Máscaras y un nombre
“Yo soy", fue el lema de todos los mundos posibles. Ante la
imposibilidad de afirmar nada acerca del mundo, ni siquiera su existencia, el
hombre se ha aferrado a lo único que considera real.
Hay que admitirlo; aquellos que hemos amado, conocido;
aquellos que han nacido en nosotros un recuerdo, una lágrima o una sonrisa; de
aquellos no sabemos nada. La gran confesión de los amantes debiera ser que
están mirando a un fantasma, a una imagen. Detrás se esconde el monstruo o el
ángel; ni siquiera del polvo tenemos real certeza. Juego de espejos: unos ojos
mirándose uno dentro del otro.
Caminamos por las calles, por las noches y los días. Alguien
ríe mientras pasamos; otro hombre llora bajo un árbol; otros caminan a nuestro
lado y uno de ellos habla por teléfono… De tantas sombras no decimos nada. Los
miramos, creemos que están ahí. Pero nadie es verdadero pues a nadie le hemos
dado un rostro. Horas de camino entre sombras, el hombre en la ciudad es el
gran solitario. En su vida nada es real. Y nadie es capaz de dañarlo: él mismo
no existe.
Quise un día conocer la verdad de esas personas de la calle.
Dos o tres dijeron su nombre. Otros huyeron. Una dejó detrás una sonrisa. Diez,
veinte que existieron por un momento; y ese momento ya no existe.
Pero están los recuerdos; viejos amigos en la escuela,
amores que un día dijeron ser para siempre… Tan sólo sueños. O alguien que ha
dejado deslizarse el polvo en las fotografías; la niebla en las noches.
He caminado por aquellas calles de mi niñez; buscado los
viejos muros. Todo fue y ya no es. Una puerta ha desaparecido y el hombre que
se sentaba ahí quizá ha muerto. Las casas de mis amigos lucen vacías. El rosal
de castilla del que tomaba los perfumes quizá ha sido desenterrado. Quizás se
han ido; quizá es un juego todo y nada más…
Mi familia, mis amigos; a nadie conocemos. Los creemos
reales, pero a veces —a mitad
de una risa—, el silencio. Y
aquello que eran se nos escapa. No hay nadie a quién buscar; ese silencio nos
muestra un muro. Nos muestra que las risas que compartimos, que todas las
emociones cada uno de nosotros las sintió lejos del otro. Que quizá sólo
creemos que ellos han sido.
El silencio de aquel amado; un par de manos atadas o un
beso. Es mentira; aquella que nos ha dicho que estaría ahí para siempre en un
par de meses puede haber desaparecido. Aquel que decía que dos y dos panes
hacen un cuerpo y dos amantes, mañana
puede estar lejos. Y en esta tierra, temerosos, nos aferramos a esa imagen que
hemos creado. Porque no queremos estar solos; porque queremos poder creer en
algo. Un silencio y ya no hay nada. Todas las palabras se derrumban.
Un silencio y aquel de quien dependía nuestra vida ha vivido
fuera. No somos dioses. No podemos decirlo todo. Y las palabras, gemas oscuras,
dones preciosos; las palabras no dicen nada. No dicen lo que esperamos y cuando
creemos hablar, nadie nos escucha. Nadie cree en esas voces; nadie escucha sino
lo que quiere oír; lo que necesita.
Necesitamos amar de esas palabras; odiar de esas palabras;
necesitamos incluso el silencio para saber que todo el temor ha sido
justificado.
Pero vivimos. Eso creemos. Es nuestra única certidumbre;
confiamos.
¿Qué somos sin los demás? Para qué me levanto por las
mañanas; para quién me visto; para qué escribo estas palabras. Soy lo que ellos
ven en mí; actúo para ellos. Estas páginas las escribo pensando en ella; un
fantasma que nunca conocí. Y ella ya no está. Yo tampoco estoy escribiendo.
¿Qué somos ante esa miríada de personas en las calles?, ¿no es verdad que todos
dirían lo mismo de mí que de cualquier otro?
Nunca sabemos quiénes somos. Y nuestros nombres no son sino
rótulos, cifras desnudas con las que queremos ser. Ser ante los demás. Y no
somos nada. Ellos son también nuestro silencio. Las murallas nunca caen. Ellos
nunca han de conocernos.
Fingimos para nadie; actuamos para quien nunca nos ve.
Antes de nacer hemos despedido ya a todos nuestros amores.
Es hora ya de despedir al único: Yo no existe.
A mitad de la noche, en la nada, alguien dice palabras para
no tener miedo. A mitad de la noche el viento canta sin saberlo. Es una carta,
un canto; es un poema.
Tal vez el amor no es un pacto de soledades; tal vez es un
salto hacia el vacío; es la confianza en estar vivo. Ésta es una carta aún a
mitad de la noche.
César Alain Cajero
Sánchez, marzo, 2012
si los que me rodean solo son imaginarios, entonces yo soy imaginario, y los imagino para no dejar de existir, me da mello! ja.
ResponderEliminarNo sabemos si lo son ni si en realidad son reales: lo cierto es que siempre estarán lejos. Son ajenos y nunca derribaremos esos muros. Por otra parte, el problema es que sólo somos ante ellos: toda nuestra vida actuamos en función de ellos. Y si ellos no son reales; si nunca nos ven, ¿no somos un teatro de sombras?
ResponderEliminar