Testamento
Nada les dejo sino este justificado
asombro
arrojando espigas.
Nada les dejo sino el fuego,
sino la espada;
no hablo de nadie sino de dos
cuerpos
que desnudos amansan leonas,
abren el fruto y van deshaciendo
siglos, sembrando florestas.
El agua de su cuerpo
es la sangre, es el mar oleaje,
oscura voz del ahogado,
tigre de tiempo,
agua desbordada
donde flotan
cuerpos de dioses bebiendo
granadas.
Nada dejo
sino esta furia que derrama,
esta sangre, esta semilla,
este Sol que amenaza
con nacer de nuevo.
Nada les dejo sino este justificado
asombro;
este fuego para acabar con todo
–oh mujer, oh cuerpo mío que desea-
este asombro como el fuego del
crepúsculo;
el mar y el cielo
devastando el horizonte.
César A. Cajero; atardecer, otoño, 2009
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