lunes, 19 de junio de 2017

De generación en generación

De generación en generación

“Too weird to live, too rare to die”
Dr. Gonzo en Miedo y asco en las Vegas


Recientemente me enteré de la existencia de una oscura polémica motivada por unos cuantos del alud de artículos, opiniones y referencias a algo que los medios han llamado “generación de los millenials”. Para mi sorpresa, no se trata de que alguien haya pedido que termine esa fastidiosa repetición del término, sino que cuando entre el parloteo alrededor del tema, algunos criticaron ciertas actitudes (con razón o sin ella) de dicha generación, varios se indignaron.

Aunque el tema de los millenials no me interesa gran cosa y aunque me declaro escéptico en cuanto catalogar a las personas por generaciones, dicha polémica me llamó la atención. Creía que desde los lejanos sesenta, no había tal rispidez entre personas nacidas en diferentes épocas. No porque, como expondré más adelante, no existiesen enfrentamientos generacionales (entendiendo por esto simplemente entre padres e hijos o entre personas mayores y… más mayores… o como sea), sino porque al menos en lo que iba de mi existencia, nunca había visto que tales discusiones trascendiesen más allá de los desayunos familiares con golpe en la mesa y todo. O eso o es que nunca me interesó darme cuenta.

Pensé en un primer momento que sería útil definir a qué se refieren con la generación millenial, pero la verdad no creo que nadie esté seguro de qué sea eso. A veces dicen que es la generación cuya adolescencia comenzó en el cambio de milenio (más o menos los nacidos entre 1980 y 1990); otras que no, que es aquella que ha vivido desde esa fecha (que tienen de 1 a 17 años, más o menos). Otros juran y perjuran que son aquellos que han crecido con internet (esto es más complicado de datar), otros que los que crecieron con la crisis de las instituciones (¿?), y así. Es tan confuso el término que se puede etiquetar de esa manera a casi cualquier persona que tenga menos de cuarenta años (a veces también a algunos de más de esa edad) y que tenga ganas de decirse parte de la generación de moda.

Con la discusión (por decirle de alguna manera) alrededor de dicha expresión han salido a cuenta los nombres de otras ilustres generaciones, sobre todo la de los sesenta (en EU, baby boomers; aquí, “la de Tlatelolco”) y la Generación X (aunque nunca se especifica si se refieren a la que así bautizó Douglas Coupland o a la creada por MTV). Los años setenta quedan en el limbo, así como los que crecieron en las crisis económicas de los ochenta y noventa, aunque no faltan quienes ya salieron con nuevos y bombásticos términos para estas personas.

Una vez que expuse mi desconcierto ante lo que significa este término (no es novedoso, tampoco quedó nunca claro qué era la Generación X y si hilamos fino, toda generación es un poco complicada de definir), propondré como hipótesis de trabajo (para que vean que sí fui a la universidad) que podemos referirnos con el término millenial a cualquier persona, preferentemente menor a cuarenta años, que se sienta parte de un grupo de personas aludida con este mote y que, para ser tomada en serio… parece ser  necesario que haga uso constante del internet y las redes sociales. No veo más.

Hecho esto, como abogado del diablo que soy, creo que empezaré por exponer las cosas que se señalan de estos “millenials” y comentar al respecto.

Leo que todo empieza porque se menciona que los dichosos millenials no tienen un proyecto social definido ni se interesan en la política, a diferencia de la generación de los sesenta. A esto, puedo comentar que es verdad que la mayor parte de las personas menores a cuarenta años está completamente alejada de la política activa: no le interesa participar en ella, no hace crítica o elabora propuestas de ese talante. Alguien les pide, pues, una mayor participación, que los jóvenes (o lo que podemos llamar así) propongan y formen asociaciones, partidos y nuevos métodos de participación ciudadana; otros, que más entre ellos se muestren activos en las justas reclamaciones a los gobiernos.

