the world turned day-glo") como de los estereotipos femeninos y feministas ("I am a cliché", "art-i-ficial"). Posteriormente y una vez desaparecido el espíritu punk original, Poly Styrene se unió al Hare Krishna (en serio) junto a su amiga Lora Logic, hizo algunos discos no muy emocionantes y hace un par de años murió de cáncer espinal y de seno. Ma la onda para uno de mis grupos favoritos.


Dado que hay muchísimas bandas con presencia de mujeres en el punk original, no es posible hablar de todas ellas. Pero como siempre me ha caído mal el tal Billi Idol (aunque sus canciones me gustan, que ni que), por ser un ladrón de primera (hasta su pinche gesto se lo copió a Sid Vicious), pongo una canción de Celia & The Mutations (en otras canciones parece una mezcla entre folk y los Velvet underground): la original "Mony Mony" en versión punk. Va ésta por todas las chicas punk que me faltaron.



No se pierda la segunda parte: ¿qué dejó el punk para las mujeres además de pelos parados y grandes grupos cuyos miembros mueren de cáncer? La próxima semana pasaremos del New wave al indie y del indie al Riot Grrrl; de ahí pa'l real.

Por cierto, no manden correos exigiéndome hablar de las cantantes sesenteras. Ya lo haré. Lo que quiero es que se note que en el ROCK (no hablamos de folk, en donde, ahí sí, las mujeres han estado presentes siempre) no es sino hasta el punk en que las mujeres entraron masivamente a ocupar espacios en las bandas. No sólo como cantantes o atractivo visual (ya sé que no eran así del todo, pero era el estereotipo).


Titania con leyendas feministas (ajá)

martes, 19 de junio de 2012


Entre condenados

 

El miedo a la soledad marca cada uno de nuestros pasos. Inseguros, decimos vivir de acuerdo a nuestras voluntades, pero en realidad no hay nada más difícil que la libertad pues ésta supone arriesgarse a cada instante.

Todo aquello que hacemos está referido a nuestros semejantes. Ellos nos miran; actuamos en relación a ellos; para ellos. Todo: nuestro comportamiento, la manera en que hablamos, las frases que decimos; la ropa que usamos, los bailes que danzamos. Todo lo hacemos en relación a quienes nos miran.

El ser humano fue definido por Aristóteles como el animal político; como un animal social. Siempre vivimos en relación a los otros y modelamos nuestro comportamiento a partir de sus reglas, sus vaivenes, sus caprichos. Amanecer un día con una opinión y otro con la opuesta; abjurar en un momento de lo que en otro amamos; creemos que actuamos como lo hacemos por decisión propia. No es verdad: vivimos siempre de acuerdo a los demás; a alguien.

Incapaces de vivir sin ídolos y sin cadenas, nos aferramos a cualquier cosa, a cualquier certeza para no vivir solos. Necesitamos la aprobación de los otros seres humanos; sus palabras, sus decepciones. El rebelde también vive en relación a ellos pues necesita la presencia de los otros para así afirmarse: es un esclavo de la opinión pública tanto como el moralista. Es el número el que nos obsesiona: solo en un grupo podemos respirar; sentirnos existentes. Es necesario entrar en los juegos de la sociedad.

La moral es el instrumento más acabado y perfecto de la sociedad. Nos conducimos por sus reglas; por sus costumbres. Vivimos de acuerdo a lo que otros han descrito como bueno o malo.

Con moral no me refiero sólo a las reglas escritas de la sociedad; a sus nociones de lo bueno y lo malo así declaradas. No: la moral, en tanto las reglas de conducta de determinada sociedad, abarca todo lo que en esa sociedad exista. El mundo humano hace una valoración del universo de acuerdo a determinados límites. Nuestra civilización sanciona de acuerdo a las nociones de bien y mal; de útil e inútil. Pero no siempre tal precepto es declarado. Sin decirlo, se sobreentiende que lo “bueno” es poseer más, dominar a la naturaleza, a otros hombres; a aquella persona a la que amamos. Sin tener que declararlo, la sociedad establece que el matrimonio y la estabilidad son algo “bueno” y “útil”. De la misma manera, todo comportamiento que esté fuera de lo habitual se considera “malo”, “inútil” o “irracional”.

