Bigotes, jeans y
mercado
Cada
cinco o diez años hay algo nuevo a lo cual seguir o a lo cual odiar.
Detrás
de unos ojos vidriosos y un vaso con ginebra, la primera vez que oí el término
“hipster”, aplicado a varios conocidos, fue hace quizá tres años, en una
fiesta. Sonreí y asentí, pues no era la primera vez que topaba con la palabra.
La
primera vez que leí la palabra “hipster” fue, casi seguro, mientras leía Aullido, de Ginsberg, en mis entonces
quince años. Los “angelheaded
hipsters burning for the ancient heavenly connection to the starry dynamo in
the machinery of night” que en esos días idolatraba junto a Rimbaud y Eluard.
Así,
cuando escuché de nuevo la palabra pensé en Jack Kerouac adormecido mientras
veía la noche mexicana desde el techo de un auto.
Meses
después alguien me corrigió de mi error en otra fiesta. Tras otras botellas
alguien escupió en otra ocasión contra ellos al mencionar a un candidato a la
presidencia más recordado por un vestido y un debate.
Una
palabra de borrachera que al poco tiempo vi por todas partes, la mayor parte de
las veces, aplicada como insulto, pero seguía sin quedarme claro a qué se
referían aparte de bigotes.
Y
con eso empezó a tomar forma el contenido de la palabra. Así, pues, por un lado
me dijeron de los bigotes y la barba. Por otro, de la ropa mezcla de varias
décadas junto a los lentes y la bufanda del abuelo. Luego, de la afición a los
grupos independientes y poco conocidos. Posteriormente, del veganismo en la
Condesa. Finalmente, hace poco, alguien me advirtió acerca de los gadgets digitales.
Una
combinación tan disparatada de elementos (de los que omití en mi listado, dos o
tres) me hacían casi imposible imaginar nada. Cuantimás cuando me advirtieron
que un hipster nunca se presenta como hipster.
Mientras
no estuve cerca de las ciudades, el término volvió a quedar como arcano sólo
presente en el feisbuk que cada quince días abría. Ya de regreso; que las
películas más hipster por aquí, que si escribir de tal cosa es muy hipster por
acá y que si sólo son una forma de control por acullá.
Debo
admitir que he usado barba; que vestir mezcla de décadas me es natural pues
aborrezco comprar ropa y conservo todo… Supongo que algunos grupos que me
gustan son poco conocidos (aunque en general, el rock nuevo me aburre) y hasta
que tengo un teléfono y cuando el frío está canijo, uso bufanda. No vivo en la
Condesa ni soy vegano. Lo que, supongo, no me salva del fuego.
Todavía
recuerdo que cuando iba a la universidad, la predilección sobre a quien odiar o
seguir eran unos cuates que se hacían tamaños copetones de lado, se pintaban
los ojos muy llamativamente y escuchaban grupos de lo más horrible. Emos, les
decían.
Era
algo mucho más adolescente, en efecto, pero igual había furia contra esos
“maricas” y hasta golpes en la glorieta de Insurgentes se lanzaron.
Otros
años más; aquello de los Strokes, quienes me gustaban bastante, y los peinados
cuidadosamente despeinados.
No
sé si los hippies (cuyo nombre, por cierto, significa “pequeños hipsters”) en
su momento fueron vistos con tanto odio por quienes los precedieron. Lo que sí
veo es una diferencia radical entre aquellos y estos, a la vez que una
continuidad no prevista.
Los
hippies (y como movimiento juvenil, los beatniks) en efecto, quisieron cambiar
su forma de vida. No se limitaron a expresar su inconformidad, sino que
vivieron, al menos por algunos años, de acuerdo a ello. Las comunas, la vida
ajena al mercado; el antimilitarismo y las manifestaciones en contra de la
política, motivaron el empleo de la palabra “contracultura”. Con ella se
etiquetó a aquellas expresiones culturales (es decir, que se concretaban en una
cultura, con una forma de vida particular, lo que las hacía diferentes a los
movimientos políticos) que eran abiertamente distintas a la cultura imperante;
que la rechazaban.
Con
sus diferencias, es posible nombrar como contracultura también a los punks en
los setenta. Con ellos llegó la confrontación violenta, el rechazo visceral y
la búsqueda de una identidad individual que ponía menos énfasis en los
compromisos comunales que la
contracultura de los sesenta.