Como dije, es verdad: unos pocos tan sólo entre los menores de cuarenta años (y el porcentaje va a la baja mientras disminuimos de edad) se interesan en la política pública y participativa, sin embargo, yo me pregunto en cuál época habrá sido la mayoría la interesada en estas cuestiones. Es decir: ¿en algún momento la mayoría de la sociedad estuvo directamente implicada en la puesta en marcha de las instituciones, partidos y asociaciones? ¿En algún momento todos participaron o quisieron participar en la formación de propuestas sociales y políticas? Tal vez en el tiempo de las pequeñas ciudades griegas o en las sociedades de cazadores recolectores, pero no se me ocurre otro ejemplo. E incluso en esas sociedades, eran los mayores de edad —mientras mayores, mejor— aquellos que se consideraban ciudadanos. Ya los cómicos griegos se quejaban de que nadie se ocupaba de los asuntos de la polis.

Es obvio que mientras una persona cuente con menos años de vida, se interesará menos en estas cuestiones. Es natural y hasta, a mi punto de vista, sano. Con esto no digo que sea mejor desentenderse de las cuestiones sociales, sino que cada momento de la vida tiene sus prioridades (sin excluir otras). Un veinteañero hace bien en poner en primer lugar a la música, a sus estudios y a sus relaciones interpersonales sobre la política pública (lo que no lo exime de interesarse en ella: prioridad no significa exclusividad). Pedirle a un adolescente crear instituciones es una hipocresía. Nunca ha sucedido tal cosa. Ni en la “maravillosa” década de los sesenta: aquellos que participaron en las marchas fueron una minoría de la población universitaria (de por sí minoritaria frente al grueso de la juventud mexicana); una minoría significativa, informada y que hizo frente a una institucionalidad caduca, pero una minoría, al fin y al cabo.

Ya dicho que la mayoría (de cualquier grupo de edad) de las personas en las sociedades modernas no se involucra activamente en la política, comento que eso no significa que nadie lo haga. Si existe algo en la actualidad que llame la atención es que un gran grupo de jóvenes se ha declarado a favor de tal o cual movimiento político. Las discusiones, expulsiones, sambenitos y adhesiones tanto en el espacio virtual (de lo que hablaré después) como en la realidad concreta están a la orden del día. Hay un grupo en la sociedad que gusta de señalar y difundir sus inclinaciones políticas todo el tiempo, sin descanso. Defienden desde las causas más nobles y razonadas como los fanatismos más groseros. Y no se trata tan sólo de apoyo virtual, sino que muchas veces se involucran activamente en estos movimientos.

Es verdad que estos movimientos no han formado un gran proyecto de nación y mucho menos se ha manifestado un gran relato de la Historia como a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando el comunismo o el anarquismo pretendían renovar al mundo todo. Se trata de proyectos mucho más acotados en sus límites temporales y espaciales. Por un lado, no se trata de “renovar” la Historia, por otro, su rango de acción abarca a lo más al país (y con proyectos que ni son propios ni son integrales). Pero esto más que una tara generacional se trata de una característica de la época.

Octavio Paz alguna vez dijo (hablando de otro momento histórico) que vivimos en un tiempo que es igual a todos los tiempos y que, sin embargo, es significativamente diferente. Esto es verdad para todos los momentos históricos (o al menos los de los últimos siglos): los jóvenes de todas las épocas han tenido intereses similares en su vida personal, pero la vida pública, el “espíritu de los tiempos”, hace que su actuación en ese terreno sea distinta.

Si no hay ya grandes relatos no es una cosa imputable a los jóvenes: es parte de un momento histórico en que éstos se han esfumado. Todavía hay movimientos políticos, inclusive que se ostentan como revolucionarios, pero su radio de acción y sus ambiciones han cambiado.

