La (im)pureza necesaria
César
Alain Cajero Sánchez
Es
una ilusión reconfortante asumir que aquello que denominamos “malo”, “corrupto”,
“injusto” o “nocivo” se encuentra, todo ello, unido en una categoría que, por
supuesto, es contraria a lo que nosotros defendemos (el “bien”, lo “puro”, “justo”
y “benefactor”). Esto nos da un enemigo con un solo rostro y, mediante una
simplificación muy conveniente, da coherencia a nuestro proceder.
Entre
la comunidad intelectual, lo más común es asociarse a lo que llamamos “izquierda”,
a las posiciones “progresistas” y a todo aquello que parezca “justicia social”.
Por supuesto, estar en contra de todo lo que diga el gobierno es
imprescindible. Esto no siempre fue así: durante la mayor parte del tiempo, los
artistas, filósofos, científicos y en general toda persona que hoy llamaríamos “intelectual”
era parte de la Corte de los reyes. Cuando el estado moderno surgió y hasta muy
avanzado el siglo XX, poetas, novelistas y pensadores de diversos tipos
colaboraron con los gobiernos de distintas partes del mundo. La labor que en
nuestro país realizaron miembros del grupo de Contemporáneos y del Ateneo de la
juventud es aplaudible desde distintos puntos de vista. Asimismo, que José
Revueltas, nuestro gran escritor marxista, haya analizado en distintos momentos
el régimen postrevolucionario, recibido premios de él y criticado las
posiciones comunistas-estalinistas no menoscaba sus valores literarios (de
ninguna manera) ni su integridad como persona.
No
conozco a ningún intelectual que elogie al régimen priista (ni al panista en su
momento), aunque algunos de ellos reconocen que el México moderno sería
impensable sin los gobiernos provenientes de la cúpula postrevolucionaria.
Ciertamente no conozco a todos los intelectuales mexicanos en activo, pero sí a
varios de ellos, desde colaboradores de revistas tachadas por algunos de “derecha”
hasta filósofos marxistas universitarios, pasando por artistas underground y editores de suplementos
legendarios. Ninguno de ellos me ha intentado convencer de las bondades del
gobierno en turno. Al contrario, desde sus frentes, todos ellos han hablado de
la injusticia, cretinismo y vacuidad del mundo de la política gubernamental. Nunca
conocí, y me hubiese encantado, a Octavio Paz ni a José Revueltas o a Efraín
Huerta (amigos, por cierto, desde su juventud), pero en ninguna de sus páginas
he leído adhesión a los regímenes priistas, sí algunos análisis y muchas
críticas, aun de Paz, hoy atacado por un lado y por otro, juzgado como “derechista”
e “intelectual orgánico”. Como dije, nunca pude conocer a una inteligencia tan
alerta, pero como no puedo juzgar a una persona por su vida personal (que no conozco y que no me importa, dado que un escritor está en sus palabras) me guío por lo que de su pluma he
leído: una constante crítica a los gobiernos priistas y en realidad a todo
gobierno y poder que se imponga sobre el individuo.
Aunque
todos los intelectuales afirman ser críticos del poder, muchos, sin embargo,
caen en aquello que anoté más arriba: ponen en tela de juicio todo aquello que
está en contra de sus convicciones, lo meten en un sólo cajón y se curan en
salud, definiéndose como los buenos.
Estas
semanas he seguido la polémica causada por una antología y diversos juicios
acerca de la poesía de cierto oscuro (y hoy revalorado) poeta.
Aunque
a la mayoría de los mexicanos les importa un carajo la poesía, es normal que la
aparición de una antología levante ámpula entre los escritores. Una obra
literaria que no levante a su alrededor pasiones es fallida. Lo peor que puede
recibir el trabajo intelectual no es la polémica ni los ataques, sino el
silencio.
En
su momento la Antología de poesía mexicana
moderna de Jorge Cuesta —como años más tarde Poesía en movimiento— causó polémica y molestia entre críticos y
autores excluidos. Por ello, no me sorprendió cuando empezó el ruido alrededor
de dos publicaciones recientes (y conste que no creo que tengan las resonancias ni la importancia de las mencionadas antologías). Lo que sí me pareció interesante fue el tono
del discurso en su contra, donde al “conservadurismo” estético se le asocia
inevitablemente nexos con el gobierno mexicano.
