La (otra) guerra de
Reforma
César Alain Cajero
Sánchez
En las últimas semanas, dos veces
me preguntaron sobre la Reforma educativa (lo que así llaman). Aunque ya había
hablado AQUÍ del tema cuando esto empezaba, ni mi amigo de Tabasco ni mi
querida tía sufren mis acosos en la red, así que no se enteraron de mi opinión.
En aquel entonces poco sabía
directamente de los lineamientos de la dichosa Reforma, excepto lo que me
comentaban mis amigos de escuelas públicas y lo que había alcanzado a leer de
ella mientras fui maestro rural en Conafe. Meses más tarde —y después de leerla,
primero obligado y luego por interés— reafirmo que está diseñada por personas
que en su vida han dado clases y que piensan que aprenderse de memoria los
lineamientos de un manual de pedagogía barata (con número de inciso y toda la
cosa) es suficiente para ser buen maestro.
Otras linduras salieron tras la
lectura de tal mamotreto insufrible… Pero me desvío de la anécdota.
Un compañero de Conafe (Consejo
nacional de Fomento educativo; una institución que atiende a comunidades
aisladas de menos de 200 habitantes) me escribió a eso de las nueve de la
mañana a mi celular. Me contó acerca de las marchas que estaba realizando la
Coordinadora por esas tierras del sureste mexicano. Mandó algunas fotografías
de la aparición de zapatistas por las calles de Palenque que me dejaron con un
revolucionario sabor de boca, como en aquellos días de mediados de los noventa.
Un día después, otro compañero, que vive en Palenque, me dijo que la foto es
falsa y que aunque sí aparecieron pseudozapatistas, eran unos cuantos. Y que se
dedicaron a robar en una tienda del lugar. Si en verdad pertenecían al
movimiento zapatista o no, lo ignoro: el
EZLN ha dado su espaldarazo al movimiento, aunque no veo qué vela tienen en
este entierro, salvo, quizá, simpatizar con el muertito.
Como no tenía forma de saber
quién decía la verdad, esperé para leer en periódicos sobre el tema. Todos
aceptaron los desmanes en Palenque, pero algunos los justificaron. Juzgué todo
esto como deplorable, pero entendible: los grupos humanos pierden el control y
la rapiña es una forma de venganza social.
Mi amigo, sin embargo, todo lo
decía de buena fe. Días después me compartió una foto que le habían mandado de
la marcha silenciosa zapatista del 2012 como si fuese reciente. Esperé estar
más informado para hablar del tema.
Hace poco fui a ver a mi tía a su
casa de Nezahualcóyotl, donde vivimos hasta que pasé a secundaria. Me contó que
mi primo más pequeño, quien está en sexto de primaria, tiene clases un día no y
otro tampoco pues su maestra está enferma. Como es natural, está enojada y
nerviosa ante esta situación (y como es también natural, mi primo no lo está
tanto). En un momento dado, aludió al conflicto magisterial y dijo que todo eso
les pasa por no querer trabajar.
Mientras ofrecía ir los jueves de
las próximas vacaciones a regularizar a mi primo, veía por la ventana lo que
ahora es un feo templo al consumo capitalista (llamado Plaza Jardín) y que
cuando era niño era un basurero con algunos columpios y una resbaladilla con
forma de boca de oso. Aunque olía peor antes, lo feo no se le quita con nada. Y
ya no es tan divertido.
Recordé mi escuela que queda
todavía sólo al pasar la avenida. También a la maestra Marta y al maestro
Martín; al preescolar que estaba cerca del mercado y donde pasaba junto a un puesto
de tepaches con las mesas, los grandes
barriles y las jarras de vidrio. A la señora que nos vendía dulces a la salida
a mí y a mis amigos con los que jugaba guerras de tierra después de haber hecho
experimentos con un viejo juego de
química.