Pero aquellos que dicen ir en contra de la moral imperante también establecen reglas que pretenden aplicar a todos. Buscan imponer sus ideas, sus obsesiones; sus lineamientos, bendiciones y maldiciones, a todo ser vivo. Al universo todo. Sade, Marx, Fourier, Proudhon, Saint Simon; todos los reformadores son moralistas. Establecen leyes para los hombres, para encadenarlos a una verdad.

Verdad y moral son hermanos gemelos. Para que existan normas de conducta se debe entender que hay una verdad universal o un modelo que se concibe como tal. Sólo de esa manera se puede juzgar a los otros a través de esa verdad que sabemos absoluta. Sólo así entendemos que el hombre se azote contra las paredes por ser incapaz de ajustar su vida a esas reglas que otros le han dictado; que él mismo se impone.

Sólo si sabemos que la verdad es benéfica, si sabemos que la sociedad nos ha brindado en sus palabras la salvación, podemos odiar al mundo. Juzgarlo de acuerdo a nuestros límites. Maldecir a la vida en nombre del Bien.

Se han engañado las almas predicadoras que opinan que el origen del dolor proviene de la moral judeocristiana. Ella no es sino una entre infinitas formas de calumniar al mundo; de odiar a los deseos. De sentirnos confortablemente esclavos.

Predicadores de un mundo “verdadero”; quienes confían en la política, en el arte, en las religiones; en las profanaciones y hasta en los infiernos de Sade, todos son moralistas. Maldicen al universo. Quieren reformarlo de acuerdo a su particular gusto y lo más importante: hacer ver a los hombres que ellos habrán de liberarlos. Porque para el hombre la verdadera felicidad radica en saberse encadenado.

Otro engaño, que los seres humanos vivirían una existencia satisfecha en la libertad. No hay mayor mentira: una legión de cautivos siempre será preferible a la soledad. La libertad es miedo, aislamiento, vértigo. Mirar al abismo porque no hay de dónde aferrarnos. Ver a la libertad a la cara es aceptar que no existe nada eterno.

Significa, asimismo, conocer que cada instante es una apuesta sin sentido; ser responsables del destino. El destino y el azar son igualmente terribles pues en ellos está contenido todo aquello que escapa a nuestra voluntad; pero sólo por la libertad se puede conocer ese camino. Cada acto de la vida se dirige, entonces, contra aquel que es libre pues sólo él conoce qué fue su propia mano la que escogió ese destino.

En cambio la moral es confortable. No hay que decidir nada porque las respuestas están dadas de antemano. La existencia está resuelta desde el principio; las cadenas permiten dejar que la vida pase. La recompensa estará siempre en el futuro: una cárcel que nos permite, además, vivir con esas sombras y reflejos que son ahora nuestros semejantes. No estar solos.

Las reglas morales provocan angustia a quienes las violan, es cierto, pero también dan certeza del castigo. La visión luciferina de quienes pretenden desafiar a la Iglesia o al Orden al invertir sus preceptos en realidad no hacen sino someterse a esa misma lógica: hay una verdad absoluta que ha de ser impuesta a todos los hombres. La orgia vuelta reglamento; el pecado convertido en norma. Nuevos fariseos que fustigan a quienes no siguen la verdad eterna.

Buscamos en toda experiencia, en todo éxtasis el camino a la eternidad. La vida como una experiencia, como ese instante fugaz que nace y muere para luego nacer de nuevo, es el terror al que nos enfrentamos. De los gemidos sagrados formamos religiones; de ese fulgor que nos doblega, del amor, creamos instituciones, reglas, trabajos. Necesitamos compartir todo sentimiento y catalogarlo, darle reglas. Necesitamos convertir a los demás en esclavos de nuestros dolores y alegrías para así mejor conocer nuestras cadenas. Preferible la copia del alma que abandonarnos a ese abismo del que nada conocemos.

Como hombres vivimos encadenados a la moral. Pero la miseria de nuestras morales consiste en hacer de ellas la regla universal. Queremos hacer de la pluralidad de experiencias y deseos una unidad; encontrar una base cierta a nuestros infiernos. La misión de la existencia humana ha sido hacer de la moral el límite de la erótica. Maldecir al cuerpo, a la sensación, al deseo. Lamentarse por el mundo.

¿No hay otro tipo de moral?, ¿no es posible aceptar que cada instante es una bendición; que cada experiencia es perfecta en sí misma y que no es necesario volverla norma?, ¿no es posible una moral del deseo?
 
