Guía roji
—No es por ahí. Que no es por ahí. Dé vuelta a la izquierda y cinco
calles derecho.
El auto corría por las calles de una colonia de las afueras de la
ciudad. A los lados del vehículo pasaban las casas roñosas a salitre, con la
propaganda de la elección en turno y los colores del partido que vino para
cambiar las cosas.
Varios curiosos se asomaban por las pocas tiendas abiertas por esos
rumbos casi a las nueve de la noche. Algún viandante, con botellas de cerveza
en las manos tuvo que hacerse a un lado por la velocidad del vehículo. Aunque
la presencia de este tipo de carros no era nueva, normalmente salían con rumbo
a su destino horas antes.
—Si te vas derecho, vas a dar a la avenida. Ya de ahí agarra a la
izquierda.
Quien hablaba iba vestido como cuando llegaron por él. Una camisa de
vestir azul a medio abrochar y pantalones de mezclilla negros. Acababa de
llegar del trabajo cuando tocaron a la puerta. No se puso nada encima porque
sabía que a donde iban no la necesitaría.
Junto a él iba en el asiento trasero un hombre aproximadamente de su
misma edad que aferraba con fuerza una pequeña maleta y lo veía fijamente. No
decía palabra. Ese día habían tenido que recoger a otros cinco. Pero la casa de
los anteriores era céntrica. Conocían las calles de la ciudad perfectamente después
de sólo dos meses de trabajo. Sin embargo, no eran encargados de esta zona. Los
que sí lo eran se habían reportado enfermos.
En los asientos delanteros iban el conductor, de bigote y atento a las
indicaciones del hombre que habían recogido, y el copiloto, que a cada bache
soltaba un “¡Carajo!” y nada más. Estaba irritado pues seguramente se correría
la noticia de que se perdieron por más de una hora y tuvieron que pedir ayuda
al cliente.
—Ahora sí, vete derecho y te pasas el puente vehicular. Te das la
vuelta en u porque si no vamos a llegar a otro lado y no hay retorno hasta en
40 kilómetros.
Un auto rojo que iba enfrente prendió las luces traseras en señal de
que iba a dar la vuelta en el último momento, por lo que el conductor tuvo que
hacer una maniobra veloz para esquivarlo. Sin embargo, por ello no pudo dar la
vuelta en u a tiempo y se siguió.
— ¿Y ahora?
—Si te sigues derecho, como en media hora está el retorno, pero si tenemos mucha prisa, metete por la calle
siguiente a la derecha. Está lleno de topes, pero en quince minutos salimos.
Al oír esto, el conductor dio el volantazo y se metió en donde se le
indicó. Pasó por una iglesia donde, al parecer estaba acabando una misa de
boda. Cuando los vieron, los invitados desviaron la mirada, asustados. Sólo los
niños hicieron como que sacaban unas pistolas y les dispararon en son de juego.
—En esta iglesia se casó mi hermano hace un mes. Antes vivía conmigo
en la casa. Lo bueno es que no estaba él ahí. Es muy necio y seguro que hubiese
querido venir a la fuerza. Mejor así porque pues él está chavo. Su esposa va a
tener un niño, ¿sabían?
No contestaron, pero por supuesto, sabían que iba a tener un niño y
que ese día no estaría en casa. Los familiares son lo peor, siempre quieren
acompañar a la fuerza. Y a esos nadie los paga. Hay que hacer el trabajo
gratis.
—Ahora sí, metete a la izquierda, ahí donde se ve la entrada a la escuela.
La escuela estaba desierta ya a esas horas. Normalmente la salida de
las secundarias es a las nueve de la noche, pero debido a la falta de
seguridad, en esta salían a las ocho.
El copiloto encendió un cigarro y abrió la ventanilla. El aire
caliente del verano entró al coche. Prendió el estéreo del auto en busca de
alguna estación: la escuela le traía malos recuerdos.
—Aquí no se agarra buena señal. Ya saben ustedes que estamos muy lejos
de la ciudad y sólo con una buena antena
se pueden escuchar algunas estaciones en casa. Pero en auto, no,
ninguna.
Más irritado todavía, el hombre cerró la ventanilla no sin antes
escupir. Abrió la guantera y rebuscó en ella hasta dar con un disco. No le
gustó el que encontró, abrió de nuevo y lo aventó.
Dieron todavía una vuelta más para salir al lugar donde debía darse
vuelta en u. Era una calle sin pavimentar, donde casi arrollan a un niño en
triciclo que todavía no entraba a su casa. El auto se llenó de polvo al salir
de un bache.
Entonces salieron a una carretera que conocían.
El hombre que los había estado guiando se hundió en el asiento. Ahora
los que hablaban eran el copiloto y el conductor. El hombre que estaba a su
lado no había pronunciado ninguna palabra. Lo veía solamente y de cuando en
cuando miraba por la ventanilla.
Sabía que iban a llegar por él en uno de esos días. Pero nunca se le
ocurrió que hoy precisamente. El día había sido muy cansado y en el trabajo
nadie parecía tratarlo de manera distinta. Su compañero, quien seguramente ya
se había enterado, incluso se permitió halagarle el par de zapatos nuevos que
llevaba. Lástima.
Al llegar a la glorieta cerca de su destino, se encontraron con un
embotellamiento. Al parecer, uno de los invitados
había intentado salir, con lo que el tráfico se detuvo mientras varios salieron
a buscarlo.
Como iban con más de una hora de atraso, el hombre que lo acompañaba
en el asiento trasero le preguntó si sabía cómo salir de ahí, porque esto iba
para largo.
—Tal vez si se meten por la derecha todavía no haya llegado el
tráfico. Creo que hay una entrada por atrás de ahí. O eso me han dicho. Yo
nunca…
Sin dejarlo terminar, el conductor reaccionó e hizo lo que el hombre
había dicho. Aunque algunos autos intentaban salir, ninguno entraba. Encontró
el camino libre y en menos de diez minutos llegó a la parte trasera.
Nadie los esperaba, pero bastaron unos cuantos golpes en la puerta
para que saliesen a recibirlos. Muchos querían salir y nadie entrar, así que
los toquidos sólo podían ser de alguien que conocía el lugar.
Bajaron.
El aire veraniego encerrado en la ciudad, olía sucio. La cantidad de
coches en las calles aledañas habían viciado el ambiente. Así y todo, el viento
pasaba, furtivo. El hombre respiró profunda, casi desesperadamente.
—Pues ya llegamos. A la otra acuérdense bien de cómo salir de ahí.
—Lo recordaremos. Ahora ya llegaste. Hace cuatro horas nos mandaron
por ti, pero por fin llegamos.
—Por fin. Nada más no olviden cuál es su encargo.
—No lo olvidamos. Verás que este trabajo sí lo sabemos hacer.
Los cuatro hombres entraron por la puerta. Olía a sangre.
El hombre sabía que ya nunca saldría. Que quien entra ahí nunca sale.
—No se olviden: dos tiros; tres por si acaso.
—No lo olvidaremos.
Entonces pensó en la carretera. Y la puerta se cerró.
César Alain Cajero Sánchez
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