Por otra parte, aunque es cierto que no se ha formado un nuevo e imaginativo programa político (aunque sea dentro de los límites del Estado-nación) impulsado directamente por la juventud, ¿es que alguien, sea joven, adulto o senecto, está promoviendo algo semejante? Que es necesaria la imaginación ante el mundo en que nos movemos es algo por todos conocido: que esas nuevas ideas aparezcan por desearlas con mucho énfasis, es poco probable. No digo que ya no seamos realistas (pidamos lo imposible); digo que este realismo nos atañe a todos: no sólo jóvenes ni viejos. La forma en que estas ideas, sin embargo, serán diferentes de las del pasado: habrá que estar alerta en cómo se manifestarán las pesadillas de esos nuevos sueños.

Resultado de imagen para generación de los sesentaOtro tópico de esta discusión es el que apunta a los medios electrónicos y a las redes sociales por ser parte del problema que aqueja a los millenials. Se apunta que han fomentado una aceptación acrítica de todo lo que aparece en la nube (lo que antes llamaban “red”, pero cada año cambian términos) y que la actividad en ella vertida no alcanza repercusión en la realidad de una manera clara.

De nuevo: es verdad que aquello que se genera en internet es, en su mayoría, trivial y que fomenta no sólo la aceptación acrítica, sino la atomización social. Las redes sociales, a pesar de crearse teóricamente para mantener conectada a una “comunidad global”, permiten la creación de pequeñas comunidades de cuyos espacios bien delimitados no se saldrá nunca. La mayoría de estas comunidades, asimismo, están unidas por intereses superficiales e incluso aquellas donde se tocan temas de otras esferas, se encierran dentro de una opinión intocable. Toda disidencia se acalla simplemente ignorándola o vetándola con una acción tan simple y aparentemente inofensiva como un bloqueo. No hay mayor espacio de diálogo ni de confrontación de opiniones. La disidencia misma es vista como una falta de respeto.

Y también de nuevo: los medios no son malos en sí mismo. Son herramientas.

Toda esta discusión apocalíptica acerca de los medios me recuerda el griterío cuando apareció la televisión —la “caja idiota”— que suplantaba la charla cotidiana, enajenaba a los niños, estupidizaba a los adolescentes y alienaba a los adultos. Sí, internet está llena de trivialidades, como la televisión, el radio, las revistas, los libros y, en fin, la vida humana. Estas trivialidades (que van de lo que muchos catalogarán de estúpido a lo enajenante), sin embargo, son queramos o no, parte de lo que somos los humanos. La obsesión con la imagen pública que promueve Instagram parte del instinto social y sexual del ser humano: deseamos; buscamos ser deseados y reconocidos. La charla en torno a chismes intrascendentes en Facebook o Twitter es lo que vincula a las pequeñas comunidades (aquellas que son las más cercanas); la queja rabiosa e frívola como una vía de escape del malestar individual o social es necesaria para el funcionamiento de la psique.

Internet es un medio y como tal, hacemos de él lo que queremos y necesitamos.

Por supuesto, también necesitamos espacios para el diálogo, para la confrontación; foros donde ir más allá de los tópicos. Pero ello necesita un clima y un espacio apto para ello. la creación de éste no sólo atañe a un grupo generacional, sino a muchos. Ser capaces de escuchar sin violentarse, de interesarse en discusiones más allá del griterío y el aplauso acrítico, de confrontar opiniones… todas esas características que tanta falta le hacen al ser humano y que no siempre se pueden lograr, ni siquiera en la forma de comunicación más efectiva: el diálogo vivo, la plática personal.

Mencionaré la grosería, el griterío, el insulto y la exasperación respecto a las diferentes generaciones que algunos muestran en ciertos escritos (los menos) más adelante. Pero advierto que frente a este tipo de actitudes más que respuestas en el mismo tenor, necesitamos la ya mencionada capacidad del diálogo. Como creo no hablar con eternos menores de edad mentales (me vi tentado a decir “infantes”, pero la mayoría de los niños son capaces de más discernimiento que muchos adultos, casados con sus prejuicios), me parece que todos somos capaces de hacerlo, aunque ciertamente con dificultad. No en vano somos racionales —y qué bueno—, pero también instintivos —también, qué bueno.