Ser fiel al deseo es lo más difícil de todo porque vivimos entre apetitos racionales; morales. Para liberarse de las cadenas de siglos de moral habría que destruir a la eternidad; mirarnos en el agua oscura del abismo. Admitir que no hay nada.

Destruir las fantasmagorías del poder y del poder sobre nosotros y sobre los otros. Una confianza que sólo es canto y juego. El primer deber del santo es olvidar que existe el deber; es olvidar que existieron las reglas. Destruir a la moral no lleva sino a la construcción personal de esa moral. Hacer de la erótica y su infinito la base de esa moral: pluralidad, gozo y sufrimientos.

No hay más dura moral que aquella que tiende a seguir los deseos; que aquella que empuja a la libertad y a la responsabilidad por ese destino.

Ácidos, éteres, bases y alcoholes


Hace cosa de dos semanas escribí que el ácido y todas esas cosas que fríen el cerebro no eran para mí. Además me atreví a decir que el rock que se hizo en la segunda mitad de los sesenta no me hacía saltar.

Pues dado que muchos amigos me conminaron a reparar ese error que es para ellos herejía, escribo sobre algunas bandas de esa época. De todas maneras, no veo que las haya ofendido. Realmente no me imagino a mí misma bailando o saltando con The Youngbloods. Ello no significa que sea un mal grupo. De todas maneras y digan lo que digan, esos tipos sí tenían frito el cerebro.

Mi grupo favorito de esas épocas (quitemos a los que ya existín desde antes al igual que a cosas como los Stooges, Velvet underground, MC5 o The Doors ) es sin duda el comandado por Grace Slick y Marty Balin. Slick venía de otro grupo, The Great society, de donde llevó dos de las canciones más emblemáticas del Jefferson Airplane: Somebody to love y White rabbit.

De ambas definitivamente me quedo con White rabbit. Una gran canción que comienza con el bajo y la batería marcadas en un tono al mismo tiempo marcial y sensual. Una especie de ceremonia de iniciación que nos lleva de la mano para encontrar a Alicia.


Sin embargo no puedo dejar de hablar del Jefferson Airplane sin mencionar mi canción favorita: Today.  Se trata de una canción que definitivamente deja toda su fuerza en la instrumentación. Junto a una letra cursi hasta la saciedad, un arreglo suntuoso que en mucho recuerda, paradojas de la vida, lo que en la segunda mitad de los setentas harían los primeros grupos de postpunk oscuro (espántame panteón). Después, con el cerebro bien reblandecido estos muchachos hicieron el Jefferson Starship y de ahí su caída en lo mero sabroso de la burla y el ridículo, pero eso, diría la Nana Goya, es otra historia.


Otro grupo que me cae de variedad es Buffalo Springfield, Bien conocidos por la canción que pondré a continuación. Una agrupación que combinaba folk con lo que en ese entonces se llamaba rock (yo no le veo relación con Little Richard, perdónenme; ese cuate sí era la neta). Entre los músicos que surgieron de este breve aunque sabroso proyecto están Neil Young y Stephen Stills quienes después de echarlo a perder con sus constantes pleitos de gatas, luego van a reconciliarse en Crosby, Stills, Nash & Young.


Los ya mencionados Youngbloods fueron otro grupo que debo admitir me ha dado buenos momentos. Un himno algo camp (por la letra) que, sin embargo, sigue sonando ponedor. En realidad la rola no es de ellos, sino que fue grabada a principios de los sesenta por el grupo folk The Kingston trio. Pero como este post no trata de música folk (aunque me late más) ni modo. Algún día hablaremos de ellos.


Un grupo maravilloso de esos años, aunque relativamente poco conocido, es Spirit. Randy California y compañia hicieron en sus primeros discos algunas de las canciones más inquietantes que conozca. Lo malo es que, como parece ser común en bandas de este estilo, luego se fueron por el progresivo y con ello, el aburrimiento total. Bueno, nadie es perfecto (luego me van a decir que me retracte y haga un post sobre progresivo).


Los hermanitos Chambers (Chambers brothers) también hicieron lo suyo e hicieron una realmente sabrosa canción que casi me hace retractarme porque de vez en cuando sí me hace saltar. Curiosamente, junto a Arthur Lee de Love, son de los pocos músicos de color (subido) que conozco entre los de la costa oeste por esos añitos. Hay una buena versión de los Ramones a esta canción, por cierto.


