Un vuelo sobre la
poesía de Octavio Paz
Vuelta y comienzo
Renga es un puente entre la poesía que
había estado practicando Paz hasta ese momento y lo que habría de venir.
La
idea de Renga es retomar la tradición
japonesa de la escritura colectiva en base a un mismo motivo (que tanto
parecido tiene con los juegos surrealistas del cadáver exquisito). Otra vez: tradición y modernidad; fijeza y
movimiento; regla de los antiguos, invención de nuevas formas. La idea de
tradición y ruptura presente en Paz sigue dominando su escritura.
Aunque
en Renga, Paz mantiene las obsesiones
de su poesía inmediatamente anterior: la reflexión sobre el lenguaje, las
referencias orientales y la idea del mundo como un lenguaje que se desvanece,
estas se encuentran aquí de manera mucho más espontánea. La pesada arquitectura
de Blanco aquí se libera. No alcanza,
a decir verdad, los instantes de belleza de Ladera
este ni de El mono gramático,
pero tampoco comparte sus caídas.
Esto
probablemente se debe a la forma en que fue construido este poema.
La
idea original parte de la creación colectiva alrededor de un tema; una
improvisación alrededor de un motivo (algo que, no lo dudo, habría encantado a
Cortázar y sus improvisaciones jazzísticas). Aunque este motivo existía,
ninguno de los participantes en el juego (Edoardo Sanguineti, Charles
Tomlinson, Jacques Roubaud, Octavio Paz) podía pre-concebir una estructura
total. Este elemento de verdadero juego le da una libertad a cada uno de los
participantes que evade cualquier elemento de premeditación.
El sol marcha sobre huesos ateridos:
en la cámara subterránea:
gestaciones:
las bocas del metro son ya
hormigueros.
Cesa el sueño: comienzan los
lenguajes.
Y el habla sin gestos de las cosas
se desata
como la sombra que, al congregarse
bajo la vertical
estría saliente de la columna,
esparce
su mancha de tinta en las arrugas de
la piedra gastada:
porque la piedra es quizás una viña
la piedra donde las hormigas lanzan
su ácido
una palabra preparada en esta gruta
Príncipes, tumba y escriño, yo
solevantaba salivas de espectro:
mi mandíbula mordía sus sílabas de
arena:
yo era relicario y clepsidra por los
vidrios del occidente: […]
Renga (fragmento), Edoardo Sanguineti, Octavio Paz. Charles
Tomlinson, Jacques Roubaud
Con
Renga (y El mono gramático) se da un cambio que se ve de forma manifiesta en
su siguiente libro. Paz deja de marcar los dados y aunque no ceja en sus
intereses, se mueve con mayor libertad al abandonar las construcciones
monumentales de su anterior etapa.
En Vuelta aparecen ya los rasgos de su
último período.
Sin
dejar su interés por el lenguaje, Paz se acerca a la tradición oriental,
específicamente a la del extremo oriente. Si bien desde su estancia en la India
se había interesado en la tradición de aquellos, países, como él mismo lo
declara en varias ocasiones, ese interés se centró en la filosofía lógica
budista, no en la tradición poética. No hay huellas en él de las grandes épicas
hinduistas ni de su poesía lírica.
A
partir de Vuelta, en cambio, es
evidente su lectura de los clásicos de la literatura china y japonesa. No es de
extrañar que antes apareciesen las magníficas traducciones de Versiones y diversiones y que seis años
después aparezca la reedición de las Sendas de Oku
en traducción de Eikichi Hayashiya y suya.
A
diferencia de la tradición occidental central, la poesía del extremo oriente
tanto en su rama japonesa como china optan por la reticencia frente al
desarrollo metafórico. La japonesa, sobre todo la tradición del hai kai, la más
conocida en occidente, usa una metáfora y la mantiene sin dar explicación
ninguna de ella a lo largo del breve poema. No es momento de abundar sobre la
manera como esta estética del instante (que nada tiene que ver con el amor de
nuestra época por el consumo de lo efímero) repercutió en la poesía occidental
a inicios del siglo XX. Ezra Pound, Paul Eluard y José Juan Tablada, por decir
algunos nombres al azar hicieron haikús o estuvieron influidos por ellos. No es
necesario decir que su influjo llevó a la búsqueda de la imagen justa, evitando
las digresiones. Esto en su momento significó una revolución estética a la que
prácticamente ningún poeta se sintió ajeno.