Leo en algún artículo que se habla de un grupo de personas que bautizaron como “mirreyes” (otro terminajo desagradable), que se refiere a lo que en otros momentos clasificaron como “juniors”, “fresas” y demás palabras, que se pueden ejemplificar con el popular y en su momento —ya no— risible personaje de “El Pirrurris”. Cierto es que actualmente existen este tipo de personajes obsesionados con todos los elementos más desagradables del ser humano: fantoches, consentidos, ávidos de atención, interesados sólo en el dinero y el estatus… Son personas que, a un primer contacto (no tengo por qué guardarles prejuicios, la verdad no me ha tocado conocerlos a fondo) caen gordos. Sin embargo, como lo atestiguan sus ya citados motes (qué tal el de “curros” en el siglo XIX o el de “hijodalgos” durante los Siglos de Oro que tanto se parece al “esnob” de Thackeray), nunca han dejado de existir.

No me gusta hacer leña del árbol caído, así que ahí dejo el asunto: sí, son molestos, pero no son algo nuevo ni creo que desaparezcan mientras existan culturas que cuenten con grandes núcleos poblacionales.

Leí en otra parte acerca de que muchos millenials se ven interesados en una multitud de temas, pero no se enfocan en ninguno y, por supuesto, mucho menos en los “correctos”:

“Les preocupa el calentamiento global, el terrorismo, las migraciones, la desigualdad rampante entre billonarios y pobres, la extinción de las especies. En una palabra, la destrucción del planeta. Todo lo cual se entiende, pero el planeta no se acabará en el tiempo de sus vidas. El tiempo los alcanzará, tarde o temprano. ¿Y quién gobernará en México entonces?”

Es entendible que, quien piensa que sólo la política doméstica es importante (¿ven cómo a todos nos afecta el ocaso de la modernidad y los grandes relatos?), no comprenda la importancia de estos temas… aunque a mí me sorprende que la “desigualdad rampante entre billonarios y pobres” no esté entre sus preocupaciones al menos de segunda línea. Todo indica, en efecto, que el mundo no se va a acabar mañana, pero no es tan seguro que a fin de mes continúen las condiciones para que la especie humana pueda vivir de la manera como hoy la conocemos. Es curioso: hace unas décadas, Paz escribió que la amenaza de la bomba nuclear y la degradación de la naturaleza son temas urgentes pues no sólo afectan a una clase social, sino a todo el planeta, a la vida; que vivimos por primera vez un momento en que no estamos seguros de sobrevivir como especie al día siguiente… No estoy seguro que la situación haya cambiado mucho (en algunos aspectos es quizá peor: al parecer ya no hay el peligro inmediato de un ataque nuclear, sí el de comprobar que nuestra acción sobre el medio tiene ya consecuencias irreversibles).

Alguien (seguramente el señor de la tienda) también se preocupa por el futuro de los jóvenes, quienes no invierten, no son sujetos de crédito y prefieren gastar en caprichos… Como si los en los sesenta todos hiciesen inversiones en la bolsa, o los jóvenes de los noventa tuviesen cuentas de ahorro. En fin: críticas para aprovechar mejor el dinero de quien está en ese negocio. Como si la situación económica y laboral en que se vive diera para hacer planes a largo plazo. La situación económica actual, a escala mundial, no es imputable a generación alguna, con más que es a quienes comienzan a trabajar a quienes más afecta. Me parece que este tema y sus consecuencias va por otro lado y no soy precisamente el más apropiado para escribir de él (aunque me afecta, por supuesto... y gacho). 

Pero dejemos de lado mi papel de abogado del diablo (en este caso, de los millenials). Ahora expongamos mis dudas respecto a esta y a todas las generaciones en general.

Empezaría por preguntarme por qué alguien se siente atacado personalmente cuando otro hace una crítica de una generación.

