lunes, 16 de abril de 2012


El joven a sus juiciosos consejeros


¿Pretendéis que me apacigüe? ¿Que domine 
este amor ardiente y gozoso, este impulso 
hacia la verdad suprema? ¿Que cante 
mi canto del cisne al borde del sepulcro 
donde os complacéis en encerrarnos vivos? 
¡Perdonadme!, mas no obstante el poderoso impulso que lo arrastra 
el oleaje surgente de la vida 
hierve impaciente en su angosto lecho 
hasta el día en que descansa en su mar natal. 

La viña desdeña los frescos valles, 
los afortunados jardines de la Hesperia 
sólo dan frutos de oro bajo el ardor del relámpago 
que penetra como flecha el corazón de la tierra. 
¿Por qué moderar el fuego de mi alma 
que se abrasa bajo el yugo de esta edad de bronce? 
¿Por qué, débiles corazones, querer sacarme 
mi elemento de fuego, a mí que sólo puedo vivir en el combate? 

La vida no está dedicada a la muerte, 
ni al letargo el dios que nos inflama. 
El sublime genio que nos llega del Éter 
no nació para el yugo. 
Baja hacia nosotros, se sumerge, se baña 
en el torrente del siglo; y dichosa, la náyade 
arrastra por un momento al nadador, 
que muy pronto se sumerge, su cabeza ceñida de luces. 

¡Renunciad al placer de rebajar lo grande! 
¡No habléis de vuestra felicidad! 
¡No plantéis el cedro en vuestros potes de arcilla! 
¡No toméis al Espíritu por vuestro siervo! 
¡No intentéis detener los corceles del sol 
y dejad que las estrellas prosigan su trayecto! 
¡Y a mí, no me aconsejéis que me someta, 
no pretendáis que sirva a los esclavos! 

Y si no podéis soportar la hermosura, 
hacedle una guerra abierta, eficaz. 
Antaño se clavaba en la cruz al inspirado, 
hoy lo asesinan con juiciosos e insinuantes consejos. 
¡Cuántos habéis logrado someter 
al imperio de la necesidad! ¡Cuántas veces 
retuvisteis al arriesgado juerguista en la playa 
cuando iba a embarcarse lleno de esperanza 
para las iluminadas orillas del Oriente! 

Es inútil: esta época estéril no me retendrá. 
Mi siglo es para mí un azote. 
Yo aspiro a los campos verdes de la vida 
y al cielo del entusiasmo. 
Enterrad, oh muertos, a vuestros muertos, 
celebrad la labor del hombre, e insultadme. 
Pero en mí madura, tal como mi corazón lo quiere, 
la bella, la vida Naturaleza. 


Un tal  Friedrich Hölderlin 

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