Por
su parte, la poesía china usa los mínimos elementos: sugiere, no explica. A
diferencia de en la tradición japonesa, es poco frecuente la metáfora (y
cualquier otro tropo de la tradición occidental), pero en ella la imagen en
apariencia sencilla dispara una serie de significados. Su influjo en occidente
es menos claro, aunque converge no sé si de manera consciente con aquello que
los poetas italianos del novecento
escribieron. Al leer a Ungaretti, uno no puede evitar pensar en Wang Wei, por
ejemplo.
Resulta
por demás intrigante cómo Paz transitó de una poética tan manifiestamente
intelectual como la de sus libros anteriores a esta otra idea de la poesía
donde el valor primordial no es el desarrollo, sino la reticencia. En aquella
explicaba demasiado; en esta, se busca sugerir.
Lo
cierto es que la interiorización de este camino dio frutos muy pronto. Aunque
en los poemas que abren Vuelta
todavía está presente la huella de Mallarmé, del poema sobre el lenguaje y
todas sus obsesiones inmediatamente anteriores (y qué bueno), estas ya no se
manifiestan como referencias y armazones teóricas: son alusiones, imágenes.
Esto las hace más ricas en significados y, hay que decirlo, mucho más logradas.
Algo que sólo había conseguido en aquellos libros de forma esporádica.
El frío ha inmovilizado al mundo
El espacio es de vidrio
El vidrio es de
aire
Los ruidos más leves erigen
súbitas esculturas
El eco las multiplica y las dispersa
Tal vez va a nevar
Tiembla el árbol encendido
Ya está rodeado de noche
Al hablar con él hablo contigo
“Trowbridge
Street” (fragmento)
Asimismo,
en algunos poemas hay un regreso bastante afortunado a aquel tono de ¿Aguila o sol? Los juegos de palabras
que muchas veces en sus libros anteriores parecían gratuitos, aquí acentúan el
desarrollo del poema, como lo hicieron en ¿Águila
o sol?
TERRAMUERTA
terrisombra
nopaltorio temezquible
lodosa cenipolva pedrósea
fuego
petrificado
cuenca vaciada
el sol no se bebió el
lago
no lo sorbió la tierra
el agua no regresó
al aire
los hombres fueron los ejecutores
del polvo
el viento
se revuelca en la cama fría del
fuego
el viento
en la tumba del agua
recita las letanías de la sequía
el viento
cuchillo roto en el cráter apagado
el viento
susurro de salitre […]
“Petrificada
Petrificante” (fragmento)
De todos los poemas de ese libro, me parece que el más logrado es el “Nocturno de San Ildefonso”. Biografía de una generación, como “Piedra de sol”; poema del tiempo como un lenguaje y del lenguaje como el mundo, en ese sentido semejante a Blanco; poema de la soledad en la gran ciudad y sus fantasmas; el otro yo que todos fuimos y seremos. Hay ecos de todos los hombres que ha sido Paz en este poema, sin embargo, sólo en ese momento pudo haber sido escrito. No hay, cierto es, la fiebre imaginativa de “Piedra de sol” ni el tono del poema lo pedía; tampoco hay la construcción monumental de Blanco. La desolación de los poemas de ¿Aguila o sol? aquí se redime por el instante.
El muchacho que camina por este
poema,
entre San Ildefonso y el Zócalo,
es el hombre que lo escribe:
esta página
también es una caminata nocturna.
[…]
“Nocturno
de San Ildefonso” (fragmento)
Se
ha hablado mucho en los últimos años de la poesía de Paz, pero casi siempre
sobre aquella etapa solar comprendida en Libertad
bajo palabra. Poco se dice del poeta de la ciudad. Sin embargo, hay
contados ejemplos en la poesía del siglo XX donde se haga un viaje a pie, por
la noche, el espacio y el tiempo como en este “Nocturno de San Ildefonso”;
desde la ciudad de principios de siglo del joven “que camina por este poema”
hasta la ciudad donde:
En la ventana,
simulacro guerrero,
se enciende y se apaga
el cielo comercial de los anuncios.
Atrás,
apenas visibles,
las constelaciones
verdaderas.