Aunque no conozco la situación de
la maestra de mi primo, comprendo la desesperación y el hartazgo de muchas
personas, que ven cómo continuamente las clases se suspenden por diversos
motivos, sin hablar de la calidad de educación que reciben sus hijos o
familiares. No puedo olvidar a un muchacho de provincia que llegó a la
secundaria sin saber leer… sin que fuese su culpa pues después de los tres
años, alcanzó un nivel más que aceptable y yo mismo le ofrecí mi casa si es que
quería hacer el examen para entrar a una preparatoria de la UNAM.
Que el sistema educativo en
nuestro país es desastroso no es un secreto. Gran parte de los maestros no
enseñan lo más básico (algunos ni siquiera lo saben); los planes de estudio no
son necesariamente los mejores y las condiciones de muchos salones de clase son
francamente deplorables. A esto hasta no hace mucho se le sumaba que las labores
de educador estaban secuestradas por un sindicato que protegía los intereses de
sus agremiados sobre la educación de los estudiantes. No soy yo quien le
increpa esto al sindicato: esa es su labor; como la labor de la SEP es buscar
mejorar la calidad educativa.
En estas semanas se ha hablado
mucho de la “Reforma educativa”, la cual, es verdad, de educativa tiene muy
poco. Los mandamases de la SEP parece que un día se fajaron los pantalones y
decidieron hacer como que sí trabajan. El resultado fue la Reforma educativa
que nos ocupa.
Una parte, la más cuestionada, de
la Reforma tiene que ver con mejorar la calidad de los maestros ante grupo.
Esta aplaudible decisión previsiblemente chocó con los intereses del gremio
magisterial. Ante esta situación, muchos no han tardado en decir que es un
simple conflicto entre un órgano de gobierno que está ejerciendo sus funciones
y una asociación que no defiende sino los intereses de sus afiliados (cosa para
la que existen los sindicatos). Aunque esto no es del todo falso, hay que decir
que la manera en que se pretende “mejorar” la calidad magisterial es cuando
menos delirante.
Según la Reforma, los maestros
que ya tienen un puesto en las escuelas gubernamentales tendrán varias
oportunidades de pasar un examen que medirá sus capacidades profesionales y de
no pasarlo, tendrán que tomar un curso para volver a presentarlo. Ello no
implica perder la plaza ya conseguida, sino no poder avanzar en las promociones
siguientes y ser reinstalado en funciones en caso de no pasar tres veces
consecutivas (reinstalado no significa despedido, sino que se le asignarán
otras funciones). Las reformas no afectan tanto, pues, a los maestros que ya
tienen plaza, sino a aquellos que esperan incorporarse al sistema. Para
empezar, los egresados de las escuelas normales (quienes anteriormente por
haber cursado en estas escuelas tenían asegurado un lugar en los sistemas
públicos) deben presentar dicho examen en competencia directa por las plazas
con egresados de otras instituciones. A partir de esta primera generación, la
presentación de exámenes del mismo tipo se verificaría de manera recurrente con
peligro de perder el lugar obtenido.
Por supuesto, esto pone en
peligro directo la estabilidad laboral de los trabajadores y con ello pierden
sus conquistas a largo plazo en cuestión de seguro médico, planes de retiro y
otras prestaciones. No digo con esto que quienes trabajen en la educación
pública ya no tendrán seguro social o un plan de jubilación, sino que al no
tener estabilidad laboral, éstas penden de un hilo. Un maestro que haya
ejercido dos años de servicio no podrá seguir pagando los préstamos para
conseguir una casa, tampoco seguirá acumulando para su retiro ni gozará del
seguro médico.
Es cierto que muchos
profesionales lamentablemente no contamos con esos “privilegios” (que nuestra
Constitución establece como derechos, pero que nos pasamos por el arco del
triunfo), sin embargo, eso no exime sino más bien alienta a los profesores a levantar
su voz con toda la razón para exigir que se conserven esos derechos ganados por
generaciones. De nuevo: la razón de ser de los sindicatos es precisamente
defender la forma de vida de aquellos a quienes agrupa.
