lunes, 30 de abril de 2012


Testamento 



Nada les dejo sino este justificado asombro
ante la noche que cabalga
               arrojando espigas.
                                                      
Nada les dejo sino el fuego,
sino la espada;
no hablo de nadie sino de dos cuerpos
que desnudos amansan leonas,
abren el fruto y van deshaciendo
siglos, sembrando florestas.

El agua de su cuerpo
es la sangre, es el mar oleaje,
oscura voz del ahogado,
tigre de tiempo,
agua desbordada
                  donde flotan
                     cuerpos de dioses bebiendo granadas.

Nada dejo
sino esta furia que derrama,
esta sangre, esta semilla,
este Sol que amenaza
             con nacer de nuevo.

Nada les dejo sino este justificado asombro;
este fuego para acabar con todo
–oh mujer, oh cuerpo mío que desea-
este asombro como el fuego del crepúsculo;
                                                 el mar y el cielo
                                           devastando el horizonte.



César A. Cajero; atardecer, otoño, 2009

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