Como uno de sus defensores mismos apuntó, “hablar de generaciones en abstracto es una trampa. Aunque estemos atravesados por los mismos eventos, nos separa todo lo demás”.  Sin embargo, inmediatamente después se puso a hablar en nombre de una generación: celebrar o defenestrar a personas, ideas, conductas y demás consagraciones. Entiendo que defienda sus ideas y convicciones; no que se contradiga de esa manera.

¿Qué nos hace pertenecer a una generación? Como ya mencioné al principio, en el caso de los millenials hay más bien poco que nos permita identificarlos además de internet. Nadie se pone de acuerdo en nada en relación a ellos.

Eso no es importante: en realidad siempre ha pasado algo semejante: los de la generación de los sesenta, ¿quiénes son? ¿Los que desfilaron en el politizado y anarquizante mayo del 68 francés?, ¿los muchachos que pedían un poco de participación democrática, destituciones burocráticas y deslindes en hechos de violencia cuando Tlatelolco en México?, ¿los hippies y el flower power, de Monterey a Woodstock y Avándaro, tan criticados por la izquierda de esos años?

¿Cada cuánto se cataloga una generación? ¿Cada diez años como la de los cincuenta y la de los sesenta, de “Popotitos no es un primor” a “Mari, Mariguana”? Pero entonces qué pasa con los años setenta, ¿son de esa generación los comunistas que formaban guerrillas y que, como graciosamente cuenta Juan Villoro, encontraban reformista a Marx?, ¿los chicos de las discos sacudiendo las nalgas al ritmo de “Stayin alive”? ¿O acaso los punks neoyorquinos e ingleses, con el lema de “No future” que luego se mexicanizaría con los Sex Panchitos punk?

Así podemos seguir. Recuerdo haber leído “¿cómo voy a pertenecer a una generación de la que no me siento parte?” La pregunta me parece que trae la respuesta. Uno sólo pertenece a una generación si coincide con ella, si se siente parte de ella. No todos los jóvenes que nacieron en los años cuarenta son parte de los “maravillosos sesenta” ni todos los que fueron jóvenes a principios de los noventa escuchaban a Nirvana y asumían una actitud nihilista.

Me cuesta trabajo entender cómo alguien se enoja cuando se critica a una generación (normalmente en los conflictos de ese tipo, los padres te reprendían personalmente, no en nombre de un abstracto, y luego generalizaban), pero eso se debe probablemente a que no me gusta ser etiquetado y que la noción misma de “generación” me es extraño.

Digamos entonces que uno pertenece a una generación cuando se siente identificado con lo que entiende por ella (lo cual no necesariamente es lo que otros entienden).

Esto último es esencial: ¿qué es lo que uno siente cuando mencionan a la generación actual, llamada de los millenials? Para la mayoría que le ha entrado a dicha polémica, este término se refiere a los jóvenes (de nuevo, lo que se entiende por esto, varía) de los que, también normalmente, ellos forman parte, universitarios en su mayoría y que admiran a figuras de la izquierda institucional de otros países —alguien ha mencionado a algún mexicano— o al menos, lo que más se le parece. Se manifiestan en contra del sistema, pero no de las instituciones, y desconcertados ante los pocos logros de la democracia y la difícil situación que se vive en el ámbito nacional (sobre todo; poco se menciona del ámbito internacional además de a Trump y a las figuras icónicas que ya mencioné).

Por supuesto, no es esta la única idea que de millenial existe entre quienes se sienten parte de dicha generación. Para mis alumnos, ellos (adolescentes y jóvenes de 15 a 20 años) son millenial y los mayores de veinticinco son rucos o, en su caso, chavorrucos (más y más catalogaciones). Se identifican con el internet, youtube sobre todo, el reggaetón, algunos programas de televisión y tener lana cuando crezcan. Son adolescentes, como dije, y me parece que es lo normal. Como normal también me parece que entre ellos haya quien se interese en otras cosas, desde el rock (un par de personas), la política (uno), los libros (uno), los negocios (tres) y las ciencias duras (tres también). Seguramente los otros también tienen simpatías escondidas aquí y allá. A todos les gustan los videojuegos (como a mí), a la mayoría el animé japonés y no sé qué más.

