lunes, 25 de julio de 2016

La (otra) guerra de Reforma

La (otra) guerra de Reforma


César Alain Cajero Sánchez


En las últimas semanas, dos veces me preguntaron sobre la Reforma educativa (lo que así llaman). Aunque ya había hablado AQUÍ del tema cuando esto empezaba, ni mi amigo de Tabasco ni mi querida tía sufren mis acosos en la red, así que no se enteraron de mi opinión.

En aquel entonces poco sabía directamente de los lineamientos de la dichosa Reforma, excepto lo que me comentaban mis amigos de escuelas públicas y lo que había alcanzado a leer de ella mientras fui maestro rural en Conafe. Meses más tarde —y después de leerla, primero obligado y luego por interés— reafirmo que está diseñada por personas que en su vida han dado clases y que piensan que aprenderse de memoria los lineamientos de un manual de pedagogía barata (con número de inciso y toda la cosa) es suficiente para ser buen maestro.

Otras linduras salieron tras la lectura de tal mamotreto insufrible… Pero me desvío de la anécdota.

Un compañero de Conafe (Consejo nacional de Fomento educativo; una institución que atiende a comunidades aisladas de menos de 200 habitantes) me escribió a eso de las nueve de la mañana a mi celular. Me contó acerca de las marchas que estaba realizando la Coordinadora por esas tierras del sureste mexicano. Mandó algunas fotografías de la aparición de zapatistas por las calles de Palenque que me dejaron con un revolucionario sabor de boca, como en aquellos días de mediados de los noventa. Un día después, otro compañero, que vive en Palenque, me dijo que la foto es falsa y que aunque sí aparecieron pseudozapatistas, eran unos cuantos. Y que se dedicaron a robar en una tienda del lugar. Si en verdad pertenecían al movimiento zapatista  o no, lo ignoro: el EZLN ha dado su espaldarazo al movimiento, aunque no veo qué vela tienen en este entierro, salvo, quizá, simpatizar con el muertito.

Como no tenía forma de saber quién decía la verdad, esperé para leer en periódicos sobre el tema. Todos aceptaron los desmanes en Palenque, pero algunos los justificaron. Juzgué todo esto como deplorable, pero entendible: los grupos humanos pierden el control y la rapiña es una forma de venganza social.

Mi amigo, sin embargo, todo lo decía de buena fe. Días después me compartió una foto que le habían mandado de la marcha silenciosa zapatista del 2012 como si fuese reciente. Esperé estar más informado para hablar del tema.



Hace poco fui a ver a mi tía a su casa de Nezahualcóyotl, donde vivimos hasta que pasé a secundaria. Me contó que mi primo más pequeño, quien está en sexto de primaria, tiene clases un día no y otro tampoco pues su maestra está enferma. Como es natural, está enojada y nerviosa ante esta situación (y como es también natural, mi primo no lo está tanto). En un momento dado, aludió al conflicto magisterial y dijo que todo eso les pasa por no querer trabajar.

Mientras ofrecía ir los jueves de las próximas vacaciones a regularizar a mi primo, veía por la ventana lo que ahora es un feo templo al consumo capitalista (llamado Plaza Jardín) y que cuando era niño era un basurero con algunos columpios y una resbaladilla con forma de boca de oso. Aunque olía peor antes, lo feo no se le quita con nada. Y ya no es tan divertido.

Recordé mi escuela que queda todavía sólo al pasar la avenida. También a la maestra Marta y al maestro Martín; al preescolar que estaba cerca del mercado y donde pasaba junto a un puesto de tepaches con las mesas,  los grandes barriles y las jarras de vidrio. A la señora que nos vendía dulces a la salida a mí y a mis amigos con los que jugaba guerras de tierra después de haber hecho experimentos con un viejo  juego de química.

Aunque no conozco la situación de la maestra de mi primo, comprendo la desesperación y el hartazgo de muchas personas, que ven cómo continuamente las clases se suspenden por diversos motivos, sin hablar de la calidad de educación que reciben sus hijos o familiares. No puedo olvidar a un muchacho de provincia que llegó a la secundaria sin saber leer… sin que fuese su culpa pues después de los tres años, alcanzó un nivel más que aceptable y yo mismo le ofrecí mi casa si es que quería hacer el examen para entrar a una preparatoria de la UNAM.



Que el sistema educativo en nuestro país es desastroso no es un secreto. Gran parte de los maestros no enseñan lo más básico (algunos ni siquiera lo saben); los planes de estudio no son necesariamente los mejores y las condiciones de muchos salones de clase son francamente deplorables. A esto hasta no hace mucho se le sumaba que las labores de educador estaban secuestradas por un sindicato que protegía los intereses de sus agremiados sobre la educación de los estudiantes. No soy yo quien le increpa esto al sindicato: esa es su labor; como la labor de la SEP es buscar mejorar la calidad educativa.



En estas semanas se ha hablado mucho de la “Reforma educativa”, la cual, es verdad, de educativa tiene muy poco. Los mandamases de la SEP parece que un día se fajaron los pantalones y decidieron hacer como que sí trabajan. El resultado fue la Reforma educativa que nos ocupa.

Una parte, la más cuestionada, de la Reforma tiene que ver con mejorar la calidad de los maestros ante grupo. Esta aplaudible decisión previsiblemente chocó con los intereses del gremio magisterial. Ante esta situación, muchos no han tardado en decir que es un simple conflicto entre un órgano de gobierno que está ejerciendo sus funciones y una asociación que no defiende sino los intereses de sus afiliados (cosa para la que existen los sindicatos). Aunque esto no es del todo falso, hay que decir que la manera en que se pretende “mejorar” la calidad magisterial es cuando menos delirante.

Según la Reforma, los maestros que ya tienen un puesto en las escuelas gubernamentales tendrán varias oportunidades de pasar un examen que medirá sus capacidades profesionales y de no pasarlo, tendrán que tomar un curso para volver a presentarlo. Ello no implica perder la plaza ya conseguida, sino no poder avanzar en las promociones siguientes y ser reinstalado en funciones en caso de no pasar tres veces consecutivas (reinstalado no significa despedido, sino que se le asignarán otras funciones). Las reformas no afectan tanto, pues, a los maestros que ya tienen plaza, sino a aquellos que esperan incorporarse al sistema. Para empezar, los egresados de las escuelas normales (quienes anteriormente por haber cursado en estas escuelas tenían asegurado un lugar en los sistemas públicos) deben presentar dicho examen en competencia directa por las plazas con egresados de otras instituciones. A partir de esta primera generación, la presentación de exámenes del mismo tipo se verificaría de manera recurrente con peligro de perder el lugar obtenido.

Por supuesto, esto pone en peligro directo la estabilidad laboral de los trabajadores y con ello pierden sus conquistas a largo plazo en cuestión de seguro médico, planes de retiro y otras prestaciones. No digo con esto que quienes trabajen en la educación pública ya no tendrán seguro social o un plan de jubilación, sino que al no tener estabilidad laboral, éstas penden de un hilo. Un maestro que haya ejercido dos años de servicio no podrá seguir pagando los préstamos para conseguir una casa, tampoco seguirá acumulando para su retiro ni gozará del seguro médico.

Es cierto que muchos profesionales lamentablemente no contamos con esos “privilegios” (que nuestra Constitución establece como derechos, pero que nos pasamos por el arco del triunfo), sin embargo, eso no exime sino más bien alienta a los profesores a levantar su voz con toda la razón para exigir que se conserven esos derechos ganados por generaciones. De nuevo: la razón de ser de los sindicatos es precisamente defender la forma de vida de aquellos a quienes agrupa.

Sin embargo, es fácil pensar que el examen precisamente lo que busca es que con la competencia entre los egresados de las normales y otros profesionistas se eleve la calidad del gremio y con ello, las capacidades de los profesores ante grupo, lo que redundará en mejor educación para los alumnos.

Dejando de lado la lucha completamente legítima de los maestros normalistas por defender sus derechos, este pensamiento derivado del liberalismo, falla en un punto esencial: lo que se pretende calificar no son los conocimientos de las asignaturas del profesor y ni siquiera su forma de dar clases. Lo que en verdad pretende medirse es la familiaridad (que ronda con la memorización) con una serie de conceptos acuñados por los pedagogos de la SEP; medidas y diligencias burocráticas. Aprender cuál es la diferencia entre la Planeación semanal y el Plan anual, así como cuál debe ser su relación jerárquica según los manuales.

