El objeto artístico
César A. Cajero Sánchez
Cuando
se habla sobre pintura, escultura o arquitectura, la identidad de estas artes
como objetos es relativamente evidente. Sin entrar en detalles, hay un cuerpo
físico sin cuya presencia no existe obra.
En
el caso del teatro o la danza, como artes escénicas, se puede afirmar que sin
su presentación concreta no existen: sólo se manifiestan mientras alguien las
re-presenta en el escenario, mientras alguien las presencia.
En
cambio, ni en la poesía ni en la música parece existir una materialidad
evidente. A pesar de la performatividad
de la música —usaré este neologismo en lugar de interpretación por esta vez—,
por ejemplo, no es clara su cualidad de objeto.
La
música, empero, es una serie de ondas sonoras con ciertas características entre
las que se cuentan volumen, tono, duración y silencios entre ellas. Estas ondas
sonoras se transmiten en una materia física y no por usar como soporte un medio
aéreo son menos concretas que los colores de una pintura.
La
especificidad del arte musical no es menos estricta que la de la pintura o la
arquitectura. Mientras en las artes plásticas, cada trazo y forma son las que
constituyen la obra artística, en la música lo es cada elemento sonoro. Su
presentación es estricta: el objeto artístico es, ante todo, su forma.
Como
todo arte que se presenta a un público, sin embargo, la música sólo se cumple a
cabalidad cuando es re-presentada. Tanto ella como la danza o el teatro existen
en tanto se re-presenten. Otro tanto puede decirse de las artes visuales:
únicamente son objetos de arte, y no simples cosas, cuando son contemplados.
Esto,
empero, no les resta existencia como formas físicas. Tampoco les quita la
especificidad de su forma. La posibilidad de su interpretación les viene de sus
características concretas.
Cada
representación de las artes interpretativas es única e irrepetible, sin
embargo, se atiene a aquella forma ideal que ya está fijada. El teatro es el
género más libre en este sentido porque ahí es donde el intérprete tiene más
espacio de improvisación: cada actor y director hará una definición distinta
del texto dramático. Y cada vez que se presente será distinta.
El
caso de la música es diferente. Al menos en el caso de la música culta
occidental —el caso de la música popular es un poco distinto—, existe una
notación y una forma que es quizá la más estricta dentro de las artes
interpretativas. Esto se debe también a ciertas características de este arte:
su cualidad exacta, casi matemática. Cada sonido, silencio y sus caracteres son
imprescindibles. En todo arte los son, pero en la música esto se hace evidente.
Un error puede dar al traste con toda una exhibición.
El
caso de la literatura es más discutible. Por su materia de trabajo —el
lenguaje— hay otro elemento que se hace presente de manera palmario: el
sentido.
Todo
lo que el ser humano toca se llena de sentido. Indudablemente, los sonidos de
una pieza musical o las formas de una escultura están plenos de significado,
sin embargo, la palabra es aquella forma que tiene una carga semántica sistemática,
dentro de un conjunto coherente. Hablo de la doble articulación de Saussure y
de las características todas del signo lingüístico.
Debido
a esto, mucho se ha hecho hincapié en la doble naturaleza del arte literario:
el poseer un fondo —sentido— y una forma —como objeto sonoro—. Lo primero lo
acercaría a los discursos argumentativos e informativos —que usan
primordialmente la función referencial de la lengua—, lo segundo, a la música.
En
realidad, la especificidad de la forma física del objeto artístico es en la
literatura tan grande como en cualquier otro tipo de disciplina. El contenido
de la obra es inseparable de la manera como se expresa.
Muy
pocos, por ejemplo, se contentarían con la reproducción abreviada de una
pintura o las versiones simplificadas de una pieza musical, pero en el caso del
texto literario esto es un error común y corriente. Se cree posible separar la
forma del contenido.
La
misma traducción, como mencionaré más adelante no nos está presentando la obra
original: de ser una traslación cumplida, es otra obra, aunque inspirada directamente en la original; de no
cumplirse es simplemente una divulgación imperfecta, algo que no fue.
Esta
diferencia de la literatura con otras artes es más de grado que de naturaleza.
Como ya señalé, tanto la música como la danza tienen un sentido, una
significación, aunque no sea evidente de manera directa. Asimismo, la
literatura tiene una forma física —una especificidad y una rigurosidad en esta—
que no puede ser alterada so pena de cambiar toda la obra.
Probablemente
esto no sea tan evidente como en el caso de otras artes, como la escultura o la
música. Por tanto, es necesario examinar las características del arte
literario, si existe en él una forma física y cuáles son sus características.
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