Aparece,
entre tinacos, antenas,
azoteas,
columna líquida,
más mental
que corpórea,
cascada de silencio:
la luna.
Ni fantasma ni idea:
fue diosa y es hoy claridad errante.
[…]
“Nocturno
de San Ildefonso” (fragmento)
El
viaje pasa de la nostalgia a la alegría; del furor a la devoción. “Nocturno de
San Ildefonso” es uno de los grandes poemas de Paz, que es decir, de la
tradición mexicana.
[…]
La noche está a punto de
desbordarse.
Clarea.
El horizonte se ha vuelto acuático.
Despeñarse
desde la altura de esta hora:
¿morir
será caer o subir,
una sensación o
una cesación?
Cierro los ojos,
oigo mi cráneo
los pasos de mi sangre,
oigo
pasar el tiempo por mis sienes.
Todavía estoy vivo.
El cuarto se ha enarenado de luna.
Mujer:
fuente en la noche.
Yo me fío a su
fluir sosegado.
“Nocturno
de San Ildefonso” (fragmento)
Si
“Nocturno de San Ildefonso” es el poema que va de la adolescencia a la madurez
de Octavio Paz, biografía del siglo XX, el siguiente libro, Pasado en claro, lo es de la niñez. Cumplimiento
del presagio escrito en “Piedra de sol”: “las miradas enterradas en un pozo, / miradas
que nos ven desde el principio” son “volver a la vida verdadera? […]”. En la
niñez, Paz encuentra ya toda su vida.
Poema
eminentemente biográfico, mucho más que “Piedra de sol” incluso, es intrigante
cómo el lector puede verse en aquel niño. Tal vez porque “todos hemos sido
niños, todos hemos amado” y porque aunque cada una de esas experiencias es
personal, todas ellas son comunión del hombre con los hombres y con el mundo.
La estética de Paz en esta etapa permite que aquel pasado no se convierta sólo
en anécdota y toque cimas inusitadas en un poema de estas características.
Es
la idea del paso del tiempo que gira en un juego y que se desvanece; del
instante niño mirando al mundo por primera vez, cada vez.
[…]
Bajo la arcada, en garbas militares,
las cañas, lanzas verdes,
carabinas de azúcar;
en el portal, el tendejón magenta:
frescor de agua en penumbra,
ancestrales petates, luz trenzada,
y sobre el zinc del mostrador,
diminutos planetas desprendidos
del árbol meridiano,
los tejocotes y las mandarinas,
amarillos montones de dulzura.
Giran los años en la plaza,
rueda de Santa Catalina,
y no se mueven.
[…]
Pasado en claro (fragmento)
En
este poema están presentes todas las obsesiones de Paz. En los juegos con los
amigos está ya la Historia; la historia que hacemos los hombres y por la que
morimos. Por la que morimos juntos. Ya lo señala Cuesta: nadie está solo al
nacer; tampoco nadie está solo al morir.
[…]
El universo habla solo
pero los hombres hablan con los
hombres:
hay historia. Guillermo, Alfonso,
Emilio:
el corral de los juegos era historia
y era historia jugar a morir juntos.
[…]
Pasado en claro (fragmento)
En
“Pasado en claro” se encuentran algunas de los recuerdos de familia más
conmovedores de la poesía. No se trata de esos poemas grandilocuentes del siglo
XIX sobre el “amor familiar”, sino la imagen prístina del niño y del adulto que
fue ese niño. No hay ninguna palabra, ninguna sílaba fuera de lugar en esos
versos y sería injusto (como ya lo es) seleccionar sólo unos cuantos:
[…]
Mis palabras,
al hablar de la casa, se agrietan.
Cuartos y cuartos, habitados
sólo por sus fantasmas,
sólo por el rencor de los mayores
habitados. Familias,
criaderos de alacranes:
como a los perros dan con la pitanza
vidrio molido, nos alimentan con sus
odios
y la ambición dudosa de ser alguien.
También me dieron pan, me dieron
tiempo,
claros en los recodos de los días,
remansos para estar solo conmigo.
Niño entre adultos taciturnos
y sus terribles niñerías,
niño por los pasillos de altas
puertas,
habitaciones con retratos,
crepusculares cofradías de los
ausentes,
niño sobreviviente
de los espejos sin memoria
y su pueblo de viento:
el tiempo y sus encarnaciones
resuelto en simulacros de reflejos.