Por supuesto que se habla aquí de los contenidos de las asignaturas: pero sólo de cómo deben ser representados en las planeaciones. También de la forma de dar clases: cuál debe ser la actitud “correcta” según los manuales. Todo de manera memorizada y sin flexibilidad. Es curioso que hablen de “iniciativas de gestión” cuando en la práctica, la gestión más importante, la de la práctica magisterial, se verá constreñida a los planes burocráticos de un grupo de pedagogos que no toman en cuenta la diversidad de situaciones a las que el trabajo docente se ve enfrentado.

Aunque parezca tener sentido un examen a nivel nacional para medir la calidad docente (y lo tiene, si lo que se midiese fueran los conocimientos necesarios, algo que a muchos maestros, me consta, les falta), hacerlo con las prácticas pedagógicas es un absurdo. Mucho más si se basan en la memorización de un manual inepto que lo más que hace es repetir lo obvio. Un ejemplo bastará, ¿en qué se debe basar la planeación diaria de las clases?, ¿en el plan anual, en los planes de estudio o en la situación pedagógica de los alumnos?, ¿diría usted que debería basarse en todos o solamente en uno?… Según estas evaluaciones, hay una sola respuesta que se debe aprender de memoria, aunque no se esté de acuerdo o no corresponda con su situación.

Leo que el examen no consiste en la memorización ni es estandarizado pues pone ejemplos de la vida real. ¿Eso cambia el hecho de que se tome como válida sólo una respuesta? ¿Hay posibilidad de desarrollar el porqué de una respuesta? ¿Los ejemplos de la “vida real” abarcarán todas las variables que un maestro puede tener en un salón de clases? Y de ser así, ¿en qué momento de la “vida real” se verán enfrentados a todas esas variables sin estar previamente familiarizados así sea de mínima forma con el contexto sociocultural del lugar?

Indudablemente las habilidades del docente no dependen sólo de sus conocimientos de los temas de estudio (aunque estos son imprescindibles), sino de su trabajo en clase. Sin embargo, evaluar este trabajo no es tan simple como presentar un examen: es tarea de la supervisión en campo, de entrevistas a los alumnos y padres de familia. En fin, de un trabajo que se supone que ya deberían realizar los supervisores y directores. ¿Lo hacen? Pues quién sabe. Bueno, sí sabemos, pero mejor no señalar a nadie (y sí hay algunos que lo realizan; sería injusto generalizar).

Aunque pienso que se trata, como dije en un texto anterior, de una muestra más de la bienintencionada ineptitud de los organismos burocráticos, no puedo negar la posibilidad de que se trate de una estrategia a mediano plazo para controlar al gremio magisterial. Ya que el Estado corporativo se encuentra en descomposición (por las numerosas disensiones dentro de los sindicatos tradicionales), buscar mecanismos de control resulta necesario para un régimen político que se niega a cambiar su forma de relacionarse con la sociedad.

Así, aunque en los últimos días les ha dado por cacarear que es una mentira que se trate de una reforma laboral (y no educativa), suponen en el mejor de los casos que mejorar la educación equivale a cambiar la burocracia pedagógica en el sentido que marca la moda en turno; en el peor, a una forma de controlar a los grupos magisteriales y recortar sus derechos. En ambos casos, la educación no mejorará gran cosa y se ahorrará un buen dinero del presupuesto que irá, ¿a dónde?

Ciertamente en estos últimos días se ha hablado también de un cambio de contenidos en los planes de estudio. Esto no era un secreto para quienes estamos cerca de la labor educativa por un motivo u otro. Sin embargo, hasta ahora no se ha aclarado del todo en qué consistirán estos cambios curriculares en las materias básicas. Se ha dicho, empero, que se agregarán espacios para la asignatura de inglés y un taller de psicología.

Aunque estas dos últimas medidas son buenas, hay que tomar en cuenta el contexto de cada centro de estudios. Enseñar inglés no es malo siempre que no se torne en una enseñanza mecánica y aburrida como ha ocurrido con materias como la Historia o la Geografía que se han convertido para muchos estudiantes en una constante tortura donde se memorizan conceptos sin entenderlos ni aplicarlos.

En el caso de inglés enfatizo lo del contexto porque en mis cuatro años en una comunidad rural, a pesar de conocer el idioma inglés, me resultó muy difícil que se interesasen en el tema. Esto porque no tienen contacto de ningún tipo con el idioma. Si no existe este contacto mínimo e interés alguno, resulta difícil si no imposible aprender más de unas frases. No pasa lo mismo con las matemáticas, pues su uso es imprescindible; tampoco con las clases de lengua (materna y nacional), pues al fin y al cabo ambas tienen que usarlas. Ciencias y Geografía les resultaron interesantes por la naturaleza que los rodeaba (como a un niño de ciudad les interesan por la tecnología) e inclusive logré que les interesase Historia, por  medio de películas y subrayando lo que tiene que ver con la forma en que vivimos (amén de cambiar los abruptos saltos del programa por uno que yo diseñé).

En otras palabras, aunque es bueno dar la clase de inglés, es necesario contar con herramientas necesarias para interesar a los alumnos en el tema (inclusive en la ciudad, no todos los alumnos se interesan y a muchos les genera aversión); sobre todo, prácticas de uso cotidiano y real de la lengua.

Otra cosa que se ha dicho y sobre la cual circulan infinidad de rumores en la red es sobre el carácter “neoliberal” de la Reforma. Bajo esta palabra, que puede esconder infinidad de significados, se han amparado los maestros para obtener apoyo de la población. Y aunque no puedo negar la posibilidad de que el gobierno quiera cobrar cuotas obligatorias en las escuelas y vender los libros de texto, la verdad es que en la Reforma no viene nada en ese sentido. Si lo hacen, están incurriendo de hecho en una violación a sus lineamientos y a la misma Constitución (la cual no ha sido alterada). Claro que como nadie lee nada, cada quien hace y dice lo que quiere… De neoliberal sólo le veo a la Reforma lo ya señalado sobre la manera de entrar al servicio educativo, en competencia franca por el puesto.

Así pues, no hay nada en la Reforma que indique que se van a cobrar libros ni cuotas. Lo que sí es cierto es que con los nuevos planes de estudio, el año entrante se deberán de hacer nuevos libros (los del ciclo por empezar, ya están en las bodegas de las escuelas) y que esto genera confusión por una quimera llamada “Escuela al centro”, a la que citan continuamente, pero nunca dicen de qué trata.

La dichosa “Escuela al centro” consiste en una reestructuración en la escala burocrática. Tradicionalmente, ésta era vertical; donde la escuela ocupaba el escalón más bajo: la Secretaría de educación pública federal mandaba órdenes a sus correspondientes estatales; éstas, a las delegaciones regionales y finalmente, la cadena culminaba en la escuela y el salón de clases. A su vez, cuando el salón de clases necesitaba algún material, la cadena burocrática debía remontarse en sentido inverso hasta dar con quien pudiese atender las necesidades.

La idea de “Escuela al centro” consiste en que cada escuela maneje sus propios recursos sin necesidad de los trámites burocráticos que exigían en ocasiones meses para ser atendidos. Para ello, se supone que debe de formarse un comité integrado por directivos, profesores y padres de familia.

La frase “manejar sus propios recursos” ha llevado a numerosas interpretaciones. Para una de ellas, esto significa que cada escuela deberá obtener estos recursos y de ahí se deduce la obligatoriedad de cuotas, la venta de libros y demás. Lo cierto es que en la Reforma dice de forma no muy clara (esto es necesario mejorarlo porque amén de lo poco propensa que es la gente a la lectura; todos sabemos cómo se las gastan las autoridades para interpretar a su conveniencia) que los recursos PÚBLICOS que antes se asignaban por la cadena burocrática, ahora se otorgarán directamente a las escuelas. La idea, con esto, es reducir los periodos de espera, fomentar la participación activa de los miembros de la comunidad escolar, aumentar la transparencia en el manejo de recursos y ajustar los presupuestos a las necesidades reales de las escuelas.

