Un brillante nuevo mundo
A esa hora en que el sol está encaramado en lo más alto
del firmamento empezó todo. Algunos especulan que inició en Nueva York, otros
que en alguna ciudad mexicana. Lo único cierto es que una sombra, cansada de
seguir los movimientos de los hombres y de ser pisoteada duramente todos los
mediodías, decidió desembarazarse de sus ocupaciones.
Una vez decidida, furtivamente se deslizó lejos de la
mujer a la que servía desde hacía casi treinta años. Malhaya sea la hora en que
dicha mujer se dio cuenta de lo que ocurría pues, furiosa, corrió tras quien
consideraba su pertenencia.
La sombra, aterrada, olvidó su silencioso plan y huyó a
toda velocidad dando esos gritos mudos que sólo las sombras saben dar.
A pesar de los esfuerzos de la mujer, no consiguió
atrapar a la sombra. De nada le valió quitarse los zapatos de tacón alto –que
tanto lastimaban a la sombra- pues, cuando quieren, las siluetas pueden correr
a velocidades tremendas, alargarse cual catedrales o hacerse minúsculas cual
pequeñas hormigas.
Y lo que más quería esta sombra era huir a toda prisa.
Mientras la persecución tenía efecto, muchas otras
sombras, atraídas por el alboroto, le preguntaban a la fugitiva acerca de su
predicamento. Escucharon sus razones y estuvieron de acuerdo con ella. No
merecían ser tratadas con tanta falta de respeto.
De no haber sido por los gritos de la huida, mientras que
tanto sombra como mujer corrían de un lado de la calle a otro, seguramente el
asunto no hubiese llegado al punto al que llegó. Pero la semilla había sido
plantada.
Al día siguiente, las sombras de toda Norteamérica y
parte de Centroamérica se habían declarado emancipadas. No seguían los
movimientos de los hombres ni las mujeres; básicamente se dedicaban a platicar
entre ellas o a caminar por ahí, a su aire. En todas partes circulaba el rumor
de que las acciones del día siguiente tomarían un giro dramático.
Así fue; todo el continente americano amaneció sin una
sola sombra adulta. Sólo algunas islas caribeñas —ya sea por incomunicación, ya
sea por el férreo control— permanecieron incólumes ante esta revolución.
Pero al otro día no hubo ya duda: ningún país del globo;
ninguna ciudad o aldea; ningún ejido ni suburbio tenía una sola sombra adulta.
Los políticos, los científicos y los hombres de negocios
decían en grandes desplegados que al fin y al cabo las sombras nunca habían servido
para nada. Interrogados por los noticiarios, reloj en mano y maletín de viaje,
los millonarios alegaron que ninguna sombra les había dado un solo peso. Los
hombres de ciencia, armados de escuadras y leyes, aseguraron que científicamente
la sombra es sólo una ilusión de la refracción de la luz y que no era posible
una huelga de algo que es sólo un fenómeno físico. Negaron contundentemente la
existencia de una revolución que se llevaba a cabo, aunque a decir verdad,
ellos también habían perdido la silueta.
Los políticos fueron más enfáticos: aseguraron que las
sombras siempre habían sido un elemento pernicioso en la vida pública. Además,
no se sabía de ninguna que hubiese hecho algo por la democracia, la patria o el
movimiento encabezado por el pueblo y los líderes. Al final demostraron con
datos serios en mano que las sombra sólo habían frenado al progreso
entreteniendo a vagos, poetas y enamorados, los únicos que podían en verdad
extrañar a dichos elementos inútiles.
Sin embargo, aseguraron que quien no está con el pueblo,
definitivamente está contra él y que la libertad exige siempre sumisión por el
bien de la nación y el progreso económico. Por eso anunciaron que pronto
llevarían a cabo verdaderas medidas punitivas. Conminaron a investigadores de
la defensa y a los militares a que se fajasen bien los pantalones y buscaran la
forma de dar lecciones ejemplares sobre semejantes seres intolerables.
Eso sólo empeoró la situación pues las sombras de
animales, objetos y plantas se solidarizaron. En pocas semanas sólo quedaban en
el mundo las sombras de los niños, a las que no se había podido convencer por
lo pronto de unirse a la huelga, pues les encantaba jugar.