En mi casa los muertos eran más que
los vivos.
Mi madre, niña de mil años,
madre del mundo, huérfana de mí,
abnegada, feroz, obtusa, providente,
jilguera, perra, hormiga, jabalina,
carta de amor con faltas de
lenguaje,
mi madre: pan que yo cortaba
con su propio cuchillo cada día.
Los fresnos me enseñaron,
bajo la lluvia, la paciencia,
a cantar cara al viento vehemente.
Virgen somnílocua, una tía
me enseñó a ver con los ojos
cerrados,
ver hacia dentro y a través del
muro.
Mi abuelo a sonreír en la caída
y a repetir en los desastres: al
hecho, pecho.
(Esto que digo es tierra
sobre tu nombre derramada: blanda te
sea.)
Del vómito a la sed,
atado al potro del alcohol,
mi padre iba y venía entre las
llamas.
Por los durmientes y los rieles
de una estación de moscas y de polvo
una tarde juntamos sus pedazos.
Yo nunca pude hablar con él.
Lo encuentro ahora en sueños,
esa borrosa patria de los muertos.
Hablamos siempre de otras cosas.
Mientras la casa se desmoronaba
yo crecía. Fui (soy) yerba, maleza
entre escombros anónimos.
[…]
Pasado en claro (fragmento)
Me
detengo: hablar de estos dos libros de Octavio Paz con justicia me llevaría más
tiempo del que dispongo en este ensayo (cada uno de ellos merecería un ensayo
propio) y falta todavía un libro más.
Con
toda probabilidad los lectores de Octavio Paz coinciden en que el trayecto que
va de ¿Águila o sol? a La estación violenta es el más
representativo y fructífero en la vida del poeta. Sin embargo, habría que
agregar a este periodo el que va de Vuelta
a Árbol adentro.
La
poética de ambos periodos es distinta, sin embargo, las imágenes encuentran
ecos y los temas son semejantes: el instante frente al tiempo y la historia; el
amor como aquello que da forma al mundo; el lenguaje como lo que nos da forma y
crea un camino. El tiempo y la nada; el ser sin nombres; el nombre sin ser: lo
que está más allá de los nombres.
Árbol adentro, va de lo mejor que Paz escribió en
esta etapa a algunos instantes en verdad ruborizantes (digamos “Ejemplo”, con
aquello de Chuang-tse y la mariposa). A mi parecer, lo mejor de este Paz son
los poemas breves o de extensión media. “Hermandad” retoma la idea del lenguaje
que nombra al universo de manera hermosa:
Soy hombre: duro poco
Y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
Las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
También soy escritura
Y en este mismo instante
Alguien me deletrea.
“Hermandad”,
Octavio Paz
Por
su parte, poemas de mediana extensión como “Esto, esto y esto” hacen pensar en ¿Aguila o sol? La capacidad metafórica y
el furor de este poema en prosa son estremecedores:
El surrealismo ha sido la manzana de
fuego en el árbol de la sintaxis
El surrealismo ha sido la camelia de
ceniza entre los pechos de la adolescente poseída por el espectro de Orestes
El surrealismo ha sido el plato de
lentejas que la mirada del hijo pródigo transforma en festín humeante del rey
caníbal
El surrealismo ha sido el bálsamo de
Fierabrás que borra las señas del pecado original en el ombligo del lenguaje
El surrealismo ha sido el escupitajo
en la hostia y el clavel de dinamita en el confesionario y el sésamo ábrete de
las cajas de seguridad y de las rejas de los manicomios
El surrealismo ha sido la llama
ebria que guía los pasos del sonámbulo que camina de puntillas sobre el filo de
sombra que traza la hoja de la guillotina en el cuello de los ajusticiados
El surrealismo ha sido el clavo
ardiente en la frente del geómetra y el viento fuerte que a media noche levanta
las sábanas de las vírgenes
El surrealismo ha sido el pan
salvaje que paraliza el vientre de la Compañía de Jesús hasta que la obliga a
vomitar todos sus gatos y sus diablos encerrados
El surrealismo ha sido el puñado de
sal que disuelve los tlaconetes del realismo socialista
El surrealismo ha sido la corona de
cartón del crítico sin cabeza y la víbora que se desliza entre las piernas de
la mujer del crítico
El surrealismo ha sido la lepra del
Occidente cristiano y el látigo de nueve cuerdas que dibuja el camino de salida
hacia otras tierras y otras lenguas y otras almas sobre las espaldas del
nacionalismo embrutecido y embrutecedor
El surrealismo ha sido el discurso
del niño enterrado en cada hombre y la aspersión de sílabas de leche de leonas
sobre los huesos calcinados de Giordano Bruno
El surrealismo ha sido las botas de
siete leguas de los escapados de las prisiones de la razón dialéctica y el
hacha de Pulgarcito que corta los nudos de la enredadera venenosa que cubre los
muros de las revoluciones petrificadas del siglo XX
El surrealismo ha sido esto y esto y
esto
“Esto
y esto y esto”, Octavio Paz
“Árbol
adentro”, “Epitafio sobre ninguna piedra”, “Como quien oye llover” son poemas
magníficos. Cada uno toca una parte de la poesía de Paz con maestría. El árbol
de sangre; las palabras y el paso del tiempo; la herencia de Neruda y la
estética del silencio.
