Más
patrióticos deberes
César A. Cajero Sánchez
Fieles
al mexicano compromiso que dice que hay
que hacer que lo que sirve, sirva para lo que no sirve, el gobierno
mexicano entrante y el saliente ofrecen inverosímiles puestos
(burocráticos casi todos ellos, faltaba más) a profesionistas con ambiciones de
crecimiento.
Hoy
son usos y costumbres comunes y bien pensados los que cada año llevan a que los
maestros cuyos resultados en las evaluaciones son las mejores, se separen de
sus funciones docentes y se conviertan en directores de escuela. Es verdad:
cuando un maestro descuella en su profesión, se le encomienda que, en lugar de
atender a los alumnos a quienes ha estado preparando de manera distinguida,
mejor se ponga a llenar documentos burocráticos, hacer listas de útiles
escolares y atender las quejas cotidianas de aquel paterfamilias enmuinado.
A
veces el premio es todavía mejor, y el susodicho se alejará más de su lugar de
trabajo para transformarse en supervisor de zona, instructor docente o
cualquier otro rótulo en las oficinas de la burocracia educativa. Mientras más
lejos de los alumnos, mejor. Y más mejor porque de lo que se trata en el
escalafón gubernamental es de recibir más dinero mientras menos hagas lo que
haces bien.
La
nueva administración parece haber entendido al dedillo esta labor patriótica,
así que pide a los soldados que en cada
hijo el cielo le dio dejar aquello que se supone deben hacer para hacer
otra cosa muy otra. La nueva es que los médicos que estudiaron, a ejemplo de
Hipócrates, cómo curar los cuerpos humanos, se dedicarán a proteger el cuerpo
de un solo preciso en heroica misión.
Lo mismo puede decirse de ingenieros que proyectaban puentes o tuberías
petroleras; ahora velarán para que los edificios mal construidos no le caigan
encima a nuestro capitán. Ni qué decir de los abogados, los cuales sabemos bien
que tienen experiencia en la lucha cuerpo a cuerpo en charcos de lodo. Así
cualquiera.
Hombres
y mujeres, todos ellos con nivel académico, le facilitarán a nuestro Rayo —quitemos el diminutivo— de esperanza hacer las cosas. ¿Cuáles?
No se sabe bien, pero de que suplirán al Estado mayor presidencial, lo
suplirán. O así dicen por ahora (los políticos suelen cambiar de opinión como
de calzones… o un poco más seguido).
Si
los médicos, ingenieros y abogados —más lo que se acumule— no saben nada de ese
tipo de labores o si estarían mejor haciendo el trabajo para el que estudiaron,
no importa. La Nación los llama. Y en la Nación, nada es más importante que escalar
en los puestos oficiales (cobrando una buena lana por ello, por supuesto).
La
receta para hacer felices a los ciudadanos es simple, ya fue descubierta y mal
que bien ha sido puesta en práctica por décadas. No aumente el salario de los
buenos profesionistas y profesionales en sus respectivas áreas; no se preocupe
por darles una formación adecuada en universidades y centros de estudio de
calidad. No se inquiete por los trabajadores manuales, los campesinos o los
obreros. Dignificar su trabajo y reducir la brecha salarial no tiene razón de ser.
Lo
único que hace falta es conseguir trabajo para todos en un puesto gubernamental.
La Patria se sacrifica por sus hijos y estos agradecen al gobierno por tener
una oficinita y poder presumir un nombramiento con los cuates. Mientras más
cerca de los caudillos que nos gobiernan se encuentre uno, con más orgullo
cobra su chequecito en la oficina. Y si reparamos que con cada cheque firmado se
le da trabajo a una caterva de funcionarios que no estudiaron tampoco para ello
(desde quien firma el cheque hasta el que nos lo da en su modesto cubículo, pasando por aquel que lo envolvió en papel manila amarillo),
nos envolvemos en la bandera y nos aventamos desde el cerro de Chapultepec.
Lo
que sobra es trabajo en oficinas para hacer aquello que no sabemos hacer.
¿Conocimientos? Ni falta que nos hacen; ni aunque los tuviéramos.
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