Sin embargo, es fácil pensar que
el examen precisamente lo que busca es que con la competencia entre los
egresados de las normales y otros profesionistas se eleve la calidad del gremio
y con ello, las capacidades de los profesores ante grupo, lo que redundará en
mejor educación para los alumnos.
Dejando de lado la lucha
completamente legítima de los maestros normalistas por defender sus derechos,
este pensamiento derivado del liberalismo, falla en un punto esencial: lo que
se pretende calificar no son los conocimientos de las asignaturas del profesor
y ni siquiera su forma de dar clases. Lo que en verdad pretende medirse es la
familiaridad (que ronda con la memorización) con una serie de conceptos
acuñados por los pedagogos de la SEP; medidas y diligencias burocráticas.
Aprender cuál es la diferencia entre la Planeación semanal y el Plan anual, así
como cuál debe ser su relación jerárquica según los manuales.
Por supuesto que se habla aquí de
los contenidos de las asignaturas: pero sólo de cómo deben ser representados en
las planeaciones. También de la forma de dar clases: cuál debe ser la actitud
“correcta” según los manuales. Todo de manera memorizada y sin flexibilidad. Es
curioso que hablen de “iniciativas de gestión” cuando en la práctica, la
gestión más importante, la de la práctica magisterial, se verá constreñida a
los planes burocráticos de un grupo de pedagogos que no toman en cuenta la
diversidad de situaciones a las que el trabajo docente se ve enfrentado.
Aunque parezca tener sentido un
examen a nivel nacional para medir la calidad docente (y lo tiene, si lo que se
midiese fueran los conocimientos necesarios, algo que a muchos maestros, me
consta, les falta), hacerlo con las prácticas pedagógicas es un absurdo. Mucho
más si se basan en la memorización de un manual inepto que lo más que hace es
repetir lo obvio. Un ejemplo bastará, ¿en qué se debe basar la planeación
diaria de las clases?, ¿en el plan anual, en los planes de estudio o en la
situación pedagógica de los alumnos?, ¿diría usted que debería basarse en todos
o solamente en uno?… Según estas evaluaciones, hay una sola respuesta que se
debe aprender de memoria, aunque no se esté de acuerdo o no corresponda con su
situación.
Leo que el examen no consiste en
la memorización ni es estandarizado pues pone ejemplos de la vida real. ¿Eso
cambia el hecho de que se tome como válida sólo una respuesta? ¿Hay posibilidad
de desarrollar el porqué de una respuesta? ¿Los ejemplos de la “vida real”
abarcarán todas las variables que un maestro puede tener en un salón de clases?
Y de ser así, ¿en qué momento de la “vida real” se verán enfrentados a todas
esas variables sin estar previamente familiarizados así sea de mínima forma con
el contexto sociocultural del lugar?
Indudablemente las habilidades
del docente no dependen sólo de sus conocimientos de los temas de estudio
(aunque estos son imprescindibles), sino de su trabajo en clase. Sin embargo,
evaluar este trabajo no es tan simple como presentar un examen: es tarea de la
supervisión en campo, de entrevistas a los alumnos y padres de familia. En fin,
de un trabajo que se supone que ya deberían realizar los supervisores y
directores. ¿Lo hacen? Pues quién sabe. Bueno, sí sabemos, pero mejor no
señalar a nadie (y sí hay algunos que lo realizan; sería injusto generalizar).
Aunque pienso que se trata, como
dije en un texto anterior, de una muestra más de la bienintencionada ineptitud
de los organismos burocráticos, no puedo negar la posibilidad de que se trate
de una estrategia a mediano plazo para controlar al gremio magisterial. Ya que
el Estado corporativo se encuentra en descomposición (por las numerosas disensiones
dentro de los sindicatos tradicionales), buscar mecanismos de control resulta
necesario para un régimen político que se niega a cambiar su forma de
relacionarse con la sociedad.