“Carta
de creencia”, último poema largo de Paz, es un grandioso poema. A mi parecer no
alcanza en su conjunto las cimas de “Pasado en claro”, “Piedra de sol” o
“Nocturno de San Ildefonso”, pero contiene algunas de las estrofas más logradas
del poeta.
[…]
En la altura
las constelaciones escriben siempre
la misma palabra;
nosotros,
aquí abajo, escribimos
nuestros nombres mortales.
La pareja
es pareja porque no tiene Edén.
Somos los expulsados del Jardín,
estamos condenados a inventarlo
y cultivar sus flores delirantes,
joyas vivas que cortamos
para adornar un cuello.
Estamos condenados
a dejar el Jardín:
delante de
nosotros
está el mundo.
“Carta
de creencia” (fragmento)
Poema
de amor, reflexión sobre el amor, el lenguaje y la existencia, hay en las
primeras partes de la cantata demasiada reflexión y poco canto. No resulta de
una lectura tan rígida como Blanco,
pero por algunos momentos parece un ensayo en verso (su magnífico ensayo sobre
el amor, La llama doble, lo haría
poco después). Sin embargo, el final y la coda resumen en gran parte los logros
de Árbol adentro y de toda la etapa
final de Paz.
Tal vez amar es aprender
a caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos
como el tilo y la encina de la
fábula.
Aprender a mirar.
Tu mirada es sembradora.
Plantó un árbol.
Yo hablo
porque tú meces los follajes.
“Árbol
adentro” (coda).
Aunque
Árbol adentro no contiene los últimos
poemas de Paz, sí es la última obra concebida como tal. No es fácil que un
poeta haga tres libros magníficos uno tras otro.
La
poesía de Paz de este último periodo es de las menos conocidas y leídas. Con
toda probabilidad esto se debe a que fue cuando su presencia pública se hizo
más constante, lo que paradójicamente se tradujo en malas lecturas de su obra,
sobre todo la de madurez.
Personalmente
—aunque me fascina, como a todos, el segundo Paz— es esta la etapa que más me
entusiasma, y aquella que reúne todas las obsesiones del siglo XX (que fueron
las suyas) de manera más cumplida. Cierto: ya no hay el deslumbramiento solar
de los libros de su primera madurez, pero sí hay un acercamiento más íntimo y
ajeno a las poéticas en curso (recordemos: lo antiguo es nuevo y lo nuevo es
antiquísimo).
Este
ensayo (cuya extensión al principio pensaba de 3 o 4 cuartillas en total)
resume a vuelo de pájaro mi apreciación de la poesía de Octavio Paz. Sin
embargo, como se ve, aquel breve vuelo terminó en largo viaje a través de esa
cordillera que es su obra. Una tarea más apropiada para ese “deslumbramiento de
las alas / cuando se abren en mitad del cielo”, que a mi mirada de “horas de
luz que pican ya los pájaros, / presagios que se escapan de la mano”.
¿Qué
sigue? Leer a Paz. Discutirlo. Pensar, criticar e imaginar al mundo. Repetir:
“Oh soleil, c’est le temps de la raison ardente”.
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