Los locos años del bop
En vista del esperado fracaso del post anterior en donde abandono al rock para hablar de cosas más viejas y chidas (las viejas chidas y las chidas viejas somos cosas distintas), le sigo. Culeros.
Pues corrían los años cercanos a la mitad del siglo (XX; muchachos que ya se sienten fuera de la órbita cuando no hacen sino reciclar) cuando un grupo de tipos medio locos, probablemente por tanta yerba metida en los pulmones, empezá a hacer un tipo de jazz menos bailable. Indudablemente la tradición de los jams ya había creado un ritmo semejante a lo que se dio en llamar bop en las décadas siguientes. El mismo canto scat (que es como se le llama al fraseo sin sentido; pura sílaba que hasta Tristan tzara envidiaría; para muestra vean el anterior post con "Ain't misbeheavin'" de Pops) puede ser visto como un acercamiento peligrosamente sabroso al bop.
De hecho aunque nadie sabe de dónde demonios viene la palabrita, la mayoría aprueba la teoría de que viene de un fraseo scat (hasta hay quien dice que viene del intento de emular un grito mexicano muy usado por Speedy González; así como cosa del Odelay! de Beck). Pues sea como sea, se dice que las primeras canciones de bop, ese jazz con los músicos en ataque de tos (como le dijo Satchmo) fue "Body & soul" del hermanito Coleman Hawkins.
Para ese momento el tipo de jazz más común era ni más ni menos que el sabroso, bailable y muy popular swing, que lo mismo iba a lo duro y pesadón que a las baladas del maestro Sinatra. El jazz se había vuelto cosa sana y decente. Esa dama que había empezado bebiendo whisky y gin en los puteros de Nueva Orleans ya se codeaba con la alta sociedad y para quitarle lo fufurufa varios chicos le dieron una cachetada y la retacharon a los orígenes. Unos orígenes más pesados, sucios y desquiciados. Un poco el bop fue para el jazz lo que el punk para el rock; sin incluir los pelos parados, claro (pero sí el Zoot suit y las frases chicanas "Qué pssssó ése").
Ni tardas ni perezosas surgieron en el firmamento del bop sus ídolos y sus mártires.
El hombre pájaro (pero no el de la prisión de Alcatraz), Charlie Parker, con todo y su saxofón gimiente. Esos ritmos cortados y sucios, con cambios aquí y allá; esa bestia santa a la que amaban Cortàzar y Kerouac. Ese que hacía que el saxofón gritase como vieja loca. El Johnny de El perseguidor, buscando la Meca-neta de este planeta de manera puramente visceral. Sin pensar ni hablar, pura fuerza sexual en sus labios violentos. Charlie Parker, muerto por las drogas y la velocidad.
Sin embargo y a pesar de Cortázar, a mí el que me late más es el Dizzy. Ese mono de los grandes cachetes que pasó del bop al jazz latino (en una ocasión fue a tocar a Cuba y mientras caminaba escuchó el sabor del son) y de ahí al free. Gillespie es al mismo tiempo más amplio que Charlie y menos pasional. Lo suyo es la risa. Un loco meticuloso si se puede decir eso. Mientras el Bird invade casi siempre la melodía con su fuerza, Dizzy va midiendo, deja jugar al bajo y de repente estalla cual metralla en la Primera Guerra mundial. Un monstruo en acción que deja a Godzilla como pendejo. Mi cachetes Dizzy homenajeado hasta por los Picapiedra en un memorable capítulo.
Por otro lado el Monje Thelonious Monk y su piano. Las notas enloquecidas de un piano que como rayo de Zeus nunca se sabe dónde caerán. Un verdadero artista que sabía cuándo ceder su lugar a otros instrumentos y cuando usar su destreza para guiar a sus músicos. También, claro, cuándo y dónde entrar con ese piano de un lugar a otro de la pieza, como un hombre tropezándose en la oscuridad. Con esos pasos y esos pasitos del ebrio a mitad de la noche. Por cierto que nunca se había escuchado algo así en la música popular occidental: músicos que alteraban a la armonía haciéndola irreconocible y que, sin embargo, siguiese funcionando. Ni siquiera el rock intentó nada tan radical. Sólo algunos músicos de salsa y boogaloo hicieron (por su contacto con el jazz) algo semejante.
Por otro lado, el buen Charlie Mingus, quien me entusiasma menos, pero que me emociona por la manera en que sintetiza en sus mejores momentos la ambición total de las grandes bandas y el ritmo enloquecido del bop. Vean y juzguen. ustedes decidirán.
Bien pues que el bop dio de todo e influyó en todos. Keroauc, Ginsberg, Cassady y demás, enamorados de ese jazz duro y salvaje querían escribir como un jam session; improvisación pura que los emparentó a los lejanos surrealistas. También, inmaculadamente drogados (dice por ahí Morrison), buscaban la santidad a través del desorden de los sentidos. Fue jazz lo que escuchaban los personajes de On the road, jóvenes, no heavy mierda.
Bueno, pero terminemos con una sonrisa en los rostros y sin regaños de abuelita. Mejor hagamos saber que de verdad somos abuelitas con este recuerdo que por ahí me trajeron. De verdad que con ese Lobo feroz y su ritmazo sí me pongo mi caperucita roja.
Hasta la otra, esos.
La heroína para sus venas: Titania.
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