lunes, 27 de junio de 2016


La (im)pureza necesaria


César Alain Cajero Sánchez


Es una ilusión reconfortante asumir que aquello que denominamos “malo”, “corrupto”, “injusto” o “nocivo” se encuentra, todo ello, unido en una categoría que, por supuesto, es contraria a lo que nosotros defendemos (el “bien”, lo “puro”, “justo” y “benefactor”). Esto nos da un enemigo con un solo rostro y, mediante una simplificación muy conveniente, da coherencia a nuestro proceder.

Entre la comunidad intelectual, lo más común es asociarse a lo que llamamos “izquierda”, a las posiciones “progresistas” y a todo aquello que parezca “justicia social”. Por supuesto, estar en contra de todo lo que diga el gobierno es imprescindible. Esto no siempre fue así: durante la mayor parte del tiempo, los artistas, filósofos, científicos y en general toda persona que hoy llamaríamos “intelectual” era parte de la Corte de los reyes. Cuando el estado moderno surgió y hasta muy avanzado el siglo XX, poetas, novelistas y pensadores de diversos tipos colaboraron con los gobiernos de distintas partes del mundo. La labor que en nuestro país realizaron miembros del grupo de Contemporáneos y del Ateneo de la juventud es aplaudible desde distintos puntos de vista. Asimismo, que José Revueltas, nuestro gran escritor marxista, haya analizado en distintos momentos el régimen postrevolucionario, recibido premios de él y criticado las posiciones comunistas-estalinistas no menoscaba sus valores literarios (de ninguna manera) ni su integridad como persona.

Probablemente los horrores que sembraron los gobiernos nacionales hacen que hoy la mayoría de los intelectuales (palabra con la que no estoy absolutamente de acuerdo, pero que usaré a partir de este momento sin las molestas comillas) los vea con recelo. Lo aplaudo. Considero que, en efecto, después de ver los crímenes que son posibles cometer en nombre del Estado, la Nación, la Raza o la Justicia por un gobierno ciego y burocrático, seguro de su Verdad, es inevitable estar alerta siempre y usar el arma de la crítica. El precio de la crítica, sin embargo, es la incertidumbre, la cual es en ocasiones intolerable.

No conozco a ningún intelectual que elogie al régimen priista (ni al panista en su momento), aunque algunos de ellos reconocen que el México moderno sería impensable sin los gobiernos provenientes de la cúpula postrevolucionaria. Ciertamente no conozco a todos los intelectuales mexicanos en activo, pero sí a varios de ellos, desde colaboradores de revistas tachadas por algunos de “derecha” hasta filósofos marxistas universitarios, pasando por artistas underground y editores de suplementos legendarios. Ninguno de ellos me ha intentado convencer de las bondades del gobierno en turno. Al contrario, desde sus frentes, todos ellos han hablado de la injusticia, cretinismo y vacuidad del mundo de la política gubernamental. Nunca conocí, y me hubiese encantado, a Octavio Paz ni a José Revueltas o a Efraín Huerta (amigos, por cierto, desde su juventud), pero en ninguna de sus páginas he leído adhesión a los regímenes priistas, sí algunos análisis y muchas críticas, aun de Paz, hoy atacado por un lado y por otro, juzgado como “derechista” e “intelectual orgánico”. Como dije, nunca pude conocer a una inteligencia tan alerta, pero como no puedo juzgar a una persona por su vida personal (que no conozco y que no me importa, dado que un escritor está en sus palabras) me guío por lo que de su pluma he leído: una constante crítica a los gobiernos priistas y en realidad a todo gobierno y poder que se imponga sobre el individuo.

En lugar de a Paz y a Revueltas, he conocido y soy amigo de muchas personas que sí los conocieron. Algunas de ellas se llevaron bien con ellos; otras tienen agridulces recuerdos; sin embargo; todos ellos (y también quienes no lo conocimos: sea a favor o en contra, México vive todavía su recorrido intelectual) coinciden en sus críticas a los gobiernos priistas y panistas. Ello no impide a la mayoría haber tenido un puesto para alguna dependencia gubernamental, recibir un premio del gobierno federal o estatal o simplemente fungir como consejeros de algún proyecto en su delegación o municipio. No tengo por qué juzgarlos y considero que todos lo han hecho de buena fe.