Por otra parte, It's a Beautiful day es un grupo que aparte de ser un maravilloso somnífero (me consta, y lo mismo se puede decir de Quicksilver messenger service a quienes no pongo porque sus rolas están muy largas) se debe admitir que tienen algunas cositas por ahí. Mi rola favorita (¿o será la única que me late?) es "White bird". Pues ahí les va:


 Terminemos el divertido recorrido por las canciones cargadas de ácido con Pink floyd. Tal vez debí haber puesto a Love, pero no estoy seguro de catalogarlo aquí; los Byrds aunque tienen una canción definitivamente "psicodélica" (ah qué palabrejas), "Eight miles high", en realidad son anteriores y van más al folk rock. Pues bien, aunque Floyd es más conocido por su etapa setentera, antes tuvieron con su líder Sid Barret el honor dudoso de ser la banda de rock ácido más prominente de Inglaterra. Letras piradas (algunas debo decirlo, muy buenas); arreglos somníferos (aunque nunca como lo que hace Gilmour) y un cuate bastante simpático (quien terminó en el manicomio, ni modo: "Wish you were here").





Titania sin polvo de hadas

Callejón con salida al sueño


Uno cierra los ojos
casi seguro de volverlos a abrir en otra parte,
uno cree, casi está seguro,
de que la sombra del dios aún pesa en la balanza.
Cada semilla es un amuleto para sortear la nada.
Por su plegaria al fuego memorable
el día junta las alas en medio de su pecho
y en la cumbre cegadora mi alma clama
por un puñado de milagros quela sangre entienda.

El delirio es tabú.
Nadie se ponga a corregir sus sueños
cuando por cada cosa que vuela
se consume un racimo de cometas,
cuando uno sabe que el viento es cadena de sollozos
y que muchas voces soplan sobre las plegadas velas.

Yace la tierra
entrañablemente cerca de sus muertos,
en los polos la aurora cumple un mes de nacida,
torna al sol el duende tornasol,
la campana mayor, sombrero de bronce sobre un mechón de pájaros
me da por primera vez los buenos días.

Las únicas cicatrices bellas
están hechas del plomo que cubre a los vitrales,
las únicas cicatrices que deja la hermosura
destellan sobre los claros jardines
donde el sueño agita espadañas de cristal de roca
y donde baila el corazón, almendra incontenida,
entre labios que se posan en otros labios
inaugurando la cruz florida del deseo.

Uno encima pilas de aureolas
y anuda largos ríos para medir el universo,
enloquecida virgen que nos ofrece su cuerpo con señales furiosas.
Uno reposa.
Descansa en la cueva de escalonadas sorpresas,
en la hendedura multiforme
donde el tajo de una lágrima airea la cal de los pómulos,
el revés y el envés de la reflexiva calavera.

Uno toma el sol, todo el sol que ha existido.
Uno se estira como un leopardo entre el perfume verde.
Manos indiferentes
ordeñan el último furor de los volcanes aquietados,
manos como flores
despegan al niño de su pañal de zarzas.

Pero no estoy triste, sólo un poco fatigado,
porque la vida no hace nunca lo que quiero;
no estoy fatigado, sólo un poco triste
por decorar con tanto exceso
vasijas de espuma y peceras que se rompen.
No estoy triste ni tampoco fatigado:
el astillero se hace a la mar embarazado de balandros
y el pandero no suena porque sus discos de metal
en jazmines se han trocado.

Por el delgado firmamento
que un golpe de cabellos suele quebrar
bajan dominaciones y potestades a dormir aquí,
junto al toro blanco, siempre remecido
en la tersa hamaca de su vientre.

Entre delirio y más delirio
uno reza porque Dios nos vuelva más honestos
y por el limpio gozo de nuestras vacaciones en la tierra
y porque los dedos persigan todo cuanto escapa:
la munición de mercurio, el fruto escurridizo,
la carne de gasa que te envuelve, señora irreal,
mujer cifrada y nunca retenida.

Nombro otra vez la munición de mercurio y el fruto fugitivo,
porque me dan idea, señora, me dan idea
de cómo eludes la sigilosa emboscada
cuando te busca miantorcha azul hasta la raíz
cuando te abres paso en la noche
hacia lentejuelas de primera magnitud.