De
estos dos movimientos surgieron otros que, ya ponían más atención a la comunión
entre los miembros (como los hippies) o ya a la individualidad (como los
punks). No importa. Con excepciones como la cultura hardcore del straight edge (la
cual, hay que señalarlo, fue muy minoritaria) y ciertas aristas de la cultura hip-hop, la confrontación con la sociedad
se fue diluyendo poco a poco hasta que del nombre “contracultura” no quedó a
fines del siglo pasado sino un recuerdo desleído y paradójico.
Queda
la fachada, en efecto. Pero si hablar de “contracultura” era exagerado a fines
de los noventa, ¿qué se puede decir de lo que ha sucedido en este inicio de
siglo? Sería más adecuado hablar de subculturas pues aunque resguardan el culto
a la apariencia, el uso de un uniforme y la creación de códigos culturales más
o menos reconocibles, no existe ya ni sombra de rechazo a la cultura dominante
sino, en ocasiones, como un discurso endeble e impostado. No se trata de “inautenticidad”,
sino que tales cuestiones ni siquiera se pasan por la mente de los miembros de
estas subculturas. Pueden cuestionar estéticamente, como una “posición de vida”
heredado de las contraculturas precedentes, pero no hay ninguna acción al
respecto. No veo que deban ser juzgados por ello, como los miembros de
subculturas de otro tipo (fanáticos del anime, de la música de fusión norteña,
de los deportes extremos) no son juzgados; sólo señalar que se trata de algo
muy distinto. Que el tránsito del símbolo a la imagen ha concluido.
Ha
concluido el tránsito, ¿cuándo empezó?
He
ahí la imprevista continuidad. En cierta manera, desde siempre: desde la
formación de las culturas juveniles.
¿Eran
en verdad los hippies revolucionarios e iban en contra de la cultura
establecida o sólo eran tolerados porque su rebeldía era epidérmica; desvaríos de
la juventud? No dudo que miles creyeron en verdad en hacer un cambio; en
que era posible vivir de otra manera. Lo creyeron durante años, algunos incluso
décadas. Al final, todo ello desapareció. No fue necesaria la represión pues la
sociedad moderna es absoluta: devora aquello que pretende estar en su contra.
Y
transforma la rebeldía en dinero.
Transformar
la efigie del Ché o la indumentaria regional en símbolos de moda no es nuevo.
En los setenta, la ropa punk invadió los grandes almacenes al igual que en los
sesenta el pelo largo fue asimilado después de unos años de resistencia… La
moda, el estilo, siempre representan una novedad y en una sociedad inflexible y
esclerótica, un reto. Sin embargo, el elemento más flexible en la sociedad
moderna, el mercado, que se adapta a todo mientras no ponga en peligro sus
ganancias no sabe de costumbres ni de tradiciones. Sabe de negocios.
Y
el mercado sustituyó a las ideologías esclerotizadas, por lo que la moda devoró
a cualquier contracultura.
Pasado
el horror a cualquier modita (y el odio de los de la vieja guardia, quienes no
se acostumbran a las mieles del mercado que también a ellos sacó dinero y luego
abandonó), se muestra sólo como algo apenas pasajero. Algo que dejará algún
dinero y varios recuerdos en quienes se emocionaron por unos bigotes y sentido
de pertenencia a una comunidad que los aceptó.
¿Por
qué el odio a los mentados hipsters? ¿Son ridículos? Depende, pero también los
punks fueron tildados de esa manera. ¿Son pretenciosos? Qué decir de los
beatniks, aquellos pioneros que convirtieron a la beat generation en un éxito
de mercado y compraron miles de cafeteras y de jeans. ¿Son inauténticos? Todos
los movimientos juveniles, todas las modas, han dejado de seguirse en cuanto
pasan. Y todo pasa.
Todo
eso de las moditas me da una flojera enorme. Creo en un cambio cultural, el
único que en verdad llamaría “revolución” es ése. Pero un verdadero cambio
cultural empezaría por en verdad criticar los fundamentos del mundo moderno: las
ideas de poder, cambio, progreso, beneficio; dominio. Lo demás no pasará de
gestos histriónicos.
¿Por
qué odian tanto a los hipsters? Creo que un amigo dio en el clavo y en un
momento de franqueza me dijo: “porque se quedan con las chavas que me gustan”.
Yo mero
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