Aunque se ha señalado inclusive por las personas que sí han leído la Reforma que con esto se fomenta la competencia capitalista por los recursos públicos al hacer del dinero de la federación, botín de contratos a particulares, lo cierto es que en ese sentido las cosas no cambiarían demasiado. Cuando las delegaciones regionales, estatales o federales daban luz verde a un proyecto, era necesario también contratar a una empresa privada. La diferencia es que nunca se sabía el monto de la inversión real, con lo que la corrupción campeaba (sin mencionar que dichos proyectos eran —como la misma Reforma— ocurrencia de algún funcionario, que podía o no estar inspirado en las necesidades de las escuelas).

Aunque la idea no suena mal, me temo que aunque se lleve a cabo de esta manera, no es completamente eficaz. No acaba con la posibilidad de corrupción: la disgrega. A menos que el comité tenga mecanismos de control muy bien planeados (y estos se cumplan), existe posibilidad de corrupción en cada uno de los centros de trabajo. A decir verdad ni siquiera desaparece la probabilidad de corrupción en las cadenas superiores de mando, pero al multiplicarse exponencialmente los manejos de dinero, será mucho más difícil rastrear fugas y corrupción.

Esto es lo que yo he pensado de lo que he leído del texto de la Reforma y de otros documentos que pueden encontrarse en la red. Señalo la ineptitud real de la Reforma educativa; lo poco que incidirá en los aprendizajes de los alumnos; su disfraz amparada en una pedagogía de moda mal adaptada y poco flexible; lo engañoso de la supuesta “iniciativa” que plantea para cada escuela… También es verdad que del lado de los maestros, quienes defienden derechos en una lucha perfectamente legal (aunque con maneras y modos que rondan la ilegalidad y que les han quitado simpatizantes), han existido mentiras respecto a la Reforma que restan legitimidad a su lucha.

No puedo decir que no sea cierto que exista la intención de “privatizar” la educación. Lo que sí puedo decir es que amparándose en esta Reforma, no hay esa posibilidad (lo que sí existe es el peligro de que, como nadie la lee, las autoridades hagan lo que se les ocurra, amparándose en un texto que todos desconocen).

Finalmente, pero quizá más importante. Todo esto no justifica ni nunca justificará los actos de violencia de los maestros, pero mucho menos los terribles actos de terror del Estado y sus subordinados. Exijamos justicia.

Ni un muerto más.

Mis canciones del año pasado



César Alain Cajero Sánchez


Aunque ya ha pasado incluso la mitad del año, mi bendito diagnóstico, aunado a el trabajo que afortunadamente (ya no) tengo, me impidieron acabar esta lista.

Bueno, para que no digan que no, ahí les va:


Tamaryn /// Cranekiss

Una bella rolita de dream pop a la Cocteau twins que es buena para caminar en esas noches solitarias.




Blur /// Lonesome Street

Blur regresa a sus orígenes, con esa guitarra tan de los Kinks, en este sencillo que demuestra que la presencia de Graham Coxon es siempre bienvenida; que Blur es mucho más que la banda de Albarn.



Los Vinagres /// Me Rompiste El Corazón

Guitarras a lo Pixies y una buena tonada hacen mucho bien en estos años.




Will Butler /// Anna

Una canción efectiva con un coro pegajoso de los que ya no se utilizan.




Beck /// Dreams

Nuevamente el flaco que todos queremos llega con una diferente propuesta y, como siempre, le sale bien.




Public Image Ltd (PiL) - Double Trouble

John Lydon y compañía han estado muy ocupados en los últimos años. Un año más que aparece esta (im)presentable banda en mis listas.


Wilco /// Random Name Generator

Desde el A ghost is born, Wilco no me había vuelto a gustar como en esta rolita. Muy en su estilo de country eléctrico, con un riff muy sabroso.




Courtney Barnett - Pedestrian at Best

Una voz propia de los White stripes con unas guitarras de MC5 y un coro de las Slits hacen una canción que aunque remite al pasado, suena bien, definitivamente.



Los Románticos de Zacatecas – Fosforece

Parece que las guitarras regresaron el año pasado. No es la gran canción, pero el riff, junto con la mayoría de las otras canciones de la lista, demuestran lo dicho.




Moon Duo – Animal

Un video muy raro para una canción también muy rara. Como si alguien hiciese una parodia del postpunk más oscuro combinándola con una psicodelia muy fumada (bueno, en Today, Jefferson airplane también sonaba de miedito)…




Guadalupe Plata – Calle 24

Me encanta este grupo español que tienen tanto del rhytmn and blues (versión inglesa) como de los Pixies y, claro, de los White stripes.




Telepathe - Drown Around Me

Pop, cajas de ritmos y una hermosa melodía en esta canción buena para crepúsculos y amaneceres.





Faith No More – Superhero

Faith no more con ese sonido que tanto sonaba a fines de los noventa, pero hecho como debe de ser. El coro es de los más reconocibles en lustros, precedido de un piano delicioso.




The Chamanas - Purple Yellow Red and Blue

Muy buen cover de este grupo al cual no le he escuchado otra rola.




Alabama Shakes - Don't Wanna Fight

Una sabrosa canción pop con vetas de blues y country. Muy buena para esas mañanas. Tómese con café.




The Dead Weather /// I Feel Love (Every Million Miles)

El sonido poderoso de las guitarras hace mucho bien a esta canción que, de no ser por ellas, pasaría desapercibida. La presencia del Jack White más cercano al hard rock (o hard blues, si se quiere) se nota. La voz de Alison Mosshart cumple su parte.




Sublime with Rome – Skankin’ to the beat

Buena canción para mover las carnes como desde hace un tiempo que no… Y para recordar las divertidas con Sublime.




Sleater-Kinney /// A New Wave

Esta me encanta, por la animación, el ritmo y el video. Sleater-Kinney sigue armándola.



Marilyn Manson - Fated, Faithful, Fatal

Si consiguen olvidar que es Marilyn Manson, descubrirán una voz muy buena y un arreglo bastante escuchable.





Mark Ronson /// Feel Right (Lyric Video) ft. Mystikal

Una canción con las cantidades adecuadas de funk y hip-hop.





The Weeknd /// Can’t Feel My Face

Pop electrónico con evidentes resabios funk.





Vertigo (ft. Alex Turner) /// Mini mansions

Me recuerda un poco a Air. No es la gran cosa, pero suena bien.





Kitty Daisy & Lewis /// Baby Bye Bye

Una grandiosa canción. No hay mucho más qué decir. Me encanta.





Laura Marling /// Gurdjieff’s Daughter

Aunque el ánimo post-folk de los últimos años ya comienza a aburrirme; a veces salen buenas canciones como ésta.





Mura Masa /// Lovesick Fuck

Me gusta, me gusta. La combinación entre sonidos es muy buena, además de que me hace reír.





Panda Bear /// Boys Latin
Qué curioso: otra de esas canciones cuya combinación de sonidos me encanta. El video es bueno, pero lo importante son esos sonidos.




lunes, 27 de junio de 2016


La (im)pureza necesaria


César Alain Cajero Sánchez


Es una ilusión reconfortante asumir que aquello que denominamos “malo”, “corrupto”, “injusto” o “nocivo” se encuentra, todo ello, unido en una categoría que, por supuesto, es contraria a lo que nosotros defendemos (el “bien”, lo “puro”, “justo” y “benefactor”). Esto nos da un enemigo con un solo rostro y, mediante una simplificación muy conveniente, da coherencia a nuestro proceder.

Entre la comunidad intelectual, lo más común es asociarse a lo que llamamos “izquierda”, a las posiciones “progresistas” y a todo aquello que parezca “justicia social”. Por supuesto, estar en contra de todo lo que diga el gobierno es imprescindible. Esto no siempre fue así: durante la mayor parte del tiempo, los artistas, filósofos, científicos y en general toda persona que hoy llamaríamos “intelectual” era parte de la Corte de los reyes. Cuando el estado moderno surgió y hasta muy avanzado el siglo XX, poetas, novelistas y pensadores de diversos tipos colaboraron con los gobiernos de distintas partes del mundo. La labor que en nuestro país realizaron miembros del grupo de Contemporáneos y del Ateneo de la juventud es aplaudible desde distintos puntos de vista. Asimismo, que José Revueltas, nuestro gran escritor marxista, haya analizado en distintos momentos el régimen postrevolucionario, recibido premios de él y criticado las posiciones comunistas-estalinistas no menoscaba sus valores literarios (de ninguna manera) ni su integridad como persona.