Aunque todos los intelectuales afirman ser críticos del poder, muchos, sin embargo, caen en aquello que anoté más arriba: ponen en tela de juicio todo aquello que está en contra de sus convicciones, lo meten en un sólo cajón y se curan en salud, definiéndose como los buenos.

Estas semanas he seguido la polémica causada por una antología y diversos juicios acerca de la poesía de cierto oscuro (y hoy revalorado) poeta.

Aunque a la mayoría de los mexicanos les importa un carajo la poesía, es normal que la aparición de una antología levante ámpula entre los escritores. Una obra literaria que no levante a su alrededor pasiones es fallida. Lo peor que puede recibir el trabajo intelectual no es la polémica ni los ataques, sino el silencio.

En su momento la Antología de poesía mexicana moderna de Jorge Cuesta —como años más tarde Poesía en movimiento— causó polémica y molestia entre críticos y autores excluidos. Por ello, no me sorprendió cuando empezó el ruido alrededor de dos publicaciones recientes (y conste que no creo que tengan las resonancias ni la importancia de las mencionadas antologías). Lo que sí me pareció interesante fue el tono del discurso en su contra, donde al “conservadurismo” estético se le asocia inevitablemente nexos con el gobierno mexicano.

Como mencioné arriba, la crítica es un lugar inhóspito: usarla nos lleva a la conclusión de que no hay nada completamente bueno en todo lugar y momento. Aun aquello donde encontramos asidero debe ser sujeto de crítica constante, pues como señalé, no hay una verdad absoluta aplicable a todos. Ello no impide creer en principios, sino que obliga a revisar las voces disidentes y lo que tienen que decir. Tal ejercicio es agotador y deja al individuo sin una respuesta para todas sus tribulaciones, lo que no sucede al volcar nuestra fe en una religión, verdad o ideología política.

Me parece sintomático que a pesar de que todos juran por la crítica, muchos buscan (y en su mayoría, encuentran) una verdad única en la que creer y con ella dar solidez a sus juicios de todo tipo. No me sorprende que lo hagan: lo entiendo. Incluso entiendo por qué muchas de estas personas son de las más inteligentes y sensibles que haya conocido. Son ellos quienes perciben con más claridad los abismos que entraña el relativismo al que puede llevar una crítica mal entendida. Lo que me llega por momentos a sorprender es que se asuman, después de haber encontrado esta verdad inamovible a la cual no se le puede tocar ni con el más mínimo reparo, como aquellos que enarbolan la única forma de crítica. La buena.

La mayoría de personas que hacen esto (como dije, no conozco a buena parte de los intelectuales ni siquiera del centro del país) se asume como de izquierda. Y con esto entienden la izquierda institucional (pues encarna en instituciones reconocidas por el Estado) pero antisistémica (puesto que a pesar de vivir del presupuesto como instituciones legítimas que son, se asumen como ajenas al sistema e incluso como revolucionarias). Sinceramente no tengo nada en contra de ninguno de estos movimientos. Por diversos motivos, por ejemplo, en su momento voté por el candidato al parecer sempiterno de las izquierdas (y nunca votaría por el PRI), pero ello no evita que perciba a mi parecer vacíos importantes en su retórica y anhele la aparición de un movimiento más amplio[1] y que llene mis expectativas. Y que permita la crítica.

Paradójicamente, ninguno de mis amigos, maestros o conocidos que muchos catalogan como la “derecha literaria” ha dicho nada cuando escribo en contra del gobierno y de los ineptos funcionarios de las diversas dependencias; tampoco cuando lo hago a favor de alguna figura de izquierda, lo que no es raro. En cambio, cuando hago una pequeña crítica a algún movimiento que apoyan, mis amigos de “izquierda” me han inclusive dejado de hablar y casi me preguntan cuánto me pagaron (no diré que hablo bien del gobierno porque creo que eso nunca lo hago). Esto es todavía más extraño si tomamos en cuenta que, como dije anteriormente, todos, tanto los pertenecientes a la dichosa “mafia cultural” como quienes se asumen como de “izquierda” o de plano se dicen underground y de vanguardia mantienen juicios similares en sus críticas al gobierno. Supongo entonces que los únicos que tienen el privilegio de criticar de a devis son los segundos. O eso o ya no entiendo nada.

