viernes, 10 de enero de 2014

Un brillante nuevo mundo


A esa hora en que el sol está encaramado en lo más alto del firmamento empezó todo. Algunos especulan que inició en Nueva York, otros que en alguna ciudad mexicana. Lo único cierto es que una sombra, cansada de seguir los movimientos de los hombres y de ser pisoteada duramente todos los mediodías, decidió desembarazarse de sus ocupaciones.

Una vez decidida, furtivamente se deslizó lejos de la mujer a la que servía desde hacía casi treinta años. Malhaya sea la hora en que dicha mujer se dio cuenta de lo que ocurría pues, furiosa, corrió tras quien consideraba su pertenencia.

La sombra, aterrada, olvidó su silencioso plan y huyó a toda velocidad dando esos gritos mudos que sólo las sombras saben dar.

A pesar de los esfuerzos de la mujer, no consiguió atrapar a la sombra. De nada le valió quitarse los zapatos de tacón alto –que tanto lastimaban a la sombra- pues, cuando quieren, las siluetas pueden correr a velocidades tremendas, alargarse cual catedrales o hacerse minúsculas cual pequeñas hormigas.

Y lo que más quería esta sombra era huir a toda prisa.

Mientras la persecución tenía efecto, muchas otras sombras, atraídas por el alboroto, le preguntaban a la fugitiva acerca de su predicamento. Escucharon sus razones y estuvieron de acuerdo con ella. No merecían ser tratadas con tanta falta de respeto.

De no haber sido por los gritos de la huida, mientras que tanto sombra como mujer corrían de un lado de la calle a otro, seguramente el asunto no hubiese llegado al punto al que llegó. Pero la semilla había sido plantada.

Al día siguiente, las sombras de toda Norteamérica y parte de Centroamérica se habían declarado emancipadas. No seguían los movimientos de los hombres ni las mujeres; básicamente se dedicaban a platicar entre ellas o a caminar por ahí, a su aire. En todas partes circulaba el rumor de que las acciones del día siguiente tomarían un giro dramático.
Así fue; todo el continente americano amaneció sin una sola sombra adulta. Sólo algunas islas caribeñas —ya sea por incomunicación, ya sea por el férreo control— permanecieron incólumes ante esta revolución.

Pero al otro día no hubo ya duda: ningún país del globo; ninguna ciudad o aldea; ningún ejido ni suburbio tenía una sola sombra adulta.

Los políticos, los científicos y los hombres de negocios decían en grandes desplegados que al fin y al cabo las sombras nunca habían servido para nada. Interrogados por los noticiarios, reloj en mano y maletín de viaje, los millonarios alegaron que ninguna sombra les había dado un solo peso. Los hombres de ciencia, armados de escuadras y leyes, aseguraron que científicamente la sombra es sólo una ilusión de la refracción de la luz y que no era posible una huelga de algo que es sólo un fenómeno físico. Negaron contundentemente la existencia de una revolución que se llevaba a cabo, aunque a decir verdad, ellos también habían perdido la silueta.

Los políticos fueron más enfáticos: aseguraron que las sombras siempre habían sido un elemento pernicioso en la vida pública. Además, no se sabía de ninguna que hubiese hecho algo por la democracia, la patria o el movimiento encabezado por el pueblo y los líderes. Al final demostraron con datos serios en mano que las sombra sólo habían frenado al progreso entreteniendo a vagos, poetas y enamorados, los únicos que podían en verdad extrañar a dichos elementos inútiles.

Sin embargo, aseguraron que quien no está con el pueblo, definitivamente está contra él y que la libertad exige siempre sumisión por el bien de la nación y el progreso económico. Por eso anunciaron que pronto llevarían a cabo verdaderas medidas punitivas. Conminaron a investigadores de la defensa y a los militares a que se fajasen bien los pantalones y buscaran la forma de dar lecciones ejemplares sobre semejantes seres intolerables.

Eso sólo empeoró la situación pues las sombras de animales, objetos y plantas se solidarizaron. En pocas semanas sólo quedaban en el mundo las sombras de los niños, a las que no se había podido convencer por lo pronto de unirse a la huelga, pues les encantaba jugar.