Probablemente los horrores que sembraron los gobiernos nacionales hacen que hoy la mayoría de los intelectuales (palabra con la que no estoy absolutamente de acuerdo, pero que usaré a partir de este momento sin las molestas comillas) los vea con recelo. Lo aplaudo. Considero que, en efecto, después de ver los crímenes que son posibles cometer en nombre del Estado, la Nación, la Raza o la Justicia por un gobierno ciego y burocrático, seguro de su Verdad, es inevitable estar alerta siempre y usar el arma de la crítica. El precio de la crítica, sin embargo, es la incertidumbre, la cual es en ocasiones intolerable.

No conozco a ningún intelectual que elogie al régimen priista (ni al panista en su momento), aunque algunos de ellos reconocen que el México moderno sería impensable sin los gobiernos provenientes de la cúpula postrevolucionaria. Ciertamente no conozco a todos los intelectuales mexicanos en activo, pero sí a varios de ellos, desde colaboradores de revistas tachadas por algunos de “derecha” hasta filósofos marxistas universitarios, pasando por artistas underground y editores de suplementos legendarios. Ninguno de ellos me ha intentado convencer de las bondades del gobierno en turno. Al contrario, desde sus frentes, todos ellos han hablado de la injusticia, cretinismo y vacuidad del mundo de la política gubernamental. Nunca conocí, y me hubiese encantado, a Octavio Paz ni a José Revueltas o a Efraín Huerta (amigos, por cierto, desde su juventud), pero en ninguna de sus páginas he leído adhesión a los regímenes priistas, sí algunos análisis y muchas críticas, aun de Paz, hoy atacado por un lado y por otro, juzgado como “derechista” e “intelectual orgánico”. Como dije, nunca pude conocer a una inteligencia tan alerta, pero como no puedo juzgar a una persona por su vida personal (que no conozco y que no me importa, dado que un escritor está en sus palabras) me guío por lo que de su pluma he leído: una constante crítica a los gobiernos priistas y en realidad a todo gobierno y poder que se imponga sobre el individuo.

En lugar de a Paz y a Revueltas, he conocido y soy amigo de muchas personas que sí los conocieron. Algunas de ellas se llevaron bien con ellos; otras tienen agridulces recuerdos; sin embargo; todos ellos (y también quienes no lo conocimos: sea a favor o en contra, México vive todavía su recorrido intelectual) coinciden en sus críticas a los gobiernos priistas y panistas. Ello no impide a la mayoría haber tenido un puesto para alguna dependencia gubernamental, recibir un premio del gobierno federal o estatal o simplemente fungir como consejeros de algún proyecto en su delegación o municipio. No tengo por qué juzgarlos y considero que todos lo han hecho de buena fe.

Aunque todos los intelectuales afirman ser críticos del poder, muchos, sin embargo, caen en aquello que anoté más arriba: ponen en tela de juicio todo aquello que está en contra de sus convicciones, lo meten en un sólo cajón y se curan en salud, definiéndose como los buenos.

Estas semanas he seguido la polémica causada por una antología y diversos juicios acerca de la poesía de cierto oscuro (y hoy revalorado) poeta.

Aunque a la mayoría de los mexicanos les importa un carajo la poesía, es normal que la aparición de una antología levante ámpula entre los escritores. Una obra literaria que no levante a su alrededor pasiones es fallida. Lo peor que puede recibir el trabajo intelectual no es la polémica ni los ataques, sino el silencio.

En su momento la Antología de poesía mexicana moderna de Jorge Cuesta —como años más tarde Poesía en movimiento— causó polémica y molestia entre críticos y autores excluidos. Por ello, no me sorprendió cuando empezó el ruido alrededor de dos publicaciones recientes (y conste que no creo que tengan las resonancias ni la importancia de las mencionadas antologías). Lo que sí me pareció interesante fue el tono del discurso en su contra, donde al “conservadurismo” estético se le asocia inevitablemente nexos con el gobierno mexicano.

Como mencioné arriba, la crítica es un lugar inhóspito: usarla nos lleva a la conclusión de que no hay nada completamente bueno en todo lugar y momento. Aun aquello donde encontramos asidero debe ser sujeto de crítica constante, pues como señalé, no hay una verdad absoluta aplicable a todos. Ello no impide creer en principios, sino que obliga a revisar las voces disidentes y lo que tienen que decir. Tal ejercicio es agotador y deja al individuo sin una respuesta para todas sus tribulaciones, lo que no sucede al volcar nuestra fe en una religión, verdad o ideología política.

Me parece sintomático que a pesar de que todos juran por la crítica, muchos buscan (y en su mayoría, encuentran) una verdad única en la que creer y con ella dar solidez a sus juicios de todo tipo. No me sorprende que lo hagan: lo entiendo. Incluso entiendo por qué muchas de estas personas son de las más inteligentes y sensibles que haya conocido. Son ellos quienes perciben con más claridad los abismos que entraña el relativismo al que puede llevar una crítica mal entendida. Lo que me llega por momentos a sorprender es que se asuman, después de haber encontrado esta verdad inamovible a la cual no se le puede tocar ni con el más mínimo reparo, como aquellos que enarbolan la única forma de crítica. La buena.

La mayoría de personas que hacen esto (como dije, no conozco a buena parte de los intelectuales ni siquiera del centro del país) se asume como de izquierda. Y con esto entienden la izquierda institucional (pues encarna en instituciones reconocidas por el Estado) pero antisistémica (puesto que a pesar de vivir del presupuesto como instituciones legítimas que son, se asumen como ajenas al sistema e incluso como revolucionarias). Sinceramente no tengo nada en contra de ninguno de estos movimientos. Por diversos motivos, por ejemplo, en su momento voté por el candidato al parecer sempiterno de las izquierdas (y nunca votaría por el PRI), pero ello no evita que perciba a mi parecer vacíos importantes en su retórica y anhele la aparición de un movimiento más amplio[1] y que llene mis expectativas. Y que permita la crítica.

Paradójicamente, ninguno de mis amigos, maestros o conocidos que muchos catalogan como la “derecha literaria” ha dicho nada cuando escribo en contra del gobierno y de los ineptos funcionarios de las diversas dependencias; tampoco cuando lo hago a favor de alguna figura de izquierda, lo que no es raro. En cambio, cuando hago una pequeña crítica a algún movimiento que apoyan, mis amigos de “izquierda” me han inclusive dejado de hablar y casi me preguntan cuánto me pagaron (no diré que hablo bien del gobierno porque creo que eso nunca lo hago). Esto es todavía más extraño si tomamos en cuenta que, como dije anteriormente, todos, tanto los pertenecientes a la dichosa “mafia cultural” como quienes se asumen como de “izquierda” o de plano se dicen underground y de vanguardia mantienen juicios similares en sus críticas al gobierno. Supongo entonces que los únicos que tienen el privilegio de criticar de a devis son los segundos. O eso o ya no entiendo nada.

La más reciente y ya señalada mutación de este discurso de “estás conmigo o estás mal” viene de un señor a quien tampoco conozco y cuyo nombre se supone que ya desapareció, pero cuya columna en Laberinto leía con regularidad. El señor se enojó cuando percibió que él y muchos de sus amigos fueron excluidos de la ya mencionada antología. Esto lo comprendo. Lo novedoso (en su caso, no tanto) es cuando tildó a dicha antología y a quienes no están de acuerdo con su criterio estético de “derechistas”, “conservadores literarios” e “intelectuales coludidos con el gobierno”, todo en uno.

