Espera
Para Huberto
Batis, acompañándolo en su perseverancia
Después de cuatro horas no hay quien lo aguante.
Es buscar espacio en la silla; es mirar el reloj y
recordar que un sartén en la estufa, que la lectura se atrasa y que ya está por
caer la lluvia.
¿Los papeles están en orden?, ¿las cinco copias del
acta de nacimiento?, ¿las siete de la credencial de elector y del comprobante
de domicilio? ¿Dónde quedó la otra fotografía (con la frente descubierta)?
Es el hombre de al lado que ya comienza a quedarse
dormido y que insiste en recargarse en nuestro hombro.
Allá es también la mujer con su almuerzo eterno que
dice que no, que en una media hora. Que no, que tal vez en una hora.
Luego está la niña que llora porque hace calor y
hace cinco horas que está ahí. Y el hombre de al lado, que ya ronca a gusto y
cuya nariz hace un ruido. Y las cinco copias del acta de nacimiento, las siete
de la credencial y el comprobante de domicilio. Y la fotografía que no aparece
y que debe estar en casa, donde la estufa prendida; la lluvia que ya viene.
Y dice que no, que tal vez en otra hora, que ya
merito.
Ahora la televisión, con la hora del centro y te
das cuenta que ya nueve horas mientras ya unos se van a dormir y la niña ya
está ronca de tanto llorar. Ya tienes la camisa llena de baba y el señor hace
como si estuviera atrapando algo en sueños. Las copias del acta de nacimiento,
las siete de la credencial y el comprobante del domicilio donde debe estar la
foto que no aparece y, carajo, que ya pasaron horas y nadie que conteste para
apagar la estufa. La lluvia que ya viene, que ya vino o vendrá o ya se fue.
Mientras, ella, con una torta en la mano, te dice
que esto así tarda, que no te sorprendas; que en otra hora, otras horas.
Y dicen que amaneció, y te das cuenta de la barba
de un día mientras en la televisión que no han apagado están ya diciendo buenos
días, sonríele a la vida. La niña se despertó y se fue afuera. El hombre fue al
baño y regresó diciendo que cada vez hay menos comodidad en estas sillas antes
de ponerse a dormir otra vez. Una de las cinco copias del acta de nacimiento
está manchada, pero las siete de la credencial de elector y del comprobante de
domicilio están intactas. No contestaron, pero como ya hallaste la fotografía (con
la frente descubierta) y no te han avisado tampoco de nada, alguien debe haber
apagado la estufa. Lástima de la sartén. La lluvia ya pasó, parece. O no sabes:
no se escuchó nada, pero huele a tierra.
Con el café de la mañana te dice que no, que tal
vez hoy tampoco llegue, pero que esperes, que seas paciente. Que si no tendrás
que volver a ir otro día y que es urgente.
Ya de tarde comienza el calor y te empieza a doler
el costado por la operación. Parece que el sol arreció y en la televisión un señor
con cara de comercial de pasta de dientes grita que casi eres millonario, que
mandes un mensaje y ya está. La niña dejó de llorar y rompe las revistas que
están en la sala de espera mientras pasa el tiempo. El hombre dormilón fue por
unos tacos que metió a la sala y un poco de la salsa te cayó en los zapatos.
Sin embargo, ahí están, dentro de una bolsa que te trajeron, las cinco copias
del acta de nacimiento junto a las siete de la credencial de elector y del
comprobante de domicilio. También todas las fotos (que te tomaron con la frente
descubierta). Nadie llama de casa, donde esperas que alguien lave el sartén y
vaya por el gas de la estufa. Hoy tampoco lloverá. Qué mal, porque el calor
sigue. No termina.
Ella, con un refresco en la mano y un pan dulce (no
mienten tus ojos) en la otra, dice que tal vez en la noche o al otro día, pero
que es peligroso que te vayas. Es un asunto urgentísimo, si no, no te hubieran
llamado tan temprano.
La comida fría que mandaste a comprar tiene
chícharos de lata. La noche otra vez y debiste traer las pastillas porque el
dolor debajo del brazo aumenta y tú ya no aguantas. En la televisión, que nadie
apaga, un muchacho de gorra de ojos muy abiertos dice algo que parece muy
gracioso, pues suenan risas desde la pantalla. Ya se acabaron las revistas y la
niña ya no llora: tiene entre sus manos un celular que observa fijamente desde
hace horas; no te imaginas qué pueda estar haciendo. Ya tienes mucho sueño y
parece que el hombro del dormilón puede servir de algo aparte de para hundirse
en tus costillas mientras sueña con atrapar un canario. En la bolsa bajo el
asiento están las cinco copias del acta de nacimiento y las siete del
comprobante de domicilio junto a las de la credencial de elector. Las fotos (por
las que tuviste que cortarte el cabello por lo de la frente descubierta) afortunadamente
están aquí porque en la casa, deben estar lavando todos los sartenes. Pedirían
algo de comer, sin gas en la estufa. Este otro día sí llovió, lo sabes porque
te duelen los huesos y eso sólo puede ser la lluvia.
Con otro pan dulce y otra taza de café en la mano,
ella dice de mala gana que no, que no sabe tampoco si vendrá mañana, que no sea
latoso. Si te interesa, esperarás, pero eso sí, nadie le va a subir la voz. Eso
pasa por no estar pendiente del teléfono.
En el periódico, lunes, dicen que agarraron a otro
y se va al penal de Tampico, pero recuerdas que la semana anterior ya había
pasado algo así y no pasó un mes antes de que saliera por fallos en la
investigación. No han pasado por los
cuatro platos de la comida. Desde el primer día dijeron que vendrían por ellos,
pero quien te los trae dice que no es su trabajo llevarse los trastes sucios;
tampoco ir por verduras frescas y no de lata. Piensas si deberías llamar al
doctor o al menos ir a la farmacia porque la herida de la operación te duele
como pocas veces antes. Dicen una mujer en la televisión que cuándo había
pasado esto antes y tampoco tú te acuerdas de haber tenido que esperar tanto,
tal vez cuando las filas para entrar; peor para salir. La niña ya se fue, pero
regresa cada cierto tiempo a ver a su mamá, que le dice que saque dinero de su
bolsa y vaya a buscar a su hermano. El dormilón ya no duerme porque después del
primer día, cada vez que te vence el sueño, él te mueve para que no te
recargues, en él, habrase visto. Por suerte las siete y siete copias del
comprobante de domicilio y de la credencial de elector están en su lugar junto
a las cinco del acta de nacimiento. También aquellas fotos que te tomaste con
la frente muy despejada están seguras en el bolsillo de tu camisa. En casa
nadie se acuerda de ti. Ya deben haberse dado cuenta de que no se pueden lavar
los sartenes y comprado nuevos. También deben haber ido al restaurante cerca de
la avenida, porque no olvidemos que se acabó el gas de la estufa. Ha llovido un
día sí y otro no y dicen que seguirá lloviendo según el pronóstico del clima.
Ella al fin confiesa que no ha venido en un buen
tiempo, pero que debería ya haber llegado. Que no me preocupe porque nadie se
ha muerto esperando y que para eso tienen línea directa con el hospital.
Que no te desesperes porque todavía falta la espera
para que te llegue tu asunto. Que no te vayas, pues les urge.
El lunes te enteras que atraparon a otro en Colima
y que el de Tampico salió ya. También que seguro tu trámite termina en seis
meses. Será rápido.
Ella tiene un cuernito relleno y me pregunta si
creo que lloverá.
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