Así, aunque en los últimos días
les ha dado por cacarear que es una mentira que se trate de una reforma laboral
(y no educativa), suponen en el mejor de los casos que mejorar la educación
equivale a cambiar la burocracia pedagógica en el sentido que marca la moda en
turno; en el peor, a una forma de controlar a los grupos magisteriales y
recortar sus derechos. En ambos casos, la educación no mejorará gran cosa y se
ahorrará un buen dinero del presupuesto que irá, ¿a dónde?
Ciertamente en estos últimos días
se ha hablado también de un cambio de contenidos en los planes de estudio. Esto
no era un secreto para quienes estamos cerca de la labor educativa por un
motivo u otro. Sin embargo, hasta ahora no se ha aclarado del todo en qué
consistirán estos cambios curriculares en las materias básicas. Se ha dicho,
empero, que se agregarán espacios para la asignatura de inglés y un taller de
psicología.
Aunque estas dos últimas medidas
son buenas, hay que tomar en cuenta el contexto de cada centro de estudios.
Enseñar inglés no es malo siempre que no se torne en una enseñanza mecánica y
aburrida como ha ocurrido con materias como la Historia o la Geografía que se
han convertido para muchos estudiantes en una constante tortura donde se
memorizan conceptos sin entenderlos ni aplicarlos.
En el caso de inglés enfatizo lo
del contexto porque en mis cuatro años en una comunidad rural, a pesar de
conocer el idioma inglés, me resultó muy difícil que se interesasen en el tema.
Esto porque no tienen contacto de ningún tipo con el idioma. Si no existe este
contacto mínimo e interés alguno, resulta difícil si no imposible aprender más
de unas frases. No pasa lo mismo con las matemáticas, pues su uso es
imprescindible; tampoco con las clases de lengua (materna y nacional), pues al
fin y al cabo ambas tienen que usarlas. Ciencias y Geografía les resultaron
interesantes por la naturaleza que los rodeaba (como a un niño de ciudad les
interesan por la tecnología) e inclusive logré que les interesase Historia,
por medio de películas y subrayando lo
que tiene que ver con la forma en que vivimos (amén de cambiar los abruptos
saltos del programa por uno que yo diseñé).
En otras palabras, aunque es
bueno dar la clase de inglés, es necesario contar con herramientas necesarias
para interesar a los alumnos en el tema (inclusive en la ciudad, no todos los
alumnos se interesan y a muchos les genera aversión); sobre todo, prácticas de
uso cotidiano y real de la lengua.
Otra cosa que se ha dicho y sobre
la cual circulan infinidad de rumores en la red es sobre el carácter
“neoliberal” de la Reforma. Bajo esta palabra, que puede esconder infinidad de
significados, se han amparado los maestros para obtener apoyo de la población.
Y aunque no puedo negar la posibilidad de que el gobierno quiera cobrar cuotas
obligatorias en las escuelas y vender los libros de texto, la verdad es que en
la Reforma no viene nada en ese sentido. Si lo hacen, están incurriendo de
hecho en una violación a sus lineamientos y a la misma Constitución (la cual no
ha sido alterada). Claro que como nadie lee nada, cada quien hace y dice lo que
quiere… De neoliberal sólo le veo a la Reforma lo ya señalado sobre la manera
de entrar al servicio educativo, en competencia franca por el puesto.
Así pues, no hay nada en la
Reforma que indique que se van a cobrar libros ni cuotas. Lo que sí es cierto
es que con los nuevos planes de estudio, el año entrante se deberán de hacer
nuevos libros (los del ciclo por empezar, ya están en las bodegas de las
escuelas) y que esto genera confusión por una quimera llamada “Escuela al
centro”, a la que citan continuamente, pero nunca dicen de qué trata.