Me enteré de esto cuando un crítico literario (a quien no conozco, pero cuyas publicaciones también leo con regularidad) objetó los juicios estéticos de una parte de la comunidad intelectual que ha concedido valor de clásico de la vanguardia a un tal Ulises Carrión (quien tampoco me emociona). Ante este juicio (que puede ser justo o no, pero creo que tenemos el derecho a decir lo que pensamos), muchos, señaladamente el autocalificado como anarcomunista (sic), saltaron. Tampoco me sorprende, pues todos defendemos aquello en lo que creemos. Esto a pesar de que a mi juicio, jurar simplemente en nombre de la “experimentación” me parece tan absurdo como calificar a cualquier cosa de “arte” sólo porque lo dice el autor. Creo más que nadie en la experimentación y creo que toda obra valedera dice siempre algo nuevo pues muestra algo del mundo que nunca había sido visible, pero me parece que ésta tiene valor sólo por la capacidad de la obra como conjunto de asombrarnos sin juicios previos ni verborrea teórica (que por eso es arte), no al revés. Quizá me equivoque y Poeta en Nueva York no valiese sino hasta que se le hicieron interpretaciones freudianas y análisis marxistas, años después de publicada, pero es mi opinión.

Digo, pues, que no me sorprende, pero sí me asombra un poco que sus ataques no se limiten a disentir violenta o dialógicamente con este juicio, sino que van de la mano con ideas políticas. Así, se juzga a toda una revista como de derechas, aliada del gobierno, además de enemiga de lo experimental. Al mismo tiempo, piensa a todo aquel que esté con él como un todo homogéneo, de izquierda, anarcomunista, ajeno al gobierno y en resumidas cuentas, chido.

Pero Ezra Pound fue de derecha (fascista) al mismo tiempo que uno de los grandes experimentadores de su tiempo y un revolucionario declarado. El realismo socialista, que produjo pocas obras de valía, era extremadamente conservador estéticamente, aunque afín a lo que en ese momento se llamó marxismo (un marxismo falso, claro). Borges, quizá el escritor más influyente del siglo XX latinoamericano era un conservador confeso y abjuraba de las vanguardias; a pesar de ello, revolucionó el cuento moderno.

No es necesario seguir. La noción de que la vanguardia va aparejada a una actitud de “izquierda” no se sostiene como no se sostiene el decir que dentro de la obra de los muy diversos poetas antologados hay una ideología afín al gobierno o que en aquellos excluidos hay —en su obra, repito— cosas que el gobierno prefiere mantener lejos del público. El odiado Paz tiene en su poema “Piedra de sol” diatribas contra los gobiernos y el Estado, y nadie que yo sepa trata de purgar al poema de dichos versos. Revueltas tiene en muchas de sus mejores obras un sentimiento cristiano que no fue aceptado por sus compañeros del Partido comunista. El arte, en efecto, tiene resonancias de su realidad social, cultural y política, pero trasciende a la Historia.

Que hay juicios estéticos cuestionables (y que bueno que se cuestionen), sin duda. Que existen grupos muy bien plantados en la cultura y en los que es muy difícil entrar, de acuerdo. Que el gobierno quiere usar la cultura como carta de presentación ante el mundo (como usó a los muralistas, a los Contemporáneos, a la Generación de medio siglo…) ni hablar. Que ello convierta a quienes están en desacuerdo con nuestras ideas en epítome de todo lo malo habido y por haber es una decepcionante claudicación de la crítica. La crítica que comienza con lo que amamos. La pureza en lo que creemos debe mancharse, bajar a la tierra, ensuciarse de crítica: hacerse presente; hacerse humana.




[1]En cierto momento me he entusiasmado con el EZLN, quien, ese sí, se ha mantenido fuera de los presupuestos gubernamentales. Ello no me ciega a su limitado rango de acción, sin embargo, como me parecen dignos de un voto de confianza, he enseñado acerca de ellos a alumnos y compañeros (como voto de confianza me han merecido políticos de izquierda, de Cuauhtémoc Cárdenas en mi temprana juventud a Obrador en las últimas elecciones).

lunes, 16 de mayo de 2016

Playas, ácidos y asesinos seriales

César Alain Cajero Sánchez

En los primeros años sesenta, cuando el rocanrol emitía sus últimos sonidos, cuando todavía no empezaba la invasión británica; hace aproximadamente 55 años, en 1961, los tres hermanos Wilson (Brian, Carl y Dennis) junto a su primo, Mike Love, y a un compañero de escuela, Al Jardine, formaron los Beach boys.

Desde entonces, los Beach boys han sido menospreciados (con no malas razones) al mismo tiempo que alabados (por razones no menos objetivas).

Las letras de sus primeros discos se han señalado como representativas de la falta total de preocupaciones de un estilo de vida tan hedonista como bobo; tan típico de la clase media del E.U. de la costa oeste como el mismo surf. Una serie de canciones sobre la diversión sobre las olas, las fiestas con quinceañeras y los autos. Los sueños de la WASP (como le llamaron años después) a todo lo que da. Diversión, diversión y diversión, era su himno.





Fuera de lo mal que me cae moralizarlo todo y que es una hipocresía juzgar a unos adolescentes por alabar cosas que la mayoría de la sociedad deseaba y desea, hay que tomar en cuenta los años en que esto sucedía. El rock and roll y las armonías de Motown estaban todavía en el aire, y de las letras sobre dieciseañeras, amores bebés y demás, a las que pergeñaban en ese momento los hermanos Wilson no había sino hormonas adolescentes y varios años menos de por medio.




Musicalmente la de los Chicos playeros era en ese entonces básicamente rock and roll con armonías vocales propias del jazz y del doo woop asimiladas a través de Motown. Es muy conocida la acusación de plagio de Chuck Berry a “Surfing USA” y en realidad es muy difícil señalar las diferencias entre ésta y su “Sweet Little sixteen” aparte de un trabajo de armonías vocales y una sensibilidad pop que la sabrosa crudeza del maestro Chuck no tiene.




Esto, que hoy sería motivo de escándalo en las redes sociales, a la distancia es comprensible. Los Beach boys (como los Beatles un poco después) marcaron el paso del rock al pop de los sesenta. La influencia era obvia y a veces descarada. Pero así como el cuarteto de Liverpool (junto a los Kinks, Rolling stones, The Who, Bob Dylan y Cream), ellos establecieron los géneros, sonidos y estilos que en gran parte todavía siguen sonando en la música popular en inglés.


Las grandiosas armonías vocálicas que, como quedó dicho, provienen de Motown y el jazz, tanto como de la tradición folk, fueron tratadas con la sensibilidad pop de Brian Wilson. Al día de hoy suenan tan frescas y emotivas como en su momento. Un juego de voces que va del júbilo de “I get around” a la tierna nostalgia que despierta “California girls”.



Medir la influencia de esta efectiva combinación de ritmo y melodía en la música posterior a los sesenta es casi imposible. Va de los Ramones a ABBA; de R.E.M. a Elton John y de Hüsker Du a The Poliphonic spree.

Los Ramones cambiaron las playas de California por las playas artificiales de Nueva York y desde ahí sacaron a la luz su punk que sigue siendo irresistible como el primer día. En él combinaron la energía del rock and roll y del garage con la agresividad naive de la adolescencia. Aunque aparentemente no hay en ellos nada más lejano a los Beach boys, podemos escuchar su influjo en la sensibilidad pop de sus primeros discos, así como en los coros. No hablo tan sólo de la conocida admiración de los miembros del grupo por los Beach boys y sus constantes covers a varias de sus canciones; tampoco de la afición de Joey por el surf. El eco de los Beach boys puede escucharse en su máximo esplendor en “Judy is a punk”, con ese coro que es como el sonido de las olas alrededor de la tabla de surf.



Es difícil aceptarlo para algunos (tanto como para los amantes de metal reconocer el influjo de The Kinks), pero el punk y el rock que en su momento llamaron alternativo (y que cada diez años es bautizado de nueva manera) tienen, además de los Velvet underground (quienes también admiraban al grupo de Brian Wilson), un ascendiente pop. Los Beach boys son una influencia tanto para los Pixies como para R.E.M. Husker Dü, Throwing muses, Guided by voices y hasta Sonic youth se han declarado fans del grupo de Brian Wilson. Basta oír las armonías de “Gigantic”, “Man of the moon”, “Not too son” o “Echos Myron” para constatar que esa mezcla de sonidos rítmicos con armonías vocales que tanto fascinó a los Ramones sigue siendo tan efectiva como cuando los Beach boys la hicieron por vez primera.