La más reciente y ya señalada mutación de este discurso de “estás conmigo o estás mal” viene de un señor a quien tampoco conozco y cuyo nombre se supone que ya desapareció, pero cuya columna en Laberinto leía con regularidad. El señor se enojó cuando percibió que él y muchos de sus amigos fueron excluidos de la ya mencionada antología. Esto lo comprendo. Lo novedoso (en su caso, no tanto) es cuando tildó a dicha antología y a quienes no están de acuerdo con su criterio estético de “derechistas”, “conservadores literarios” e “intelectuales coludidos con el gobierno”, todo en uno.

Me enteré de esto cuando un crítico literario (a quien no conozco, pero cuyas publicaciones también leo con regularidad) objetó los juicios estéticos de una parte de la comunidad intelectual que ha concedido valor de clásico de la vanguardia a un tal Ulises Carrión (quien tampoco me emociona). Ante este juicio (que puede ser justo o no, pero creo que tenemos el derecho a decir lo que pensamos), muchos, señaladamente el autocalificado como anarcomunista (sic), saltaron. Tampoco me sorprende, pues todos defendemos aquello en lo que creemos. Esto a pesar de que a mi juicio, jurar simplemente en nombre de la “experimentación” me parece tan absurdo como calificar a cualquier cosa de “arte” sólo porque lo dice el autor. Creo más que nadie en la experimentación y creo que toda obra valedera dice siempre algo nuevo pues muestra algo del mundo que nunca había sido visible, pero me parece que ésta tiene valor sólo por la capacidad de la obra como conjunto de asombrarnos sin juicios previos ni verborrea teórica (que por eso es arte), no al revés. Quizá me equivoque y Poeta en Nueva York no valiese sino hasta que se le hicieron interpretaciones freudianas y análisis marxistas, años después de publicada, pero es mi opinión.

Digo, pues, que no me sorprende, pero sí me asombra un poco que sus ataques no se limiten a disentir violenta o dialógicamente con este juicio, sino que van de la mano con ideas políticas. Así, se juzga a toda una revista como de derechas, aliada del gobierno, además de enemiga de lo experimental. Al mismo tiempo, piensa a todo aquel que esté con él como un todo homogéneo, de izquierda, anarcomunista, ajeno al gobierno y en resumidas cuentas, chido.

Pero Ezra Pound fue de derecha (fascista) al mismo tiempo que uno de los grandes experimentadores de su tiempo y un revolucionario declarado. El realismo socialista, que produjo pocas obras de valía, era extremadamente conservador estéticamente, aunque afín a lo que en ese momento se llamó marxismo (un marxismo falso, claro). Borges, quizá el escritor más influyente del siglo XX latinoamericano era un conservador confeso y abjuraba de las vanguardias; a pesar de ello, revolucionó el cuento moderno.

No es necesario seguir. La noción de que la vanguardia va aparejada a una actitud de “izquierda” no se sostiene como no se sostiene el decir que dentro de la obra de los muy diversos poetas antologados hay una ideología afín al gobierno o que en aquellos excluidos hay —en su obra, repito— cosas que el gobierno prefiere mantener lejos del público. El odiado Paz tiene en su poema “Piedra de sol” diatribas contra los gobiernos y el Estado, y nadie que yo sepa trata de purgar al poema de dichos versos. Revueltas tiene en muchas de sus mejores obras un sentimiento cristiano que no fue aceptado por sus compañeros del Partido comunista. El arte, en efecto, tiene resonancias de su realidad social, cultural y política, pero trasciende a la Historia.

Que hay juicios estéticos cuestionables (y que bueno que se cuestionen), sin duda. Que existen grupos muy bien plantados en la cultura y en los que es muy difícil entrar, de acuerdo. Que el gobierno quiere usar la cultura como carta de presentación ante el mundo (como usó a los muralistas, a los Contemporáneos, a la Generación de medio siglo…) ni hablar. Que ello convierta a quienes están en desacuerdo con nuestras ideas en epítome de todo lo malo habido y por haber es una decepcionante claudicación de la crítica. La crítica que comienza con lo que amamos. La pureza en lo que creemos debe mancharse, bajar a la tierra, ensuciarse de crítica: hacerse presente; hacerse humana.




[1]En cierto momento me he entusiasmado con el EZLN, quien, ese sí, se ha mantenido fuera de los presupuestos gubernamentales. Ello no me ciega a su limitado rango de acción, sin embargo, como me parecen dignos de un voto de confianza, he enseñado acerca de ellos a alumnos y compañeros (como voto de confianza me han merecido políticos de izquierda, de Cuauhtémoc Cárdenas en mi temprana juventud a Obrador en las últimas elecciones).

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