Ya te dejo en paz, luminaria inaudita,
hegemonía lustral que yo persigo en vano,
espectro de lo que nunca ha venido,
de lo que viene y va, por el ancho tobogán del iris.

¡Oh imperio mío de sueños que me sobreviven
y me condecoran con alas de verdad!
Yo sé, siempre lo he sabido:
respirar y latir no es lo mismo que sentirse vivo.
Quizá por eso uno cierra los ojos
casi seguro de volverlos a abrir en otra parte.




Dícese que Marco Antonio Montes de Oca

Excomulgados

 

Aunque se ha mencionado mucho la excomunión de Scorsese debido a La Última tentación de Cristo y para muchos ellos da pie a la aclamación de dicha película como una que "pone en su lugar a la Iglesia". Esas personas regularmente son aquellas que no han visto el filme.

La leyenda de la excomunión es en realidad falsa. No hay ni hubo excomunión de parte de la Iglesia católica hacia Scorsese, aunque es verdad que no promovía exactamente la proyección de la película. Los que prohibieron su comercialización no fueron en realidad prelados de la Iglesia católica, sino burócratas santigüados al servicio del todopoderoso (pero al que todos amamos, parece ser) Estado.

Quien sí fue excomulgado fue Nikos Kazantzakis muchos años antes pero por parte de una de las Iglesias ortodoxas (no sé cuál, si he de ser sincero).

No veo el porqué de tanto escándalo. Quienes han visto la película coincidirán en que es un retrato bastante fiel de las escrituras. Nos muestra, además, el rostro de un Cristo muy humano. Uno que baila, que ríe; que entra en cólera. El conflicto entre lo sagrado y lo humano, como se anuncia desde el principio.


Hay, además, en La última tentación de Cristo un espíritu de panteísmo que aunque no es ajeno al cristianismo, sí ha sido obscurecido y ocultado. El discurso que le dice a Judas en donde ve a Dios en todas las cosas hace recordar tanto a el Evangelio de San Mateo como a San Francisco de Asís.

Quizá lo que asustó a los mojigatos fueron los diez minutos en los que se juega con la idea de que la anunciada última tentación es aquella en la que el hombre-dios vive la vida de un hombre normal. En donde toma a una mujer por esposa, tiene hijos y agoniza. No veo lo escandaloso pues es una muestra de la lucha entre el hombre y lo sagrado.

Pero bueno, en lugar de hablar tantas tonterías mejor dejo el trailer de esta cinta. A ver si alguien se anima a verla.




Oberon

martes, 12 de junio de 2012


Los nuevos credos

 

Nada más natural en nuestra sociedad que el ateísmo; nada menos existente. Vivimos en la búsqueda de sentido; de reglas y órdenes. Vivimos en búsqueda de un camino único, de una verdad a la que entregarnos.


Es verdad; a partir del siglo XVII el ateísmo se ha perfilado como una nueva religión. Una tan feroz, escrupulosa y fanática como aquellas de las que se dice enemigas. Una religión misionera, evangélica; dispuesta a acabar con todo aquel que descrea de sus principios; una que aboga por lo bello, bueno y verdadero. La nueva utopía en la tierra; aquella donde el orden ha nacido de sí mismo.


El ateísmo como toda religión tiene una ley y una moral. Como toda moral es punitiva: sus principios están basados en ideas inamovibles; en juramentos de fe. Desconfía del cuerpo y de los instintos tanto o más que las religiones monoteístas; propone un mundo perfecto logrado a través de la razón y el orden; a través de las reglas y de las cadenas que ese orden nos revela.


Resulta cuando menos sugestivo constatar que los argumentos que el ateísmo esgrime en contra de las religiones provienen de los códigos morales que esas mismas religiones impusieron. La religión “es mala”; Dios “no es bueno”; hay que “evolucionar” hacia el “bien”. Ni siquiera escritores como Sade escapan al maniqueísmo. La moral al revés de Sade no sale de los esquemas de las religiones abrahámicas; aterrado por el “mal” que rige la existencia y la “hipocresía” de los otros moralistas, sus novelas son el tiro por la culata a la Ilustración y al cristianismo. No rompe sus moldes: los invierte. En Sade las nociones de bien y mal permanecen firmes, simplemente considera que el principio original es el mal. De ahí sus obsesiones (y su genial monotonía).