Mientras hacía este pequeño homenaje, escuchaba canciones perdidas y me encontré con dos grupos que hacía mucho no recordaba. Por un lado, The Concretes, ese grupo suizo que en pleno revival del garage a principios de siglo, al lado de los Strokes y The Hives, sacó una deliciosa canción que se me quedó grabada por las armonías vocales que le deben tanto a Motown como a los Beach boys, con esa combinación entre garage y pop.



Tal es el poder evocador de aquella mezcla que incluso se escuchó entre el cúmulo de bandas (no todas buenas) que surgieron a principios de siglo en el único sencillo que me parece digno de mención de ese grupo insufrible que fue (o es) The Vines. De todos los que surgieron por ese entonces me pareció en más prefabricado, menos original y sus miembros, sobre todo el cantante, el más posado e insoportable. Si (para mí, insisto) Axl Rose es la caricatura de las superestrellas del rock; The Vines me parecen la mala parodia de los grupos de inicios de los noventa.

Así y todo, les reconocí siempre la sensibilidad para sacar una canción como “Winning days”, con ese sonido inconfundible.



A fines de siglo, un grupo de chiflados religiosos en batas me recordaron a los Beach boys no sólo por su sonido, sino por la relación (no muy conocida en nuestro país) de Carl Wilson con Charles Manson. Así, la muy buena “Soldier girl” de The poliphonic spree; segundo grupo al que casi no recordaba y que encontré por casualidad tiene por un lado, los coros inconfundibles de los hermanos Wilson, pero también (además de la chifladura por lo “místico”), el sonido barroco que explotaría en Pet sounds.



Pet sounds cumple hoy medio siglo. El disco que los Beach boys compusieron inspirados en Rubber soul y que a su vez inspiraría Sgt. Peppers lonely heart clubs band. Personalmente prefiero al disco de los Beach boys que a los mencionados de los Beatles (lo mediría con Revolver) y me parece que su barroquismo instrumental ha sido más influyente que el de la llamada obra cumbre del cuarteto de Liverpool.


Las armonías vocales de los Beach boys se combinan con un sonido menos rítmico que el de sus primeros discos, pero no por ello menos efectivo. El barroquismo de la instrumentación influyó no sólo a los cuatro de Liverpool. Sus huellas se escuchan en grupos de rock ácido como Buffalo Springfield (y su suite deliciosa: “Broken arrow”), Pink Floyd (en su primer disco: The piper at the gates of dawn) e incluso en los Rollings stones de “Ruby Tuesday”.




El influjo de este sonido, sin embargo, no se quedó en los años sesenta. Un disco tan importante e innovador en su momento como el Ok computer de Radiohead tiene sonidos que remiten a la instrumentación de los Beach boys tanto como a los Beatles y a Pink floyd. Algunas de sus canciones recuerdan a los sonidos usados por los Beach boys a tal grado que podría decirse que “No surprises” es una “Wouldn’t it be nice” en versión pesadillesca.



Seguir hablando de la influencia de los Beach boys en la música popular, del pop barroco al indie y del progresivo al britpop sería cosa de nunca acabar (y no he hablado del pop, donde, en su vena folk, su huella va de ABBA al mejor Elton John). Para acabar, nada mejor para apreciar a este grandioso grupo que la “sinfonía de bolsillo”. No queda más que la belleza.



(y la semana pasada también se cumplieron 50 años del Blonde on Blonde de Dylan; pero hablar de él con un poco de propiedad, por su larguísima y fructífera trayectoria me llevaría semanas, meses… años)


martes, 3 de mayo de 2016

Mezclas, homenajes, parodias…

César Alain Cajero Sánchez


La literatura moderna está asociada a los grandes experimentos de las vanguardias poéticas de principios de siglo y a la renovación estilística de la prosa visible en la obra de James Joyce, Marcel Proust o William Faulkner. Resulta turbador darnos cuenta que los nombres más mentados de lo que llamamos literatura moderna se agotan poco después de la mitad del siglo XX. Hablando exclusivamente de México, podemos coincidir en que la literatura moderna comienza con el grupo de los Contemporáneos y los Estridentistas (con quienes se cierra definitivamente el postmodernismo), pasa por los novelistas de la Revolución, los poetas de Taller hasta llegar a los años sesenta con el boom y la generación de la Casa del Lago en prosa y los Poeticistas en lírica. Es posible hablar de Ramón López Velarde como el iniciador de la modernidad poética mexicana cuando publica La Sangre devota y de José Emilio Pacheco como su apresurado enterrador y nostálgico de aquella época que quiso cambiar al mundo y que no fue.
 
Que una época se haya nombrado como moderna es un inusual equívoco. En estricto sentido, todas las épocas fueron modernas mientras duraron: moderno es lo que está pasando, lo que sucede en este momento; de esta manera este momento en que vivimos es también parte de la modernidad.

Sin embargo, el término fue cargado de diferentes sentidos por la Historia, la historiografía, la Filosofía y el Arte. Para la historiografía tradicional, sus orígenes se encuentran en el Renacimiento y su final,  en las guerras napoleónicas (a lo que siguió el periodo todavía más confusamente llamado Contemporáneo). Para la Historia de nuestros días, hay un cierto consenso en considerar moderno a aquello que sucedió al Renacimiento y que llega hasta la década de los setenta u ochenta del siglo XX. La Filosofía considera modernos al grupo de pensadores que van de Descartes a Kant y de éste a Hegel mientras que considera que las críticas a este pensamiento se originan ya en las obras decimonónicas de Nietzsche y Kierkegaard. Por su parte, un historiador del arte hablará de obras modernas cuando señale aquellas que, inspiradas en el romanticismo, recurran a métodos más incisivos para romper la barrera entre arte y mundo. Esto, en pintura, puede rastrearse desde la aparición del arte de Gauguin y Van Gogh, mientras que, en literatura, surge con Rimbaud y Baudelaire y tiene su explosión con los movimientos de inicios del siglo XX.

A aquello que sigue a ese arte se le ha calificado, no sin polémica en los círculos intelectuales y sí con muchos cuestionamientos, como “postmodernismo”. Algo que comenzó como una etiqueta arquitectónica y que ha servido para hablar de  cosas tan diversas como el arte conceptual y la escritura de Monterroso.

Aunque este laberinto de definiciones puede hacernos perder el sentido, para este trabajo propongo un orden que se basa no en fechas ni en características particulares, sino en el orden mental de los periodos temporales: en el mito central de éstos.

Como pretendí mostrar previamente, el lenguaje cristaliza en una idea de mundo y a su vez, se hace visible como un mito: una narración que da un sentido al mundo. Sólo nos es posible ver al universo y ordenarlo a través de los conceptos, figuras y valoraciones que ese mito nos provee dado que sin él (sin ese mito de mitos que es el lenguaje) nos veríamos enfrentados al caos. Todo lo que hacemos está en relación con él.

El mito de una civilización no está plenamente justificado racionalmente (dado que la razón, al ser parte de la creación del lenguaje no nos permite escapar de la idea de mundo que lo ha creado) ni sensiblemente (dado que interpretaremos lo que sentimos a partir de los conceptos que el mito nos ha brindado) ni tampoco es posible hablar de un sentido histórico único al que las ideologías se dirigen, como Hegel pretendió (visiblemente lo interpretó precisamente dentro de la idea moderna de cambio: evolución y revolución). Sin embargo, ello no obsta para que del diálogo entre hombre y mundo (diálogo que cristaliza en un mito y que crea una civilización y cultura) no surja una razón y una lógica dado que el ser humano como ser racional necesita de un lenguaje lógico que sirva para explorar consistentemente el mundo a su alrededor (exploración cuyos resultados, sin embargo, habrán de interpretarse desde su idea de mundo).

Es verdad que los mitos e ideologías del ser humano no obedecen a un desarrollo lineal y predecible, pero sí existe una continuidad que podemos advertir (pero no predecir). Finalmente: aunque el arte escapa al mundo que lo creó (en tanto se convierte en parte del universo sensible: enriquece al universo con su presencia), su aparición es parte del diálogo entre el hombre y su idea de mundo. En ese sentido es plenamente aplicable la definición hegeliana del arte como “manifestación sensible de la idea”: en que para comprender su origen es necesario entender cómo era el mundo en el que nació y cómo su aparición dialogó con ese mundo.