Resultado de imagen para chavoruco simpsonsNo me parece la gran catástrofe. En mi adolescencia la única pasión en común con mis amigos era el rock, casi una religión; varios programas de televisión (claro, los Simpson) y no se me ocurre qué más. La mayoría hablábamos bien de Cárdenas y del EZLN, aunque no estábamos bien enterados (otra cosa es que los adolescentes con convicciones suelen ser apasionados y testarudos). A pesar de ello, nos fuimos metiendo en lo nuestro. Tampoco lo considero propio de “mi generación”, como dice la gran canción de The Who; de niño lo que rifaba entre casi todos era la “Quebradita”. Lo grupero era desde entonces furor popular.

Hay muchas otras ideas de lo que es un millenial, dependiendo a quién le preguntes que simpatice con el término, le tenga antipatía o, de plano, se sienta parte de él. Yo nuevamente admito que no sé a qué se refiera ante tal cauda de significados: lo único en común a todos ellos son las redes sociales (no la informática) y pensar que saben a qué se refieren. Lo más cercano a gustos generacionales compartido es el animé, los videojuegos, los peinados de barquillo de limón y el reggaetón, aunque aun en eso hay quien no está de acuerdo.

Pero restrinjámonos al sentido que el término “millenial” tiene para los primeros que mencioné (que son quienes fundamentalmente han participado en esta polémica), a pesar que ello signifique echar por la borda a todos los demás.

Que estos millenials se sientan enojados cuando les echan en cara que por su causa el mundo está de cabeza me parece comprensible, pero en dos de los tres artículos que citan como ejemplo, no noto esto: sólo algunos deseos, una que otra crítica deslucida (las que he comentado antes) y es todo. Sí, hay un artículo por ahí bastante airado, pero la respuesta donde a todo el que critique se le tacha de que “[hace] todo lo posible porque nada nuevo termine por nacer” tampoco es de lo mejor, sobre todo cuando pontifica, señala y condena. Curiosa interpretación de textos que piden más participación y que nazca un movimiento de jóvenes con amplitud. Más curioso que las críticas se den porque alguien señale que “los jóvenes están justamente enojados” y que señala las taras de las instituciones (como casi todo el mundo señala, salvo uno que otro optimista bien compensado, el cual ni se asomó por todo este asunto).


Más allá, que se hagan reparos entre personas de diferentes edades no me parece para escandalizarse. Es parte de la rutina desde que el hombre es hombre. Pocas veces se ha dado un enfrentamiento tan fuerte como en las pasadas décadas, pero siempre ha existido. Los neoclásicos odiaron al manierismo y los realistas vieron con recelo a los simbolistas. Incluso muchachos que tienen escasas diferencias generacionales (me refiero a la generación en que fueron a la escuela) tendrán discusiones sobre si está mejor Naruto que Dragon ball o si Minecraft es peor que Mario Galaxy. Esta incomprensión —que se ejemplifica con el azotón de puerta después del desayuno y la frase “en mis tiempos…”— es tanto de los jóvenes hacia los adultos como viceversa. Los mayores son los “vendidos”, los “malos”, los “corruptos”, quienes “hacen todo mal”; los jóvenes “no son como éramos antes”, son “flojos”, “apáticos”… y además tienen mal gusto. Que haya excepciones y salga por ahí el abuelo “rebelde y buena onda” o el joven “atento y brillante” no cambia en nada esta situación.

Como no cambia en nada que cuando unos u otros hacen algún comentario sea mejor ponernos a salvo… y guardar la vajilla de la abuela antes de que empiece a volar.


César A. Cajero Sánchez

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