La dichosa “Escuela al centro”
consiste en una reestructuración en la escala burocrática. Tradicionalmente, ésta
era vertical; donde la escuela ocupaba el escalón más bajo: la Secretaría de
educación pública federal mandaba órdenes a sus correspondientes estatales; éstas,
a las delegaciones regionales y finalmente, la cadena culminaba en la escuela y
el salón de clases. A su vez, cuando el salón de clases necesitaba algún
material, la cadena burocrática debía remontarse en sentido inverso hasta dar
con quien pudiese atender las necesidades.
La idea de “Escuela al centro”
consiste en que cada escuela maneje sus propios recursos sin necesidad de los
trámites burocráticos que exigían en ocasiones meses para ser atendidos. Para
ello, se supone que debe de formarse un comité integrado por directivos,
profesores y padres de familia.
La frase “manejar sus propios
recursos” ha llevado a numerosas interpretaciones. Para una de ellas, esto
significa que cada escuela deberá obtener estos recursos y de ahí se deduce la
obligatoriedad de cuotas, la venta de libros y demás. Lo cierto es que en la
Reforma dice de forma no muy clara (esto es necesario mejorarlo porque amén de
lo poco propensa que es la gente a la lectura; todos sabemos cómo se las gastan
las autoridades para interpretar a su conveniencia) que los recursos PÚBLICOS
que antes se asignaban por la cadena burocrática, ahora se otorgarán
directamente a las escuelas. La idea, con esto, es reducir los periodos de
espera, fomentar la participación activa de los miembros de la comunidad
escolar, aumentar la transparencia en el manejo de recursos y ajustar los
presupuestos a las necesidades reales de las escuelas.
Aunque se ha señalado inclusive
por las personas que sí han leído la Reforma que con esto se fomenta la
competencia capitalista por los recursos públicos al hacer del dinero de la
federación, botín de contratos a particulares, lo cierto es que en ese sentido
las cosas no cambiarían demasiado. Cuando las delegaciones regionales,
estatales o federales daban luz verde a un proyecto, era necesario también
contratar a una empresa privada. La diferencia es que nunca se sabía el monto
de la inversión real, con lo que la corrupción campeaba (sin mencionar que
dichos proyectos eran —como la misma Reforma— ocurrencia de algún funcionario,
que podía o no estar inspirado en las necesidades de las escuelas).
Aunque la idea no suena mal, me
temo que aunque se lleve a cabo de esta manera, no es completamente eficaz. No
acaba con la posibilidad de corrupción: la disgrega. A menos que el comité
tenga mecanismos de control muy bien planeados (y estos se cumplan), existe
posibilidad de corrupción en cada uno de los centros de trabajo. A decir verdad
ni siquiera desaparece la probabilidad de corrupción en las cadenas superiores
de mando, pero al multiplicarse exponencialmente los manejos de dinero, será
mucho más difícil rastrear fugas y corrupción.
Esto es lo que yo he pensado de
lo que he leído del texto de la Reforma y de otros documentos que pueden
encontrarse en la red. Señalo la ineptitud real de la Reforma educativa; lo
poco que incidirá en los aprendizajes de los alumnos; su disfraz amparada en
una pedagogía de moda mal adaptada y poco flexible; lo engañoso de la supuesta
“iniciativa” que plantea para cada escuela… También es verdad que del lado de
los maestros, quienes defienden derechos en una lucha perfectamente legal
(aunque con maneras y modos que rondan la ilegalidad y que les han quitado
simpatizantes), han existido mentiras respecto a la Reforma que restan
legitimidad a su lucha.
No puedo decir que no sea cierto
que exista la intención de “privatizar” la educación. Lo que sí puedo decir es
que amparándose en esta Reforma, no hay esa posibilidad (lo que sí existe es el
peligro de que, como nadie la lee, las autoridades hagan lo que se les ocurra,
amparándose en un texto que todos desconocen).
Finalmente, pero quizá más
importante. Todo esto no justifica ni nunca justificará los actos de violencia
de los maestros, pero mucho menos los terribles actos de terror del Estado y
sus subordinados. Exijamos justicia.
Ni un muerto más.
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