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Todas las mañanas y las tardes y las noches se ve a la buena señora de
un lado a otro. Basta asomarse por la página para verla aquí, moviendo escoba y
falda al movimiento que le marque el ritmo. Ya se ve ahí, acomodando las cosas
en su sitio para que luzcan más, para que cuando llegue el visitante no se
encuentre con que no distingue la O de la U ni por lo redondo; que no reconoce
el comedor de la cocina; las aposiciones de las cucharas de sopa fría.
Su esposo; uno de esos hombres firmes, de los que ya no hay, de los
que hablan fuerte y claro; de aquellos que, aunque dejan aparecer a los demás
en la conversación, es de los que acaban la oración con un golpe final en la
mesa.
Su hijo tiene algo de los dos; es un niño de esos inquietos. Nadie
sabe bien a bien por dónde va a salir ni dónde colocarlo para que se esté a
gusto.
Mírenlo; ya no le quedan los zapatos.
Ocurrencia de una tarde en la facultad
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