De esa manera, hay una relación íntima entre periodo histórico, civilización, arte, ideología y mito fundador. Para entender plenamente cada uno de éstos es inevitable entender el mito que les dio sustento (mito que sólo es visible mediante el arte). Es por ello que más que hacer divisiones basadas en fechas o en acontecimientos, sea para este trabajo más útil hacerlas al concebir ideas de mundo que sustenten a la cultura: mitos.

Ateniéndonos únicamente a la civilización occidental a partir de la Edad Media, observaremos que hay una correspondencia entre el periodo histórico renacentista, su arte y su filosofía (cuyo eje fue el mito del hombre a imagen y semejanza de Dios). Posteriormente, la idea del conocimiento humano como motor de la Historia y de ésta como una línea recta corresponde al arte neoclásico y a la filosofía ilustrada, de Kant a Hegel[1]. A tal pensamiento corresponde una transformación cuando la idea de un desarrollo inevitable se ve confrontada con la realidad y la idea de libertad. Al mundo armónico aunque móvil de Hegel le sigue la idea de la posibilidad de cambiar la realidad a través de una razón activa. Es la modernidad del romanticismo y las vanguardias, pero también de Marx, Rousseau y de la ciencia como motor del progreso y el cambio. Es la modernidad de la acción revolucionaria y del conocimiento en constante evolución progresiva. Más que una completa reacción a la modernidad kantiana, es su culmen a través del principio de libertad.
 
Desde hace algunas décadas se habla de que aquello que solíamos llamar modernidad ha sufrido un cambio de tal magnitud que difícilmente podríamos seguir llamándola de la misma forma. Como escribí antes, a esto se le ha querido llamar “postmodernidad”, palabra equívoca e inexacta (¿cómo algo puede estar “después de lo que está pasando”?), pero que ha tenido éxito en el imaginario social y se encuentra ya en el discurso cotidiano.

No es mi intención proponer un nuevo término ni señalar una vez más los problemas que el actual plantea, sino explorar si es posible hablar de algo diferente a la modernidad en el plano del arte y específicamente, de la poesía. De ser así, es necesario explorar cómo se caracteriza y cuáles elementos lo diferencian del arte moderno. Ello lleva a una nueva pregunta: cuál es el sentido de estos cambios y cuál la narrativa que reemplazó al mito de la Historia que le dio sentido a la modernidad.

El uso original del término “postmodernidad” fue en la arquitectura. Se trató en este caso de una reacción y una continuación del estilo moderno representado por el estilo Internacional (funcionalismo) y que se caracteriza por la incorporación de ornamentos, técnicas y estilos de etapas previas en edificios funcionalistas. No de una ruptura con el modernismo, sino de precisamente un cese de rupturas: mientras la modernidad había dado la espalda al pasado, el postmodernismo reincorporaba elementos de pasados siglos sin negar nada. Ni a la modernidad misma.

De la arquitectura el término pasó a las artes plásticas, el cine y la literatura. Sin embargo, bajo esa etiqueta se han catalogado indistintamente tan sólo en literatura obras tan diferentes e inclusive contrarias como los cuentos de Jorge Luis Borges y las novelas de Roberto Bolaño sin siquiera dar una somera explicación. Asimismo se señala como influencia inicial del postmodernismo a Dadá cuando este movimiento es el punto de partida de las vanguardias: los elementos formales de muchas obras “postmodernas” vienen directamente de los movimientos que señalan el punto álgido de la estética moderna.

Este y otros equívocos semejantes han hecho que muchos veamos con sospecha la utilización del término “postmodernidad” para algo que al parecer no tiene pies ni cabeza (ya no digamos el sentido de la palabra misma). Pareciese que todo esto sólo alude a una transformación más de la “estética de la ruptura” que, como señaló Octavio Paz, fue la constante del arte moderno.

Aunque la mayor parte de los estudios que hablan de una literatura “postmoderna” se ocupan de la narrativa, me parece que es oportuno señalar las características que señalan y contraponerlas con aquellas que fueron constantes en la modernidad.

Se habla en primer lugar de la tendencia a la suspensión de la estética de la ruptura moderna. Esto último se refiere a aquella tradición de la modernidad que se manifestó con la negación de los valores estéticos y éticos de los movimientos previos. La literatura moderna, ejemplificada en las vanguardias, pretendió hacer una tabula rasa de todo arte previo (en el caso del dadaísmo, de la misma idea de “arte”) y comenzar desde un nuevo principio. La frase “Chopin a la silla eléctrica” de los estridentistas ilustra esta idea que compartieron las primeras vanguardias y que de una manera u otra se mantiene, acaso con menos virulencia. Y es que mientras el futurismo pide la aparición de una nueva belleza “moderna”, los surrealistas y cubistas, tras la gran demolición de dadá, buscan un principio diferente del arte que el sancionado por las academias. Es así que se remiten al arte áfricano e hindú; a la estética oriental y a los aspectos rituales de la creación artística. La idea de fundación de un nuevo sagrado.

La literatura llamada postmoderna, entonces, ya no pretende tal tabula rasa. Retoma elementos de diferentes épocas y movimientos sin pretender ninguna “depuración” o negación. No pretende un nuevo comienzo sino la creación de una obra nueva con los elementos previos. Homenaje y parodia: la literatura pierde, pues, el propósito devastador y en lugar de proponer una estética que se presente como algo completamente nuevo, se remite a la escritura del pasado, sin discriminar siquiera a lo hecho por la modernidad. No se pretende una ruptura porque en sentido estricto, no rompe con nada: lo continúa, lo simula y lo homenajea.

Lauro Zavala identifica en Borges, Monterroso y Arreola a los primeros autores de textos postmodernos. Y en ellos identifica esta característica.
 
Borges, tras una juventud identificada con la vanguardia ultraísta, reniega en sus años de madurez de los principios de aquella. Desconfía de la estética moderna y propone en su lugar una escritura que, tras una redacción clásica y equilibrada, retoma elementos de diversos discursos literarios: el género fantástico, el relato policiaco, la novela gauchesca e inclusive la metaficción propia del barroco[2]. Arreola, por su parte, retoma la tradición popular, la del género fantástico y la del barroco para unirlas en una prosa que va de lo clásico de los relatos de Confabulario a la sobria experimentación de La feria.

Precisamente la única novela de Arreola es ejemplo de otra de las características que asocian con la narrativa de las últimas décadas: su carácter fragmentario.

Lo que hace a La feria una obra de difícil clasificación es que a diferencia del cuento y el relato modernos, donde cada obra se concibe como un todo independiente, en ella la mayor parte de los relatos sólo adquiere significación en relación con el conjunto. De la misma manera, mientras en la novela hay una imbricación lógica, una unidad de personajes, voz narrativa y cronotopo, en esta obra no existe una unidad semejante. No sólo no hay un personaje principal declarado, sino que la acción (si se le puede llamar de tal manera) va de un tiempo a otro. No es una colección de cuentos, a pesar de que abreva del cuento tradicional, clásico y moderno[3], pero tampoco es una novela como tal aunque tiene elementos de la novela moderna (de las atmósferas de Proust como de la verbalidad de Joyce), decimonónica (el tema, que remite a las obras del XIX mexicano) y, por supuesto, del Quijote, con quien comparte no sólo el carácter de fragmentos, sino el ambiente paródico.

Si alguien exploró la escritura fragmentaria fue Monterroso. A diferencia de Arreola, sin embargo, su obra no tiene un plan de imbricación tan bien construido. Ello lleva a que sea posible leer cada uno de los fragmentos de forma individual. Minificción se ha dado en llamar a este género que tiene antecedentes en Julio Torri, pero también en las greguerías de Gómez de la Serna e inclusive en los poemínimos de Huerta. A diferencia del cuento breve de la literatura moderna (incluido Chejov), sin embargo, en la minificción la participación del lector es crucial. En toda literatura lo es, pero mientras el cuento nos da todos los elementos para reconstruir mentalmente el mundo de la narración, en la minificción estos elementos se encuentran elididos en su mayor parte (e incluso, aquellos elementos más importantes). La minificción participa de ciertos elementos propios de la poesía (donde sin la re-presentación del lector, el texto carece de sentido), pero no deja de ser una narración (donde existe una historia que se desarrolla).