Como
mencioné arriba, la crítica es un lugar inhóspito: usarla nos lleva a la
conclusión de que no hay nada completamente bueno en todo lugar y momento. Aun aquello
donde encontramos asidero debe ser sujeto de crítica constante, pues como
señalé, no hay una verdad absoluta aplicable a todos. Ello no impide creer en
principios, sino que obliga a revisar las voces disidentes y lo que tienen que
decir. Tal ejercicio es agotador y deja al individuo sin una respuesta para
todas sus tribulaciones, lo que no sucede al volcar nuestra fe en una religión,
verdad o ideología política.
Me
parece sintomático que a pesar de que todos juran por la crítica, muchos buscan
(y en su mayoría, encuentran) una verdad única en la que creer y con ella dar
solidez a sus juicios de todo tipo. No me sorprende que lo hagan: lo entiendo.
Incluso entiendo por qué muchas de estas personas son de las más inteligentes y
sensibles que haya conocido. Son ellos quienes perciben con más claridad los
abismos que entraña el relativismo al que puede llevar una crítica mal
entendida. Lo que me llega por momentos a sorprender es que se asuman, después
de haber encontrado esta verdad inamovible a la cual no se le puede tocar ni
con el más mínimo reparo, como aquellos que enarbolan la única forma de crítica.
La buena.
La
mayoría de personas que hacen esto (como dije, no conozco a buena parte de los
intelectuales ni siquiera del centro del país) se asume como de izquierda. Y con esto entienden la
izquierda institucional (pues encarna en instituciones reconocidas por el
Estado) pero antisistémica (puesto que a pesar de vivir del presupuesto como
instituciones legítimas que son, se asumen como ajenas al sistema e incluso
como revolucionarias). Sinceramente no tengo nada en contra de ninguno de estos
movimientos. Por diversos motivos, por ejemplo, en su momento voté por el candidato al parecer sempiterno de las izquierdas (y nunca votaría por el PRI), pero ello no evita que
perciba a mi parecer vacíos importantes en su retórica y anhele la aparición de
un movimiento más amplio[1]
y que llene mis expectativas. Y que permita la crítica.
Paradójicamente,
ninguno de mis amigos, maestros o conocidos que muchos catalogan como la “derecha
literaria” ha dicho nada cuando escribo en contra del gobierno y de los ineptos
funcionarios de las diversas dependencias; tampoco cuando lo hago a favor de alguna figura de izquierda, lo que no es raro. En cambio, cuando hago una pequeña
crítica a algún movimiento que apoyan, mis amigos de “izquierda” me han
inclusive dejado de hablar y casi me preguntan cuánto me pagaron (no diré que hablo bien del gobierno porque creo que eso nunca lo hago). Esto es todavía más extraño si tomamos en cuenta
que, como dije anteriormente, todos, tanto los pertenecientes a la dichosa “mafia
cultural” como quienes se asumen como de “izquierda” o de plano se dicen underground y de vanguardia mantienen juicios similares en sus críticas al gobierno.
Supongo entonces que los únicos que tienen el privilegio de criticar de a devis son los segundos. O eso o ya no
entiendo nada.
La
más reciente y ya señalada mutación de este discurso de “estás conmigo o estás
mal” viene de un señor a quien tampoco conozco y cuyo nombre se supone que ya
desapareció, pero cuya columna en Laberinto
leía con regularidad. El señor se enojó cuando percibió que él y muchos de sus
amigos fueron excluidos de la ya mencionada antología. Esto lo comprendo. Lo
novedoso (en su caso, no tanto) es cuando tildó a dicha antología y a quienes
no están de acuerdo con su criterio estético de “derechistas”, “conservadores
literarios” e “intelectuales coludidos con el gobierno”, todo en uno.
