Dos clasificaciones
zoológicas
Aunque en general todas aquellas obras, que no sean
libros didácticos o de auto superación, no son leídas más que —como diría un
comercial famoso que cambia lo literario por lo médico— por las mamás de los autores,
es de notar que aquellos cuyo contenido sea poesía son los menos frecuentados
de todos.
Esto es todavía más notable ya que la cantidad de
libros de poesía publicados aventaja 5 goles por 3 a la narrativa corta, 5 a 1
frente a la novelística y al menos 7 a 1 haciendo frente a la ensayística. La
dramaturgia no juega y los libros de teoría literaria no cuentan porque ni
siquiera están en la liga de la literatura (los académicos son algo así como el
pambol llanero, pero con muchos títulos). Hasta los superpumas podrían ganarle
a la poesía, lo cual no sé si sea triste… para la poesía, claro.
Por tanto, en el caso de la poesía comprobamos una
vez más que la teoría de la oferta y la demanda nomás no funciona cuando las
ganas de publicar son rete hartas y no hay lectores. Celebro que haya tanta ilusión, aunque presagio
que de cada veinte autores que publican, sólo uno persistirá en su necedad más
allá de unos años.
Si han visto películas o series donde el autor es
descubierto por una editorial y gana luego chorros de lana, olvídenlo. Eso sólo
llega a pasar cuando se es compadre de un juez en un concurso (de novela, que
es algo así como la liga española de la literatura). Los demás o les entran a
las becas de papá Estado, pican piedra por años en las cada vez menos comunes
revistas o, más frecuentemente, financian sus propias ediciones.
No es algo nuevo. Y menos para la poesía.
No es poco frecuente escuchar a los lectores decir
que la poesía “les aburre”, “nunca le han entendido” o “cualquiera la hace”.
Los mismos literatos o estudiosos de la literatura la ven como un género
apestado. Y ahí se ve a la señora haciendo sonar la campanilla de sus
versos para que los sanos académicos y editores se hagan a un lado, cuidando de
no beber en la misma fuente.
Sin embargo, si le rascamos un poco, también
sabremos que la mayoría de estos sanos individuos alguna vez han departido con la
señora. Quién tiene escondidos un par de versos; quién ha leído en un momento de
pasión a Neruda y a quién se lo han leído; quiénes, y no son pocos, tienen por
ahí una edición de autor que esconden como pueden y que en una tarde de copas
sale a relucir.
Más que eso: quién no escucha los versos de una
canción y llora de emoción por esa letra que no es sino poesía acompañada de
música. Y he de decir que aun en este país bronco y macho de México conozco a
lectores de poesía espontáneos, quienes leen y comparten poemas por el purito
gusto de hacerlo.
¿Y entonces por qué nadie compra esos nuevos y
heroicos libros de poesía? Más que eso: ¿por qué nadie los lee?
Dejando de lado que, por evidentes razones, no todo
lo que se publica es bueno, en la mayoría de los casos, existe una muy mala distribución; no
hay librerías especializadas en literatura en la práctica totalidad de las ciudades del
país y aquellas que sí existen tienen una pésima sección de poesía, si es que esta siquiera existe (por lo general, se puede encontrar a Mallarmé junto al nuevo libro de recetas de cocina de la celebridad del momento). Así, estos
libros no llegan a quienes tienen que llegar.
Pero todavía más allá, no está de más señalar que no
siempre es que a la gente le caiga mal la poesía como que les caen mal los
poetas. Aquí presento una descripción de dos de los tipos más conocidos y nefastos.
Muchos conocemos a aquel tipo que adopta una postura
pedante, que recita como vate del XIX y todo el tiempo está en posición de una pintura del XVIII. Sol de su propio sistema. Normalmente
son o fueron estudiantes de alguna universidad, más probablemente lo fueron de
Letras, Filosofía o, cada vez menos, Derecho. Se reconocen por moverse de
manera solitaria o en pequeños grupos, fumar en pipa y tener libros de Foucault bajo el brazo.
Pero no son los únicos ni la especie más abundante
hoy día. Están también los malditos a la fuerza, quienes, émulos de fantasías
que mezclan a partes iguales a Jim Morrison con Bukowsky más una cucharadita de Rimbaud
y hoy día, en proporciones cada vez más altas, Bolaño, salen con poses de renovadores
cuando sólo repiten lo que otros hicieron. Acostumbran asustar a la
burguesía comprando muchas cervezas y pensar que escribir con mala
sintaxis y poco ritmo equivale a revolucionar la literatura.
Lo infame de estos últimos no son sus fantasías
donde tratan de emular mal a sus héroes ni su mucho o escaso talento, sino que
se una vez que te acercas a ellos, no te hablan más que de sí mismos. No hay en
ellos más conversación que lo que hacen. La poesía es apenas una excusa para
hablar de sus aventuras. Son fácilmente reconocibles porque suelen rondar en
grupos pequeños, ir mucho a los Oxxos y vestirse como extra de película sobre
los veteranos de Vietnam.
Las diferencias entre ambas especies, sin embargo,
no son tan grandes como parecen a primera vista. Ambos gustan de explicar muy
largamente sus poemas; ambos piensan que nadie los merece (unos porque saben mucho de poesía y los otros porque
viven como verdaderos poetas). No es extraño que haya entre ellos híbridos
peligrosos.
No todos los poetas, entran dentro de esta
descripción zoológica, por supuesto. Y, de hecho, cuando no están en su papel,
incluso ciertos miembros de estos grupos son hasta cierto punto agradables. Algunos tienen
ideas relativamente curiosas. Lo malo es cuando entran en su papel o uno tiene la pésima
fortuna de encontrarles ánimo de hablar de sus
poemas. Nunca critique usted sus ideas-fetiche o tenga el pésimo
gusto de discutir de política-poética con ellos (cada vez hay más que piensan que es lo
mismo y que lo discuten con la misma apertura). Se arriesga por su cuenta si lo hace a que le demuestren cómo el no estar de acuerdo con el actual salvador de la patria en ruinas viene de no haber leído a Góngora.
Así pues, festejo como todos a la poesía, pero me
mantengo alejado de (buena parte de) los poetas. De otros, como muchos saben,
soy amigo y lector. Sólo les pido y les agradezco que me dejen leer los poemas a mí y no
quieran explicármelos.
Y usted, querido poeta, ¿cuál de estos ejemplares ha sido? ¿De cuáles me ha visto cara?
Y usted, querido poeta, ¿cuál de estos ejemplares ha sido? ¿De cuáles me ha visto cara?
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