Es una mentira que la sociedad moderna sea más libre que anteriores. Sintomático es que los siglos posteriores a la Ilustración (que he de repetir marca el nacimiento del mundo moderno) son aquellos en donde la moral judeocristiana se distinguió por su ferocidad. La época victoriana esgrimió esos valores ya no en nombre de un Dios, sino de una civilización y unos principios que se pretendían racionales: verdaderos y únicos. La moral occidental no cambió: fue presentada, entonces, como natural; como producto de la civilización y la evolución

Paradójicamente épocas anteriores no habían despreciado al cuerpo y a las pasiones. La religión, a pesar de lo que se ha pensado, no es sinónimo de moral. No hay nada más carnal que la pasión de Jesucristo; nada menos espiritual que las costumbres hindúes. La religión es una encarnación y en ella aparece tanto el llanto como el deseo; el jadeo y la risa.

Se ha acusado a las religiones de no ser racionales; denuncia cierta, pero falaz porque ninguna religión pretende nacer de la razón sino trascenderla. Cierto es que vivimos atados a la tradición cristiana que para permanecer viva tuvo que crear una magnífica teología. El pacto de occidente entre razón y revelación consiguió sobrevivir por más de mil años sobre una base a la vez fastuosa y frágil.

Pero nos creemos más avanzados y libres que hace mil años. Hemos perdido la sensibilidad para los himnos y la risa del carnaval. Nuestras pasiones ya no estallan, sino que languidecen ante una moral que no ha perdido su fuerza. Dos morales encontradas: la del judeocristianismo y aquella otra, espejo de ella misma, que exhibe pecados y los disfraza de libertades. Nuevos fariseos; nuevos dioses atados a las mismas paredes; a las mismas cárceles.

La religión en tanto institución nace como una fuerza social. La idea burguesa de nación es ahora aquel error por el que nos sentimos parte de algo; es por esa idea por la que podemos renunciar a la libertad. Sacrificarnos; no sentirnos solos. La religión en gran parte ha perdido esa fuerza que antiguamente le daba validez porque ya nos hemos convertido en esclavos de otras máscaras. Ser salvo significa en nuestro mundo sacrificarnos y sabernos parte no de un imperio celeste, sino de una sangre y un suelo.

Como toda institución social, las religiones han sido fuente de unión; han creado civilizaciones. Asimismo, han establecido reglas y cárceles. No han sido ni serán nunca las únicas ortodoxias encargadas de castigar la libertad; sin embargo, pocas otras instituciones han hecho correr tanta sangre. Sólo las ideologías modernas han llevado su feroz moral a tal grado: el matrimonio nos trajo el adulterio y la neurosis; el trabajo, la desgana y el castigo del círculo eterno. Con las Instituciones, sean religiosas, sociales o ideológicas, creamos nuestras cadenas. Incapaces de aceptar la pluralidad y el caos, los hombres buscamos verdades. Las distintas fes y creencias no han sido sino pretextos para buscar un orden. Para mejor someternos; usar y ser usados.

Lo que pretendemos olvidar es que nuestra civilización reposa en los mismos principios de todo mundo anterior. Pretendemos conocer el orden universal y tener el derecho si no la obligación de establecer ese nuevo reino; de hacer ver esa nueva verdad. No por nuestro bien, sino por el del universo todo. Para ello la espada y el libro de fe no son ya suficientes; ahora tenemos el arma de fuego y la fuerza de los medios de comunicación. Una misión por la que vale la pena sacrificarse; una verdad que no se puede tocar con las manos.

Prohibimos la libertad porque la libertad es una condena. No es a la esclavitud a lo que tememos: es al azar. La esclavitud es la condición natural del hombre siempre que no se dé cuenta de su condena. República de ciegos es la mejor utopía; rendirse a un enemigo desconocido; República de filósofos siempre que éstos hayan alcanzado la Verdad y con ello, unas nuevas cadenas para ellos y para todos.

No es extraño que estas cadenas no se hagan patentes; que el mundo nos parezca el único posible. Vivimos en él: creemos en él. Nos ofrendamos diariamente en él y por su causa. Sólo a través de sus leyes y de sus caminos podremos alcanzar la verdad; el bien que nos han prometido. La felicidad que nadie conoce pero que confiamos estará allí. La esperanza y la forma de soportar el valle de lágrimas es que los que nos sigan también habrán de conocer el purgatorio. Su condena es nuestra alegría; los trabajos futuros y su sangre redimen la nuestra. Ellos también conocerán la Verdad.