Me
enteré de esto cuando un crítico literario (a quien no conozco, pero cuyas
publicaciones también leo con regularidad) objetó los juicios estéticos de una
parte de la comunidad intelectual que ha concedido valor de clásico de la vanguardia
a un tal Ulises Carrión (quien tampoco me emociona). Ante este juicio (que
puede ser justo o no, pero creo que tenemos el derecho a decir lo que
pensamos), muchos, señaladamente el autocalificado como anarcomunista (sic), saltaron. Tampoco me sorprende, pues todos defendemos aquello en lo que creemos. Esto a pesar de que a mi juicio, jurar simplemente en nombre de
la “experimentación” me parece tan absurdo como calificar a cualquier cosa de “arte”
sólo porque lo dice el autor. Creo más que nadie en la experimentación y creo
que toda obra valedera dice siempre algo nuevo pues muestra algo del mundo que
nunca había sido visible, pero me parece que ésta tiene valor sólo por la
capacidad de la obra como conjunto de asombrarnos sin juicios previos ni
verborrea teórica (que por eso es arte), no al revés. Quizá me equivoque y
Poeta en Nueva York no valiese sino hasta que se le hicieron interpretaciones
freudianas y análisis marxistas, años después de publicada, pero es mi opinión.
Digo,
pues, que no me sorprende, pero sí me asombra un poco que sus ataques no se
limiten a disentir violenta o dialógicamente con este juicio, sino que van de
la mano con ideas políticas. Así, se juzga a toda una revista como de derechas,
aliada del gobierno, además de enemiga de lo experimental. Al mismo tiempo,
piensa a todo aquel que esté con él como un todo homogéneo, de izquierda, anarcomunista,
ajeno al gobierno y en resumidas cuentas, chido.
Pero
Ezra Pound fue de derecha (fascista) al mismo tiempo que uno de los grandes
experimentadores de su tiempo y un revolucionario declarado. El realismo
socialista, que produjo pocas obras de valía, era extremadamente conservador
estéticamente, aunque afín a lo que en ese momento se llamó marxismo (un
marxismo falso, claro). Borges, quizá el escritor más influyente del siglo XX
latinoamericano era un conservador confeso y abjuraba de las vanguardias; a pesar
de ello, revolucionó el cuento moderno.
No
es necesario seguir. La noción de que la vanguardia va aparejada a una actitud
de “izquierda” no se sostiene como no se sostiene el decir que dentro de la
obra de los muy diversos poetas antologados hay una ideología afín al gobierno
o que en aquellos excluidos hay —en su obra, repito— cosas que el gobierno
prefiere mantener lejos del público. El odiado Paz tiene en su poema “Piedra de sol” diatribas contra los gobiernos y el Estado, y nadie que yo sepa trata de
purgar al poema de dichos versos. Revueltas tiene en muchas de sus mejores
obras un sentimiento cristiano que no fue aceptado por sus compañeros del
Partido comunista. El arte, en efecto, tiene resonancias de su realidad social,
cultural y política, pero trasciende a la Historia.
Que
hay juicios estéticos cuestionables (y que bueno que se cuestionen), sin duda. Que existen grupos muy bien
plantados en la cultura y en los que es muy difícil entrar, de acuerdo. Que el
gobierno quiere usar la cultura como carta de presentación ante el mundo (como
usó a los muralistas, a los Contemporáneos, a la Generación de medio siglo…) ni hablar. Que ello convierta a quienes están en desacuerdo con nuestras ideas
en epítome de todo lo malo habido y por haber es una decepcionante claudicación
de la crítica. La crítica que comienza con lo que amamos. La pureza en lo que
creemos debe mancharse, bajar a la tierra, ensuciarse de crítica: hacerse
presente; hacerse humana.
[1]En
cierto momento me he entusiasmado con el EZLN, quien, ese sí, se ha mantenido
fuera de los presupuestos gubernamentales. Ello no me ciega a su limitado rango de
acción, sin embargo, como me parecen dignos de un voto de confianza, he
enseñado acerca de ellos a alumnos y compañeros (como voto de confianza me han
merecido políticos de izquierda, de Cuauhtémoc Cárdenas en mi temprana juventud
a Obrador en las últimas elecciones).
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