Los aldeanos de África, al ir por el agua, debían sufrir en su plenitud el calor, sin que la sombra de los baobabs los acariciase como solía hacerlo, mientras los veía una curiosa jirafa. Las elegantes mujeres de Tailandia ya no pudieron tender sus hamacas bajo las grandes higueras sagradas para dormir al mediodía y soñar con el rostro de los dioses al ver volar una paloma bajo un trono de serpientes. Los viejos de Oaxaca ya no podían sentarse bajo los ahuehuetes de las iglesias para contarles a los niños las historias de sus padres, donde los duendes dejan bajo la cama lo que escondieron en el día. Tampoco los ancianos japoneses pudieron jugar más al teatro de sombras en sus paredes de papel blanco, mostrando la forma de los amantes del agua, raptados por un kappa. Y en el mundo entero los cines fueron desapareciendo pues no tiene chiste ver películas con luz, sin enamorarse ni reír olvidados del mundo.

En lugar de rectificar, los gobernantes endurecieron su corazón y dijeron, seguros de sí mismos, que con más luz sólo podía haber más y más trabajo para adquirir un progreso verdadero y completo. Mientras tanto, multitudes enteras se apiñaban junto a los niños, pues sus sombras, compadecidas, se alargaban lo más que podían para intentar ayudar a los más posibles, siempre y cuando no fuera una traición a sus hermanas mayores. Pero la bondad nunca es una traición.

Después de unas semanas, y como la tristeza general de la población afectaba las finanzas, algunos gobiernos aceptaron hacer una mesa de diálogo con las sombras. Pero el corazón de los gobernantes volvió a endurecerse y no contentos con insultar a las sombras después de firmar unos supuestos acuerdos que nunca se llevaron a cabo, algunos de ellos llegaron a afirmar que —si pudiesen— también harían que se fuera la madre de todas las siluetas: la noche.

Al enterarse de este atrevimiento. La señora de largos cabellos de ébano y manto oscuro —quien había permanecido ajena al asunto— decidió sumarse a sus hijas. Ya jamás tendería su cuerpo umbrío y gentil para aliviar los dolores de la tierra. Ya jamás llamaría a los vientos para que su manto fuera escenario de estrellas y lunas mientras en el mundo corren las horas y salen los seres mágicos que sólo les hablan a las personas cuando éstas escuchan atentamente sus palabras. Nadie traería al mundo las nuevas historias.

Y ya no hubo más noche.

Lo que ocurrió después ya es historia. Sin noche no hubo más luna ni estrellas. La luz, antes tan amada, pronto se convirtió en una pesadilla. Y el blanco llegó a cegar los corazones y las mentes. Muchos prefirieron cerrar los ojos, pero al poco tiempo incluso así sólo conseguías ver claridad.

Las parejas de enamorados sufrieron más que ningunos otros la separación y la angustia. Filas de insomnes se arremolinaron frente a grandes consultorios que ofrecían el alivió con el hastío y las pastillas. Traficantes de beleño y mandrágora ofrecían extrañas sustancias para cerrar los ojos en un ensueño triste y plomizo. Algunos aseguran que los sueños, desocupados, comienzan a andar por las calles, vagando, llenos de cansancio pues como se sabe no hay nada peor que un sueño que no encuentra en qué divertirse.

Los políticos se quedaron sin trabajo, ya nadie confiaba en ellos. Algo bueno se obtuvo, pues pocos se creían lo que ellos decían. Seguramente si el ser humano sobrevive este horrible trance podrán valorar más las cosas a las que antes habían estado ciegos.

Se dice que en Libia uno de los antiguos líderes quiso exterminar a punta de metralletas todo vestigio de la existencia de las hijas de la noche, para que nadie pudiese minar su autoridad. Proscribió a los sueños al poco tiempo también, al relacionarlos con el recuerdo de la oscuridad.

Después de muchos siglos, quizá estemos presenciando el fin de la estirpe de Adán.

Pero hay una esperanza: la noche ha permitido que su hijo mayor, el eclipse, juegue a tragarse al sol cada cierto número de años. Entonces puede tomar la forma del jaguar oscuro y jugar con su buen amigo de radiantes cabellos. Además, las sombras de los niños siguen acudiendo a jugar con ellos siempre y cuando no haya adultos cerca.

Hay un rumor más: se dice que ciertas sombras han perdonado a los enamorados y que acuden solícitas cuando una pareja busca un lugar para besarse.


César Alain Cajero Sánchez

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