Este carácter inestable de las obras, que a veces parecen ser ensayos; otras, cuentos, otras novelas, poesía o algo inclasificable lleva a otra característica, la de la llamada hibridación de géneros.

No es en realidad que exista algo como un género literario puro, pero durante la primera modernidad se establecieron una serie de características que, en teoría, eran suficientes para clasificar a una obra como narrativa o lírica y dentro de la primera, al cuento del relato y a éstos de las novelas. A pesar de la experimentación de principios y sobre todo, mediados, del siglo pasado, siempre fue posible catalogar las obras dentro de la teoría literaria tradicional, con algunos pocos cambios.

A diferencia de las obras más visibles de la literatura moderna, la narrativa de las últimas décadas, sin buscar una experimentación visible y militante como la de las vanguardias poéticas de principios de siglo, ha tendido a la ruptura de los géneros tradicionales. Esto no se debe precisamente a una voluntad consciente de quiebre, sino a una aproximación lúdica y desprovista de interés en las formas. Si una época artística es tan valiosa como la anterior, ¿por qué una forma debería ser privilegiada sobre otra? Del mismo modo que en estas obras hay una multitud de estilos históricos, hay una mezcla de formas prosísticas.

Esta aproximación lúdica es otra de las marcas que se suelen citar al hablar de lo que llaman “literatura postmoderna”. Esto no significa necesariamente que se trate en todos los casos de obras cómicas, sino en que existe un juego en el nivel del lenguaje en la obra de estos escritores. Esto, lleva a una manipulación de la materia verbal que se manifiesta con hibridaciones, rupturas, homenajes y parodias, todo dentro de obras que parecen manifiestamente experimentales.

Sin embargo, a diferencia de la obra de los escritores modernos, tanto en poesía como en narrativa, donde la experimentación era conducida por la idea de romper con las obras previas y así manifestar aquello que no era expresable (la velocidad verbal de Joyce y el flujo de la consciencia; los movimientos de la prosa de Proust; las palabras imbricadas desde el subconsciente de los surrealistas…), en este caso el motor de la experimentación es el juego. Un juego que, por serlo, inventa sus reglas. No es la ruptura por la ruptura o el ensanchamiento de lo expresable, sino el intercambio de reglas de acuerdo a los modelos admirados. Borges usará el lenguaje de sus admirados ensayistas ingleses para contar una historia kafkiana; Arreola hará hablar a todo un pueblo en su lenguaje para crear una festiva catedral barroca; Lezama Lima usa un lenguaje de otros siglos para dar sentido a un siglo de desastres; Cabrera Infante pone a discutir al lenguaje consigo mismo para hablar de una película de vaqueros…

La palabra parodia no totalmente justa cuando hablamos de este tipo de obras, pues no hay en ellas, en general, búsqueda de hacer mofa; tampoco se tratan propiamente de homenajes, pues el carácter augusto de éstos se encuentra ausente. Es una parodia y un homenaje. Un juego.

Aunque en algunos casos (sobre todo de escritores más recientes) es posible hablar de un afán moderno de experimentación, éste afán se puede ver también como un homenaje y una parodia al pasado. La obra de Roberto Bolaño, quien es visto como un renovador experimental, un vanguardista perdido en un mundo que no lo entiende, no tiene sino apenas una pátina de la estética vanguardista: es imagen de la rebelión romántica o mejor dicho: un homenaje a una vanguardia que no fue. Y es asimismo una parodia a los discursos de aquellos que construyeron esa modernidad a la que Bolaño no podía pertenecer porque el clima cultural que la formó había desaparecido. Sus obras no son modernas, sino otra cosa: la forma en que la literatura de las últimas décadas incorpora al discurso vanguardista en sus propios términos.

El ánimo lúdico que se puede apreciar en las obras llamadas postmodernas (o en su lectura) no significa befa, como en algunos modernos, sino homenaje. Juego no significa crítica (como fue lo normal en las obras menos serias de la modernidad). Ciertamente la risa no estuvo ausente en las obras de la primera mitad del siglo XX, pero se trató de una risa crítica: de un juicio y una parodia a la edad moderna; en la literatura actual esta crítica se encuentra muy atenuada, si no ausente: el juego es homenaje al pasado. No es que el arte de nuestros días, o el artista que lo crea, enaltezca la forma de vida en que se mueve (para así contraponerlo al ánimo polémico de la modernidad con la sociedad), sino que ese no es el punto medular de sus esfuerzos. A pesar de que, sobre todo en las artes visuales, existe disposición crítica a la sociedad, muy lejos han quedado las propuestas revolucionarias y explosivas del pasado siglo. El ánimo genésico de la modernidad ha desaparecido y se ha transitado a un lúdico manejo de los materiales y procedimientos propios del pasado, tanto de la tradición como de la modernidad. Nostalgia y juego.

De esta manera, precisamente en la falta de ruptura con el pasado inmediato y antiguo es donde podemos darnos cuenta que hay una diferencia con la estética moderna, la cual hizo del cambio y la revuelta su caballo de batalla. No se trata de una ruptura, sino de una continuación de los siglos. Y en esto radica su diferencia. Una que es suficiente para despertar la duda: ¿de dónde vienen estas divergencias?, ¿qué significado tienen, si es que tienen alguno?

Hay diferencias tanto formales (propensión a la parodia, a la hibridación genérica y a lo fragmentario) como de contenidos (nostalgia y juego) entre las obras modernas y las que han venido escribiéndose en las últimas décadas. Por ello, a juicio mío, sí hay algo que es diferente a la gran sacudida de la modernidad. ¿Cómo llamarlo y a dónde va? No es mi intención tocar esos puntos, como tampoco hacer un juicio de valor (¿comparándolas con qué y por qué con ello?) sino pensar que si la obra de arte es la realidad en el espejo, ¿cuál es la realidad con la que ésta habla y dialoga?

Cuando hablamos de poesía, por otra parte, creo necesario explorar, ante el poco interés hasta ahora mostrado, si existe un cambio entre la lírica moderna y aquella que se viene haciendo. Creo que en la misma recepción de la obra poética contemporánea podemos advertir un cambio. Mientras el caballo de batalla de la modernidad fue la poesía y los grandes renovadores fueron poetas, a partir de la aparición de los poeticistas[4], la lectura de poemas y la importancia de sus autores ha ido en paulatina merma. La poesía, a pesar de la enorme cantidad de autores que la practican (posiblemente más que en ninguna otra época, por cantidad de obras publicadas), ocupa un lugar muy modesto en la escena literaria de hoy.

¿Qué significa esto? ¿En qué momento y debido a qué circunstancias la actividad que fue en un momento la que guio el movimiento no sólo literario, sino artístico desde el romanticismo hasta mediados del siglo XX sufrió tal opacamiento? ¿Existen algunas características en la lírica contemporánea donde sea posible advertir diferencias entre ésta y la propia de la modernidad?






[1]El barroco español y sus correspondientes en otros países representa un interesante momento: no se trata de un periodo de transición, sino una cultura surgida de la crisis de valores todavía medievales (la idea del universo ordenado por la Razón divina presente inclusive en los renacentistas) a unos modernos (un universo vacío, ordenado sólo por el Espíritu humano) que no se aceptaban plenamente.

[2] Lo que resulta interesante, pues a pesar de que Borges aceptó a la literatura como un “perpetuo presente” y a toda obra artística como más allá del tiempo, siempre tuvo cuidado de marcar sus diferencias con los escritores barrocos, con cuya estética no concordaba.

[3] Chejov da forma a esa tradición del cuento donde no parece suceder nada: en donde el sentido se establece por la lectura, la atmósfera y el lenguaje. Gran parte de los fragmentos de La feria sólo tienen sentido al ser leídos de esta manera.

[4] Precisamente en la obra y los presupuestos de los poeticistas en México creo advertir un cambio generacional que abordaré en un capítulo posterior.

Sobre la forma en la literatura  César A. Cajero Podemos definir en este momento y provisionalmente a la literatura como aquella...