Pocos mundos más morales que el nuestro. Un  universo en donde el placer y la pasión se han convertido en medidas de higiene; en donde el descanso y el arte son necesarias pérdidas de tiempo; en donde todo aquello que no esté movido por el poder ha de ser desechado. Las propias rebeliones modernas se ajustan a esos patrones: reivindican al dinero, a la fuerza, al trabajo... No escapan de esos límites; ostentan esa nueva moral; tan vieja como nuestro mundo. No es una ley ajena al cristianismo, sino su misma hija ilegítima. Pero no es ya el alma y el reino del cielo los que justifican la miseria, sino el dinero y el poder de esta tierra los que mandan a nuestras sumisiones.

El cuerpo no se ha liberado; él mismo se ha convertido en un vehículo de esa nuestra verdad: se ha convertido en fuerza y sólo eso. Se ha convertido en instrumento que hay que vender o politizar, no gozar. La vida debe convertirse en poder y de ese poder nacer nuevos trabajos.

El espacio para la risa, el arte y el placer que escape a esos modelos es un camino equívoco. Si el mundo medieval tenía al carnaval y su pérdida de límites; la parodia moderna es la pornografía y con ella un nuevo negocio. No la ausencia de límites, sino la utilización de ese impulso para convertir aquella pasión en parte de la misma maquinaria; industria de la higiene.

Finalmente, los hombres han aceptado a los falsos dioses; al dinero, a la fama, la fortuna; el futuro que nunca han de tocar. Para un mundo como éste es imposible entender que lo sagrado no es sinónimo de institución; lo cual es tan absurdo como juzgar al amor por el matrimonio. Juzgan aquella sensación indescriptible por la institución que la usa como pretexto para crear una base social. Pretenden legislar lo que nació libre. Algo común en el hombre: hacer monumentos de lo eterno, aterrado por nuestra finitud, y, con ello, acabar con la libertad; sofocar aquello que ha nacido.

El ateísmo juzga a lo sagrado en nombre de la moral moderna y es incapaz de recordar que no puede moralizarse al absoluto. Al igual que las pasiones, la sensación de lo sagrado nace de una fuente que no es ética, sino vívida. Lo sagrado no es una explicación, sino una sensación y como tal no es moralizable. Es aquello que no puede ser explicado ni verbalizado; aquello que escapa a la idea de bien y mal.

Es aquella mañana en que se vio amanecer el fuego; es aquel instante en que las estrellas y la luna en un pozo hablaron sin hablar; es aquel beso no buscado que por un momento nos dio la vida sin entender. Es el llanto de la vida que muere y de la vida que nace; esa sensación indescriptible. Una fe que no se explica, que se siente y se vive. El hombre que canta a mitad de la noche; que escucha hablar al árbol; que siente en sus labios a la lluvia; que goza el cuerpo de sus dioses; que sufre la sangre de aquel instante. El hombre y la lluvia de signos que todo dicen y no dicen nada; el canto.
 
Para un mundo basado en la moral, el nuestro, lo sagrado no sólo es inexplicable, sino peligroso. Ya el primer hombre verdadero, Platón, había censurado al cuerpo y a sus pasiones. Al arte y a los dioses. Ya la Iglesia en cuanto institución había prohibido y encarcelado a los místicos; ellos pregonaban la creación erótica del reino de los cielos. Una moral propia; una moral no impuesta. Una libertad que acepte otras libertades. No pueden crearse leyes ni morales de las sensaciones. 

Pedimos inclusive de esa iluminación la forja de otras cadenas; la edificación de nuevas cárceles. El hombre no busca la libertad: anhela que alguien le diga lo que debe hacer. La República de ciegos; hormigas tan sólo, la sociedad perfecta.

Sólo de la esclerosis de la libertad; sólo de nuestra necesidad de orden puede nacer la moral y la institución. Sólo de esa cobardía nacen las Iglesias y de esas iglesias nace nuestro mundo. Nuevos credos que seguir.

Para un mundo como el nuestro en el que la Verdad es única —la nuestra—, que debe ser impuesta; algo como esos instantes inexplicables debe ser exterminado. Sabernos hombres tan sólo; saber que nacemos para usar y para ser usados.


 César Alain Cajero Sánchez

Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...