domingo, 3 de mayo de 2015

Espera



Para Huberto Batis, acompañándolo en su perseverancia



Después de cuatro horas no hay quien lo aguante.

Es buscar espacio en la silla; es mirar el reloj y recordar que un sartén en la estufa, que la lectura se atrasa y que ya está por caer la lluvia.

¿Los papeles están en orden?, ¿las cinco copias del acta de nacimiento?, ¿las siete de la credencial de elector y del comprobante de domicilio? ¿Dónde quedó la otra fotografía (con la frente descubierta)?

Es el hombre de al lado que ya comienza a quedarse dormido y que insiste en recargarse en nuestro hombro.

Allá es también la mujer con su almuerzo eterno que dice que no, que en una media hora. Que no, que tal vez en una hora.

Luego está la niña que llora porque hace calor y hace cinco horas que está ahí. Y el hombre de al lado, que ya ronca a gusto y cuya nariz hace un ruido. Y las cinco copias del acta de nacimiento, las siete de la credencial y el comprobante de domicilio. Y la fotografía que no aparece y que debe estar en casa, donde la estufa prendida; la lluvia que ya viene.

Y dice que no, que tal vez en otra hora, que ya merito.

Ahora la televisión, con la hora del centro y te das cuenta que ya nueve horas mientras ya unos se van a dormir y la niña ya está ronca de tanto llorar. Ya tienes la camisa llena de baba y el señor hace como si estuviera atrapando algo en sueños. Las copias del acta de nacimiento, las siete de la credencial y el comprobante del domicilio donde debe estar la foto que no aparece y, carajo, que ya pasaron horas y nadie que conteste para apagar la estufa. La lluvia que ya viene, que ya vino o vendrá o ya se fue.

Mientras, ella, con una torta en la mano, te dice que esto así tarda, que no te sorprendas; que en otra hora, otras horas.

Y dicen que amaneció, y te das cuenta de la barba de un día mientras en la televisión que no han apagado están ya diciendo buenos días, sonríele a la vida. La niña se despertó y se fue afuera. El hombre fue al baño y regresó diciendo que cada vez hay menos comodidad en estas sillas antes de ponerse a dormir otra vez. Una de las cinco copias del acta de nacimiento está manchada, pero las siete de la credencial de elector y del comprobante de domicilio están intactas. No contestaron, pero como ya hallaste la fotografía (con la frente descubierta) y no te han avisado tampoco de nada, alguien debe haber apagado la estufa. Lástima de la sartén. La lluvia ya pasó, parece. O no sabes: no se escuchó nada, pero huele a tierra.

Con el café de la mañana te dice que no, que tal vez hoy tampoco llegue, pero que esperes, que seas paciente. Que si no tendrás que volver a ir otro día y que es urgente.

Ya de tarde comienza el calor y te empieza a doler el costado por la operación. Parece que el sol arreció y en la televisión un señor con cara de comercial de pasta de dientes grita que casi eres millonario, que mandes un mensaje y ya está. La niña dejó de llorar y rompe las revistas que están en la sala de espera mientras pasa el tiempo. El hombre dormilón fue por unos tacos que metió a la sala y un poco de la salsa te cayó en los zapatos. Sin embargo, ahí están, dentro de una bolsa que te trajeron, las cinco copias del acta de nacimiento junto a las siete de la credencial de elector y del comprobante de domicilio. También todas las fotos (que te tomaron con la frente descubierta). Nadie llama de casa, donde esperas que alguien lave el sartén y vaya por el gas de la estufa. Hoy tampoco lloverá. Qué mal, porque el calor sigue. No termina.

Ella, con un refresco en la mano y un pan dulce (no mienten tus ojos) en la otra, dice que tal vez en la noche o al otro día, pero que es peligroso que te vayas. Es un asunto urgentísimo, si no, no te hubieran llamado tan temprano.

La comida fría que mandaste a comprar tiene chícharos de lata. La noche otra vez y debiste traer las pastillas porque el dolor debajo del brazo aumenta y tú ya no aguantas. En la televisión, que nadie apaga, un muchacho de gorra de ojos muy abiertos dice algo que parece muy gracioso, pues suenan risas desde la pantalla. Ya se acabaron las revistas y la niña ya no llora: tiene entre sus manos un celular que observa fijamente desde hace horas; no te imaginas qué pueda estar haciendo. Ya tienes mucho sueño y parece que el hombro del dormilón puede servir de algo aparte de para hundirse en tus costillas mientras sueña con atrapar un canario. En la bolsa bajo el asiento están las cinco copias del acta de nacimiento y las siete del comprobante de domicilio junto a las de la credencial de elector. Las fotos (por las que tuviste que cortarte el cabello por lo de la frente descubierta) afortunadamente están aquí porque en la casa, deben estar lavando todos los sartenes. Pedirían algo de comer, sin gas en la estufa. Este otro día sí llovió, lo sabes porque te duelen los huesos y eso sólo puede ser la lluvia.

Con otro pan dulce y otra taza de café en la mano, ella dice de mala gana que no, que no sabe tampoco si vendrá mañana, que no sea latoso. Si te interesa, esperarás, pero eso sí, nadie le va a subir la voz. Eso pasa por no estar pendiente del teléfono.

En el periódico, lunes, dicen que agarraron a otro y se va al penal de Tampico, pero recuerdas que la semana anterior ya había pasado algo así y no pasó un mes antes de que saliera por fallos en la investigación.  No han pasado por los cuatro platos de la comida. Desde el primer día dijeron que vendrían por ellos, pero quien te los trae dice que no es su trabajo llevarse los trastes sucios; tampoco ir por verduras frescas y no de lata. Piensas si deberías llamar al doctor o al menos ir a la farmacia porque la herida de la operación te duele como pocas veces antes. Dicen una mujer en la televisión que cuándo había pasado esto antes y tampoco tú te acuerdas de haber tenido que esperar tanto, tal vez cuando las filas para entrar; peor para salir. La niña ya se fue, pero regresa cada cierto tiempo a ver a su mamá, que le dice que saque dinero de su bolsa y vaya a buscar a su hermano. El dormilón ya no duerme porque después del primer día, cada vez que te vence el sueño, él te mueve para que no te recargues, en él, habrase visto. Por suerte las siete y siete copias del comprobante de domicilio y de la credencial de elector están en su lugar junto a las cinco del acta de nacimiento. También aquellas fotos que te tomaste con la frente muy despejada están seguras en el bolsillo de tu camisa. En casa nadie se acuerda de ti. Ya deben haberse dado cuenta de que no se pueden lavar los sartenes y comprado nuevos. También deben haber ido al restaurante cerca de la avenida, porque no olvidemos que se acabó el gas de la estufa. Ha llovido un día sí y otro no y dicen que seguirá lloviendo según el pronóstico del clima.

Ella al fin confiesa que no ha venido en un buen tiempo, pero que debería ya haber llegado. Que no me preocupe porque nadie se ha muerto esperando y que para eso tienen línea directa con el hospital.

Que no te desesperes porque todavía falta la espera para que te llegue tu asunto. Que no te vayas, pues les urge.

El lunes te enteras que atraparon a otro en Colima y que el de Tampico salió ya. También que seguro tu trámite termina en seis meses. Será rápido.

Ella tiene un cuernito relleno y me pregunta si creo que lloverá.





César Alain Cajero Sánchez

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