Los aldeanos de África, al ir por el agua, debían sufrir
en su plenitud el calor, sin que la sombra de los baobabs los acariciase como
solía hacerlo, mientras los veía una curiosa jirafa. Las elegantes mujeres de
Tailandia ya no pudieron tender sus hamacas bajo las grandes higueras sagradas
para dormir al mediodía y soñar con el rostro de los dioses al ver volar una
paloma bajo un trono de serpientes. Los viejos de Oaxaca ya no podían sentarse
bajo los ahuehuetes de las iglesias para contarles a los niños las historias de
sus padres, donde los duendes dejan bajo la cama lo que escondieron en el día.
Tampoco los ancianos japoneses pudieron jugar más al teatro de sombras en sus
paredes de papel blanco, mostrando la forma de los amantes del agua, raptados
por un kappa. Y en el mundo entero los cines fueron desapareciendo pues no
tiene chiste ver películas con luz, sin enamorarse ni reír olvidados del mundo.
En lugar de rectificar, los gobernantes endurecieron su
corazón y dijeron, seguros de sí mismos, que con más luz sólo podía haber más y
más trabajo para adquirir un progreso verdadero y completo. Mientras tanto,
multitudes enteras se apiñaban junto a los niños, pues sus sombras,
compadecidas, se alargaban lo más que podían para intentar ayudar a los más posibles,
siempre y cuando no fuera una traición a sus hermanas mayores. Pero la bondad
nunca es una traición.
Después de unas semanas, y como la tristeza general de la
población afectaba las finanzas, algunos gobiernos aceptaron hacer una mesa de
diálogo con las sombras. Pero el corazón de los gobernantes volvió a
endurecerse y no contentos con insultar a las sombras después de firmar unos
supuestos acuerdos que nunca se llevaron a cabo, algunos de ellos llegaron a
afirmar que —si pudiesen— también harían que se fuera la madre de todas las
siluetas: la noche.
Al enterarse de este atrevimiento. La señora de largos
cabellos de ébano y manto oscuro —quien había permanecido ajena al asunto—
decidió sumarse a sus hijas. Ya jamás tendería su cuerpo umbrío y gentil para
aliviar los dolores de la tierra. Ya jamás llamaría a los vientos para que su
manto fuera escenario de estrellas y lunas mientras en el mundo corren las
horas y salen los seres mágicos que sólo les hablan a las personas cuando éstas
escuchan atentamente sus palabras. Nadie traería al mundo las nuevas historias.
Y ya no hubo más noche.
Lo que ocurrió después ya es historia. Sin noche no hubo
más luna ni estrellas. La luz, antes tan amada, pronto se convirtió en una
pesadilla. Y el blanco llegó a cegar los corazones y las mentes. Muchos
prefirieron cerrar los ojos, pero al poco tiempo incluso así sólo conseguías
ver claridad.
Las parejas de enamorados sufrieron más que ningunos
otros la separación y la angustia. Filas de insomnes se arremolinaron frente a
grandes consultorios que ofrecían el alivió con el hastío y las pastillas.
Traficantes de beleño y mandrágora ofrecían extrañas sustancias para cerrar los
ojos en un ensueño triste y plomizo. Algunos aseguran que los sueños,
desocupados, comienzan a andar por las calles, vagando, llenos de cansancio
pues como se sabe no hay nada peor que un sueño que no encuentra en qué
divertirse.
Los políticos se quedaron sin trabajo, ya nadie confiaba
en ellos. Algo bueno se obtuvo, pues pocos se creían lo que ellos decían.
Seguramente si el ser humano sobrevive este horrible trance podrán valorar más
las cosas a las que antes habían estado ciegos.
Se dice que en Libia uno de los antiguos líderes quiso
exterminar a punta de metralletas todo vestigio de la existencia de las hijas
de la noche, para que nadie pudiese minar su autoridad. Proscribió a los sueños
al poco tiempo también, al relacionarlos con el recuerdo de la oscuridad.
Después de muchos siglos, quizá estemos presenciando el
fin de la estirpe de Adán.
Pero hay una esperanza: la noche ha permitido que su hijo
mayor, el eclipse, juegue a tragarse al sol cada cierto número de años.
Entonces puede tomar la forma del jaguar oscuro y jugar con su buen amigo de
radiantes cabellos. Además, las sombras de los niños siguen acudiendo a jugar
con ellos siempre y cuando no haya adultos cerca.
Hay un rumor más: se dice que ciertas sombras han
perdonado a los enamorados y que acuden solícitas cuando una pareja busca un
lugar para besarse.
César Alain Cajero Sánchez
No hay comentarios:
Publicar un comentario